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Ajuste

Más enemigos

—¿Qué es esto? ¿Acaso es…?

—La hija de Amaro—completo Luke, dándole un empujón a Arlet para que terminara de entrar en la casa.

La jovencita aterrizó en la sala de esa vivienda, sintiéndose como un pez fuera del agua. ¿Dónde estaba?

—¿Cómo es qué…?—siguió preguntando la mujer, deseosa de respuestas.

—Exceso de confianza—concluyó el otro sin querer dar más explicaciones al respecto.

Horacio, quien sabía que la mujer seguiría preguntando, se apresuró en explicarlo todo.

Kenia se relamió los labios al darse cuenta de la joyita que tenían en mano.

—Entonces Amaro dejó desprotegida a su preciada hijita—dijo dando algunos pasos en dirección a la muchacha. No dejaba de observarla, evaluándola—. Oh, pero que tenemos aquí—señaló agarrándola de la barbilla e inspeccionando su cara—. Un cutis bien cuidado, sin duda. Qué lástima—dicho eso, sacó una navaja.

—Espera, Kenia—la detuvo el hombre al detallar sus intenciones.

—¿Qué pasa? ¿Acaso no vamos a matarla?

—Así es, pero aún no.

La jovencita tembló bajo el tacto de la mujer al escuchar esas palabras. Había perdido la cuenta de las veces que había escuchado en ese día que la matarían.

—¿Aún no?

Kenia se mostró insatisfecha, pero inmediatamente le atravesó una nueva idea. Soltándole bruscamente el rostro, le agarró las manos.

—¡Mira qué belleza! ¡Una manicura completamente perfecta! Me gustaría tener uno a uno esos dedos de colección en mi habitación—dijo entonces sujetándole un dedo y acercando la navaja.

Arlet gritó y forcejeó al ver lo que pretendía. Prefería un tiro a qué empezarán a picarla a pedacitos.

Luke observó la escena sin expresión. «Un dedo», pensó, qué más daba.

De pronto, los gritos y el forcejeo de la muchacha le hicieron recordar una escena pasada. Ese día, cuando vio cómo aquellos hombres golpeaban a su padre, cuando quiso ayudarlo, cuando su madrastra, lo sujetó fuertemente y se lo impidió.

Recordó el llanto de su hermano fuerte y agonizante, a medida que crecían las llamas. Recordó los gritos de su madrastra, el clamor de dolor en cada frase pronunciada.

La imagen de las dos mujeres, una en el suelo resistiéndose, mientras la otra se le montaba encima y le golpeaba buscando inmovilizarla. Le resultó increíblemente familiar, tanto, que no lo soportaba.

—Detente, Kenia—dijo entonces.

Pero la razón de detenerla no era porque no soportara la violencia, todo lo contrario, había pasado su adolescencia y juventud rodeado de sangre y muertes. Sin embargo, algo en esta escena lo intranquilizaba, le daba a entender que esa niña, quizás, era un poco inocente.

«Es la hija de Amaro», le repitió su subconsciente… y tarde o temprano terminaría matándola o haciéndole algo peor, lo sabía muy bien.

Sin embargo, en el mundo en el que se desenvolvía los niños y las mujeres no se tocaban. No a menos que fuese estrictamente necesario. Y este caso lo era, por supuesto, pero aún no.

Kenia después de darle un último jalón de cabellos a Arlet, se levantó del suelo, guardando ahora sí su navaja. No sabía por qué Luke no le daba vía libre con la muchacha, cuando sabía muy bien que tenía demasiadas cosas de las que vengarse.

Amaro le había destruido la vida. Había acabado con su familia, la había secuestrado y violado, dejándola embarazada y luego, la había hecho abortar a punta de patadas.

Necesitaba vengarse, necesitaba hacer sufrir a su hija y luego devolvérsela en una caja a pedacitos, para que tuviese siquiera una idea de todo el dolor que le había causado. Lo necesitaba.

—Levántate—ordenó Luke a Arlet.

La jovencita, quien todavía no se recuperaba de lo anterior, negó con temor.

El hombre frunció el ceño ante su desobediencia y se inclinó para jalarla y ponerla de pie de un tirón. Tomándola bruscamente la dirigió a una habitación cercana y abrió la puerta, arrojándola al interior.

Nuevamente, cayó al suelo como un costal de papas, pero esta vez no quiso levantarse ni mirar a su alrededor. En ese frío lugar que tenía por cama, se hizo un ovillo y sollozo. Sollozo por largos minutos que le parecieron horas.

Su cuerpo le dolía, sus manos y piernas estaban raspadas. Su vida había cambiado para siempre, para convertirse en un infierno.

¿Y ahora qué pasaría? ¿De qué forma moriría? Porque si algo tenía claro era que iba a morir, sus horas de vida estaban contadas. ¿Pero de qué forma? Eso era lo que más la atemorizaba. Esas personas la odiaban, la detestaban y ella ni siquiera los conocía, ni siquiera les había hecho nada.

Arlet pensando en eso, lloro mucho más, lloro con genuino dolor.

Afuera sus verdugos discutían por los próximos movimientos que darían.

—¿Qué tienes pensado hacer con ella?—preguntó Kenia interesada en saber cuándo podría darse el gusto de torturar a la hija de Amaro.

—Por lo pronto, utilizarla de carnada para atraer a su padre—contó el hombre, su objetivo.

—¿Y si crees que ese desgraciado vendrá? ¿Tiene siquiera corazón ese malnacido?

Luke dudaba de que Amaro tuviese corazón, pero tenía el presentimiento de que la niñita sí le importaba. Después de todo, durante años lo había investigado, conocía sus movimientos y siempre se había mostrado receloso de mostrar a su hija, la tenía oculta, bien guardada, como un tesoro que no se puede mostrar a otros.

No era la primera vez que se le había ocurrido secuestrarla, pero la tenía bien custodiada, impidiéndole siquiera intentarlo. Estudiaba en un colegio de alta seguridad, llevaba guardaespaldas y siempre un auto con hombres armados la seguían de cerca.

Acercarse a Arlet Neumann era todo un reto, al que dejó de darle importancia, cuando descubrió que había otros métodos de infiltrarse en el mundo de Amaro.

Luke también se había involucrado en la mafia, también se había aliado a gente peligrosa, y con el tiempo, se había hecho poderoso y muy peligroso, al punto de que finalmente podía enfrentarlo abiertamente…

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