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CAPÍTULO 5- El diablo-

—Pero ¿quién demonios te crees que eres? —Reacciono por fin y le quito el cigarrillo, tirándolo al piso. Giro mi tacón sobre la colilla y lo desintegro.

Estoy segura de que mi rostro ahora mismo es un poema. Me debatía entre besarle o cerrarle la puerta en las narices. Su actitud arrogante y segura me hace caer en su red. Lo sé, y él lo sabe, ya que me sonríe con descaro. Cree que me tienen colada o quizá todo el dinero es para mí.

No tiene ni puta idea de con quién está hablando.

—Vengo a buscar tus servicios, por supuesto. —La tranquilidad con que lo dice me impresiona. Se recuesta en la pared y me contempla.

Su aliento choca en mis narices; distingo el olor a whisky de inmediato.

Por primera vez me siento cohibida. Es como si con sus ojos pudieran ver a través de mí.

Me incomoda su maldita calma. No se trata precisamente de pedirme la hora. Si algo he aprendido a través de los años es que pedir sexo no es fácil, no lo es si estás consciente y si entiendes que puedes ser rechazado.

—Pues no estoy disponible. —Me muevo para cerrar la puerta.

Él se mueve más deprisa y mete un pie para evitar que la puerta llegue a su destino.

—Pero qué co...

—Ya te lo dije. No soy ese tipo de hombre que repite lo que dice, tampoco soy de pedir dos veces lo que quiero.

—Me limito a dar servicio a quien me dé la santa voluntad. —«Ahora lo hago», me dice una parte de mí. La primera vez no tuve opción. En la segunda fui drogada y condicionada a aceptarlo—. Tú no entras en mi lista, lo siento.

—¿Prefieres al medio hombre que se te espantó? Estoy seguro de que no pudo ni desvestirte.

Aprieto los puños y respiro profundo.

Tengo que reconocerle que tiene una forma peculiar de hacerse sentir.

—No tienes idea de lo que sucedió entre ese chico y yo —espeto con los dientes apretados. Me tiene harta—. Sus motivos para irse no son de tu incumbencia.

—Tampoco me interesa. Lo único que me interesa es que me dejes poseerte.

Su confesión es extraña, me resulta incluso vergonzosa, lo cual es patético considerando lo que hago. No puedo decir que vendo placer para vivir, ya no. Ahora solo es una manera de ser. Es mi forma de vivir. Me gusta complacer y sentir que tengo el control sobre mí, sobre lo que tengo, sobre las emociones y sensaciones de los demás. Aun cuando me pagan para eso, lo hago siendo consciente de que muchos no lograrán llegar al clímax con cualquiera.

—Vamos, todos tenemos un precio. No sé cuál es el tuyo, pero te aseguro que puedo pagarlo.

El tipo termina por entrar en la habitación. Camino hacia atrás. He tratado con toda clase de idiotas en mi vida, aunque reconozco que me he sentido tentada a echar a correr como aquella vez en el cuarto de hotel con Morton Craig. Solo de pensarlo se me eriza la piel. Y pensar que acabé drogada y atada a una cama por culpa de un subnormal al que le acepté una cerveza.

Ahí fue mi perdición.

Deseosa por llegar a casa con mi hermano, la regla principal la obvié. Aceptar tragos sin ver de dónde salen. Que idiota e irresponsable fui. Suerte de principiante. Quizás un tipo extraño, pero no asesino, me salvó esa noche. Llegué a casa de una pieza y con trescientos dólares en el bolsillo. La sonrisa de mi Joshua fue suficiente para que la suciedad en mi corazón y mi cuerpo se disipara.

Sobreviví por él.

Tal vez el hecho de pensar en que podía morir si no cumplía con lo que Morton me pedía me hizo ver que solo tenía que obedecer sus requerimientos y terminar con esa pesadilla. Jamás olvidaré su rostro, su nombre y su forma de observarme.

—Bien —acepto al fin—. Nos vemos en diez minutos en el bar que hay enfrente. Tócame. Te entregaré el contrato y luego seré tuya por esas horas. —No puedo creer que acepté acostarme con este tipo.

No me acuesto ni practico ningún acto sexual con hombres que me resulten atractivos y misteriosos. Va contra mis reglas. Son peligrosos, y este espécimen es lo que se llamaría la tentación hecha persona.

—No —se acerca—, te quiero ahora y sin contrato. Te pagaré tres veces más de lo que cobras. Aparte lograrás venirte tantas veces que te será difícil recordar tu nombre.

Mierda.

Estoy mojada con solo escucharlo hablar y en un grado menor aterrorizada por que sus palabras sean cumplidas.

¿Qué maldita clase de enferma soy?

No sé cómo este hombre puede ponerme a mil con hablarme. Soy prácticamente experta en la materia masculina.

No quiero que me vea azorada. Ese siempre ha sido mi problema; cómo me ven los demás y lo que me provoca el juicio que hagan, no por tener sexo y recibir una paga por ello, pues la discreción es parte importante de lo que hago, sino porque odio ser vista como débil, dado que no lo soy. Ni una hebra de mí lo es.

—Pues lo tienes jodido, querido. No pretendo darte placer sin que sigas mis reglas. —Le sonrío y levanto mis cejas. Le doy la opción de retirarse.

—¿Quién te dijo que mi interés principal es que me complazcas? —Se ríe a carcajadas. El muy maldito se ríe en mi cara.

Me cruzo de brazos y lo miro, airada. No puedo perder más el tiempo, aunque, a juzgar por lo que se ve en sus pantalones, no es para nada una pérdida de tiempo.

Me abofeteo en mi mente por la ocurrencia. Ya no estoy segura de si le hago un servicio a él o me complazco a mí.

—A ver, cómo te lo explico, bonita. —Su forma de susurrar las palabras prende mi sangre... y me hace querer comérmelo ahora.

Sé que mis ojos me traicionan, lo sé porque él se acerca más a mí. El brillo en su mirada es de malicia pura y carnal. Me condiciona a moverme hasta que mis piernas chocan con el borde de la cama. Sin preverlo, caigo de espaldas. En mi intento por ponerme de pie para no darle ventaja ni malos entendidos, él se coloca sobre mí y se apropia de mis manos. Las agarra fuerte por encima de mi cabeza con una sola mano. Aunque intento moverlas y zafarme, no puedo. Malditas muñecas pequeñas.

—Aún no entiendes quién tiene el control, hermosa.

—¿Qué crees que haces? Deja que me levante —le escupo, pero él ni se inmuta.

—¿Para hacerlo a tu manera? ¿Con tus reglas absurdas y tu disparate de contrato? ¿No has roto las reglas alguna vez? ¿No ha llegado nadie que te haga saltar las cláusulas?

Lo contemplo y aprieto los labios.

Está en medio de mis piernas.

Mis movimientos son en vano. Hubiese podido patearle los testículos, pero él se cuidó bien al ponerse así. Me quedo quieta para ver si de esa manera se cansa y se me quita de encima. Su perfume me embriaga y lo respiro de lleno. No puedo coordinar bien una sola idea. Tiene mis ojos prendados en los suyos. Soy presa de su cuerpo y de ese magnetismo diabólico que tiene.

—Veamos entonces qué tan claro ha quedado todo. —Sube su mano libre por mis muslos y aparta con poca delicadeza mis bragas. Siente la humedad.

Abro los ojos de par en par por la intromisión y violación a mi cuerpo. Me mira, complacido, y sonríe de medio lado.

Mierda.

Estoy que empujo las caderas hacia abajo para intensificar el tacto.

Así mismo como se subió sobre mí, con esa misma agilidad bajó.

Me levanto y me apoyo en los codos. No sé qué decir. No concibo una sola idea coherente que haga que él salga de aquí o que me posea como nadie lo ha hecho en toda mi vida.

—¿Entonces qué? —Camina hacia la puerta. Quiero gritarle que no se vaya y que venga a terminar lo que comenzó—. ¿Tenemos un trato? —Me sorprende.

«No».

—Sí —respondo mirándolo a los ojos.

Maldición.

Acabo de pactar con el mismo diablo en persona.

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