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Capítulo 3

— Lo entiendo, pero puedes continuar, espero — Quiero poner los ojos en blanco, pero luego agrega — Aunque la visión de verte de rodillas es muy tentadora, te juro que no haré otra cosa que imaginar por ahora — Cierro la puerta de su hombre y rezo tres veces. Uno continuando donde lo había dejado, el segundo por la persona que me esperaba afuera, y el tercero por mí, por sentir mi cuerpo cosquillear tras sus palabras.

Caminamos en silencio y la única voz que se escuchaba era la mía mientras me detenía para explicar cada parte del convento. No menciono el tema y después de que esto termine quiero mantener la mayor distancia posible con él.

- ¿Cual es su edad? — pregunta Alecandre después de mucho tiempo.

— Mi edad no forma parte de las presentaciones del convento. — si soy ignorante, él se rendirá conmigo. Pero la sonrisa que me da apenas escucha mi respuesta me dice lo contrario.

— Aquí eres monja, y por lo que escuché, la futura madre superiora también lo es, así que técnicamente eres parte de las presentaciones. - touché.

- Diecinueve. — la curiosidad se apodera de mí y termino preguntando también. - ¿Y tu?

- Veinticinco.

- Bastante viejo.

—Seis años de diferencia es realmente mucho. — silencio entonces. Llegamos a la parte de la biblioteca.

— Y aquí está la parte que más me gusta de esta zona, la biblioteca, a pesar de que no está muy concurrida. Porque si lo fuera, alguien más habría dicho que te vio fumando ayer. - crítico.

— Qué glorioso que no hablaste, ¿no es así Susana? — abre la puerta y entra. — ¿Dijiste que aquí nunca viene nadie?

— Nunca es una palabra muy fuerte, pero no, aquí casi nadie viene — Paso el dedo por los libros polvorientos. Miro a Alecandre y él sonríe, mirando alrededor del lugar. - ¿Que pasó?

— Nada — se sienta en el sofá y estira los brazos. - Este es el lugar.

- ¿Para que?

- Cualquier cosa.

— Sabes, eso es ridículo, sé que hay algo y sigues diciendo esas tonterías, no es nada. Espera, ¿vas a empezar a fumar aquí? Lamento decirte que si haces esto, me veré obligado a decírselo a mamá.

- ¿No? — se burla de mí — Tranquila, dulce Susana, no voy a hacer nada aquí dentro. Todavía. —Apenas sigo preguntando por qué. Si pensó que fumaría aquí estaba muy equivocado.

— ¿Podemos irnos, Alejandro?

—Álex, Susana.

— Alejandro, ¿podemos irnos? - Yo insisto.

— Está bien cariño, entiendo tu juego de intentar hacerme enojar, pero lamento decirte que eso hace que te desee aún más. Es muy tentador imaginarse sin esa ropa de monja. —Se inclina hacia delante en el sofá.

— No me importa lo que pienses, pero te pregunto una cosa, estamos en un convento. Trate este lugar con el debido respeto.

- ¿Y si yo no quisiera? - él se lSusananta.

— Me veré obligado a hacer algo.

— Dime algo Susana, ¿te has besado alguna vez? — Frunzo el ceño ante el cambio de tema.

— No, me he mantenido para Dios desde el día de mi nacimiento. — Alecandre se echa a reír, y de la risa pasó a la risa. Cuando se detiene, respira un poco y luego dice:

- Eso fue gracioso.

"No estoy bromeando", digo.

- Yo se. — ya cansado de ser el hazmerreír para él, me dirijo hacia la puerta, pero Alecandre es más rápido, cierra la puerta y mantiene su mano bloqueando mi salida.

— ¿Podrías quitar la mano? — solo me mira fijamente. —Quiero irme, Alejandro.

-Alec.

— Alecan… — me impide terminar presionando su boca contra la mía. No reacciono, veo la diversión en sus ojos, que también están abiertos mientras su boca permanece sobre la mía. Intento alejarme pero él me sostiene por los hombros y me hace caminar hacia atrás, apoyándome contra la pared, moviendo sus labios a pesar de que mis labios están quietos. ¡Me está asfixiando! Abro la boca para respirar, entonces él aprovecha y junta nuestros labios y comienza a mover los suyos, sobre los míos.

Intento alejarme de nuevo cuando su lengua entra en mi boca, pero no me suelta e insiste e insiste. Lo que pasó después fue más fuerte que yo. De repente estaba devolviéndole el beso. Él cierra los ojos y yo también y cuando estaba a punto de rendirme por completo, se detiene. Muerde mi labio inferior y tira de él ligeramente.

—Es Alec. — me da un beso y luego sale de la biblioteca. Me quedo en el mismo lugar respirando con dificultad, esperando que caiga el centavo. Me tapé la boca con la mano tratando de deshacerme de alguna manera del sabor. Paso la mano una y otra vez, pero nada hace que el sabor desaparezca. ¡El lo hizo apropósito! Entonces me invade una repentina necesidad de llorar. ¿Qué pasa si mamá se entera? Seré expulsada del convento y mis padres se avergonzarán de mí por el resto de mi vida.

No se lo diré a nadie. Rezaré cien veces.

Dios, perdóname por esto.

En las últimas semanas, mamá Berlinda encontraba extraño mi comportamiento. Iba a la capilla con más frecuencia que de costumbre y, gracias a mis oraciones, ya no volví a ver a Alecandre. Lo vi con el padre Fernando de lejos, pero fuera de eso, no hubo ningún intento de acercarse. Doy un suspiro de alivio y me dirijo hacia mi dormitorio. Después de ducharme, miro la hora. No pasó mucho tiempo antes de que se apagaran las luces. Me quedo en la cama, esperando caer en el valle de los sueños.

Durante las últimas dos semanas había estado pensando en contarle a mamá lo que Alecandre me había hecho, pero él era el aprendiz de sacerdote y yo solo una monja, ¿a quién le creerían? En él. Entonces pensé que era mejor guardar silencio.

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