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Ajuste

Capítulo 2

Me estremezco y exhalo ruidosamente, como si recibiera una bofetada que me devolviera a la realidad. Él es el amo, yo soy el esclavo sin derechos. Y el precio de mi orgullo y mi libertad está pagado en su totalidad.

Fuera pensamientos de lo que es. Uno sólo puede esperar que no sea viejo, feo o... pervertido.

Encaja. No puedo verle la cara a través de la cinta, pero veo vagamente una silueta. Es un hombre alto en buena forma física. Incluso se puede apreciar la anchura de sus hombros. Probablemente esté metido en algún tipo de deporte o artes marciales. No puedes huir de algo así. Mejor someterse.

Me aprieta la barbilla con los dedos, me levanta la cara. Me pasa las yemas de los dedos por los labios y la mejilla.

- Qué muñeca más bonita. No creía que hoy en día quedara nadie que apreciara su virginidad. ¿No habría nadie que quisiera probar esa dulce boca? - Su pulgar recorrió mis labios, aplicando un poco de presión, forzando mis labios a abrirse. - ¿No querías ver lo que podía hacer mi lengua?

estallé, mis labios se apretaron involuntariamente, su dedo rozando mi lengua. Una risa tranquila y aterciopelada me produjo escalofríos.

- Una chica con carácter. A ver qué puedes hacer.

La hebilla del cinturón se abrocha.

Se hace imposible respirar. Cunde el pánico. Siento que está a punto de ordenarme que abra la boca para satisfacerle oralmente, él...

Se oye otra risita.

- Estás tan dulcemente asustada, que me dan ganas de retrasar el momento en que empiece a follarte, y ver cuánto tiempo más me complaces.

Bastardo. Así que le gusta el miedo.

Me mira. Aunque no pueda ver la mirada, tengo calor. Muy caliente. ¿Qué tipo de reacción es ésa? Mis pómulos están sonrojados.

- Sí, nena, sí", susurra. - Ni siquiera intentes ocultar la tormenta en la que estás inmerso, la imagen caliente, humillante y locamente dulce que tienes ante tus ojos. Todas las mujeres sois iguales. Todos vosotros os resistís, os negáis, levantáis muros de piedra, pero rendíos mansamente al que puede convertir ese muro en polvo y tomar lo que os pertenece por derecho. Y aquí vienes tú a venderte.

Sus dedos ya no tocan mis labios. Exhalo débilmente.

Pero inmediatamente me estremezco cuando la gélida hebilla metálica del cinturón me presiona la mejilla. Se deslizó por mi pómulo, sobre mi cuello, deteniéndose donde latía mi pulso, bajando.

- ¿Alguna vez han jugado contigo, chica? - pregunta con voz ronca de deseo.

La hebilla rodea el hoyuelo entre mis clavículas, helándome la piel, que siento como si estuviera ardiendo.

Trago saliva.

Una sonora bofetada en la nalga me hace chillar.

- Responde cuando te pregunte. - Su voz es engañosamente suave, como la miel que oculta la picante acritud de la pimienta roja. - Contesta.

- N-n-no -dije, débilmente, horrorizada al darme cuenta de que hacer correr la voz era un problema. - Nadie nunca... No estoy con nadie...

- ¿De qué se trata? - Una ligera mueca y un interés depredador. - ¿No? No puedo creer que no lo hayas hecho. Nadie pasaría por alto unos rizos tan blancos, una piel sedosa y un culo encantador.

- Trabajar... Estudiar... -exhalé, dándome cuenta de que ardía de vergüenza. - Yo sólo... no podía...

¿Qué le importaba? Por qué todas esas palabras, porque si no fuera virgen, no estaría de rodillas frente a él con los ojos vendados.

- Ya está. Qué niña tan diligente. ¿Quieres jugar?

La hebilla me oprimió el pecho, rozándome el pezón, y un gemido escapó de mis labios.

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