Capitulo 5. Ojos como el cielo
—Señorita, será mejor que respondas mis preguntas. Bien sabe que usted es una…
—¿Forastera? Lo sé, sé lo que soy. Pero estoy en todo mi derecho de no decir nada sobre mí, hasta donde sé, no he lastimado a nadie en este pueblo.
—Al sheriff no le agradará que usted se ponga con esa actitud. En este pueblo no son bien recibidos los extranjeros.
—Yo no le debo nada al sheriff. Y si les molesta mi estadía, puedo irme sin ningún problema.
—¿Eso cree?
De pronto el mismísimo sheriff ingresa en el cuarto, toda su presencia llenaba la diminuta habitación. Rouse lo miraba fijamente a pesar de llevar el sombrero puesto, sabía que él también la estaba observando, pero de una manera mucho más intimidante y desafiante.
—Jesey, déjenos solos, por favor.
—Tom, no creo que eso sea adecuado para la señorita —Musita a sus espaldas.
—Por favor, doctor. No pienso propasarme con la señorita —Le contesta al girar el rostro a la altura del hombro —. Soy la ley en este pueblo, no hay nadie más justo que yo —Añade, pero en esa ocasión fijando el rostro en dirección a la rubia.
—De acuerdo, estaré afuera por si me necesitas.
Rouse mantenía la mirada fija en ese hombre, ella pensaba que si él pretendía infundirle miedo, se llevaría una gran sorpresa. La rubia lo detallo de pies a cabeza, la noche anterior no consiguió verlo bien, pero en esa mañana sí que tuvo la oportunidad de hacerlo.
El sheriff era un hombre muy fornido, sus facciones eran duras y hasta se podría decir que un tanto peligrosas. Como llevaba el sombrero tan bajo, no podía detallar a la perfección sus ojos, pero sospechaba que eran tan intimidantes como aparentaba ser él.
De pronto, él sheriff se quita el sombrero dejándolo sobre una pequeña mesa de madera. Y es cuando ella se fija perfectamente en la mirada del sheriff. Por un segundo, su corazón comenzó a latir un poco más rápido, alterando sus sentidos. Nunca antes le había sucedido eso.
Sus ojos eran tan azules como el mismísimo cielo, y su mirada podría derretir hasta la montaña más helada del mundo. De pronto, Rouse se ve teniendo pensamientos irracionales, no debería estar pensando en ese tipo de cosas y menos con un oficial de la ley. Recapacito, y volvió en sí.
Su evidente virilidad podría derretir la montaña más helada, pero no a ella…
—¿Y bien? Me dirá cuál es su nombre.
—No hace falta, ya que no pienso estar mucho tiempo en este pueblo.
—No lo creo, dudo que esté en condiciones de cabalgar. ¡Claro! En el caso de que tenga monedas para comprar un caballo saludable para viajar. Y a juzgar por como la encontré, dudo que tenga alguna.
Diablos, no tenía ni un solo centavo encima, era obvio que lo dijera, si estaba medio desnuda cuando la encontró… ¿cómo rayos pensaba salir de ese pueblo sin dinero?
—Fuera de eso —Tom toma una silla, le da la vuelta y se siente a horcajadas —. Los cuidados que Jesey y su esposa le han ofrecido valen, señorita. Aquí nada es gratis, así que, como ve, usted tiene una deuda con el pueblo.
¡Qué maldito! Le estaba cobrando el cuidado del médico, era un infeliz. Ella llegó al pueblo sin un centavo, era elemental que supiera que no tenía dinero, por esa razón la obligaría a quedarse.
—No me puede exigir que me quede.
—¡Puedo! —Contesta fríamente —. Tengo el poder para hacerlo, nada me cuesta llevarla a la comisaria hasta que busquemos una solución para su deuda.
—Déjeme hablar con el doctor, puedo llegar a un acuerdo con él y…
—¿Qué clase de acuerdo? Le recuerdo que él es casado.
Las mejillas de Rouse se encendieron al instante, le estaba faltando al respeto. ¿Acaso estaba pensando que era una maldita mujerzuela barata?
—Como se atreve a ofenderme de esa manera, no se supone que es la autoridad en este lugar. ¿Cómo se le ocurre acusar a una dama de esa manera? —Quería levantarse de esa cama y cachetear a ese infeliz.
—¡Vaya! Así que tenemos principios —Tom se pone en pie al ver el rubor en las mejillas de la rubia.
—No sé qué se está pensando de mí, pero le sugiero que no se invente teorías que no vienen al caso.
—Entonces, ¿me dirá como se llama? —Se rasca la incipiente barba que comenzaba a crecer.
Ella guardó silencio, miró hacia otro lado. Tarde o temprano tenía que decirle a ese hombre como se llamaba, y ahora que estaba endeudada mucho más rápido. Maldita sea, y todo por su descuido. Eso no podía volver a pasarle.
—Me llamo, Rouse LeRoy.
Tom la mira seriamente, no estaba seguro de que le estuviera diciendo la verdad, pero tampoco podía asegurar que dijera mentiras. De todas formas, tendría que llamarla Rouse.
—Muy bien, señorita LeRoy. ¿Sabe en qué pueblo se encuentra?
—No. No lo sé.
—Se encuentra en Coloma, ¿de dónde proviene? ¿Por qué ha llegado tan malherida?
—No tengo por qué contestar nada, no he hecho nada malo, sheriff.
—Estoy de acuerdo con usted, pero resulta que este es mi pueblo, y ha existido mucha paz desde hace mucho tiempo. No voy a permitir que una forastera traiga problemas.
—Entonces, deme un caballo y déjeme ir. No volverá a saber nada más de mí.
—Eso no es tan fácil, señorita LeRoy.
La rubia aprieta la mandíbula, ese maldito se tomaba en serio su papel de sheriff. No sería fácil persuadirlo.
—Si es por la deuda del doctor, yo puedo…
—Al doctor no es a quien le debe, señorita LeRoy. Yo he pagado todos los gastos de sus heridas, y por esa razón, a quien le debe es a mí.
Rouse se queda con la boca abierta, le debía al sheriff. Nunca la dejaría libre hasta que le pagará el último centavo, y hasta que le contará todo su maldito pasado. Sin duda alguna, estaba metida en muchos problemas. Y eso que no había hecho absolutamente nada en el pueblo.
—¿Y qué es lo que quiere? Sabe que no tengo dinero, que intente llevarme su caballo, y que no deseo estar en este pueblo, ¿Qué piensa hacer conmigo, sheriff?
Esa era una buena pregunta, la verdad es que Tom no tenía ni idea. De momento buscaba saber de dónde venía esa mujer, y que es lo que buscaba. Pero no pensó en que ella le pusiera tan complicada la situación, tendría que mantenerla en el pueblo, al menos hasta saber de qué o de quien estaba huyendo.
—Estás ocultando muchas cosas, y no pienso dejarte ir hasta que me digas de dónde vienes y porque has llegado hasta este pueblo en las condiciones en las que llegaste.
—Que se lo diga el que me encontró.
—He sido yo, yo la traje hasta el pueblo. Un niño la encontró inconsciente a unos kilómetros y fue a por mí para darme parte de su hallazgo.
—Pues si tanto le pesa el haberme salvado, debió dejarme morir y ser la botana de los buitres.
—¿Eso es lo que está buscando?
Rouse lleva la vista hacia otra parte, por una parte, sí, pero por otra no… de igual forma, la respuesta del sheriff fue bastante arrogante, le dio a entender que no le hubiese importado dejarla en medio del desierto siendo devorada por los zorros.
Era igual, si no le importaba a nadie, mucho menos a ese extraño ante ella.
—Estoy agotada, ¿hemos acabado con las preguntas?
—Solo por hoy. Le recuerdo que mantendré vigilada la casa del doctor, no podrá salir de aquí a menos que yo lo consienta. ¿Le queda claro, señorita LeRoy?
—Déjeme sola, sheriff.
Tom toma su sombrero para calárselo, echa un último vistazo a la rubia y luego sale de la recámara, encontrándose afuera con el doctor con una expresión de preocupación.