Capítulo IV Las tierras
Los Richardson continúan el recorrido hacia el lote. Ya llevan, por lo que calcula
Thomas, aproximadamente dos horas de recorrido. Durante todo ese tiempo, Jack no
para de hablar, contándoles anécdotas personales, informándoles sobre los
establecimientos comerciales, sobre cacería, pesca, entre otras cosas.
Continuamente, la pareja ve al pequeño, se miran luego y ríen juntos.
—¡Qué buen anfitrión hemos conseguido! —comenta Martha.
—¡El mejor! —apoya Thomas.
—¡Hemos llegado! Desde aquí empieza su propiedad —dice Jack, justo después de los
halagos de la pareja.
El matrimonio se emociona al ver unos bellos pastizales verdes con nogales altos y
muy frondosos. Muchos árboles de pino dan una atmosfera de bosque a los terrenos.
Un pequeño río pasa por la zona hasta desembocar en un lago. Parece un paisaje
sacado de un cuadro. Muy difícil describir tanta belleza en pocas palabras. La carreta
se detiene y la pareja baja a observar los alrededores, mientras caminan una corta
distancia sin dejar de asombrarse.
—Esto rebasa mis expectativas. ¡Realmente estoy emocionado! —afirma Thomas a
Martha. A los pocos minutos, los esposos regresan a la carreta, y pueden notar que
Jack está con lágrimas en los ojos.
—¿Qué te ocurre? —le pregunta Martha.
—No es nada, solo estoy muy emocionado por ustedes —responde el jovencito. Ella
no le cree, pero prefiere no ahondar.
—¿Tú conoces la historia de este terreno o de sus antiguos propietarios? ¿En dónde
podríamos construir la casa? —le pregunta Thomas a Jack, quien se encuentra
ensimismado viendo el paisaje. El niño reacciona al segundo llamado del inglés, toma
un pequeño respiro como de unos segundos y responde:
—Hace aproximadamente 6 años, los antiguos dueños de apellido Collins fueron
asesinados por sus esclavos. Supuestamente por maltratos, hambre y miseria. Las
lenguas del pueblo dicen que las condiciones en las que tenían a sus sirvientes dieron
inicio a una rebelión. Los mandingos eliminaron a sus dueños y quemaron todas las
construcciones que habían aquí. Prácticamente, todos los recuerdos que se tenían de
esa familia quedaron borrados.
—¿Y qué pasó con los esclavos? —pregunta Martha, consternada.
—A todos los esclavos los ejecutaron. Después de eso, vendieron el terreno por un
precio muy bajo, y Mr. Jones lo compró. Lo último que sé de los títulos de propiedad
es que el empresario algodonero los apostó y los perdió en una pelea de mandingos
—replica Jack.
—Pensé que Mr. Jones era imbatible con su escuadra de mandingos —dice Thomas,
un poco irónico.
—Mr. Jones toma muy en serio los combates cuando la apuesta es significativa. A él
no le importaban estos terrenos, así que colocó a un mandingo de clase baja a
combatir, y este perdió —respondió el chico.
—¿Y qué pasa con los mandingos que no mueren en combate? —continúa Martha con
el cuasi interrogatorio.
—Si los mandingos son de otro propietario, este los recoge y los curan, pues los
luchadores cuestan mucho dinero. Cuando el mandingo es muy grande y fuerte, sus
dueños les compran mujeres esclavas con buena genética para sacarles hijos y
venderlos al mejor postor. Por ejemplo, los hijos del Diablo cuestan veinte veces más
de lo que dicen sus papeles que ustedes pagaron por estos terrenos —responde Jack.
Thomas y Martha se impactan por la memoria detallista del niño…
—¡C'est la vie! —exclama Martha, en un perfecto francés.
—La vida debería ser más que eso —replica el joven. Los Richardson, ya de por sí
asombrados por el comentario anterior del pequeño, ahora se sorprenden más ante
la reciente respuesta; se miran ambos, luego voltean en dirección a Jack y preguntan:
—¡Sabes francés?
—Es mi segunda lengua. También lo sé escribir y leer.
Thomas ve a Martha y después gira la mirada a donde está el niño y le pregunta:
—Jack, ¿tú mencionaste si en el pueblo hay o existe una escuela?
—No la hay. Tal vez aprendí el idioma de mis padres, es una probabilidad; ellos
murieron cuando era más chico. Trato de recordarlos, pero me es imposible. A quien
si tengo en mi mente es a una esclava que me cuidó desde que creo tener uso de razón,
sin embargo, ella también falleció hace 3 años. Desde entonces he estado solo y
deambulando por el pueblo.
—Desde ahora estarás con nosotros. Tú nos guiarás, nos ayudarás y se te pagará
generosamente —le dice Martha, luego de agarrarlo por los hombros. Jack se
emociona y abraza a la joven mujer; y ella, muy conmovida, ve a Thomas. Él está
pensativo mientras observa a Jack, un pequeño de finas facciones que domina 2
idiomas y que también sabe leer y escribir, siendo apenas un niño de la calle. Todo es
muy extraño para el inglés.
—Bueno, ¡es hora de regresar al pueblo!, falta poco para que anochezca —les informa
Jack, sin salir del asombro por la propuesta de Martha.
—Está bien, pero mañana temprano retornaremos para conocer mejor el lote —
replica Thomas.
La compra de los caballos, de la carreta y el preparar todo para el viaje fue agotador
y les ha tomado mucho tiempo. Sin hablar tanto, se disponen a regresar. La llegada al
pueblo resulta más rápida de lo que esperaban. El sol de la tarde los recibe.
—¿Dónde pasarás la noche? —le pregunta Martha a Jack.
—Buscaré colarme en algún granero.
—Tus días de colarte en cualquier lado acabaron, hombrecito. Desde ahora te
quedarás con nosotros —le dice la Sra. Richardson. Jack mira fijamente a Thomas, y
este último le dice:
—No acepto un ‘no’ por respuesta. Te quedarás con nosotros.
Jack no puede contener la emoción y empieza a llorar.
—¿Por qué lloras? —le increpa Martha.
—No recuerdo a mis padres, solo conocí a Sora, que fue la esclava que me cuidó hasta
que pudo. Cuando enfermó, yo salía a trabajar para comprarle alimento y medicinas.
Había veces en las que me pagaban, había otras en las que no; otras tantas los chicos
del pueblo me golpeaban y robaban lo que había ganado. La mayoría de las personas
del pueblo, sin razón y sin darles motivos, me maltrataban en la calle, me apedreaban
e insultaban. Creo que era porque cuidaba a Sora. Cuando ella empeoró, salí corriendo
en busca del doctor, y este se negó a ayudarme. En vista de mi insistencia, él sacó un
rifle y me disparó.
Luego de decir eso, Jack se sube la franela andrajosa que tiene puesta y le enseña a la
pareja una cicatriz en el costado derecho. A pesar de que la bala solo lo rozó, la zona
cicatrizada de la herida es amplia.
—Esa noche enterré a Sora —prosigue el muchacho—. Con esta herida abierta y
sangrando, enterré a la única persona a la que le había importado en este mundo. Y
ahora ustedes… —Jack no puede proseguir con lo que va a decir, porque los sollozos
se hacen más y más fuertes. Thomas y Martha lo abrazan. El Sr. Richardson le seca las
lágrimas, lo toma por los hombros y le dice:
—Jack, te prometo que mientras estemos Martha y yo con vida, nadie volverá a
tocarte, ¡nadie! Vamos al hotel y descansemos, que mañana saldremos temprano.
—Primero, pasemos por la sastrería —le interrumpe Martha.
—Estoy de acuerdo —responde su esposo, y se van al establecimiento. Al llegar a la
tienda, entran y son recibidos por el dueño.
—¡Bienvenidos sean a mi humilde local!, ¿en qué les puedo ayudar? —dice el sastre,
sonriente. Sin embargo, enseguida su rostro cambia al ver que Jack está detrás de
ellos—. ¡Sal de mi local, Jack!, ¡no me obligues a que te saque a golpes! —grita.
—Disculpe, caballero, desde ahora Jack está con nosotros; así que, por favor, le
agradecería que tenga un mejor trato hacia él, pues este niño será su cliente —
responde Thomas, muy calmado, pero demostrando que está dispuesto a todo por
defender al pequeño.
—Bi-bi-bienvenido a mi local, Jack, ¿en qué te-te-te puedo servir? —responde el
mercader, pero ahora tartamudeando y con un increíble cambio de semblante.
—Necesito cuatro mudas de ropa y también que le tomes las medidas para dos trajes,
porque todo caballero debe estar elegantemente vestido —interrumpe Martha, sin
dejar hablar a Jack. El sastre se sorprende por lo que acaban de escuchar sus oídos, y,
sin esperar ni un instante, lleva al jovencito hacia el espejo donde empieza a tomarle
las medidas para el pedido. La pareja puede ver cómo el sastre mira con desprecio a
Jack.
—Pequeño, recuerda, mientras mayor sea la amabilidad que tenga el sastre contigo,
mayor será la propina que tú le darás —dice Thomas, de manera calmada, pero
mirando con desdén al mercader. Al escuchar esto, el hombre de las telas, el metro y
el hilo traga saliva y cambia su trato hacia Jack.
Tras tomar las medidas, hacer unas cuantas puntadas y unos arreglos, el sastre se
dispone a enseñarle la ropa a Jack. El pelirrojo está más que emocionado, pues no
recuerda la última vez que usó vestidos nuevos. El niño escogió dos pantalones
cortos, dos largos y cuatro camisas. Sin perder el tiempo, el pequeño va a los
vestidores con uno de los pantalones largos y una de las camisas y se los pone. El
cambio en el semblante es increíble. Martha lo mira muy risueña. Allí, sobre un banco,
queda la vieja y andrajosa ropa. Luego de eso, el sastre le informa a la pareja que los
trajes estarán listos mañana al mediodía. Una vez realizada la compra y pagado el
encargo por adelantado, Thomas le da a Jack unos billetes.
—Recuerda que la propina depende de ti… —le dice Richardson al pequeño.
—Guarda eso, porque no se lo ganó —responde el niño, con la mirada de odio del
sastre clavada en la nuca. Habiendo dicho esto, la familia sale del local.
—¡Te ves hermoso, mi pequeñín! Pero todavía te faltan unas cosas, vamos a la
zapatería —dice Martha a Jack, luego de tomar su mano.
Al entrar al establecimiento y solicitar dos pares de zapatos para Jack, la pareja pudo
notar el mal trato que le daba el zapatero al niño.
—A pesar de que está comprando, se puede ver la mala fe que le tienen al chico —le
dice Thomas en voz baja a su mujer. Martha se agacha para ver los pies del niño y, a
pesar de tener tan corta edad, puede notar que las extremidades están muy
encallecidas y llenas de cicatrices.
—Nunca has usado zapatos, ¿verdad? —le pregunta la joven mujer a Jack. El niño no
dice nada.
—Por favor, traiga los zapatos más cómodos que tenga —le dice Martha al zapatero.
—Tengo unos, pero son costosos —replica el hombre.
—Yo no le pregunté precios, ni me preocupo por eso, le pedí calidad. Vaya por los
zapatos para su cliente, por favor, o deberemos irnos —rebate Martha, muy seria y
con el entrecejo metido. El hombre ni responde, sino que va y los trae enseguida. Jack
se los prueba y queda muy conforme. Se pone unos y pide que le guarden los otros.
—¡Muy bien! Ahora solo falta una última cosa —comenta Martha, justo después de
que cancelan en caja.
—¿Otra cosa más? ¿Qué será? —replica Jack, muy emocionado.
—Un corte de pelo, mi querido niño.
Dicho eso, la mujer lo lleva a la barbería. Al entrar al establecimiento, se repite con el
barbero el mismo comportamiento que tuvieron el resto de los comerciantes con el
niño. Pero antes de que Martha pudiera insultar al sujeto, se interpone Thomas y le
dice:
—Buen caballero, necesito un corte de pelo para nuestro querido niño. Él será su
cliente el día de hoy.
El barbero no hace más que callarse la boca y, con furia, monta a Jack en la silla. Tal
es el mal trato hacia el pequeño, que, al sentarlo, lo lastima.
—Por favor, señor, sea amable con el niño, ya que él está pagando por sus servicios
—dice Thomas, de inmediato, tras notar el abuso del hombre. Eso hace enfurecer más
al barbero, quien, con malicia, le hace una pequeña herida en la oreja a Jack con la
tijera al terminar de cortarle el pelo, provocando que el jovencito grite de dolor.
—Lo siento, lo corté sin querer… el pequeño se movió —dice el malvado hombre.
—Tranquilo, mi niño, no fue nada —le comenta Martha a Jack, luego de revisarlo bien.
Al instante, ella misma lo baja de la silla y sale del local con el pequeño de la mano,
notablemente molesta. Thomas se queda, paga, mira fijamente al barbero y le dice:
“Es solo un pequeño niño”, y se va.
Ya en el cuarto del hotel, Martha lleva a bañar a un apenado Jack. Aquello sorprende
al muchacho, quien se ruboriza. Pero esto resulta normal para la mujer, pues ella se
crio con 6 hermanos. La mugre que sale del cuerpo de Jack es mucha. Ha pasado largo
tiempo sin que se dé un aseo profundo. Al terminar, el pequeño toma uno de los
pantalones cortos y otra camisa y se los pone en conjunto con el otro par de zapatos
nuevos.
Thomas y Martha se sorprenden por la transformación que tiene el niño. Las finas
facciones que posee el chico ahora sobresalen por su nuevo porte y eso fascina a la
pareja. “Es increíble que este niño esté solo deambulando por las calles como si se
tratase de un animal”, piensa Richardson para sí. Después de tanto hablar y reír, el
niño se queda rendido. Los tórtolos, como padres primerizos, lo miran mientras
duerme.
—¿Qué pecados tan grandes cargará este niño como para que viva constantemente
repudiado por la colectividad de este pueblo? —comenta Thomas a Martha.
—No lo sé, solo sé que el pequeño Jack es ahora nuestra responsabilidad, y, como
buenos cristianos, es nuestro deber darle un hogar y protegerlo —responde su mujer.
—¿Quién iba a pensar que teníamos que cruzar el atlántico para terminar siendo
padres?… —susurra el joven esposo, entre risas. Martha se sonríe y lo besa.
—Es hora de dormir, que mañana nos toca un día muy largo —comenta el hombre,
quien seguidamente apaga la lámpara. Al cabo de unos segundos, la pareja se acuesta
a descansar.