Sinopsis
«Cuando el lobo se enamora de la presa» Leviatán Billinghurst es el mafioso Alpha mas temido de todo el continente, además de haber levantado el imperio de su padre después de su muerte se convirtió en el Alpha de la manada; pero las cosas cambian cuando decide cobrar una deuda de hace años. Mauritania Washington se convierte en la presa de Leviatán siendo secuestrada el día siguiente después de su cumpleaños. Pero algo pasa en el trayecto del tiempo ya que Levi se da cuenta de que su presa, a quien planeaba matar lentamente, es su única mate lo cual arruinará todos los planes y negocios que tenía planeado.
1
Levi entró en la oscura habitación acomodándose su traje. Las luces eran tenues, apenas y podían verse los rostros. El hombre amordazado y sentado frente a él estaba asustado, su corazón latía muy a prisa e incluso Levi podía escuchar su palpitar. Los guardaespaldas cerraron la puerta tras de él, dejándolos completamente solos. Levi tomó asiento frente al hombre y se llevó un trago de whisky a su boca.
—Ha pasado mucho tiempo, Washington —le dice Levi, haciendo incapié en su apellido.
—Levi, por favor, dame más tiempo te lo suplico. Tengo una familia que mantener, una hija a quien ayudar y más ahora que viene la universidad. Por favor —suplica el hombre, quizás tenga suerte y Leviatán le de más tiempo.
—Te di mucho tiempo, Barry, ¿cuánto ha pasado? Cinco años. Y no es por el puto dinero que sabes bien que no me hace falta. Es por tus mentiras, por las malditas mentiras.
—No he podido recoger todo el dinero, han pasado muchas cosas. Mi hija es...
—¡No me importa tu hija, Barry! —Levi se levantó exaltado de la silla y se inclinó hacia él, su mirada era tan oscura y diabólica que Barry no la podía sostener— me importa que mi gente cumpla su palabra. La gente está hablando, Barry —rodeó la mesa y se posicionó detrás de él— dicen que a ti te he dado mucho más tiempo y que a ellos no. Sabes que no me conviene. He sido muy paciente contigo porque eras amigo de mi padre y él confiaba mucho en ti. Creo que por eso este negocio se iba a la ruina, porque él era muy blando con todos.
—Tu padre era un buen hombre.
—Y eso lo llevó a la ruina te estoy diciendo —agregó Levi, sacando una pistola de su traje— ¿qué voy a hacer contigo, Barry? No sé si matarte o qué. Estoy pensando.
—Dios, Levi...
—No menciones a Dios. Tu Dios no podrá salvarte de esta.
Barry sintió el frío recorrer su espalda. Sintió miedo. Mucho miedo. Y pensó en su hija. En que la dejaría sola.
—Por favor, no me mates, mi hija... soy lo único que tiene —suplicó.
Y entonces a Levi se le ocurrió algo, si, Barry le pagaría con algo más preciado. Con su hija.
—Vamos a hacer algo entonces —rodeó la mesa y se volvió a sentar en la silla frente a él. —Te daré más tiempo para que recojas mi dinero —le dijo. Barry sintió alivio—, a cambio... yo tendré que recibir algo, es solo mientras recoges mi dinero, Barry, es como una garantía.
—Lo que sea —dice Barry no sin saber los verdaderos planes de Levi.
—Tu hija.
Barry se quedó estático, pasmado, sin saber por qué estaba pidiendo a su hija.
—¿Qué? No, mi hija no, por favor, mátame a mi pero a ella no.
—No te estoy pidiendo permiso.
Levi se levantó y se dirigió a la puerta.
—Te puedes ir, Barry, haz tu trabajo —salió por la puerta.
—¡Levi, no! ¡A mi hija no la toques! —gritaba Barry, pero Levi ya iba bastante lejos. Se sentía impotente de no poder hacer nada, y se sentía una mierda por meter a su única hija en esto. Ahora no sabía qué hacer para conseguir los cinco millones de dólares que le debía al jefe de la mafia más peligroso de todo el lugar. Solo sabía que tenía que proteger a Mauritania, su hija, pero Leviatán era más poderoso y tendría a Mauritania por las buenas o a las malas.
—Felicidades a la niña más linda de todo el mundo —papá entra a mi habitación sosteniendo un pastel con una vela con el número 18. Sonrío como tonta mientras me estiro en la cama quitándome la pereza. Apenas y eran las ocho de la mañana. Era sábado y el cuerpo lo sabía. Celebraríamos mi cumpleaños a lo grande.
—Es la mejor mañana de todas —le digo, sentándome en la cama. Se acerca y se sienta junto a mi, le noté varios moretones en su cara. —¿Qué te pasó? —me alarmé.
—No es nada, cariño, es que me he caído en el baño. Ya sabes como soy de torpe —se ríe como restándole importancia.
Dudé pero decidí creerle, al fin y al cabo él me había heredado la torpeza.
—Pero ten más cuidado, se ven muy mal —arrugué mi cara.
—Está bien, hoy es un día en que la tienes que pasar de lo mejor —dice— pide un deseo y luego apaga la vela.
Cierro mis ojos y pido mi deseo, mi deseo desde el fondo de mi corazón. Cuando los abro soplo la vela y ésta se apaga.
—¿Qué pediste? —me pregunta él, curioso.
—Pá, que si te digo no se me va a cumplir —me pongo de pie— Lexa y yo iremos en la noche a celebrar mi cumpleaños a una discoteca —sonreí.
Se puso de pie también, pero no le parecía la idea porque su cara cambió.
—Creí que la pasaríamos juntos, en la casa, sin salir, Meredith y Alex estarán también. Entre familia.
Meredith era mi madrastra con quien papá se casó cuando yo solo tenía quince años. Su molesto hijo era de mi misma edad, solo unos meses mayor y era insoportable. Apenas y nos tolerábamos. Mi madre murió cuando tenía diez años así que mi padre es lo único que tengo ahora. Meredith es buena persona pero no es mi madre y odiaba cuando se quería tomar ese papel.
—Podemos pasar el día juntos, sí, pero en la noche es de mis amigos y yo —le doy un beso en el cachete y me dirijo al baño.
—Mau... —me dice.
—Tania, papá, Tania —le doy una mirada rápida antes de cerrar la puerta.
Tomo un baño súper largo, a final de cuentas era mi día, el único día que podía hacer lo que quisiera y los demás no se enojarían tanto conmigo. Disfruté del agua caliente recorriendo mi cuerpo, lavé mi cabello haciendo masajes suaves y luego me enjuagué toda. Me pongo la toalla y salgo. Mi papá no estaba en mi cuarto, pero sí otra persona.
—¿Qué haces aquí? —lo miro mal. Cierro la puerta de la habitación y lo encaro.
Mi estúpido hermanastro estaba hurgando en mi ropa.
—¿Donde lo tienes? —me pregunta.
—¿Qué cosa, estúpido? —me cruzo de brazos.
—Los boletos para ver el juego hoy —se acerca— eres la única que sabía en donde estaban escondidos para que mamá no los viera. Dámelos. Iré con Claudia hoy —dice.
Elevo una ceja.
—¿Claudia? —inquiero.
—Es una amiga —responde.
Alex.
¿Cómo podría describir a Alex? Delgado, un poco más alto que yo, cabello negro, ojos cafés, tez blanca. Era mujeriego, de lo peor, nos llevábamos mal como "hermanos" pero bien en otras cosas. Me acerco peligrosa a él, solo para provocarlo.
—¿Amiga? —pregunto a lo bajo.
—Sí, Mauritania.
—Arruinas el momento —arrugo mi cara y me alejo de él, en busca de mi ropa.
Mauritania.
Solo a mi padre se le ocurrió ponerme ese horrible nombre. Lo bueno es que mis amigos me decían Tania, lo cual era mucho mejor.
—Y yo no tengo tus estúpidos boletos —le dije para que se largara de una vez.
Pero lo sentí detrás de mi. Alex me tomó de la cintura y me pegó a él.
—Mamá y Barry salieron al súper. Creo que tardarán. Comprarían algo digno para comer ya que es tu cumpleaños —comenta— te tengo un regalo, ¿quieres saber cuál es? —juega.
Sonrío.
—¿Cuál es, Alex? —me giro, mirándolo.
Bueno, no me vayan a juzgar por esto.
Se saca la camisa sin decir nada, luego sus pantalones y luego... ya saben qué. Alex toma mi toalla y la tira lejos. Me toma de la cintura, cayendo los dos en mi cama. Él encima de mí.
—Estamos pecando —le digo.
—¿Y eso qué? —me besa.
Alex y yo tenemos una larga historia de cómo nos convertimos en amantes sin que nadie lo supiera. Llevamos como dos años siendo esto. Sí, Alex y yo éramos vírgenes así que experimentamos juntos cuando teníamos dieciséis. Desde entonces lo hacíamos. Cada que queríamos. Pero era solo eso. Sexo. Afuera de esta habitación o de la suya nos odiábamos y no congeniábamos en nada.
Y si, esa mañana lo hicimos.
•
Meredith y papá volvieron después de dos horas, Meredith preparó la cena así que estuvimos los cuatro, platicando de cualquier cosa. Alex se fue al juego como a las siete con Claudia y papá y yo estábamos discutiendo del por qué no quería que saliera. Lexa me había mandado mensaje que a las nueve pasaría por mi.
Papá estaba arruinando todo.
—No te entiendo, ¿por qué precisamente hoy no quieres dejarme salir? Siempre me dejas, papá ¡estoy cumpliendo dieciocho! ¿No te parece que exageras?
—Hay mucha delincuencia últimamente, Mauritania, solo que no sé... Lexa puede venir aquí y platican.
Reí.
—¿Te estás escuchando?
—Barry, déjala, se va a divertir con sus amigas ¿por qué te portas así? Antes dejabas que hiciera casi todo. Y hoy es su cumpleaños —interviene Meredith.
Papá se mira estresado, como que algo le preocupara.
Me acerqué a él y le di mi mirada más tierna que pudiera tener.
—Por favor. Te prometo que me cuidaré, tengo el gas pimienta que me regalaste hace unos días y lo usaré si es necesario. Además no estaré sola, estará Lexa y casi todos los del vecindario. Estaremos juntos y estoy segura de que no me dejarán sola.
Lo pensó.
—No, y es mi última palabra —se gira y sube las escaleras sin decir nada más.
Miro a Meredith sin entender nada y ella solo se encoge de hombros.
—Intentaré hablar con él.
—No, déjalo, pensándolo bien no iré a ningún lado.
—¿Segura?
—Sí. Me quedaré en mi habitación y por favor no me molesten. Nadie. Ni siquiera él. Quiero estar sola. ¿Al menos pueden apoyarme en eso? —le dije con falso indignamiento.
—Está bien. Yo se lo haré saber.
—Gracias —subí las escaleras y me dirigí a mi cuarto, cerrando con llave.
Solo papá cree que me va a poder detener. Estaba lista y Lexa llegaría en cualquier momento. Tomé mi celular y la llamé. Contestó en seguida.
—Ya casi llego —dijo.
—No, espera, no vengas a la casa.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Papá no me deja salir.
—¿Me estás jodiendo? —Lexa quizás era un poco mal hablada pero era una buena amiga.
—Sí, pero me voy a escapar —susurré. Papá podía estar espiando por la puerta.
—¡Esa es mi amiga! ¡Hoy se celebra porque se celebra!
—Así que parqueate en la esquina y yo llegaré.
—Estoy cerca, deberías ir saliendo ya. Los demás nos están esperando en el lugar.
—Está bien. Voy en seguida.
Corté.
Tenía un vestido platino corto y pegado al cuerpo junto con unas sandalias de tacón blancas. Me quité las sandalias y abrí la ventana. No estaba tan alto, ademas habían unas ramas de un árbol y esas me ayudarían a bajar. Crucé la ventana con cuidado y empecé a bajar, sosteniéndome de las ramas. Llevaba las sandalias y el celular en una mano así que se me hacía algo más difícil.
Escuché a Meredith hablar con papá pero no le puse mucha mente. Estaba cerca del suelo.
Seguí bajando y seguí bajando, salté los pocos metros que quedaban entre el suelo y yo y salí corriendo en busca de Lexa antes que papá me pillara.
A lo lejos miré su coche, cuando llego me subo al asiento copiloto y cierro la puerta tras de mi.
—¡Lo hiciste! —chilla Lexa.
—Obvio, ¿crees que me perdería mi fiesta de cumpleaños? —me pongo las sandalias.
—¡Pues a celebrar!
Lexa arranca.
Cuando llegamos a la discoteca, el lugar estaba súper lleno, las luces de neón de todos los colores cegaban un poco pero después la vista se acostumbra. En la mesa en donde estaban los chicos habían botellas de licor y eso. Saludé a todos, ellos me saludan y me dan mi primer trago.
Bailamos, tomamos y nos divertimos. Solo esperaba que papá no se diera cuenta de que me escapé. Ya mañana me disculparé.
—¡Tania! —Lexa se acerca a mi.
—¿Qué? —inquiero dando un trago.
—¡Hay un tipo que no te quita la vista de encima! —dice.
Frunzo mi ceño.
—¿Quién? —pregunto.
—Está en la sala VIP.
—No deberían de relacionarse con esa gente —dice un chico cerca de nosotros que escuchó la conversación. Era el mesero que nos estaba atendiendo.
—¿Por qué no? —le pregunté interesada.
—No son buenas personas y sus negocios son turbios. Solo les daba un consejo. —y se va.
—No le hagas caso —me dice Lexa— solo está celoso. Desde hace rato el mesero te puso el ojo —Lexa estaba muy tomada ya.
Miré en dirección a la sala VIP, y efectivamente, allí había un tipo sentado en una enorme silla mirando para nuestra dirección. Tenía gente al rededor, gente de seguridad, cuidándolo. Tenía un vaso de licor en sus manos y un cigarro en la otra. No pude verle bien la cara porque estaba oscuro.
—Como sea —volví a Lexa— estás tomada y es algo tarde ya. Quizás deberíamos de irnos.
Eran las cuatro de la mañana y esto estaba como si fueran las diez.
—¡Que aburrida! —se tambalea.
—Okay, es suficiente —le digo— ¡chicos, nosotras ya nos vamos! —les aviso.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Sí, es temprano aún.
—No te vayas, Tania, estás de cumpleaños.
—De hecho mi cumpleaños fue ayer —les dije dando a entender que estábamos en otro día ya. Eran las cuatro de la mañana del domingo.
—¡Mierda! ¡Es cierto!
—¡Nos vemos mañana! ¡Quiero decir, hoy! —reí.
Lexa y yo salimos del lugar, buscando el coche.
—Todavía estoy cuerda para manejar —me dice.
—¿Segura?
—Por supuesto, Tania, estoy más que acostumbrada a estas situaciones.
Nos dirigimos al coche, montándonos.
—Estoy muerta —le digo, quitándome las sandalias— solo quiero llegar a mi cama y dormir.
—Mira, mira quienes van allí —dice.
Miro por el vidrio.
Venían saliendo los tipos esos. Primero venían los de seguridad asegurándose de que nadie se acercara al hombre. Y después venía el tipo, usaba un traje negro bastante impecable, su cabello era negro e iba un poco desordenado, pero no le pude ver la cara porque otro tipo lo tapó. Se dirigieron a un coche negro, el tipo se montó. Luego arrancó, seguido por tres coches negros más.
—¿Quién será ese tipo? —inquirí.
—No se, ha de ser alguien muy importante si —Lexa arranca.
Cuando llegamos a mi vecindario, Lexa se estacionó en el mismo lugar, en la esquina.
—Te veo al rato —me dice— me muero del sueño.
—Te llamo —le digo.
—¡Adiooós! —arrancó.
El coche se perdió en una esquina, Lexa manejaba como loca. Pero me quedé sola, en las calles solitarias. El alcohol ya había pasado, me sentía más cuerda. Hacía un poco de frío, así que me abracé a mi misma. Da miedo caminar por estas calles a esta hora. Escuché un ruido detrás de mi así que volteé a ver.
Era un coche negro, venía muy despacio.
No me dio confianza. Busqué en mi bolso el gas pimienta que mi papá me dio y lo aferré muy duro a mi. Mi corazón latía más a prisa, con miedo, presentía algo. El coche seguía, como siguiéndome. Cuando apresuré el paso, el coche aceleró, deteniéndose a la par mía. De él se bajaron dos tipos, intenté correr pero uno de ellos me atrapó, cuando intenté gritar uno de ellos me tapó la boca con un pañuelo.
Me subieron al coche, pero yo estaba perdiendo la noción de mi. Me sentía débil, mareada y con sueño. Estaba luchando, pero algo tenía ese pañuelo que me hizo adormecer.