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Capítulo 1: Destinados

Laia.

Siempre pensé que yo había nacido como una simple humana, sin ningún tipo de poder en mi interior. Era parte de una manada de hombres y mujeres lobos, pero mi madre era una humana completa.

Mi padre creyó, y me hizo creer que existía la posibilidad de que mi loba interior nunca saliera a la luz y yo así me mentalicé para no ilusionarme. Por desgracia, mamá había muerto cuando yo nací, así que no la conocí.

A mis veintidós años, bajo el cielo nocturno y la brillante luna llena, se manifestó.

—¿Q-qué me sucede? —balbuceé, sintiendo hormigueos en mi cuerpo.

—No puede estar pasando —soltó mi padre, con intriga en sus ojos.

Era muy normal que la transformación se presentara entre los dieciséis a los dieciocho años, no después.

Ese día estaban haciendo el típico procedimiento para los jóvenes de la manada, el cual salió con éxito. Pero no se esperaban que yo también estuviera incluida en el proceso.

Sentí un poderoso tirón en mi interior, como si algo quisiera salir de mi cuerpo, o modificarlo.

Mi piel se estremeció y hasta mi propia esencia se agitó mientras mi forma humana cedió paso a la loba que no sabía que existía dentro de mí.

Siguieron los huesos, con un crujido sordo, el pelo brotaba en una cascada de pelaje amarillo como mi cabello de humana, y mis sentidos se agudizaron hasta el punto de poder oír el latido del corazón de un ratón en la hierba alta.

Fue un momento de dolor, maravilla y liberación, mientras abrazaba mi verdadera naturaleza, aún confundida por lo repentino que fue.

Después de eso, un olor peculiar y delicioso llamó mi atención. Venía del norte, pero sentí que estaba muy lejos de aquí. En ese momento mi corazón latió con rapidez, dejándome más confundida de lo que estaba.

—¿Es posible transformarse después de los veinte? —cuestionó la beta de la manada.

—No he visto ningún caso, por lo que me tiene consternado —alegó papá.

Mi padre, un hombre de bastantes años de experiencia y el alfa de la manada Eclipse, no volvió a tener ninguna otra pareja después de que su luna murió.

Su cabello era negro, le caía por los hombros y se movía al compás del viento. Sus ojos color miel eran idénticos a los míos, pero yo estaba asustada y volviéndome muy pequeñita por no saber cómo actuar en esa forma.

Estar en cuatro patas era nuevo para mí, todavía no lo procesaba.

—Laia, ¿crees que puedas volver a transformarte en humana? —preguntó el viejo, inclinándose en mi dirección.

No podía hablar, mi hocico estaba tembloroso y sentía que se me iba a salir un sollozo. Mis cejas estaban hundidas y el miedo seguro estaba claro en mí.

Pero no hizo falta obligarme a ser humana de nuevo, ocurrió sin previo aviso. Chillé cuando mis huesos empezaron a crujir de nuevo, dándole paso a mi forma normal.

Quedé con la ropa desgarrada, semi desnuda en medio de la poca gente que conformaba Eclipse. Me miraban y murmuraban cosas como:

«¿De verdad ha podido transformarse?»

«¿No era humana?»

«Es una completa locura...»

—Silencio —sentenció mi padre.

Caminó en mi dirección y me lanzó una toalla para cubrir mis partes descubiertas. Lo miré, aterrorizada porque no entendía qué debía hacer.

Me consideraban una omega en la manada por la clara falta de poder. No era importante ni en las cacerías de demonios, ni en las guerras contra los cazadores de hombres lobos.

Se me ordenaba esconderme y a pesar de eso, mi padre me trató con todo el amor del mundo.

—Laia, cámbiate. Te espero en la fogata —ordenó, marchándose.

Los demás dejaron de murmurar y quedé pasmada. Era mucho para procesar y mi mente estaba en una especie de trance, pero me levanté para vestirme como se me pidió.

Cuando terminé, fui hasta donde estaba sentado mi padre. Nosotros éramos una manada de bajos recursos, por lo que no nos podíamos dar el lujo de vivir en la ciudad con los humanos.

Teníamos un campamento montado en el bosque, estábamos en constante movimiento dependiendo de los peligros. A pesar de que papá era un alfa, no tenía tanto poder como otros.

—Y-yo... En verdad no entiendo qué fue lo que pasó —confesé, en un tartamudeo.

—Nadie lo entendió. Es el primer caso que se ve —resopló, echándole palos al fuego—. Pero tengo que hacerte varias preguntas. Es posible que hayas sentido a tu mate en el proceso, lo sabes ¿no?

—Sé la historia sobre los mates y que están destinados, pero, ¿cómo iba a saber sentir eso? ¿Es un pinchazo? Porque literalmente mis huesos se rompieron y armaron de nuevo —hablé, con la voz atropellada.

—Tienes que calmarte, es lo más normal para nosotros —explicó—. Con el tiempo te acostumbras y ya no duele tanto.

—Que esperanza... —murmuré.

—¿Qué planes tendrá la diosa Luna para ti? —se cuestionó, más para él mismo.

Bajé la mirada, mis ojos se concentraron en las frenéticas llamas del fuego frente a mí, pensando en qué haría si no sabía controlar ese poder que me otorgó la diosa de repente.

Los minutos pasaron, y de pronto uno de los exploradores vino hacia nosotros transformado en un lobo completo. Su pelaje oscuro brillaba con la luz de la luna. No tardó en volver a su forma humana para hablar.

—Alfa Lionel... —Llamó a mi padre, con la voz entre cortada—. Parte de la manada ShadowMoon viene hacia acá —añadió. Su pecho subía y bajaba por el agite.

¿ShadowMoon?

Abrí los ojos. Mi padre me contó muchas historias de ellos y en general de las manadas más fuertes que existían. Esa era una, por no decir la mejor.

Me levanté, al igual que mi progenitor. Estábamos extrañados porque una manada tan poderosa no se atrevería a acercarse a nosotros, éramos irrelevantes para ellos.

—Estén pendientes, no hay que generar ningún conflicto y siempre hablen con educación —indicó mi viejo, se notaba nervioso.

—Entendido, alfa —El explorador se inclinó, y así mismo se esfumó entre la neblina de la noche.

—¿Crees que quieran pelear? —pregunté, con el ceño fruncido.

—No. No es posible que vengan por eso —respondió, mordiéndose una uña—. Tal vez se trata de algo más.

—¿Qué más puede ser? ¿Una alianza? —inquirí, alzando una ceja.

No me cabía en la cabeza.

—¿Una alianza? ¿Qué podemos ofrecerles si ellos deben tenerlo todo? —espetó, con obviedad.

—Alfa, los ShadowMoon están aquí —Apareció la beta.

Fui detrás de mi padre. Había oído tantas historias de lo cruel y cero empático que era el alfa de los ShadowMoon, un joven prodigio que ascendió por su abrupto poder, intimidando a todos en el camino.

Eran tres. Supuse que se trataba de el alfa, el beta, y otro más. Supe que era él en cuanto nuestros ojos se conectaron. Sentí esa misma chispa en mi corazón que en el momento de mi transformación, a parte, su olor me intrigaba demasiado.

Tragué saliva.

—Bienvenidos, ¿en qué puedo ayudarles? —Mi padre hizo una reverencia por respeto.

Tanto así era la diferencia de poder, que él prefería no generar ningún conflicto.

—Lionel, ¿no? —cuestionó el otro alfa, sin ninguna emoción—. Vengo por mi luna —zanjó.

Se acercó un poco, observándome de arriba a abajo. Los nervios se apoderaron de mi cuerpo y pude detallarlo como era debido.

Su lacio cabello castaño caía por debajo de sus orejas, y sus ojos grisáceos me miraban con curiosidad, pero sus cejas inclinadas me transmitían cierto temor a lo que pudiera hacerme.

A pesar de que tenía una camisa puesta, sus músculos se notaban por debajo de la misma, dejándome embelesada.

Mi corazón latía. Las historias sobre los destinados por la diosa Luna, era lo que más llamaba mi atención por el tema del amor verdadero. Siempre quise que me sucediera algo así, pero jamás imaginé que sería posible.

—¿Laia? —indagó papá, aturdido—. Por supuesto, si va a llevársela, no me opondré.

—A eso vine —afirmó el castaño—. Yo, Caleb, alfa de los ShadowMoon, reclamo a su hija como mi luna.

Esa mirada penetrante me dejó sin palabras. Mis labios solo temblaban porque sabía que me tenía que ir con él sí o sí. Por un lado, estaba emocionada al saber que nos unía la diosa, pero por el otro, me entristecía dejar a mi padre.

—Ya prepararán sus cosas para que partan de inmediato, alfa Caleb —acató mi padre, mandando a uno de los suyos a empacar mi maleta.

—No tengo toda la noche —expresó—. ¿Sabes usar tu poder? —me preguntó.

—N-no mucho —confesé.

Su simple presencia era aterradora, no solo para mí. Por primera vez podía sentir el poder que emanaba cada lobo, y el de Caleb parecía ser una llamarada de un oscuro fuego que no se detenía.

—Pues tendrás que transformarte y seguir nuestro ritmo —ordenó, cruzado de brazos y con una postura firme.

Aunque me estuviera obligando, había algo en él que me atraía. No sabía si era por la conexión que teníamos, porque antes no me hubiera imaginado siquiera pensar en la atracción, tratándose de él.

Lo consideraba un imbécil que se creía superior a los demás, después de haber escuchado tantas historias tanto de mi padre, como de los miembros de la manada.

Pero ahora que lo tenía en frente, esa visión de él cambió por arte de magia.

—Ella podrá —proclamó mi padre—. ¿Puedo hablar un momento a solas con ella? —le preguntó, temeroso.

—Cinco minutos —dijo.

Mi padre me llevó unos pasos lejos de ellos. Colocó una mano en mi hombro y la realidad es que ninguno de los dos pensó que ese día llegaría.

—Laia, hija —habló—. Sé que esto ha sido algo repentino, pero no puedo contradecir sus órdenes o sabes lo que nos pasará.

—Lo sé... Terminará aniquilando a la manada solo para llevarme con él —murmuré, recordando sus historias.

—Sé que eres tan fuerte como alguna vez lo fue tu madre, y que el poder de la loba en tu interior es un plus a eso —comentó, acariciando mi mejilla—. No te dejes pisotear por nadie, Laia. Tú puedes con todo lo que se te venga encima, no lo olvides.

Se me hizo un nudo en la garganta con sus palabras y no dudé en corresponder su abrazo. Él había sido un buen padre, pero también tenía que ser un buen líder.

Volvimos con Caleb.

—Nos iremos sin tus cosas, yo puedo comprarte todo lo que necesites —soltó Caleb, se veía irritado por la espera.

—Está bien —Asentí.

—Alfa Lionel, me aseguraré de que su manada prospere un poco, por entregarme a su hija sin protestas. Esto también significa nuestra alianza —le dijo, luego de eso los tres se transformaron en lobos.

Yo tuve que hacer lo mismo, aunque fue más torpe. Me terminé yendo de la manada con la que me crie, hacia un futuro incierto y lleno de misterios.

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