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CAPÍTULO 5. TUVE LA IMPRESIÓN DE QUE ME NECESITABAS

Matteo la observó por un momento, no pudo evitar recorrerla de pies a cabeza, se veía angelical, etérea, la veía más hermosa que nunca, su boca entreabierta invitaba a probarla, no fue posible resistirse, se acercó a ella y chupó su labio inferior como un sediento, con su lengua recorrió el borde de su boca, de nuevo susurró con voz ronca "¡Mi dulce Gálata!",

Introdujo su lengua húmeda, cálida y ansiosa en su cavidad bucal, se encontró con la de ella que tímidamente se movía, juntas bailando una danza erótica al ritmo marcado por el deseo agitado en su interior, con la furia y fuerza avasalladora de un volcán.

Al soltar su boca, bajó por su cuello recorriéndolo lentamente con su lengua; en su paladar el sabor de Gálata era más embriagante a cualquier exquisito vino, dulce, delicioso, intenso, explosivo, sintió su respiración acelerarse mientras olas de placer rompían en su cuerpo, la mujer emitió un leve gemido al sentir como la lengua del hombre rozaba su delicada piel, el calor ardía dentro de ella enloqueciéndola por completo.

Matteo fue desprendiéndola de la parte superior del vestido, dejándolo a la altura de sus caderas, lo hizo con delicadeza como si estuviera desenvolviendo el mejor de los regalos, inclinó su cabeza hasta llegar a la dulzura de sus pechos, los recorrió por sus contornos, saboreó uno de sus pezones provocando que estos se irguieran orgullosos como majestuosas coronas, en sus blanquecinos y delicados senos.

Chupó con frenesí, bebió como un sediento, los mordisqueó como un hambriento deseoso de alimentarse, mientras con la otra mano, masajeaba el otro que envidioso de su gemelo esperaba paciente.

Una ola de calor se propagó en el interior de ambos, dejándolos impactados con su fuerza, como rayos en medio de una turbulenta tormenta, estremeciendo sus cuerpos, como si fuesen hojas de árboles mecidas por la acción del viento.

—Te deseo mi dulce Gálata… más que nada en el mundo —Matteo levantó la parte baja del vestido de la mujer y acarició sus piernas, con sus ojos oscurecidos por el deseo.

Un escalofrío de placer recorrió el cuerpo de Gálata, sobre todo cuando su esposo con su lengua delineó sus areolas. Cuando ella sintió esa enloquecedora calidez, gimió ansiosa, su cuerpo empezó a mecerse de forma invitadora, se retorcía con una imperiosa necesidad y con la excitación agitándose con potencia en su interior.

Matteo le abrió las piernas e introdujo sus dedos en sus pliegues, por minutos acarició el dulce botón, ansioso por sentir su estrechez, los dedos del hombre fueron bañados por su especial esencia, hechizante, excitante, provocativa, sin poder contenerse un minuto más y dejándose llevar por primera vez solo por sus emociones, rompió la prenda que le impedía probar de su sex0, se inclinó y posó su lengua en el depilado triángulo, dónde bebió de su dulce y delicioso elixir.

El hombre estaba sumido en esas sensaciones dando y recibiendo placer, su pecho palpitaba con frenesí, sentía un cosquilleo por todo su cuerpo, surgiendo desde la parte baja del vientre y esparciéndose como unas especies de ondas expansivas por todo su ser, bebió con frenesí y cuando sintió que estaba a punto de explotar, se separó, se bajó el bóxer, se ubicó entre sus piernas, abriéndolas más para tener mejor acceso, sin embargo, segundos después cambió de opinión, se giró y la subió encima a horcajadas, acomodó su pen3 y la hizo bajar por toda su longitud, ella jadeaba gozosa sintiendo como su estrechez era invadida por su grueso y poderoso v4ra, tenía la certeza de que esto era totalmente diferente a lo vivido con anterioridad.

Matteo la guió para que se moviera encima de él, ella lo hizo primero con suaves movimientos y luego los fue acelerando; él llevó sus manos a los senos de su esposa y los masajeó sin dejar de mirarla con deseo, su largo cabello caía como cascada por sus hombros, otorgándole un aspecto más seductor.

Gálata se movió encima, tal como si tuviera montando un potro, mientras Matteo elevaba sus caderas para ir a su encuentro, hasta sentir que ella llegaba a la cumbre más alta de placer, entre gemidos y espasmos de su cuerpo, con esa mirada somnolienta que lo provocaba más. Él siguió moviendo sus caderas arriba y abajo, hasta que el chorro de su semilla baño el interior de la cavidad vaginal de su esposa.

Sin embargo, para su tormento, en la bruma del disfrute de su orgasmo, un rostro triste de una llorosa Helena se coló, abriéndose paso en su mente, haciéndole sentir de nuevo un cúmulo de remordimientos, y volviendo a agitar la confusión en su interior. Preguntándose, si quizás, solo tal vez estuviera enamorado de dos mujeres al mismo tiempo.

Gálata cayó en sus brazos, dormida, entretanto él le acariciaba su espalda con delicadeza, su mirada estaba perdida en sus pensamientos, no podía dejar de analizar todo lo ocurrido en los últimos días, sobre todo en lo sucedido ese mismo día con Helena.

Estaba seguro, que de haberse enterado de la verdad en el mismo tiempo de los sucesos, habría corrido tras ella y hoy día otro hubiese sido el resultado, habría podido estar con la mujer amada "¿Aún la amo?". Se preguntó, sin poder dar respuesta a esa interrogante, por más deseos que tenía de hacerlo, lamentablemente no tenía nada claro, sin embargo, ese momento de pasión vivido hacía un momento con su esposa fue único, nunca hacer el amor con ella fue tan intenso como ahora.

Acarició el vientre de Gálata y el bebé se movió en su interior, una sonrisa salió de sus labios y por más intentos de retener sus pensamientos, otra vez no pudo eludir traer a su mente a ese bebé que habría tenido con Helena, haciéndose ahora, mil preguntas”¿Cómo habría sido? ¿A quién se parecería?", sintiendo pesar por ese hijo no nacido.

Por varios minutos, se mantuvo despierto, teniendo una pugna entre sus pensamientos, su conciencia, sus sentimientos, estaba convertido en un mar de confusiones y eso no le gustaba, era tan desagradable, carga consigo esa sensación de sentirse traidor.

El sueño llegó irremediablemente, sin embargo, en menos de un par de horas después, su celular comenzó a repicar, estaba a un lado de la cama en la mesa de noche y lo atendió con rapidez, antes de que el sonido despertara a su esposa, lo atendió.

—Ya va, espere un momento —le indicó a su interlocutor.

Con cuidado, recostó en la cama a su esposa, tomó su bóxer, se lo colocó y caminó fuera de habitación, dónde por fin atendió la llamada.

—Aló, listo dígame ¿Qué desea? —preguntó frunciendo el ceño.

—¿Es usted el señor Matteo Sebastini? —interrogaron al otro lado de la línea.

—Sí, soy yo ¿En qué puedo ayudarle? —inquirió un poco irritado, porque la persona no terminaba de hablar—. Sería tan amable de decirme de una vez por todas, ¿Cuál es el motivo de su llamada?

—Señor, hablamos del Hotel Place Roma, tenemos un problema, la señorita de la suite máster, Helena, sufrió un percance, está con un ataque de histeria, no encontrábamos qué hacer con ella, hasta ver su teléfono celular, dónde lo tiene indicado a usted como número de contacto, en caso de emergencias.

Matteo se mantuvo en silencio, se pasó la mano por la cabeza en un gesto de impotencia, cuando se despidió de Helena, tenía la convicción de que sería para siempre, realmente no quería volver a tenerla cerca, porque temía caer en la tentación, para él lo mejor sería mantenerse alejado, sin embargo, vista la situación "¿Estaría bien no acudir cuando se trataba de una emergencia? ¿Sería correcto abandonarla cuando ella más lo necesitaba?". Ya tenía muchas deudas con esa mujer, no podía agregar una más.

—Señor, la señorita está muy mal, no reacciona, llamamos a un médico para que viniera a atenderla, pero él está recomendando no dejarla sola, puede ser muy peligroso para ella, porque incluso podría atentar contra su vida —respondió el hombre al otro lado de la línea.

—¿Qué le sucedió? —preguntó con curiosidad.

—Fue atacada, por suerte alguien escuchó y llamó a la seguridad del hotel —mencionó el hombre—. ¿Va a venir o llamamos a alguien más?

Lo pensó por unos segundos más y terminó decidiéndose.

—Está bien, por favor cuide de Helena, mientras llego, yo la atenderé por el resto de la noche —respondió cortando la llamada.

Respiró profundo, apretándose la nariz con frustración, caminó a la habitación de su hijo, lo cargó y lo acostó con Gálata, pues no sé sentía bien dejarla sola, besó la frente de su hijo y de su esposa, buscó un jeans y una camisa y se la puso con premura, al igual que unos calcetines y el par de zapatos.

Por un momento se paró en la puerta viendo a su familia, guardando en su corazón esa hermosa imagen antes de marcharse.

******

Apenas salió Matteo, Gálata se movió abriendo sus ojos, sentía como si hubiesen tomado su corazón y estrujado hasta hacerlo minúsculo, inservible, no pudo refrenar las lágrimas que brotaron de sus ojos, bañando su rostro.

Seguía siendo la misma tonta de siempre, volvió a creer en Matteo, después de la conversación que escuchó. Pensó que las cosas podían mejorar entre ellos y mientras le hacía el amor así lo sintió, por primera vez percibió ternura, devoción, se centró en hacer sentir cada terminación nerviosa de su cuerpo, había sido uno de los momentos más emocionantes de su vida, porque se sintió amada por primera vez, viva.

Antes, no es porque haya estado mal en el plano sexual, sino porque llegó a convertirse en un acto mecánico, lo disfrutaba, aunque no la hacía sentir chispas, era más por compromiso que por deleite, sin embargo, esta vez había sido distinto, sublime, explosivo, sintió las caricias de Matteo con cada fibra de su piel, en esta oportunidad fue cálido, tanto que al principio creyó que se trataba de un sueño y al darse cuenta de la realidad su corazón se desbocó latiendo como loco, en su pecho y pese a su mente, haber estado en desacuerdo y le gritaba que lo parara su cuerpo y su corazón no pudieron hacerlo, en ese momento fue la mujer más feliz del mundo y por ese acto tan hermoso, supo que antes no fue amada.

Sin embargo, ahora estaba allí, recibiendo un baño de realidad; por esos momentos tan sublimes, creyó que la quería, pero al recibir una sola llamada relativa a esa mujer, bastó para dejarla sola luego de hacer el amor.

—¡Amor! — exclamó sin poder disfrazar el sarcasmo—. Eso no era hacer el amor, eso era simplemente sexo, porque a quien amaba Matteo Sebastini era a Helena y eso ella no iba a poderlo cambiar ¿Sería capaz de vivir de esa forma? ¿Compartiendo con una tercera el amor y la atención de su esposo? ¿Podría hacerlo por sus hijos?

Así transcurrió el resto de la noche, esperando la llegada de Matteo, las horas pasaron hasta que la oscura noche quedó atrás, y en el horizonte las luces del astro rey hacían su luminosa aparición, un bostezo salió de la boca de la chica, al mismo tiempo que los rayos del sol se colaban por los inmaculados cristales de las ventanas de la habitación.

"¡Él no llegó! Amaneció con Helena", pensó sintiendo todo el peso del mundo ser arrojado sobre sus hombros, miró el teléfono y no había ni siquiera un mensaje de su esposo.

Se levantó sintiéndose más cansada de cómo se acostó, sus piernas estaban temblorosas, parecían hechas de gelatinas, caminó al baño, se miró al espejo y vio sus profundas ojeras negr4s, oscuras debajo de sus pestañas inferiores, se lavó el rostro, sentía su respiración débil, cerró los ojos porque por segunda vez, no le gustaba el reflejo que le devolvió.

Sintió una furia emerger de las profundidades de su interior como si fuese un poderoso volcán, apretó sus dientes rechinándolos, al mismo tiempo golpeó el espejo con fuerza, con los puños de sus manos, partiéndolo en el acto, los trozos de vidrios salieron volando por todos lados, mientras la sangre corría a borbotones de sus manos.

Ella misma quedó impresionada por su reacción, se asomó a la puerta del baño y miró hacia la cama, para comprobar que su hijo permanecía dormido, para su alivio fue así, en ese momento su celular repicó, salió con premura aunque con cuidado de no resbalar en el vidrio.

Al atender el teléfono, no miró el identificador, aunque sí reconoció la voz surgida al otro lado de la línea.

—¡Estoy aquí! Me desperté con una pesadilla y tuve la impresión de que me necesitabas ¿Me equivoqué? —preguntó la persona al otro lado de la línea, entretanto, ella no pudo evitar quedarse un poco sorprendida por el ofrecimiento.

«Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser, sino la causa ignorada de un efecto desconocido.» Voltaire.

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