

Prólogo:
La luna llena brillaba con intensidad sobre la vasta extensión del bosque, su luz plateada iluminando las sombras de un mundo que no perdonaba a quienes se atrevían a desafiar sus reglas. Valentina Ramírez, con el corazón latiendo desbocado en su pecho, se adentró en la oscuridad de la noche, su figura esbelta y nerviosa contrastando con la fortaleza de los árboles que la rodeaban. Había aprendido a moverse en silencio, a esconderse en la penumbra, pero esta noche, algo era diferente. Hoy, por primera vez, sentía que algo se rompía dentro de ella. El último vestigio de esperanza que había albergado en su corazón se desvaneció con la fría mirada de Alejandro.
Alejandro García, el hombre que siempre creyó que la salvaría, había sido su compañero predestinado. Él era el alfa de su manada, un líder fuerte, poderoso y decidido. Valentina había soñado con su encuentro, imaginado un futuro junto a él, creyendo que su vida de sufrimiento y rechazo finalmente llegaría a su fin. Pero esa ilusión se rompió como un cristal frágil cuando, al despertar a su lado, vio en sus ojos algo que nunca esperó: indiferencia.
"Te rechazo, Valentina", le había dicho con voz fría, su tono distante, casi como si hablara con una extraña. "No eres digna de ser mi Luna. La manada necesita algo más... algo mejor."
Esas palabras le perforaron el alma. El peso de su vida nunca le había parecido tan pesado como en ese momento. ¿Cómo podía ser que la persona que había supuesto su salvación, la que debería haberla amado por lo que era, la rechazara de esa manera tan despiadada? El frío de la traición se adentró en su cuerpo, y, sin embargo, el miedo de enfrentar su destino en la manada la empujó a tomar una decisión irrevocable. Decidió huir.
Alejandro, el hombre con quien había soñado compartir su vida, no solo la había despreciado, sino que la había usado, como un simple medio para un fin. Ella no era más que una pieza en su juego de poder, una herramienta para procrear, para asegurar la continuidad de la manada. La idea de ser simplemente un instrumento en manos de alguien tan egoísta la aterraba. Por eso, aquella misma noche, cuando el sol comenzaba a hundirse bajo el horizonte, Valentina abandonó la mansión que había sido su hogar durante tantos años. Y corrió, dejando atrás a la manada, a su padre, a su hermano, a todos los que la habían maltratado, al lugar donde había sido invisible, maldita, una sombra.
Sus pasos la llevaron a través del bosque, a través de su dolor y su soledad. A lo lejos, la luz de la ciudad brillaba como una promesa de libertad, pero no era allí donde buscaría refugio. La ciudad era solo un lugar de tránsito. Ella necesitaba algo más, algo más que una vida en las sombras de aquellos que la habían maltratado.
Valentina pensaba en la promesa que se había hecho a sí misma: encontrar un lugar donde pudiera ser libre, donde pudiera decidir su destino. El bosque, el lugar que siempre había temido, la había acogido, aunque de manera cruel. Estaba a punto de enfrentar la verdad de su vida, una vida marcada por la pérdida y el abandono.
Y entonces, como si fuera una señal del destino, apareció él. Carlos Mendoza. Un hombre rudo, de ojos intensos y un corazón marcado por la tragedia. Carlos era un camionero, un hombre que parecía estar huyendo de algo, pero también alguien que sabía lo que significaba proteger lo que se amaba. No le preguntó por qué huía, no le cuestionó su dolor. En sus ojos, Valentina vio algo que no había visto en mucho tiempo: compasión. Con él, Valentina comenzó a aprender lo que significaba ser escuchada, ser vista.
Juntos, emprendieron un viaje hacia lo desconocido, y mientras Carlos la cuidaba, Valentina empezó a sentir que, tal vez, después de todo, su vida no estaba condenada a las sombras. Pero la huida no fue fácil. La manada no la dejaría escapar tan fácilmente. Alejandro y su hermano Javier no se detendrían hasta traerla de vuelta, y con ellos, las reglas de la manada. Los hombres lobo no podían escapar de sus destinos, y Valentina sabía que tarde o temprano enfrentaría lo que había dejado atrás.
Pero algo dentro de ella había cambiado. El poder de la luna que corría por sus venas ahora parecía más fuerte, más presente. No solo la luna iluminaba su camino, sino que también comenzaba a sentir una conexión más profunda con su ser, con su lobo interior. Su destino ya no estaba atado a los deseos de un hombre egoísta ni a las cadenas de su manada. Valentina Ramírez, la hija rechazada de un alfa, ahora tenía en sus manos las riendas de su propia vida.
Su corazón palpitaba con un nuevo propósito, una determinación que nunca había conocido. Había comenzado a sanar, pero la herida aún sangraba. La traición de Alejandro seguía viva en su pecho, y mientras la luna brillaba sobre ella, Valentina juró que nunca más sería la sombra de alguien más. Su vida, su destino, su amor, serían solo suyos.

