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REGRESO
—¡Amara, te dejará el avión! —el grito de mi padre en la planta baja me hace brincar en el mismo lugar del susto. Aún seguía en Francia, sin embargo, tenía que volver al internado sí o sí.
Había pasado estos dos meses sin problemas, mi padre y yo estábamos más cerca que nunca y todo parecía mejorar entre nosotros. Lo que sí no esperaba es que me recibiera con una noticia un poco inusual:
—Me voy a casar —me había dicho. Al principio estaba desconcertada porque él jamás me había presentado a nadie, ni siquiera a una novia. Cuando conocí a su futura esposa me quedé anonada: era bastante joven, rubia y bonita. No sé si esté paranoica pero me huele a que ella está detrás de su dinero nada más.
Se ve un poco hipócrita.
Me hizo convivir con ella todas las vacaciones para que nos conociéramos más, pero no, la evitaba todo el tiempo. Esa chica me odia y la odio. Respecto al nombre de mi padre en los papeles de los donadores en el colegio, lo que me dijo fue que quería ayudar. Donar algo de su dinero no lo iba a dejar en la calle así que por eso lo hizo. Se lo creí.
—¡En seguida bajo! —le grité de vuelta. Terminé de cerrar mi maleta, tomé mi bolso y salí de mi habitación.
Elder.
Mentiría si digo que no he pensado en él todo este tiempo, no hubo un maldito día en que no lo hiciera; en realidad pensé que viniendo aquí lo olvidaría pero no fue así, más se metía en mi cabeza y eso era algo que no podía evitar. Hubieron varios chicos que intentaron hablarme, sí, pero por más que yo quería no podía. Elder siempre estaba en mi mente.
Aún no supero su mentira.
Bajé las escaleras. Mi padre y su novia estaban cerca de la puerta principal, ella le acomodaba su corbata mientras le decía algo que pude escuchar muy bien. Supongo que ser ahora una licántropa tiene sus ventajas:
—No creo que sea una buena idea, amor, tu hija no me quiere —le dijo ella en un tono hipócrita.
—Dale tiempo, no está acostumbrada a verme con nadie.
—Papá—llamé su atención.
Ellos me miran.
—Ya estas lista. Vamos al auto, perderás ese avión —él abre la puerta y sale con su mujer, mientras que yo los sigo.
Cuando estamos todos en el auto el chofer arranca.
Alessandra era su nombre, y era de Italia.
—¿Estas nerviosa por tu regreso a clases? —me pregunta ella sonriendo. Dudé en responder, pero mi padre me dio un pequeño codazo para que lo hiciera.
—Algo así.
—Te entiendo, la primera vez que tuve que ir a un internado en Suecia no conocía a nadie y... —Alessandra empezó a decir uno de sus tantos monólogos, había notado que hablaba mucho. Y todo el viaje al aéreo puerto estuvo hablando.
—Cuídate mucho, cariño —papá me abraza.
—Tu también, no dejes que nada ni nadie se aprovechen de tu nobleza —tenía tantas ganas de quedarme a cuidarlo de Alessandra. Ella no me caía bien y sabía que se empezaría a gastar su dinero.
—De todas formas te tendré conmigo de nuevo en un mes para la boda.
Me tensé.
Aún no digería esa noticia.
—Está bien. Me tengo que ir. Te llamo al llegar.
Me despedí de mi padre. Cuando abordé ese avión mi padre y su novia pasaron a segundo plano porque otra persona se adueñó de mis pensamientos: Elder William. Han pasado tres meses casi de no verlo. La ansiedad se apodera de mi, no logro controlar el querer verlo, el querer estar cerca de él. Es como una necesidad inexplicable y obsesiva. No sé qué es lo que me hizo pero me tiene mal.
Y no sabía si Elder estaría en el internado o aún se ausentaría más tiempo. Si eso pasaba, cuando volviera quizás ya no esté libre.
•
Cuando bajé del avión y me subí al auto que me llevaría al colegio me empecé a sentir nerviosa y ni siquiera sabía por qué. En todo el camino me sentí sudorosa, especialmente las manos. Me preguntaba si Flavia o Mell estarían en el colegio. Espero que sí porque no quisiera estar sola. Cuando llego a las puertas del prestigioso internado me bajo y tomo mi bolso y mi maleta.
El auto se va.
Habían más estudiantes apareciendo en sus lujosos carros de alguna isla paradisíaca o quien sabe de donde, pero eran niños ricos nada más. Avancé hacia la entrada, estaba segura de que podía sentir las miradas en mí. Eso hizo que me pusiera aún más nerviosa.
¿Por qué me veían así?
Subí las escaleras hasta llegar a mi cuarto, me sorprendí un poco al no ver a nadie. Pensé que quizás Flavia estaría aquí. Dejé mi maleta a un lado y me acosté en la cama. Pero algo sentí bajo mi almohada así que me senté y saqué sea lo que sea que fuera.
Me quedé estática y paralizada en el mismo lugar viendo ese papel, todo el nervio se activó en mi cuerpo; mi corazón empezó a latir más rápido de lo normal mientras veía mi foto. Era una de las fotos que meses atrás le había enviado a Jean Paul, una de las fotos en donde enseñaba mis pechos. Lo peor es que se veía mi cara y todo.
—Maldita sea —susurré, poniéndome de pie con la foto en mis manos— Tal parece que esto nunca me dejará en paz. Nunca lograré liberarme de esto —arrugué la foto haciéndola una bolita.
La puerta de la habitación se abre bruscamente y de afuera aparece Flavia.
—¡Amara! Qué bueno que volviste —me abraza, fue un abrazo rápido porque se miraba apurada— No sabes lo que está pasando allá abajo.
—¿Qué está pasando? —me asusté.
—Ven —ella me toma de la mano y me hace salir de la habitación.
—¿Qué pasa, Flavia? —le pregunté cuando bajamos las escaleras.
—Ya verás —me dice, dirigiéndonos a la cafetería. Allí estaba un tumulto de estudiantes viendo algo. También tomaban fotos a algo pegado en la pared.
—Cuando vine a comer algo miré eso, Amara, lo siento mucho.
Me acerqué un poco más al tumulto de gente para poder ver lo que había en la pared. La mayoría de estudiantes me notó, ellos me miraban raro. Me miraban con... deseo algunos, otros negaban con la cabeza y las chicas me criticaban.
Quise desaparecer en el momento en que vi la misma foto de mi habitación pegada en la pared. Pero ésta no era una pequeña foto sino un póster. Un póster con mis pechos y mi cara al descubierto. Y esa solo era la punta del iceberg. Me di paso entre ellos y lo arranqué para después salir corriendo hacia la parte trasera.
—¡Amara! —había escuchado el grito de Flavia a lo lejos pero no le hice caso. Necesitaba desaparecer de ese lugar. Ahora todos me mirarían y me juzgarían. Ya lo habían visto. Ya habían visto mi vergüenza.
Cuando llegué al patio trasero me dejé caer de rodillas y lloré, sentía tristeza pero también enojo. Mucho enojo conmigo misma y también por Jean Paul por haber sido un hijo de puta poco hombre. Tenía tanta sed de venganza. No sé por qué pero mi cuerpo se empezó a sentir extraño, empecé a sentir cómo mis huesos se quebraban y cómo me desfiguraba. Eso me dio mucho miedo. En un abrir y cerrar de ojos ya era un licántropo completo.
Quise hablar o gritar pero lo único que salía de mi boca o de... mi hocico eran gruñidos. Me miré las manos y eran patas ¡patas! Dios mío.
—¡Amara! —escuché la voz de alguien detrás de mí. Volteé a ver al susodicho solo para darme cuenta de que era esa persona que tanto estaba esperando ver: Elder. —Tranquila, no entres en pánico —me dice, acercándose— Cálmate y eso pasará —Elder llega donde mí mientras me acaricia el pelo. Cuando hace eso rápidamente se va el miedo y viene la calma.
Elder tiene ese poder de calmarme, de hacerme sentir bien, llena de paz. Pero hay otras veces en que sucede lo contrario. Él me acaricia el pelaje, sabe bien cómo hacerlo.
«Elder» fue lo que le dije a través de mi mente. Según recuerdo me podrá escuchar.
—Tienes mucho que explicarme, Amara —me responde. Al parecer está un poco resentido, y no es para menos: nunca contesté sus llamadas.
«No tienes cara para reclamarme nada, dijiste semanas y duraste casi dos meses» le hice saber.
—Pero te llamé y nunca me respondías. No sabías lo que tenía para decir —me reprocha.
Buen punto. Si tan solo hubiera respondido una de sus llamadas hubiera sabido el por qué de su retraso.
Sentía que volvíamos a tener esos desacuerdos de antes, me pareció todo normal entre ambos. Y eso me hizo sentir bien.
—Amara, eres tú de nuevo —me dice.
Fruncí el ceño porque no supe a qué se refirió. Pero miré mi cuerpo y estaba desnudo ¡desnudo! La parte loba había desaparecido y no me había dado ni cuenta. Y ahora estaba sin ropa porque la ropa que traía se había hecho trizas.
Genial.
Me tapé de inmediato.
—Toma mi chaqueta —Elder se quita su chaqueta y me la da. Me la pongo de inmediato mientras me pongo de pie. Al menos la chaqueta me queda abajo de los muslos. —¿Por qué te tapas?
Supe a lo que se refería. No sabía por qué me cubría si de todas formas él ya había visto mi cuerpo desnudo. Sentí mis mejillas arder al recordar esas cosas que hicimos.
—Bienvenida de nuevo, Amara —me tiende la mano— ¿Lista para conocer tu lado salvaje?
Achiqué los ojos dudando un poco, imagino que a lado salvaje se refiere a mi parte loba. No estaba lista y creo que nunca lo estaré, pero en algún momento tenía que aprender a controlar esto. Más cuando Melania estaba suelta y con sed de venganza.
Así que le estreché la mano respondiendo:
—Estoy lista, Elder William.