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Sucedió cuando era pequeña.
Sucedió cuando estaba en secundaria.
Sí, ha pasado mucho tiempo. No lo recuerdo bien, si me lo pusieran en frente juro que no lo reconocería. Jamás lo busqué. Jamás nos buscamos, solo dejamos que nuestras vidas tomaran rumbos diferentes. Han pasado exactamente diez años... Diez largos años.
¿Qué habrá sido de su vida?
—Ariana, acaba de llegar un cliente a la mesa cinco. —murmura mi compañera.
Ella es Mónica. Ha sido mi amiga desde que tengo memoria.
Dejé de lavar los trastes y me sequé las manos con un trapo que estaba en la mesa. Salí y fui en dirección a la mesa cinco, donde estaba un señor de unos cincuenta años.
—Buen día —sonreí, tenía en mis manos una libreta para apuntar su orden. —¿Qué se le ofrece?.
Él levantó la vista y sonrió.
—Buen día. Quiero un café fuerte, por favor. —dijo. Asentí y lo apunté.
—¿Algo más?
Negó.
—Solo eso.
Caminé hacia Mónica.
—Un café. Fuerte. —apunté.
Golpeaba el lápiz en la mesa para mientras hacían el café. Mis horarios aquí en la cafetería Morris era solamente el turno de la mañana. De siete a doce del medio día.
¿Quieres saber de quién hablaba cuándo Mónica nos interrumpió?
Pues bien, su nombre es Sebastián. Él era un poco menor que yo. Yo tenía catorce y él... No lo sé. Quizá unos doce ¿qué? Para él amor no hay edad.
—Aquí tienes. —me lo entriega. —Oye, un papasito va entrando —susurra— Por favor, deja que yo lo atienda, ¿si? —hace puchero.
Rodé los ojos.
Mónica y sus ataques cuando ve a un chico guapo.
—Atiendelo todo lo que quieras.
Cogí el café con cuidado y, cuando iba a dar la vuelta, algo se interpuso ante mí y ¡pum! Que le hecho el café encima a alguien. Abrí la boca del asombro y elevé mi vista.
—¡Dios! Está caliente. —se queja el chico, despegando de su cuerpo la zona afectada. Me quedo mirándolo. Él deja de luchar por el café y me mira.
Sus ojos son cafés y juraría que los he visto en otro lado... Pero es imposible. Él también me mira, estoy segura que tengo la misma expresión que él en este momento.
Mónica tenía razón. Es guapo, muy guapo. Sentí algo en mi pecho pero no sabía qué era.
—Ariana, ¿qué pasó? —Mónica se acercó a mí.
Yo salí de mi trance y él también. El chico miró de Mónica a mí.
—¿Ariana? —me preguntó.
Asentí.
—Sí. Perdoname, —le dije— No me fijé.
Con el trapo que Mónica tenía acerqué mi mano para limpiarle la camisa.
—No te preocupes, —susurra— De todas formas esta camisa no era una de mis favoritas —sonríe.
Intente sonreír, pero no me salió.
—Soy un poco torpe. —murmure, elevando mi vista a él, nuevamente.
Él también me miró y frunció el ceño.
—Prepararé otro café. —comenta Mónica, alejándose.
¿Porqué no puedo dejar de verlo?
Carraspeé y me centré en otro lugar que no fueran sus ojos.
—Yo... Me tengo que ir. —dice— No puedo llegar así a mi trabajo.
Ahora sí elevo mi vista.
—Está bien —sonreí—Y, de nuevo, discúlpame.
—No hay problema. —caminó a la salida—Te veo luego —se despide.
Sonrío levemente, mientras lo miro subirse a un coche y alejarse de la cafetería... De mí. Qué locuras pienso.
—Ariana, toma, llevale el café al pobre señor que está inquieto. —Mónica aparece en mi campo de visón con el café en la mano.
—Claro. —lo tomo y me dirijo al señor. —Aquí tiene y disculpe la tardanza.
El señor sólo sonríe y le da un sorbo a su café. Me dirijo a Mónica quién tiene una expresión de diversión en su cara.
—Te miré —me señaló.
Fruncí el ceño y me senté en un banco, poniendo mis codos en la barra.
—No sé de qué hablas.
Lo sabía, sí que lo sabía. Sin embrago, ese chico me recordó a alguien, a alguien a quién quise mucho. Pero es obvio que nunca lo volveré a ver.
Triste realidad.
—Te miré con el chico guapo —se sentó a la par mía. —Lastima que lo espantaste —me reprocha, haciendo puchero.
—Fue un accidente, Mónica.
La cafetería estaba vacía, solo el señor del café estaba. Definitivamente hoy no es un buen día. No hay propinas.
—Pero bien que le sacaste provecho. No te dejaba de mirar. Se nota que le encantaste. —me codea.
Sí claro.
—No es cierto. —negué, haciendo corazoncito en la libreta de apuntes.
—Aunque ¿sabes qué? Ese chico me pareció conocido. No sé porqué pero me recordó a alguien. —murmuró, llevándose su dedo índice a su barbilla.
—En eso sí tienes razón —la miré—A mí también me pasó lo mismo.
—¿No será de la secundaria?
Se me instaló algo en el pecho al escuchar eso. La secundaria.
Sebastián.
No, no es posible.
—Quizá.
Tronó lo dedos como recordando algo.
—Esa mirada sólo una persona la puede tener —rió—¡Es Sebastián! —exclamó.
Parpadeé varias veces. No, no puede ser él, lo reconocería, aunque han pasado diez años. Sin embargo, sus ojos si me recordaron a él.
—Recuerdo cuándo te miraba, —comenzó—La misma mirada que tuvo ese chico contigo. Es obvio, Ariana.
Quería creerle pero no podía.
—No creo que sea él, además se fue... No sabemos si vuelva, aunque con lo que acaba de pasar lo dudo. Ni siquiera sabemos cómo se llama. De seguro no se llama Sebastián. Debe de ser pura coincidencia nada más.
Mónica pone sus labios en una sola línea y se encoge de hombros.
—Volverá.
Se levanta y se dirige del otro lado de la barra. Y a mí me deja con la duda.
—No estás segura, Mónica. —la miro con recelo.
Solo niega con la cabeza, riendo.
Recuerdo que mirarlo, me gustaba. Solía ir con mi amiga Mónica a su casa todas las tardes... A la casa de Mónica, claro. Lo que pasa es que Mónica vivía casi cerca de donde él. Me gustaba mirarlo jugar baseball con sus amigos después de clases.
Los dos éramos tímidos.
Ninguno se atrevía a dar el primer paso. Hasta que nos olvidamos. Bueno... Yo no.
Apuesto a que tiene novia y la debe de amar, no soportaría una ruptura más de corazón.
Y menos de su parte.
Salí de la cafetería a eso de las doce y media, teníamos que esperar a las chicas del turno de la tarde porque no podíamos dejar solo el local. Obviamente. Mónica y yo somos compañeras de departamento. Dejamos la Florida después de graduarnos para mudarnos aquí, a Nueva York.
Cumplí veinticinco años. Mónica es de mi misma edad. Sebastián debe de tener unos veintitrés por ahí. Llegamos al departamento y me dirigí a la cocina, saqué un poco de leche y bebí. Mónica encendió la televisión, para luego buscar su laptop.
—Estaba pensando... —comenta.
Dejé la leche en el refrigerador y la interrumpí.
—Eso es nuevo.
Rió.
—No, encerio. Pensaba en qué habrá sido de nuestros amigos de la secu. —teclea algo en su compu.
Me senté frente a ella.
Fruncí el ceño a lo que dijo. Oh, no, la conversación de hoy la puso a pensar... Y lo peor, en la secundaria. Solo pensar en eso recuerdo todo lo que pasé. Acepto que en los primeros años resivía Bullyng por parte de unas compañeras. Solo lo dejaba pasar.
—Aja, ¿y? —mi tono sonó rasposo.
Me miró por un segundo.
—Y... Quería buscar sus perfiles en Facebook, espero que tengan los mismos. —explicó.
La verdad no suena tan descabellado el asunto. Así podré ver a mis antiguas compañeras. Cómo estarán.
Me acomodé cerca de ella, donde tuviera una imagen buena de su computador.
—¿Quién será el primero? —quise saber.
—Sebastián.
—Bien... —sonreí, pero luego mi sonrisa desapareció al comprender bien el nombre que dijo. —Espera, ¿qué?
Me fijé que tecleo el nombre de "Sebastián Morris".
Olvidaba que la cafetería en donde trabajo así se llama "Morris".
Me sentía nerviosa, saber que veré a Sebastián, aunque sea en fotos. Mi corazón se detuvo en cuánto el buscador mostró muchos usuarios con ese mismo nombre. Cómo sabré cuál es.
—Mira este, es el primero. —le dio "click" a su perfil y salió.
Abrí los ojos como platos al ver quién estaba en esa foto de perfil. Creo que mi corazón se detuvo en ese preciso momento, no sé cómo no me puse azul por el aire que me faltaba. No puede ser.
El primer usuario con el nombre Sebastián Morris es el chico a quién hoy le tiré el café encima. Cómo es eso posible.
—No puede ser. —musité.
—Es él. —susurró Mónica—Te lo dije.
Parpadeé varias veces. Es él. Es Sebastián.
—Miremos su información. —dice, dándole "click" a la parte de información.
Salió un gran historial. Comencé a leer. Nació el veintiséis de noviembre, veintitrés años. Lo que dije. Estudió en la secundaria Hyland... Bueno, eso explica todo, me disipa las dudas. La secundaria Hyland fue donde estudiamos. No puede ser tanta coincidencia. Se graduó en administración de empresas y vive en Nueva York. Se mudó hace unos meses.
—Ya no hay dudas —murmura—Es tu Sebas.
La miré mal.
—Mónica, no es mí Sebas. —ataqué.
—Y lo peor es que está super bueno. —susurra. —Aguarda un momento... —se acerca más a la pantalla.
—¿Qué?
Me mira, poniendo sus labios en una sola línea.
—Aquí dice que tiene una relación con Vanesa Torres.
Oh, Dios. Pude sentir como todas mis ilusiones y emociones se hacían añicos. Lo sabía. Tiene novia y la ama. Lo sabía.
—Bien por él, ¿no? —empecé a tocarme las puntas de mi cabello.
Que ingenua soy.
—Vamos a ver qué tal es esa Vanesa.
Mónica la buscó y de inmediato salió su perfil, lo primero que vi fui "Tiene una relación con Sebastián Morris". No pude evitar sentir un poquitín de rabia. Buscó sus fotos, salieron al segundo.
Era una chica rubia, tez blanca, y con bonito cuerpo. Okay, esto es vergonzoso. Inconscientemente bajé mi vista a mis piernas, todas flacuchentas, ni cosa parecida a las de ella. Con razón Sebastián se enamoró de ella.
Estoy muy triste y enojada ahora.
Mónica siguió pasando las fotos hasta llegar a una en donde estaba ella con Sebastián. Sentí como mi corazón se terminó de romper al verlos juntos, besándose. El pié de foto decía "Te quiero" y firma "Sebas" respiré profundo.
Cómo pude ser tan tonta. Yo aquí pensando en él, en que si todavía me quiere y él muy felíz con su novia diciéndole "Te quiero".
Mónica cerró la laptop de un golpe.
—Okay, ¿qué tal si vamos por un helado y películas de amor? —sonríe.
Sé lo que quiere hacer. Llorar conmigo.
—¿Y alcohol? 一cuestiono, intentando detener las lágrimas.
Asiente de inmediato.
Porque la decepción fue grande. Muy grande.
***