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Capítulo 5. Otra vez a las andanzas.

POV: Leo.

«No me gusta la ciudad».

Es lo primero que pienso al ver tanto ajetreo a mi alrededor. Es hermosa, eso no lo puedo negar, pero me parece que me costará mucho tiempo y trabajo acostumbrarme a esta vida de constante actividad.

Mientras estudié la carrera, vivía el diario de otra forma. Era una ciudad principal también, pero al ser estudiante, mis días los pasaba en la universidad o de fiesta en fiesta. Nada que ver con responsabilidad o mantener una casa, un trabajo.

Ahora, de un día para otro, decidí que sería independiente. No es que sea un mantenido de la vida, solo que por años pensé que mi futuro lo desarrollaría al lado de mi familia, en mi pueblo. Y no llevo ni cuarenta y ocho horas aquí y ya me aturde tanta revolución. Tanto en mi interior, como en el insistente ruido de la ciudad.

El apartamento donde me instalé, es solo una opción de paso. Fue lo único que pude encontrar con tan poco tiempo de búsqueda, pero pretendo mejorar y buscar algo que me guste y dónde me sienta cómodo.

No como aquí, que, con solo mirar por la ventana, asumo que nunca podré adaptarme. Es un tanto chocante levantar la cortina y encontrarse de frente con otra ventana, idéntica a la mía. Si dijera que es eso solamente, podría asumir que no sucede nada, al fin y al cabo, estoy en la cuidad, aquí todo se reduce a edificios inmensos, tráfico constante y montón de peatones. Pero el problema está en que mi vecino es baterista amateur, por lo que desde que llegué, solo he escuchado una y otra vez, el chirriante ruido de los platillos de metal. Es obstinante.

La casa en sí, no está mal. Es pequeña, pero se ajusta a mis necesidades básicas. Un cuarto, un baño y una cocina-comedor-sala. Esto último, me da un poco de risa y a la vez nostalgia. Puedo estar viendo el televisor y a la vez cocinando, o en su defecto, calentando la comida. Pero en mi casa, si estabas en la cocina, no veías absolutamente nada de la sala y solo un poco de lo que sucedía en el comedor. Este apartamento creo que se corresponde con las dimensiones de mi propio cuarto en Santa Marta.

Algo que sí me gusta y creo es lo principal por lo que acepté, es que queda a solo diez minutos de la clínica donde trabajaré. Puedo ir caminando, lo que es un aliciente, teniendo en cuenta que no traje mi auto, lo dejé en Santa Marta para que mi hermana lo usara mientras yo me acomodo aquí en la ciudad.

La clínica la visité en cuanto llegué. El director, quien me había contactado personalmente, me recibió de muy buena gana y me hizo sentir mucho mejor. Me encantó todo lo que vi mientras me daba un recorrido inicial, solo por las partes básicas de la clínica. En cuanto comience a trabajar, podré revisar a fondo cada centímetro y familiarizarme con mi nueva situación.

El viaje no estuvo mal. Mis tíos se ignoraron todo el camino. Solo cuando un cliente solicitaba de sus servicios, ellos mantenían conversación. Mientras, era como si no estuvieran. Por mí, estuvo bien. Con todo lo que estaba sucediendo en mi interior, la tristeza de dejarlo todo atrás y romper mis propios planes futuros, el silencio era buena compañía. Tuve tiempo, mientras miraba por la ventanilla y veía pasar los paisajes, de pensar en todo lo que a partir de ese momento quería hacer. Necesitaba un plan, algo que me hiciera desviarme de esta ansiedad que me consume.

Ahora estoy sentado en un parque, cerca también del apartamento. Es un pequeño bosque en medio de tanta polución. Los árboles son antiguos, se nota de solo admirar el diámetro de algunos y las raíces robustas que sobresalen de la tierra. Cada pocos metros hay ubicados bancos de madera y en uno de ellos me encuentro ahora.

Mientras disfruto de la soledad, soy consciente de la diferencia de ambiente. Pero en este pedacito de paraíso, me encuentro a gusto.

Pienso, recostado en el banco y con las manos detrás de mi cabeza, en lo que será mi vida a partir de mañana. Comenzaré en un lugar nuevo, a ejercer de lo que más disfruto profesionalmente. Pero sé que no todo es color de rosas. Tendré que ganarme un lugar entre los médicos y no será fácil. Esta profesión es de mucha competencia, de estar ahí en los momentos claves. Y ya bien me lo dijo el propio director, esta plaza que ocupé, es bastante demandada. Por lo que necesitaré estar en sintonía y dejar atrás todas estas preocupaciones, todo este sufrimiento que me persigue y al que aún no me acostumbro.

Cansado de todo lo que estoy sintiendo miro el reloj. Ya casi pasan de las siete, por lo que está oscureciendo. Me levanto y voy hacia el apartamento. De camino, voy familiarizándome con todo a mi alrededor. Algunas luces ya prendidas y carteles, anuncian los nombres de negocios, restaurantes, tiendas y hasta algunos bares. En algún momento necesitaré desahogar mis penas y, además, comer algo saludable, por lo que hago fijación con los que asumo me gustarán.

Ya casi llego a la calle donde se encuentra el apartamento, cuando un letrero grande y llamativo atrae mi atención.

«Lou's Bar».

Las letras son rojas y grandes, con algunos tonos amarillos alrededor. Un poco más abajo especifica que es un bar de tapas, por lo que decido entrar y darle una oportunidad. De todas maneras, estoy hambriento y no tengo nada que comer en la casa. Un aperitivo, acompañado por un poco de vino, no me vendrá mal.

Media hora después, pienso que ha sido la mejor decisión tomada en los últimos días. Las pequeñas porciones de comida están exquisitas y, por supuesto, el vino lo está aún más. Soy un poco fanático a esta bebida, por lo que encontrarme con una cava tan bien abastecida y tan cerca de donde vivo, me pone feliz. Al fin soy capaz de sentir algo diferente a la tristeza.

Ya la noche avanza y yo disfruto de mi sexta copa de vino, esta vez un semi dulce cosecha de hace cinco años, cuando una chica, vestida con un hermoso vestido rojo, entra al bar.

Al momento, mis ojos van hacia ella. Su atractivo cuerpo llama mi atención. Curvas en los lugares correctos, que son acentuadas con los cortes y ajustes del corto vestido. Un escote pronunciado en forma de "V", no deja paso a la imaginación. Sus altos tacones estilizan su figura y el pelo rubio, largo y lacio hasta la cintura, le cae como una cortina por la espalda.

Admiro su cuerpo largo rato, sin darme cuenta que sus ojos, están fijos en mí. Siento el peso de su mirada y levanto la mía, para encontrarme con un bonito rostro que me sonríe coqueto. Sus ojos son azules y brillan seductores. Al parecer, no le molestó mi atrevida forma de mirarla ni tampoco pretende ofenderse por comerla con los ojos.

Esta chica, esta noche, anda de cacería.

«Y, pues, parece que yo acabo de ser cazado», pienso, cuando me veo caminando a su encuentro, dispuesto a comenzar a vivir mi nueva vida.

(...)

La puerta choca fuertemente contra la pared y no puedo evitarlo. Siento la risa de la desconocida en mi boca, al estar fundidos en un beso duro, mojado y sensual.

Me separo solo un segundo para cerrar la puerta y la estampo contra ella, para seguir el camino de besos que comenzamos desde que salimos del bar. Su cuello, su mejilla, su boca. Mis manos traviesas exploran sin compasión, por encima de la ropa, necesitadas del contacto caliente de su piel.

Un gemido se escapa de su boca cuando muerdo sus labios, a la vez que con una mano rodeo uno de sus pechos. El vestido me da fácil acceso y no dudo en aprovecharlo. Alza sus piernas hasta rodear mi cintura y yo coloco mi mano libre en la suya. Aprieto con fuerza y me pego a ella, para aliviar así las ganas que tengo de liberar mi excitación.

—Ahhh... —gime, con los ojos cerrados, al sentir mi longitud rozar su parte más caliente. Todavía mi mano se mueve por sus senos, pero ahora mi boca la acompaña. Muerdo, lamo y chupo sin cansancio, provocando gemidos involuntarios.

—¿Lo quieres así? —pregunto con voz ronca, mientras sigo rozándome contra ella y no dejo de besar cada parte expuesta de su piel.

—Lo quiero ya —exclama, con voz gutural y cargada de deseo.

Su petición es música para mis oídos y, sin dudar, la llevo abrazada a mí hasta la isla que separa la cocina del resto de la casa. La apoyo en ella y me separo, para quitarme la ropa.

Mi camisa cae primero y me llena de orgullo ver cómo se relame los labios al ver mi esculpido cuerpo. Sus ojos brillan de aceptación cuando zafo el cinturón y me bajo los pantalones. A estas alturas, mis calzoncillos parecen una casa de campaña, pero todavía aguanto unos minutos más, en los que pretendo llevarla a otro mundo del placer que le daré.

Apoyo mis manos en sus rodillas y le abro las piernas. Con mis pulgares rozo suavemente su piel, subiendo poco a poco, cada vez más cerca del centro de su calor, pero sin tocarlo. Ella apoya sus manos en mis hombros, para sostenerse. Bajo mi cabeza, dispuesto a besarla. Sus gemidos ahora son más seguidos y su respiración más agitada. Ni siquiera la he tocado del todo y ya la tengo jadeando.

Pensar en eso de pronto me corta. Pensar en todo lo que puedo provocar en una mujer, me llena de contradicciones, al recordar que, al parecer, no fui suficiente para la mujer con la que pretendía pasar el resto de mi vida. Tuvo que buscar en los brazos de otro, lo que yo no pude darle.

Miro a la chica y ahora todo cambió. Ya no quiero que sea ella la que sienta el placer. Ahora quiero ser egoísta y provocarme a mí mismo hasta liberar todo esto que llevo dentro.

La tomo sin cuidado y la traigo hasta el borde de la encimera. Subo su vestido y una pequeña tanga, de color rojo, me excita aún más. Sin pensarlo mucho la rompo y en una fracción de segundo, uno de mis dedos entra profundo, sin pedir permiso y sin contemplaciones. Otro dedo. Y otro. Sus fluidos llenan mi mano y cada vez la chica pide más. Arqueo los dedos y los muevo lo más rápido que puedo. Entran y salen. Entran y salen. El ruido viscoso llena el ambiente y el olor a sexo inunda mis sentidos. Ella jadea, me muerde y me aprieta, justo antes de comenzar a temblar. Sus paredes me aprietan y es cuando paro.

Ella abre los ojos sorprendida, en el momento más álgido de su orgasmo me detuve. Pero no demoro más de tres segundos en bajar mis calzoncillos y ponerme el condón, así como ella tampoco demora en extender una sonrisa descarada en conjunto con una mirada de éxtasis total al ver mis intenciones.

Entro en ella de una estocada, dura y profunda. Sus piernas abiertas me reciben y su coño caliente y mojado me calienta aún más. Espero un segundo, en lo que ella asimila mi longitud y yo me acomodo a su interior. Respiro entre dientes para aguantar un poco más, pero estoy tan jodidamente excitado que sé no durará mucho para liberarme. Comienzo a moverme con soltura, ella me recibe sin problemas. Asimilo un ritmo constante, fuerte y rápido. El sonido de nuestros cuerpos al chocar me provoca y sus gemidos involuntarios me hacen saber que ella está cerca. Aumento los movimientos, a la vez que muerdo sus labios. Ella afinca sus piernas en mis nalgas y así quedamos más unidos, más profundo yo dentro de ella, con cada estocada. Cuando siento su coño aferrarse con fuerza a mi polla con otro orgasmo, una corriente me atraviesa la espalda y libero todo dentro de ella. Cierro los ojos y me muevo dentro un poco más. Termino de soltar todo lo que había acumulado desde la última vez.

Una vez que termino, me salgo de ella y me dirijo al baño. La dejo ahí, desplomada y sin fuerzas, encima de la encimera. Cuando regreso, ya limpio, ella está sentada en el sofá, con sus piernas abiertas y extendidas, esperando por mí.

Sonrío al verla, porque esto es lo que solía provocar con mis amantes. Un ansia eterna de continuar. De placer vivo y puro.

«Algo que, al parecer, Mary nunca sintió».

Recordar a esa manipuladora, me pone de mal humor. Con una expresión sádica en el rostro, voy hasta donde la chica está y la levanto. Me siento yo en el sofá y le hago un gesto para que se agache. Ella capta mis intenciones y otra vez, con una sonrisa pervertida, hace lo que le digo, acepta mi petición.

Toma mi polla entre sus manos y sin preámbulos, la lleva hasta el fondo de su garganta. Cuando ya no puedo aguantar más y me libero otra vez en su boca, no puedo evitar pensar que estoy de regreso en la vida que juré dejaría atrás.

«Vuelvo a estar con todas, pero no seré de ninguna».

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