Capítulo 1
Me peino lentamente, arreglándolo hacia atrás como hago siempre, y el resultado es un moño pequeño y firme. Tomo el hábito de la cama y me lo pongo. “Hábito” es lo que las monjas llevábamos en la cabeza, hacía calor la mayor parte del tiempo usarlo, pero nada que no pudiéramos soportar.
Cuando termino, me miro al espejo en un largo silencio. Mis padres decían que yo era un milagro. Mamá no podía quedar embarazada y cada vez que lo hacía sufría un aborto espontáneo. Pasaron los años y esto pasó cada vez que se atrevieron a tener esperanza y mis padres terminaron desistiendo de tener un hijo. Pero entonces sucedió. Mamá ya había pasado el momento en que el embarazo era más favorable para ella y sus esperanzas ya se habían acabado. Ya estaba segura de que cualquier embarazo a partir de entonces no llegaría a término, como era de esperar. Pero pasaron los meses y ella seguía embarazada. Al final, no se dio cuenta hasta que tenía siete meses. ¡Tendrían su hijo tan esperado! Y presentado, el día que mis padres descubrieron el sexo del bebé, fueron a la iglesia para agradecerles por el milagro y que la promesa no fuera rota. Si tuvieran un niño, sería sacerdote, y si fuera niña, ella sería monja.
Y aquí estoy yo, con diecinueve años, habiendo sido monja desde los dieciséis.
— ¿Susana? — dos golpes en la puerta de mi dormitorio.
—Ya voy, madre. — Madre Berlinda fue mi supervisora desde que tengo uso de razón, ella me ayudó al principio de todo, desde mis primeras impresiones hasta la vida en el convento.
Salgo de la habitación y la encuentro esperándome.
— Llegó el padre Fernando. - dice.
— ¿Pero no llegaría sólo en dos días? — comenzamos a caminar por el enorme pasillo de los dormitorios de las hermanas.
— Se esperaba, pero ocurrió un imprevisto y hubo que adelantar su llegada. — saludábamos a la gente que pasaba por nuestro lado. Cada vez que el sacerdote venía a visitarnos, el convento estaba bastante ocupado.
- ¿Ellos? Pregunto.
—Trajo al aprendiz. — Simplemente estuve de acuerdo y no dijimos nada más después de eso.
Dimos un paseo silencioso hasta el otro lado del convento para recibir al sacerdote y al aprendiz. Los encontramos en la sala que estaba dedicada a las visitas, el padre Fernando estaba de pie y apenas llegamos nos vio. Nos inclinamos.
— Padre Fernando, ¡qué gran visita! No esperábamos tu presencia tan pronto en nuestro convento. — Saluda Berlinda.
— Tuvimos algunos problemas. — mira la silla a su lado, ambos seguimos su mirada y es entonces cuando lo veo. Sentado en la silla como si todo a su alrededor fuera puro aburrimiento, su postura mostraba pereza. Frunzo el ceño, con curiosidad.
— Pero todo se resolvió. Alecandre, ven a saludar a las hermanas. - él se lSusananta. Parpadeo un par de veces para asegurarme de que lo que estaba viendo era realmente real. El padre Alecandre era – rezaré después de estos pensamientos – hermoso, muy hermoso. De hecho, era más que simplemente guapo, y ahora me mira directamente con una mirada que me deja avergonzada. El padre Fernando se aclaró la garganta, haciendo que nuestros ojos se desviaran.
— Es un placer estar en tu convento, Madre. — Su voz me da ganas de suspirar. Ya basta, Susana. He oído cosas maravillosas sobre este lugar, pero ¿verlo en persona? Supera todas las expectativas.
— Muchas gracias Alejandro. — A mamá le encantaba que los visitantes elogiaran su convento. — Ella es Susana, mi alumna y mi sucesora.
— Encantado de conocerte, Susana — saluda y me toma la mano con fuerza. Y parece que... ¿me está Susanaluando?
— Bienvenido, señor Alecandre. — Te devuelvo el saludo.
- Gracias. — soltamos nuestras manos. Pero sus ojos permanecen fijos en mí mientras mi madre y mi padre hablan de su estancia en el convento. Intento ignorar su mirada mientras presto atención a la conversación. Permanecerán en el convento por tiempo indefinido hasta que se resuelva cierto asunto del que el padre Fernando no quiso comentar.
— Estaremos más que honrados de darle la bienvenida. Ahora, si nos disculpan, tendremos que seguir con nuestras actividades diarias.
— Bienvenidos de nuevo, sacerdotes. — digo en voz baja, lo que según Meredite me hizo sonar angelical. El padre Fernando sonríe en respuesta, mientras Alecandre mueve la mandíbula y simplemente asiente. Salimos de la habitación poco después.
Camino despacio porque no tengo prisa. Sor Julia les pidió que fueran a buscar algunos libros a la biblioteca y, siendo la menor de las hermanas, yo estaba a cargo de esa misión.
Este lado del convento suele estar vacío, pero me encantaba la biblioteca y, a veces, por la noche salía a escondidas de mi habitación y me acercaba aquí. Mi día a día se resumía en: Susana ve a buscar esto, Susana toma esto. Lamentablemente no tuve el lujo de leer durante el día.
Balanceando tres gruesos libros en mis brazos izquierdos, cierro la biblioteca y comienzo a darme la vuelta, pero dudo. Huelo humo y eso me hace parar. Miro a mi alrededor y no veo ninguna señal de fuego, pero el olor seguía ahí y... espera, ¿fue a cigarrillos? Sí lo era, conozco ese olor, mi difunto abuelo fumaba. Seguí el olor, que venía de un lado más escondido detrás de la biblioteca.
— Susana.— Giro el cuello y lo veo. Apoyada en la pared, y muy diferente a hace dos horas cuando nos presentaron o cuando reunimos a todas las hermanas para tomarnos una foto con el padre Fernando. Algo extraño sucedió durante la foto, antes de que se disparara el flash de la cámara, por alguna razón miré hacia un lado y vi al aprendiz de sacerdote mirándome fijamente desde donde estaba parado donde iba a tomar la foto y lo siguiente que hice Lo supe, el flash se disparó.
Frunzo el ceño cuando veo que el señor Alecandre se llSusana el cigarrillo a la boca y me sonríe.