Capítulo 5: Mi nuevo hogar
Visualicé el amplio terreno que estaba frente a nosotros en cuando el auto se detuvo. Mis ojos se abrieron por la enorme construcción que veía, era una jodida mansión, las paredes brillaban con la luz de la luna y la modernidad de cada zona me deslumbraba.
Pensé que Jax me llevaría directo a la empresa, o un departamento, pero al parecer esa era su casa, su hogar. En la puerta principal se encontraban dos hombre bien vestidos, con trajes formales y lentes de sol, me recordaban a los trabajadores de Richard que me echaron del departamento.
Caminé junto a él, separada por unos pocos centímetros, me daba miedo poder perderme entre tanto lujo.
—Ella es Oriana, se quedará en esta casa, puede salir y entrar como desee, no quiero que le prohíban el paso ¿De acuerdo? —ordenó Jax.
—Sí, jefe —dijeron los dos hombre al unísono, haciendo una reverencia.
Abrieron la gran puerta de madera, provocando que un sonido peculiar invadiera mis oídos. Seguí el paso de Jax, detallando cada zona del lugar como si fuera una niña curiosa, asombrada por la alfombra de mimbre en el centro. Habían cuadros antiguos de personas que desconocía, posiblemente eran familiares, antepasados. Las mesitas tenían encima floreros de vidrio, las lámparas eran de un cristal tan fino que el más mínimo toque lo rompería.
También llamó mi atención la enorme escalera central que tenía encima una larga alfombra roja desde el inicio hasta el final.
Una mujer de aproximadamente cuarenta años atravesó el umbral que no tenía puerta, a nuestro lado izquierdo. Su cabello negro estaba atado en una cebolla y traía puesto un uniforme típico de sirvientas con delantal.
—Señor Jax, bienvenido de nuevo —Hizo una reverencia.
—Teresa, ya te he dicho que no me digas señor, aún no estoy casado —bromeó el hombre—. ¿Pueden preparar la habitación de huéspedes? Tenemos una nueva inquilina —añadió.
La mujer se llevó ambas manos a la boca por la sorpresa, como si no creyera el hecho de que Jax tuviera una invitada.
—¿Es quien creo que es? —le murmuró la pelinegra con picardía, pero logré escucharla.
Jax se limitó a asentir y yo estaba más confundida que antes. ¿O sea que todo el mundo me conocía de la noche a la mañana? Le lancé una mirada de incredulidad al hombre que estaba parado a mi lado, me crucé de brazos porque básicamente no me había dado ninguna respuesta coherente sobre el por qué quería casarse conmigo.
—¿Hay algo que tengo que saber? —interrogué, más que todo hablándole a la mujer.
—Oh, no, querida... —No terminó de hablar cuando Jax la interrumpió.
—Acompáñame al comedor, debes tener muchísima hambre si lo único que has comido hoy ha sido el pan que te compré —indicó, con una sonrisa maliciosa.
Se estaba burlando de mí, eso era obvio. Lo peor es que mi estómago hizo el sonido que no quería que hiciera en cuanto escuchó la palabra: comer. Me quedé avergonzada y con las mejillas rojas, seguramente. Hasta mi propio cuerpo me traicionaba.
—Tendré la habitación lista para cuando terminen de cenar —Teresa nos guiñó el ojo.
Se marchó con una alegría en su andar mientras tarareaba una canción que no conocía. Jax hizo un ademán con su mano para que atravesara el umbral que nos llevaría al comedor. Detallé una gran mesa en donde cabían diez personas, encima tenía tres candelabros y un mantel estampado de frutas. Era un espacio mucho más pequeño en comparación con la entrada.
También habían cuadros, pero de paisajes pintados con acuarela.
Jax sacó una de las sillas, ofreciéndome el asiento como todo un caballero, justo como lo hizo anteriormente en el auto. Me senté, acomodando mi pantalón y apoyando ambas manos encima de la mesa.
—No sabía que eras un príncipe, te imaginaba más como el lobo feroz —dije con sarcasmo.
Él tomó asiento frente a mí para poder mirarme a los ojos sin problemas, cosa que alteraba los latidos de mi corazón.
—Puedo ser un lobo feroz cuando quieras, princesa —Me guiñó un ojo y una sonrisa pícara se formó en sus labios.
Mis mejillas ardieron porque había malpensado sus palabras, es que era obvio que lo decía con otras intenciones. Tragué saliva, sintiendo mi respiración ahogada por los nervios, pero mantuve la compostura para no parecer una fácil ni mucho menos cobarde.
—Deja de insinuar tonterías que no vienen al caso —bufé, apoyando mi cabeza sobre mi puño.
—Solo estaba bromeando, deberías tomarte las cosas con un poco de humor y no estar seria todo el rato —alegó, sin dejar de mirarme.
—Pues tú quieres casarte conmigo, ¿no? Tendrás que soportarme como soy —respondí, rodando los ojos.
—¿Habladora, terca y preguntona? No suena tan mal si lo piensas —murmuró, con la mano en el mentón.
—¿Eso es lo que crees de mí? —cuestioné, haciéndome la ofendida.
—No lo creo, estoy seguro. Pero de cierta manera te hace ver atractiva, sobre todo la cara de culo que no te la quita nadie —dijo, en tono burlón.
Sentí que mis mejillas se inflaron por el insulto, pero me contuve las ganas de gritarle e irme de ahí porque sabía que no tenía ningún otro lugar a donde ir, a parte de que Jax no me había hecho nada malo, fácilmente podía utilizar su fuerza y obligarme a hacer muchas cosas sin mi consentimiento, pero no lo hizo.
Eso le dio puntos conmigo, aunque fuera un completo imbécil con un sentido del humor catastrófico.
—Como si tú fueras perfecto —mascullé, cruzada de brazos.
—¿Por qué piensas que no lo soy? —inquirió, alzando una ceja.
—Traerte a vivir contigo a una mujer de la calle y querer casarte con ella, me parece tonto porque no soy la única que andaba en una situación difícil, hay muchas mujeres que están ahorita sin comer mientras nosotros estamos sentados en una jodida mesa brillante y esperando la cena —solté, entre dientes.
¿Por qué me enojaba la oportunidad que me estaba dando? Ni yo misma me entendía a veces. Supongo que solo me sacaba de mis casillas el pelinegro ese.
—Pero te elegí a ti, ¿por qué no estás más agradecida?
Lo miré fulminante, iba a protestar, pero otra señora con el mismo uniforme que tenía Teresa apareció para interrumpir el momento. Se acercó a Jax, haciendo una reverencia, ni me di cuenta en qué momento él la había llamado.
—Lo mismo de siempre —ordenó el hombre.
La mujer asintió y se marchó, ni siquiera sabía qué era lo mismo de siempre, no me preguntó a qué cosas era alérgica ni nada por el estilo.
—¿Qué va a traer? Porque te informo que soy alérgica al maní —aclaré.
—Lo sé, no te preocupes. También investigué eso.
—¡No lo digas como si me conocieras de toda la vida! —exclamé, golpeando la mesa.
Me llenaba de coraje y frustración no saber si en el pasado me topé con ese tipo y nos llegamos a conocer, aunque haya sido de niños, no lo recordaba y eso era lo que más me molestaba, no entender por qué él sabía todo de mí, y yo no sabía nada de él...
—Oriana, cálmate, estás muy alterada, lo mejor será hablar después de comer ¿No crees? —pidió, con los ojos brillosos.
No sabía qué poder tenía la voz de ese hombre que me obligaba en hacerle caso, tal vez porque lo hacía con la mejor intención, en cambio yo andaba quejándome por todo.
Es que vamos, mi vida había cambiado de la noche a la mañana, tenía que procesarlo todavía.
La sirvienta llegó con una bandeja en sus manos, mi vista se fijó en ella porque si lo pensaba bien, lo único que comí en el día fue un trozo de pan con tal de guardar el resto... Me quedé boquiabierta y casi babeando al ver el pollo cocido ser servido en la mesa, un plato para mí y uno para él, venía acompañado de ensalada, al igual que unos cuencos con arroz.
Se me hacía agua la boca con tan solo oler el buen aroma que desprendía la comida caliente, el humo también era visible a simple vista. La mujer nos deseó un buen provecho y sin esperar nada a cambio, se marchó.
—Puedes disfrutar de la comida, me imagino que estuviste muy preocupada por lo que ibas a comer esta semana. Ya no tienes que mortificarte, aquí comerás bien —explicó el pelinegro, mirándome mientras sostenía sus manos sobre la mesa.
Caí en la tentación del delicioso olor imprégnante que invadió mis fosas nasales. Tomé los cubiertos con la intención de hacer caso a sus palabras y empezar a comer. Llevé el primer bocado, sintiendo un estasis tremendo invadir mi paladar, solté hasta un leve gemido por accidente.
Carraspeé en cuanto vi que él no apartaba su vista de mí, con una sonrisa divertida y espectante, no tocó su plato, solo me contemplaba.
—¿No vas a comer? ¿O no puedes resistirte ante mí? —inquirí, juguetona.
—Pensé que me odiabas, no te creí capaz de intentar coquetearme —bromeó, tomando los cubiertos en sus manos.
—No te estoy coqueteando.
—Yo lo vi como coqueteo.
—Pero no lo fue.
—¿Y si yo te digo algo mejor? Que estás guapísima aún con el trozo de lechuga que reposa en tu mejilla, te hace ver sexy —proclamó, en un tono pícaro.
Mis mejillas ardieron de inmediato. Quise protestar, pero lo único que salió de mi boca fue un gruñido impotente por no saber con qué carajos contradecirle. Él me sonrió, victorioso de haber ganado la discusión.
Imbécil.