Capítulo 2
— Pero bueno, sacarás una mejor nota en los exámenes, estoy seguro. — digo y Sara asintió. - ¿y tu? ¿Cuánto tomaste? — Sara está en su último año en Moda.
- Mira eso. — muestra la foto que tomó del mural del segundo piso.
— ¡Mentira!, ¡Dios mío, estuviste excelente! — Me levanto para poder abrazarla.
- Es excelente. — Thomas toca el cupcake con la cabeza gacha.
— ¿Qué es eso Tom? ¿No estás feliz por mí?
— Obviamente lo soy, solo desearía que los tres pudiéramos sacar buenas notas. — entra en el abrazo colectivo.
Al igual que a mí, a Tom todavía le quedaba otro año de curso. Y este es el último año de Sara en la Universidad. Lo cual me pone ansiosa porque faltan pocas semanas para que terminen las clases y espero que mis notas no hayan sido de las peores.
[...]
El jueves había sido mortal, pero nada era más agotador que encontrar a mi hermano tumbado en el sofá con Eva en su regazo.
— Oye, ya estoy aquí, ¿nos estamos despertando? — Le doy unas palmaditas en la cara y se despierta asustado.
— ¿A qué hora volviste? — pregunta, y levanto de su regazo a la niña de dos años.
— Ahora puedes irte a dormir, yo la acostaré.
— Mira, lo aceptaré. — Besa mi frente, caminando hacia su habitación.
—¿Cayo?
- ¿Mmm?
—Él no está allí, ¿verdad? — cuestiono y veo el arrepentimiento en sus ojos.
— No lo necesitamos, ¿recuerdas? Somos nosotros tres contra el mundo. — me da la espalda caminando hacia su habitación.
Sí, nosotros tres.
Miro a Eva en mi regazo, ella le había jalado el cabello rubio a nuestro padre y los ojos negros a mamá.
Éramos solo nosotros tres, porque como mamá decidió irse de casa después del nacimiento de Eva, nuestro papá simplemente se volvió loco. No le importamos ninguno de los tres, ni siquiera yo, Eva o Caio. Su mundo gira en torno a la bebida, sorbo tras sorbo.
Es mi hermano quien se encarga de todo, Caio tiene años, se casa dentro de unos meses. Yo tengo, y Eva tiene dos, y realmente, somos nosotros tres contra el mundo.
— ¿No es así Eva? —Camino con ella hasta su habitación, colocándola en la cama rodeada de almohadas.
Lo sentí por la pequeña, Eva ni siquiera había conocido a su madre, Caio y yo somos todo lo que tiene.
— ¡Y esa serpiente nunca se acercará a ti! — Beso su mejilla regordeta, caminando hacia el sofá cerca de la ventana.
No tuve una vida fácil, no. Pero no me quejaba en los rincones. A la gente que no tiene absolutamente nada, nada que comer, nada que vestir, ni familia, y bueno… ¡lo tengo todo!
- Tenemos todo. — Miro fijamente a Eva, tumbada agarrando su conejo de peluche.
- ¿Aún despierto? —Me asusta Caio en la puerta.
— Yo te pregunto lo mismo, ¿no te morías de sueño, criatura? — Me siento quitándome las zapatillas.
— ¡Lo estaba, pero quería venir a dormir contigo! — dice bostezando y recostándose junto a Eva.
¡Sí, lo tengo todo!
Nunca sabes lo que el mañana traerá. Nunca sabes si despertarás vivo, si una enfermedad no puede surgir de “la nada”, puedes toparte con alguien y experimentar un amor platónico, puedes perder todo lo que has conseguido a lo largo de los años…
Así que tenemos el derecho, no el derecho, ¡el deber!, de vivir cada día como si fuera el último. No ignores nada de lo que te envíe el "destino", hazme caso, nada sucede por casualidad.
No, nada es casualidad.
- ¿Entonces? — Cuestiona Enrico al verme distraído mirando una lista enorme que estaba sobre mi escritorio.
— Ah, ¿dijiste algo? — Sacudo la cabeza negativamente.
— Sí, lo hice, pero parece que no escuchaste nada. — cruza las manos sobre la mesa. - ¿algún problema?.
— Nada que no pueda resolver. ¿Has ido a ver la decoración del restaurante? Aún no he tenido tiempo, pero el arquitecto me aseguró que quedaría como lo pedí.
— Es increíble, ¿juras que será el último? La gente hace fila cuando descubren quién es el dueño del restaurante. — Me permito sonreír ante eso.
— Enrico, tengo restaurantes porque me encanta cocinar, me encanta todo lo que tenga que ver con especias y demás. Me gradué en gastronomía para eso, todavía estudio para eso, no para sentarme detrás de un escritorio solucionando toda esta burocracia, sí, ¡este será el último restaurante que abra! — Digo con certeza, esto ya me lo había prometido antes, pero esta vez sería real.
—Quién sabe, pero si el gran cocinero Magnus Venturine tiene éxito, eres tú. — Él asintió y yo solo me río de eso.
— Me imagino, ¿ahora no tienes trabajo que hacer? — Apoyo mi brazo sobre la mesa, firmo los papeles de depósito que me había solicitado y se los entrego.
- Ahora tengo. — recoge las hojas saliendo de la habitación.
Y como si ya lo supiera, apenas tocan la puerta, suena mi celular, y cuando veo el nombre parpadear en la pantalla del celular, es imposible no sonreír.
— Buenos días, bella dama, ¿a qué debo el honor de tan inusual conexión? — Bromeo levantándome de la silla.
— ¡Deja de hacer el payaso Magnus! — Escucho tu risa. — ¿Cómo estás, hijo? — por el sonido de los niños, cualquiera podría apostar que ella estaba en la cocina haciendo otro de sus inventos de pasteles para el hijo de los sirvientes.
— Estoy bien mamá, ¿y tú? Déjame adivinar, ¿haciendo pastel? — Miro por la ventana, notando el tráfico, y la cantidad de gente en la acera en un flujo incansable.
— Sí, Sérgio tuvo que ir al mercado con Madalena y me quedé con estos comentarios – juraría que estaba sonriendo. — ¿vienes este fin de semana?
— No lo sé mamá, tengo algunas cosas que arreglar. Pero definitivamente pasaré por aquí el domingo. Simplemente no puedo prometer que me llevará un tiempo, ya que la apertura del restaurante se acerca pronto, no he tenido mucho tiempo libre. — Me masajeo las sienes.
— Te he extrañado Magnus. — tu tono melancólico sólo refuerza mi convicción de que sí. Este será el último restaurante.
— Mamá, ya hablamos, después de que abran los restaurantes mi mayor dedicación será en las cocinas, tendré más tiempo para visitarte. Y no es que te falte mi presencia, a ti te encantan los niños. — Intento revertir el juego.
— Los niños siempre son una bendición. ¿Sería más feliz si fuera tus hijos? ¡Lo sería!, pero eso no cambia el cariño que siento por ellos. Pero eres mi hijo, te extraño.
— Lo sé, yo también te extraño bella dama, ahora necesito colgar. Te prometo que llegaré temprano el domingo, y quiero desayunar tus maravillosos muffins de plátano, besos. —Cuelgo, sin permitirle despedirse.
Mi madre ya no vive conmigo en Nueva York. Ella prefería no quedarse en una ciudad tan "habitable", así que cuando mi situación financiera mejoró, le compré una casa de campo en Hoboken, Nueva Jersey. Y lo bueno es que los fines de semana ni siquiera dedico una hora a visitarla. Contraté a dos empleados en los que confío completamente, ese es el título que se les da, pero en realidad están ahí más para hacerle compañía a mi madre, sobre todo porque tienen hijos, esto la distrae mucho.
Mi padre, bueno, un hombre increíble, gentil, amable, pero embaucador, cuando se enteró del Cólera, no hubo manera de tratarlo y mucho menos el uso de medicamentos, como la enfermedad ya estaba muy avanzada, murió a los dos. Meses después de enterarse, la enfermedad se prolonga desde hace años.
En su momento yo iba a empezar a estudiar Gastronomía, y con la muerte y la carga de deudas que recayó sobre mi madre, tuve que abandonar, ambos trabajamos mucho para ello, y por eso hago todo por esa mujer.
Simplemente no delato el mundo porque esté lleno de criminales y gente corrupta.
Un golpe en la puerta me hace maldecir, porque ya sé que habrá más burocracia.
- Puede entrar. — digo y entra mi secretaria, pero termina siendo atropellada por Enrico, quien se disculpa tirándose en la silla frente a mí – es bueno saber que mi presencia es tan solicitada, pero ¿a qué debo la honor de los dos seres humanos allí? Levanto una ceja.
— Hombre, no lo vas a creer. ¿Adivina quién ha vuelto a Nueva York? — usa mi mesa como tambor.
- ¿Es serio eso? No trabajo como adivino Enrico, así que haz un trato para decirlo. — Muevo mis manos con impaciencia.
— Morgana, ¿puedes creerlo? — Estoy seguro de que mi cara estaba en el suelo.
¿Es serio eso?
— ¿Estás tan feliz por la persona que te gusta que te dejó hace años? Increíble. — Dirijo mi atención a la secretaria.
— Tienes una reunión con el ingeniero constructor del restaurante. — dice y se va.