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En el piso de un tío bueno

Se abre la puerta y le veo, ¡mi ideal! Está tan divinamente guapo como la primera vez que lo vi fuera del club.

– Hola! – sonrío, y él asiente feliz y me abraza, luego me da un besito en la mejilla.

– Ven al salón, te enseñaré el piso. ¿Quieres tomar algo?

– No diría que no...

Pasamos al salón, me siento en un sillón, él saca vasos y una botella de vino, y luego me pone una tableta delante.

– ¡Voy a enseñarte algunas de mis fotos eróticas! – me dice con una sonrisa pícara.

– ¿Eróticas? – sonrío.

– Sí, ¿te sorprende?

– Un poco... – empecé a mirar las fotos de Miguel, en las que salía sólo en calzoncillos y me excité como una loca.

– ¿Te gusta? – preguntó Miguel, sentándose a mi lado.

– Me gusta mucho. ¿Por qué tienes tantas fotos tuyas sólo en slip? ¡Y parecen tan profesionales!

– Estaba posando para la portada de una popular revista femenina.

Dios, si en la portada sus calzoncillos abultan así, ¿Qué estará pasando en su interior? – Pensé.

– Mira en esta carpeta, ¡fue una sesión de fotos enorme!

– Vale, – abro la carpeta, y ahí está Miguel con pantalones de cuero y un látigo en las manos, y ya está, no hay más ropa en diferentes poses, en el sofá, sobre la mesa.

– ¿Te gusta?

– Mmm-hmm, ¡son geniales! Estás francamente guapo -sonrío avergonzada, intentando convertirlo todo en una broma-.

– Me alegro de que nos hayamos conocido. – Dice sin dejar de mirarme.

– A mí también. – le respondo bajando la mirada.

– Eres muy guapa. Por cierto, ¡les gustas mucho a casi todos mis amigos! Todos los chicos se han empalmado contigo enseguida.

– ¿Y a ti? ¿Tú también te has empalmado? – Le miro y me tapo los ojos. El chico me besa suavemente en los labios.

– La verdad es que sí... Y de hecho, ¡iba a pedirte que te quedaras en mi casa esta noche!

– ¿Una noche? – vuelvo a preguntarle.

– Bueno, sí. Nos sentaremos, tomaremos algo, veremos una película, tengo una porno interesante....

Me ofrece una copa y acepto. La primera botella de vino está vacía. Abrimos la segunda, un dulce calor se extiende por mi cuerpo...

Y entonces pasamos al dormitorio.... Me besa lentamente los pechos desnudos, mientras mi ropa y mi sujetador yacen en el suelo.

Mis dedos se hundieron en su pelo y los besos de Miguel se hicieron más insistentes. Me dejé llevar por sus hábiles caricias mientras sus labios exploraban mi vientre, bajando lentamente hasta llegar a mis muslos.

El chico se levantó, me miró como pidiendo permiso para continuar y, sin negarse, se desnudó rápidamente, dejándose sólo el slip puesto. Se quedó un rato delante de mí, admirando mi cuerpo y dejando que yo admirara el suyo, y luego se quitó lentamente el slip.

Estaba tumbada en la cama con las bragas todavía puestas. Cuando estuve completamente desnuda, Miguel se acercó a mí y me bajó lentamente las bragas. Levantando mis caderas le ayudé a quitármelas y cuando también volaron al suelo, sentí los dedos de Miguel abriendo mi vagina y penetrándola poco a poco.

Por lo visto, mi amante tenía bastante experiencia en cuestiones de amor, porque lo que sus dedos hacían dentro de mí no se podía comparar con ninguna otra cosa. Me retorcía en sus manos como una serpiente en la arena caliente y sólo después de que el primer orgasmo me hubiera golpeado sonrió satisfecho, abrió mis piernas y me penetró bruscamente.

Me sorprendió lo poco convencional que era la cabeza de este chico. Era de tal tamaño que podía asegurarlo: nunca había visto nada igual. ¿Cómo es posible que tuviera una cabeza de tal diámetro?

Debido a este diámetro, sentí una fuerte tensión en mi entrepierna, y cuando esta cabeza se deslizó sobre mi útero, me pregunté cuánto placer podría dar un chico que estaba dotado por la naturaleza con tal instrumento.

Los movimientos fueron lentos al principio, como si su polla estuviera explorando mi cueva, tomándose su tiempo para penetrar cada vez más hondo. Sus manos cubrían mis pechos y, al ritmo de las embestidas, sus dedos me apretaban los pezones. Poco a poco, los movimientos se hicieron más bruscos y el ritmo se aceleró. Rodeé sus caderas con las piernas para permitirle una penetración más profunda y me arqueé, con los dedos apretados en sus manos como si quisiera clavárselos.

El ritmo aumentaba y creí que iba a morirme de placer, pero Miguel no me dio esa oportunidad. Se apartó de mí bruscamente y me pidió que me diera la vuelta.

Me di la vuelta y le dejé ver mi trasero y sentí su dedo penetrando mi culo, mientras su polla ya estaba de nuevo en mi entrepierna casi en toda su longitud.

– Relájate, nena. – Oí el susurro intermitente de Miguel. – Te encantará, te lo prometo. ¿Nunca has tenido sexo anal?

– Sí, pero ten cuidado. Tienes una cabeza anormal, tengo miedo de que me dañes el anillo. – Sollocé al sentir cómo introducía un segundo dedo. Tenía sexo anal y me gustaba que me follaran por el culo, pero siempre tuve miedo de los tíos tan grandes como Miguel, que podían dañarme algo. Por eso no puedo dejar que todos los tíos entren en mi cuerpo por la entrada trasera, sólo selectivamente, como aquel tipo del bus...

– No tengas miedo, Nitita, todo irá bien, sé follar por el culo. – Susurró y con la otra mano me inmovilizó contra la cama.

Sus dedos y su polla se movían al mismo ritmo, me dolía un poco y quería que parara, pero al mismo tiempo me excitaba. Se volvió más insistente e introdujo un tercer dedo, gemí, ya fuera de dolor o de placer y entonces sacó los dedos y empezó a presionar con la cabeza de su polla en mi rosal intentando penetrarme el culo.

Intenté zafarme, pero me apretó con fuerza contra la cama y no pude moverme. Entonces empujó más fuerte y su polla entró en mi oscuro agujero. Con sus dedos estimulando mi clítoris, el tipo empezó a moverse más deprisa. El dolor fue cediendo poco a poco y sentí que me levantaba el culo y me ponía la mano en el vientre. Concentrada en las sensaciones, me relajé y me di cuenta de que estaba disfrutando.

Me agaché para que pudiera penetrarme más cómodamente, me levanté y puse mis pechos en sus manos, agarrándolos, empezó a amasarlos, acelerando el ritmo de sus embestidas. Por un momento sentí que iba a estallar, y con ese pensamiento tuve un orgasmo como nunca antes había experimentado.

– ¡Eres increíble! – susurré, sintiendo su semen palpitando y llenándome.

Qué bien me siento entre sus brazos, pensé, apretándome más contra él.

– ¿Tienes hambre? Siempre tengo hambre después del sexo. – dijo levantándose-. Voy a cocinar algo, acompáñame si quieres.

Envolviéndome en una sábana, le seguí hasta la cocina. Me dolía un poco la espalda y me sentía incómoda. Demasiado para conocernos. Pero cuando entré en la cocina y le vi ante los fogones con su delantal, decidí hacer otra cosa.

– ¿Te lo has pasado bien conmigo? – pregunté apenas audiblemente, mojando galletas con leche.

– Por supuesto, cariño, ¿qué clase de preguntas? – Su sonrisa volvió a jugarme una mala pasada, apagando mi cerebro– ¿Te quedas conmigo esta noche o te vas a casa?

– Probablemente debería irme a casa -murmuré, dándome cuenta de que no sería capaz de explicarle a mi hermano que no había estado en casa en toda la noche.

– Bueno, como quieras. Dijiste que podías quedarte antes. – dijo el chico levantándose de la mesa. – Todavía tenemos tiempo, ¿no? – murmuró, acercándose a mí y quitándome la sábana de encima.

– Un poco. – susurré, sintiendo su lengua en mi pezón.

– Nita, ¿quieres que te folle por el culo otra vez?

Esa era la pregunta que más temía.

– Hagámoslo. ¿Cómo quieres hacerlo?

– Me voy a tumbar boca arriba y tú te vas a sentar encima de mí.

Todo mi cuerpo palpitaba de excitación. Voy a tener que ponerme sobre la gran polla de Miguel.

– Muy bien. Adelante.

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