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Capítulo 1. Quiero una secretaria fea

Por Leonardo

—No te rías, de verdad quiero que el anuncio diga eso.

—No vas a tener a ninguna candidata.

—¿Por qué no? ¿Acaso todas las mujeres piensan que son hermosas?

Le dije a mi amigo y socio, mientras revisaba unos archivos en mi computadora.

—Ninguna mujer va a admitir que es fea.

Me lo dice con mucha seguridad, queriendo que entre en razón, pero yo estoy obsesionado con ese tema.

—Yo quiero una secretaria fea, que domine tres idiomas y que me pueda acompañar a las reuniones, cócteles y viajes de negocios, sin que busque a algún candidato para casarse.

Sonríe con sarcasmo.

—Que sea fea no significa que no se quiera casar.

Declara mientras sigue sonriendo y yo me estoy enojando.

A pesar de eso reconozco que tiene un buen punto, pero si era fea, nadie se iba a querer casar con ella.

Se lo expuse así.

—Sos un cerdo.

—Es una realidad.

—No lo es.

No puede tener razón.

—De todos modos. —Le corté fastidioso —Quiero una secretaria capacitada y fea, tuve 4 secretarias en el último año, todas vienen en busca de encontrar candidatos para casarse y todas me dejaron para casarse con clientes o empresarios, todos millonarios, por cierto.

Tocan la puerta y es Melina, la cuarta secretaria, que estaba a punto de casarse con un empresario que conoció en una cena de negocios a la cual me acompañó como mí secretaria.

La miro con odio.

—Ya publiqué el anuncio.

Dice con una sonrisa, casi tímida.

Era bella, pero no tanto como la anterior que solo había durado 2 meses, Melina duró 4 meses, si, solo cuatro malditos meses.

Mi empresa no era un trampolín para conseguir marido, ni uno de esos lugares donde se conseguían parejas.

Al parecer sí, le voy a cobrar una maldita comisión a cada una de las secretarias que se case con alguien relacionado a mí.

Mejor quiero una secretaria fea.

Ricardo se ríe.

Claro, su secretaria ya lleva 6 años con nosotros, desde que comenzamos con nuestra empresa.

Fué cuando nos hicimos cargo de la empresa.

En realidad no es que la comenzamos nosotros, nuestros padres eran socios y nosotros tenemos la misma edad, nos conocemos de toda la vida, somos como hermanos.

Hicimos juntos la primaria, la escuela secundaria y luego la facultad.

Acá estamos ahora, siendo los dos ingenieros civiles, sin muchas opciones de haber elegido otra carrera.

Quiero decir, tuvimos presiones de nuestras familias para seguir los pasos de nuestros padres y aún sin habernos recibido ya nos tiraban proyectos multimillonarios y teníamos que resolverlos.

Éramos compañeros de juergas, pero en el trabajo éramos profesionales, eso sí.

En cuanto a nuestros estudios, no nos quedaba otra, teníamos la empresa constructora más grande del país, o al menos una de las más grandes.

Trabajamos para el gobierno de nuestro país y también con los de países linderos, también con inversores privados.

Siempre ganábamos licitaciones importantes, teníamos mucho prestigio.

Hacemos puentes, diques y edificios enormes, esos rascacielos tan imponentes y modernos que se levantan con orgullo y sobresalen entre los demás, los más grandes de la ciudad son nuestros y son más de veinte.

De todos modos amo lo que hago, más allá de las presiones de mi padre.

Claro que de chico quería ser futbolista, como la mayoría de los niños de mi país, pero no era funcional para nuestra empresa.

Company Haber and Smith, así se llama nuestra empresa.

Yo soy Leonardo Haber y mi socio es Ricardo Smith.

Cuando nos hicimos cargo de la compañía, Ricardo decidió quedarse con quien fuera la secretaria de su padre.

La que era secretaria del mío ya estaba para jubilarse y decidí contratar a una bella y joven asistente, que se enredó conmigo y terminó renunciando luego que me encontrara en los brazos de otra chica en una discoteca de la ciudad.

Flor de indemnización se llevó.

No aprendí la lección, porque me enredé con las próximas tres secretarias que tuve y con cada una de ellas tuve un problema parecido.

Luego vino una que duró tres años, era casada y amaba a su marido, no me dio cabida y a mí tampoco me interesaba, pero renunció cuando a su marido le ofrecieron trabajo en otra ciudad.

Así llegué al último año.

Aprendí a no meterme con mis secretarias, pero ellas se meten con todos los hombres que tiene que ver con mi empresa.

Debe ser mi karma.

—Agregá que quiero que sea universitaria, licenciada en administración de empresas o contadora o abogada, algo así, no dejes de poner que sea fea, que domine tres idiomas y que no use ropa inadecuada, quiero alguien que se vista como mi abuela.

Le había dicho a mi secretaria al indicarle que quería que dijera el anuncio.

—Estás loco.

Me insiste Ricardo.

—No, quiero una secretaria que me dure.

—Entonces no pongas como requisito que tenga entre 22 y 26 años.

—No quiero alguién de 45 que no me pueda acompañar a las reuniones porque se duerme temprano.

—No vas a encontrar a alguién así.

Mi secretaria estaba escuchando nuestra conversación.

Sé que Melina se sentía culpable, pero de todos modos se iba a casar y me iba a dejar.

Pasé por la casa de mis padres, como cada jueves por la noche, cenábamos juntos.

Es parte de nuestra rutina.

—Hola hermanito.

Angy saltó sobre mí, es mi adorada hermana, había regresado de Europa.

Cuando se recibió de licenciada en administración de empresas, mis padres le regalaron un viaje a Europa,

El viaje duró 6 meses.

Fué con una amiga, aunque ni recuerdo el nombre de su amiga, creo que no la vi nunca.

Estaba feliz de tenerla de nuevo en casa, aunque la vea poco, realmente la extrañé.

Me llenó de regalos que había ido comprando en cada ciudad que visitó.

Siento que piensa en mí todo el tiempo y eso, como hermano mayor, me llena de orgullo.

Mis padres le permitieron elegir la carrera, siempre que tuviera que ver con el tema de los negocios, aunque no le exigieron que estudie ingeniería civil.

Les comenté que mi secretaría se casaba, que era la cuarta en el año, es que en cuanto aprendían a manejarse como yo lo necesitaba, me abandonaban.

Parecía obsesionado con el tema.

—Quiero una secretaria fea, que no se vaya detrás de un empresario.

—Ninguna mujer va a reconocer que es fea, y depende para qué hombre puede resultar o no, fea y vos sos misógino.

Me dice Angy, y creo que está ofendida por mi pensamiento.

—No es verdad, no soy misógino.

Discutimos sobre el tema, nadie parecía comprender mi situación y en la casa de mis padres estaban molestos conmigo.

Me despedí de mi familia, no quería seguir discutiendo sobre el tema, pienso así y el anuncio ya había salido.

Llegué a casa, revisé los correos electrónicos y nadie había mandado nada, ni un miserable currículum, después decían que querían trabajar.

¿Acaso todas las mujeres se consideraban lindas?

A lo mejor no era que se considerarán todas lindas, a lo mejor les daba vergüenza reconocer ante los demás que eran feas, pero tampoco es que estoy buscando una aguja en un pajar, simplemente busco alguien fea y con estudios, hasta es más lógico que una joven fea esté mejor preparada, ya que no tiene tantas posibilidades de tener pareja y de salir como una mujer bella, no sé porqué nadie le encuentra lógica a mis pensamientos, si es una ecuación simple.

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