Capítulo 1:
Sekhmet..
Nunca me he acostumbrado al frío helado de Inglaterra, a pesar de pasar años entrenando en los peores climas ya conocidos odio que el calor de mi tierra natal aún esté concentrado en mis huesos, en piel; en los más profundo de mis entrañas. Sin embargo, soy fiel amante a los calientes rayos del sol, pero desde que me enliste en una de las organizaciones militares más peligrosas del mundo he dejado atrás esos gustos por mi amada Turquía; una ciudad conocedora de sus más fieles y bellas culturas, pero también las más crueles.
Cierro mis ojos, concentrándome en mantener mis acelerados latidos en sintonía; mientras agudizo mis sentidos para escuchar los murmullos y cuchicheos de todos los que nos rodean, porque aunque para ellos esto no es más que un simple entrenamiento, para mí es una forma de superar ciertos demonios que me han atormentado desde hace años; incluso desde la perdida de mi madre en dos mil veintiuno. Una pérdida que me dejó una herida que se ha tardado más de lo debido en sanar, pero que me ha impulsado a ser quien soy.
—Concentración Sekhmet —demanda mi superior con su voz neutral y frívola, admirando el cronómetro en su mano derecha, a la vez que siento como el aire frío mueve algunas hebras rebeldes que se liberaron de mi moño alto.
La adrenalina se activa; descontrolando hasta la más diminuta célula de mi organismo, volviéndome una pantera deseosa de destrozar al que se me atraviese, admirando millones de posibilidades en mi cerebro. Todo esto da inicio a reacciones ya conocidas para mi.Puedo percibir el intenso acelerón que me pega mi ritmo cardiaco distribuyendo la sangre por mis tubos sanguíneos con muchísima más rapidez, mi calor corporal aumenta haciéndome sudar y que diminutas gotas de agua salada sean liberadas por mis poros; humedeciendo mi pálida piel, mientras pequeñas nubes de humo abandonan mis carnosos labios por los cuales deslizo suavemente mi lengua extendiendo una húmeda capa, entre tanto percibo su textura gruesa.
La enorme cúpula que nos protege de la intensa lluvia que cae; en estos momentos se encuentra activa cuidando a los cadetes que se preparan para entrenar en los otros circuitos que cada vez son más difíciles según el rango; el barro húmedo por las recientes lluvias y las pequeñas gotas que se cuelan por lugares estratégicos que me preparan para lo que se viene; junto a el olor a humedad que se adentra por mis fosas nasales revolviendo hasta la parte más baja de mis entrañas. Inmensos reflectores me mantienen con mi visión a toda popa, enterneciendo mis pupilas con la visión exacta de cada uno de los lugares que debo esquivar, saltar, o evitar cuando el reloj de la hora y el disparo me indique que es el momento.
Mis ojos se desvían a la pista de entrenamiento que tengo justo frente, calculando cada movimiento y estrategia porque un buen soldado sabe cuando, donde y en qué momento puede fallar; nos han enseñado que no solo sé debe tener un plan A, porque para eso tenemos muchísimas más letras en el abecedario, debemos estar al tanto de que cualquier paso en falso puede llevar acabo un fallo, por tal razón nos preparamos para cualquier remota posibilidad de terminar mal.
—Recuerda nunca dejarte llevar por el instinto de supervivencia —anuncia, con voz cruda, demostrando la frialdad de sus palabras; incluso la dureza y algo que ya conozco más que bien, pero que oculta con rastros de inteligencia—, el instinto de supervivencia solo te lleva a cumplir acciones que solo están basadas en sobrevivir; sin embargo, tú objetivo es luchar, acabar con las ratas que contaminan este mundo, sin terminar con vidas inocentes en el acto, porque eso es lo que ellos quieren, que te pierdas en el proceso.
Mantengo mi vista al frente, mientras algunos soldados se posicionan y otros observan atentos cada jodido movimiento que voy a ejecutar, queriendo leer mi expresión corporal. Sonrió para mis adentros, colocándome en posición de salida, tranquilizando mis sentidos, dejando atrás los malos recuerdos que me acechan porque esos son los que más tengo en mi cabeza, y los que más me gustaría olvidar.
—Preparada... —comienza, extendiendo su mano y sosteniendo el reloj junto al silbato que descansa en sus labios listo para ser sonado...
Tardan unos segundos en los que la incertidumbre aumenta, intensificando los latidos de mi corazón, provocando que este órgano bombee más rápido la sangre a toda parte de mi cuerpo; ofreciendo un calor que me mantiene lista para lo que sea.
Mantente Serena...
... Respira.
Nunca te dejes vencer...
Una voz que reconozco como la de alguien que no quiero recordar llega a mi cabeza, impulsándome a clausurar mis ojos por unos breves segundos que son más que suficiente; porque la sangre me comienza hervir, lo hace con fuerza y rapidez nada más que esa voz acapara mi cerebro. .
—... ¡Ya! —el sonido desmedido me impulsa a salir a toda velocidad por el sucio pasto húmedo debido a la lluvia de diciembre.
Mi respiración se acelera cada vez más, mientras yo muevo mis brazos y mis piernas en coordinación con la intención de esquivar obstáculos.
Ejecuto un salto, apoyando mi mano en el borde de la superficie esponjosa y húmeda que casi me hace resbalar, pero logro equilibrarme. Respiro, volviendo a centrar toda mi atención en el soldado que se posiciona delante de mi en posición de combate.
La debilidad no debe verse...
... Lucha hasta que vean que las mujeres somos más fuertes.
Eres una maldita guerrera... Demuéstralo.
Sonrió con malicia, algo que solo demuestra que estoy más que lista para acabar con mis demonios... al menos eso quiero llegar a pensar.
Me coloco en posición de combate, manteniendo mis brazos posicionados en coordinación con mis rodillas; protegiendo mi cuello, rostro, y mi abdomen de un evidente ataque inesperado.
El pelinegro que tengo delante me hace una seña para que ataque, ocasionando que eleve una ceja con inquisición, lista para rematarlo de un solo golpe.
Me lanza un jab que es esquivado por mi, para luego bajar y propinarle un golpe certero en el estómago que lo descoloca, sacándole gran parte de su aire. Se estremece; lo sé por la forma en la que busca respirar y aunque se que debo detenerme ya se me es imposible porque disfruto de acabar con quienes se atreven a enfrentarme, por algo soy conocida como la Diosa de la venganza.
Relamo mis labios, lista para propinarle el golpe que lo remate cuando sorprendida soy golpeada en la cabeza; aturdiéndome más de lo pensando.
Mi cabeza comienza a sangrar, impulsándome a deslizar mi dedo por la herida que no deja de sangrar, a la misma vez que mi vista se nubla demostrando el peligro que corre ahora mismo este chico.
No tengo ni idea de quién es; ni siquiera sé si forma parte de mi equipo, solo sé que se ha metido con la mujer equivocada, en el lugar equivocado, en el justo momento equivocado porque mi instinto destructivo se activa, demostrando algo... Nunca debes provocar la furia de una mujer con bipolaridad y conocimiento en todas las artes de combate que se han desarrollado a lo largo de los años, y más cuando tiene tendencia a tener ataques maniacos.
Mi visión se nubla, sé que no debo dejarme vencer por mis genes, pero Justo ahora la sonrisa de destruccion que llevo en mis labios es solo una advertencia para lo que puede estar por suceder; sin embargo, una leve bruma se presenta ante mis ojos siendo suficiente para volver a mi tranquilidad, junto al rostro de la mujer que me crio y sus suaves palabras.
—Nunca te dejes vencer por la oscuridad...
Aunque mi mayor miedo es el hecho de que siempre me ha gustado la oscuridad, el morbo y la perversidad; todo desde ese fatídico momento en que me volví adicta al sabor equivocado... al delicioso aroma a muerte.
Mis palpitaciones aumentan, a la vez que trato bajando la saliva que se acumula en mi boca por unos minutos innecesarios, el frío que antes calaba mis huesos ahora me hace sudar.
Ejecuto un golpe en su vena caortica, dejándolo completamente inconsciente, impulsándome a continuar mi faena.
Corro, salto, doblo, me oculto, ataco; realizo los mismo movimientos por todo el circuito de entrenamiento sin siquiera detenerme a pensar lo que debo o no hacer.
El intenso torrencial ya cae encima de mí gracias a que la cúpula de protección es completamente desactivada, no me percato ya que el sudor no deja de correr por mi rostro, aunque ahora está mezclado con gotas frías de lluvia. La llovizna humedece el melancólico y hosco terreno de a aproximadamente mil metros cuadrado, abarcando la sala central de mando, el campo de tiro oculto, la perrera de entrenamiento, el garaje subterráneo, la piscina de atletismo, el aeródromo donde recibimos las armas, el edificio de cuarenta plantas de psicología, el principal que es el de telecomunicaciones, la robusta edificación de diez plantas de ingeniería industrial, la escuela de soldados que consta con veinte plantas, el inmenso comedor, y los cuatro ring de boxeo con cuatro maestros diferentes. Es una gran establecimiento con paredes recubiertas por concreto, piedra de jaimanita y colores neutrales que recubren los corredores. Los vestidores son un lugar poco transitado ya que la mayoría convive dentro de la unidad.
Vuelvo mis pensamientos a donde me encuentro, cruzando miradas con el pequeño de ojos azules que me mira, sus fracciones angelicales son las que más me recuerdan a quien tanto perdí por culpa de alguien que no sabe el significado de la palabra familia; mientras me enorgullezco de verlo con su traje verde olivo recubriendo su cuerpecito.
Las ovaciones de mis cinco amigas apoyándome a superarme me acompañan, siéndome imposible detenerme cuando sé que lo puedo lograr si me lo propongo.
Mis ojos divisan una pared de piedra que se debe escalar, haciendo que desvíe mi atención hacia los dos soldados que me persiguen con la clara señal de ataque plasmada en sus fracciones masculinas. No doy cabida a que puedan alcanzarme ya que con cautela comienzo a escalar las rocas; sintiendo como la textura bastante conocida de aquel material raspa mis manos, mis rodillas se cortan dejando pequeñas heridas que sangran, pero gracias a la potencia que a alcanzado la adrenalina que recorre mis venas ni siquiera percibo el ardor normal que me haría detenerme.
«No puedo; no ahora»
Continúo subiendo una pierna, luego otra; hasta que logro alcanzar la sima de la montaña, admirando la altura que me separa de la meta.
Mi pecho sube y baja acelerado, mientras gotas de sudor se desplazan sin sentido por mis pechos, rostros y manos que me complican la bajada.
Las articulaciones me duelen mogollón, impidiendo que lo que antes no sentía ahora se vuelva más que molesto y desquiciante... Una mierda en realidad.
Respiro, buscando el oxígeno suficiente para concentrarme y mantenerme con mis sentidos agudos; me muevo con sigilo, encontrando a mi lado derecho unas pequeñas ruinas en las que se puede apreciar mi objetivo.
«La fortaleza viene de la fuerza de voluntad»
Me repito a mi misma en mi cabeza; manteniéndome en alerta acercándome a mi destino.
Mi respiración acelerada es un indicio de lo rápido que debe estar bombeando mi corazón, y por inercia desvío la vista hacia el pequeño reloj en mi muñeca derecha que me muestra lo mismo; maldigo tratando de relajarme un poco al darme cuenta de que ando casi por cien pulsaciones por segundo y eso no es algo para nada bueno.
Me pongo de pie, esquivando uno que puto golpe que llega, volviendo a estar con mis puños cerrados; ejecutando un jab, junto a un derechazo seguro que los deja a dos de los que me aparecieron por la esquina inconscientes.
Corro, alcanzando una AK-47, desarmándola como bien me han enseñado desde hace años, desactivando las partes principales para después repetir el proceso con el mango y lo demás.
Finalizo, lanzándome al barro para tener que esquivar las balas que vienen por todos lados, evitando herirme en el proceso; mi visión se ve algo comprometido debido al barro que se ha extendido por mi rostro, una real basura. Terminó de arrastrarme como un gusano, para ponerme de pie y limpiar lo que me implica ver a donde me dirijo.
—Tu puedes hermanita —lo escucho gritar, volviéndome a mirar sus hermosos orbes cobalto, mostrando en ellos ese brillo y confianza en mi que me llena el pecho de euforia.
Lanzo un beso que él atrapa, a la vez que no me detengo y vuelvo a sostener un arma, pero esta vez es una Beretta nueve milímetros con un calibre personalizado que es suficiente para dar las dos veces en el blanco exacto y así culminar mi entrenamiento.
El agotamiento es visto ya en mi rostro, mientras que a los demás parece darle igual y se aproximan emocionados gritando mi nombre.
—Un minuto y doce segundos —emplea mi superior, dándome dos palmaditas en la espalda, yo solo me lamento porque estoy al tanto de que podría haberlo hecho mucho mejor—, vamos mejorando.
Sé que lo hace para que no me ponga tanta presión, pero conociendo que trata de ser bueno ahora cuando siempre ha sido quien me ha impuesto de que debo ser perfecta en lo que hago, porque si fallo una vez puede costar más de lo que quiero que cueste.
—¡Estuviste grandiosa! —Carla, una hermosa castaña de ojos chocolate se acerca emocionada, acompañada de Monica, otra castaña de ojos marrones y voz de diosa; junto a Soraya; una rubia de ojos azules con un estupendo desarrollo en la ingeniería; y luego esta Patrizia una pelirroja de ojos azules cobalto que es la mejor en lo que narcoticos se refiere; todas con sonrisas adornando sus labios, con sus uniformes que bien se conocen como los mismos que se llevan en el ejército, e incluyendo sus moños sin una hebra de su cabello fuera; mientras la castaña de ojos marrones sostiene una botella de agua sellada y una toalla para quitar el barro de mi rostro.
—Yo no diría que grandiosa, pero estuve bien —mis palabras la llevan a contraer su rostro en una mueca de molestia—, se que debo mejorar más.
Todas rodean sus ojos, a la vez que la pelirroja coloca su mano en mi hombro, ocasionando que las demás repitan el proceso, dándole igual que esté completamente llena de barro.
—Un buen entrenamiento antes de la misión de mañana —anuncia mi superior, estrechando nuestras manos juntos con su corpulento traje, sus ojos negros como la noche y esa peligrosidad que poseen los hombres de esta organización.
—Debes dejar de ponerte tanta presión, sabes que no puedes siempre ser tan perfecta como te has propuesto —murmura, dándome un apoyo que solo me impulsa a sentir la rabia correr por mis venas.
Me levanto de un salto, apretando los puños a cada lado de mi cuerpo, sintiendo como mi corazón bombea con muchísima más rapidez y fuerza, sacando a relucir mi rabia contenida.
—¡Ustedes ni siquiera lo entienden! —espeto alejándome de ellas con la furia contaminando mi sistema, esquivando al pequeño Sebastián que se acerca emocionado al verme; sin embargo, le doy de lado necesitando calmar la ansiedad que me corroe con una buena pelea de esas que tanto me llenan.
Dejo a todos atrás, adentrándome en los corredores que dan directo a los vestidores, bebiéndome de un tirón el contenido de la botella de plástico: sintiendo como el líquido calma la incesante sed que se ha acarreado de mis entrañas, refrescando mi cavidad bocal en segundos. Las gotas de sudor se mezclan con el barro, molestándome más de lo debido por los recuerdos que comienzan a bombandear a mi subconsciente.
Esquivo a algunos soldados que se pasan con rostros brutales, lanzándome miradas para nada dulces que me ponen peor porque siento que me ven como alguien inferior y odio que las mujeres a veces no estén bien vistas en estos tipos de lugares, porque creen que somos frágiles ante sus ojos solo porque una sociedad lo ha impuesto así a través de los tiempos, cuando somos más fuerte o iguales a los hombres.
Diviso las puertas que dan a mi destino, suspirando de libertad cuando no dudo en hacer nada y me lanzo de una al interior del baño, abriendo la pileta de la ducha que cae por todas mis curvas eliminando las costras de suciedad que se han impregnado en mi piel.
Mojo mi cabello negro como la penumbra, con mis hebras lacias y largas cayendo en cascada por mi espalda, mientras el inmenso tatuaje de una serpiente se desplaza por mi espalda siendo visible en ella lo letal y venenosa que puedo llegar a ser, porque en mis orbes hipnotizados te puedes quedar, y sin darte cuenta hechizado puedes estar.
Esparzo el delicioso jabón líquido con olor a manzanilla por cada parte de mi, no dejando ni siquiera un poro sin desinfectar, higienizando hasta las más pequeña célula de mi cuerpo.
El agua está helada, pero al menos la hipotermia calma a mis oscuros demonios por una vez, ocultándolos en lo más bajo de mi subconsciente junto a esas imágenes cubiertas de sangre, viseras y dolor.
Finalizo mi faena, envolviendo una toalla en mi cuerpo, para sin cuidado lanzar mi uniforme sucio dentro de una lavadora secadora, mientras me coloco mis bragas de encaje carmesí, y mi sujetador a conjunto. Ato mi cabello en una coleta alta un poco desaliñada, para terminar de enfundar mis piernas en unos jeans de cuero con cortes en las pantorrillas, unos botines rojos de tacón cuadrado, un crop top negro con escote corazón y mi chaqueta de motociclista.
Recojo las llaves de mi YAMURA que se encuentran unidas a las de la mansión donde me hospedo con mis mejores amigas, mi celular, mi indetificacion y mi DNI del ejército para cualquier emergencia.
Introduzco una goma de mascar de canela en mi boca, dejando que el intenso picor rebaje mis ansias de pelea.
Dejo todo atrás, dirigiéndome a paso apresurado al parqueo subetarraneo que posee la instalación, subiéndome al elevador en completo silencio y sin nadie que martirice mi tranquilidad.
El silencio que se extiende me calma, lo hace porque a pesar de que deja que mis pensamientos vuelven puedo llegar a sentir que lo único que me mantiene algo cuerda son estos momentos de reflexión, porque me hace darme cuenta de quien soy, lo que quiero y lo que voy a lograr.
Soy una mujer que ha pasado por millones de tropiezos en esta vida, perdido a personas que ama, recibido un regalo magnífico que se llama Sebastián; un niño que ha sido una luz en tanta oscuridad y alguien que ha sabido estar para mi. También tengo a mis amigas, hemos estado juntas desde los trece años en que comenzamos todas, ahora tenemos veintitrés años y es como si nuestra amistad se deteriorara por segundos, no sé en sí la razón, aunque estoy al tanto de que la mayoría de los problemas son por mi culpa.
No soy una persona fácil de llevar, la mayoría del tiempo necesito estar a solas para no hacer daño a nadie con mis palabras porque cuando me lo propongo puedo llegar a ser muy hiriente, muchas personas terminan dañadas por mi culpa y recuerdo las palabras de ese ser cada vez que estoy en estos momentos de autorreflexión: "Nosostros somos un cáncer que muchos quieren exterminar, pero cuando menos se lo imaginan nos regeneramos", duele pensar que tiene razón, pero cada vez más me doy cuenta de que es así.
Las puertas se abren finalmente en mi destino, dándome la oportunidad de cómo siempre desactivar las alarmas de mi bebé deslizando mi dedo por la leve ranura de reconocimiento que una de mis mejores amigas creo, a la misma vez que meto la llave en su lugar percibiendo el rugir del motor impregnar mis venas.
El olor a gasolina me fascina, es un fetiche realmente raro, pero, siendo honesta nada en mi es normal.
Trago, finalmente dejándome llevar por la adrenalina que empieza a colarse desde lo más profundo de mi ser, a la misma vez que sin dudar en sí quedarme y dejar que mis amigas me tranquilicen decido salir a toda marcha de la instalación por los túneles subterráneos que nos dejan justo en la subestación de London Bridge donde termino encontrándome con una inmensidad de personas que habitan la inmensa capital de este frío país... Londres.