Sinopsis
Desde el inicio, nos matábamos unos a otros por el control, para el dominio entre cuál de las razas superiores podía sentarse en la cúspide del poder. Todo lo que no fuera Lighters o Smooker, era débil. Pero no fue aquello quien trajo el caos, el verdadero caos a este mundo. Aun 30 años después siendo los Superiores los que controlaban el mundo eran superados por el monstruo que evolucionó de ellos. No había humano de ninguna raza, origen o edad que pudiera superarlo. Pero no se podía decir que lo intentaban, sembrar entre las tierras de la discordia, la avaricia y los secretos, la semilla de la esperanza, Si es que todavía existía tal cosa. Alguien, entre esos Superiores, se salió del molde, escapó, pero por más de que escape, que lo niegue, corra hasta que sus pies queden en carne viva, dentro de ella lleva el Caos. Y este busca un nuevo lugar en donde crecer.
Prólogo.
Lloraba acurrucada sobre mi manta por mi madre. Era la única cosa que sabía, que había descubierto después de que la lluvia torrencial pasara a solo un goteo sobre los canales de los edificios a cada lado, y mi cuerpo se acostumbrara de nuevo a ser un cuerpo y no solo un objeto que yacía bajo las mantas.
Eran las lágrimas que mi madre nunca vería. Una tal Sofía Martínez que venían de un lugar abandonado, destrozado hace mucho tiempo.
Una valiente que huía con esperanza, sin saber, sin siquiera conocer, que "algo" la destruiría sin importa si ella conocía su origen o había sido participé de la acción que había llevado a ese "algo" a convertirse en una devoradora de mundos.
Sofía no lo sabía, así como no sabía que se enamoraría de un impostor, daría todo por él hasta consumirse.
Le dio su última esperanza para el mundo, para con ella misma: una niña que nació con los ojos vacíos y sin esperanza. Esa pequeña no pudo verla una sola vez.
Era la quinta bebe, la cual la muerte no había reclamado. Todavía.
Hasta allí había llegado su suerte.
Aun así, esa bebe creció cinco años y aceptó lo poco que tenía; El amor inquebrantable de su madre, que la anclaba a la vida, y un casi oculto odio de parte de su padre por quitarle el amor de su vida, casi oculto.
Era la canción de cuna que se repartía por toda mi memoria como un álbum en los momentos que la inevitable pregunta del ser aparecía: ¿mi vida tiene sentido?
Pues no lo hacía, no lo era. No era nada aparte de un cuerpo aferrándose a los huesos por el hambre y una respiración entrecortada. Llorando por primera y última vez a una mujer que no tuvo culpa de la deuda que la persiguió hasta devorarla.
Pero también, agradecía por las memorias en el silencio que se originaba aquí, en el callejón de los rechazados. Aquellas memorias que le recordaban que fue alguien, perdió alguien, y sintió algo más que dolor y pena alguna vez.
Ella, yo, era eso, una descartada. Pero había estado corriendo mucho y por largo tiempo, hasta que la encontraron de nuevo.