Capítulo tres *La miseria*
Esta noche me perfumo y me coloco un vestido sin tiros de color verde pálido, el cual, según Teresa, destaca mis ojos. Mi cabello es castaño claro, casi rubio, y da la impresión de tener mechas doradas, pero jamás le he puesto un color artificial.
Me asusta un poco el tener que hablar con Lucian y saber a qué demonios se refería mi hermana cuando dijo que no podía confiar en él. No lo dijo exactamente con esas palabras. Sin embargo, la duda se implantó en mi cerebro. Ahora... ahora solo puedo pensar que él me oculta algo y que actuó de una forma que puede afectarme o que afectará nuestra relación. Tengo miedo de saber que lo que pensé tener con él, no era cierto.
Nunca quise quedarme estancada en este pueblo. Por estar tan retirado de la civilización, caracterizado por acostumbrarse a la estabilidad, tanto emocional como económica, nadie pierde sus casas y sufre por una falta de comida, dado que todo el mundo se conoce. Si alguien está en problemas, siempre tendrá la mano amiga de un vecino. Es un pueblo de ensueño, así lo catalogan los turistas cuando se acercan, cuando nos visitan. Es lo único bueno que tenemos. De vez en cuando los turistas vienen y se toman fotos en el lago, por lo que hacemos actividades para vender pañuelitos y suvenires. Ellos se los llevan con mucho amor y como recuerdo de nuestro poblado.
En una de esas actividades fue que conocí, que lo vi a lo lejos, al que ahora está destinado a ser mi esposo. Darío no era como lo pintan ahora, no era llamado el Sombrío, no tenía ningún apodo, más bien era un hombre rico que vivía en un castillo en el pueblo vecino. Un tipo con mucha influencia en las zonas aledañas, casado con una joven mujer que estaba embarazada en ese entonces. Nuestras miradas se cruzaron por error; pude ver la fuerza y la arrogancia que saltaba en la línea que nos conectó invisiblemente.
Allí supe que ese hombre era un misterio y un enigma para mí.
—Tati, Lucian está aquí —la voz de mi madre me hace alejarme del espejo.
El corazón se me acelera.
El miedo comienza a subir por los dedos de mis pies.
Un sentimiento similar al hambre se instala en mi estómago.
Creo que me moriré.
—¡Tati! —esta vez fue a mi novio, casi ex novio, a quien escucho llamarme.
Mis ojos se llenan de lágrimas. ¿Cómo puedo terminar con él después de tanto tiempo?
Suelto el aire un par de veces e intento calmarme.
No hay mal que por bien no venga.
Como mi madre siempre solía decirme: “Son lentejas. Si quieres, las comes y si no, las dejas”.
No tengo alguna alternativa. Me siento coaccionada.
Más bien lo estoy.
Salgo de la habitación. Mi casa tiene tres recámaras; la de Tere, la que ocupan mis padres y la mía.
Casi de inmediato veo a Lucian. Lleva una camisa blanca remangada hasta los codos y un pantalón de tela gris. Su cabello oscuro desarreglado me provoca nostalgia anticipada. Estoy segura de que ese hombre no me dejará salir del castillo siquiera.
—Amor mío, por fin sales. Estás hermosa. —Se acerca y me besa con sutileza.
Oigo los pasos de mi madre al desaparecer en la cocina.
Le devuelvo el gesto a Lucian.
Él siempre me ha respetado y nunca ha intentado presionarme para tener sexo. Le pedí que esperáramos hasta el matrimonio.
Ahora mi virginidad será de otro hombre.
Teresa siempre me dijo que estaba siendo tonta al aguardar por algo que era inminente y completamente natural.
No lo hice.
El sexo no me parece tan llamativo y tan necesario para que la relación funcione.
Aunque no exista una relación sexual activa, el amor debe de estar.
—Tenemos que hablar —intento que mi voz sea pausada y cortante.
No quiero, pero debo.
La sonrisa se esfuma de sus labios y sus ojos azules tan profundos como el mar.
—¿Qué sucede, belleza? ¿Qué te acongoja? —Su preocupación me marchita el alma.
—Sentémonos.
Me sigue los pasos y nos acomodamos uno frente al otro en la sala de estar. Mi casa no es tan grande como otras más del pueblo, pero es acogedora y siempre la he considerado perfecta.
—Estás comenzando a asustarme, pequeña flor. —Siempre ha sido cortés, de palabras amorosas y apelativos cariñosos.
Es algo que no tendré con Darío, estoy segura. Para el Sombrío, seré solo un objeto, una transacción que hizo con mi padre.
—Me enteré de algo ayer…
Noto que él se pone nervioso y se estruja las manos en un gesto más que significativo.
—Yo...
¿Acaso sí me oculta algo?
—Estuve hablando con Teresa. —No sé por qué le digo esto. Lo cité para decirle que me voy a casar con otro hombre después de años de estar saliendo con él.
Pero ahora un sentimiento ha despertado en mí. Podría llamarlo sexto sentido, curiosidad o desesperación. Aún no determino un nombre propicio. O tal vez es mi deseo de tener algo por lo cual terminar con Lucian sin sentir que le he roto el corazón al casarme con otro.
—¡Fue algo de una vez! —balbucea de súbito, se levanta del sofá y se arrodilla frente a mí con los ojos a punto de salirse de sus cuencas—. ¡Te juro, tesoro mío, que pasó una vez y nunca más! No sé qué me sucedió....
No sé qué pensar. Estoy segura de que me confiesa una infidelidad. No obstante, mi corazón se niega a creerlo.
—Tú... tú... —tartamudeo, confundida— estás...
—¡Perdóname, por favor! —me pide, afligido, sin saber que no puedo salir de la estupefacción—. Teresa dijo que no te diría, que no quería lastimarte. ¡Esa maldita me mintió! ¡Solo me pasé de alcohol! No le hice nada.
Mi corazón casi sale desbocado del pecho.
—¿A quién? ¿Qué fue lo que hiciste, Lucian? —interrogo un poco más segura. Su rostro me comienza a incomodar. La manera en que me suplica, arrodillado y lloroso, me molesta—. ¿Qué hiciste?
—No te lo dijo —murmura—, no te dijo lo que hice.
—No —entiendo que se refiere a Teresa—, no quiso decirme. Me pidió que te lo preguntara yo misma, así que comienza a hablar, Lucian. ¿Qué pasó? ¿Qué vio Teresa? ¿Qué fue lo que hiciste?
No puedo imaginarme a mi hermana al hallar a mi novio siéndome infiel. A lo mejor solo lo vio hablar con alguien. Aunque las cosas están bastante claras: él está arrodillado y arrepentido. Algo terrible debió de haber hecho, al menos lo suficientemente malo como para que un hombre como él, que dice amarme, que me conoce mejor que nadie, ahora esté en esta posición.
—Dile, Lucian. —Mi hermana sale de su dormitorio y se cruza brazos sin acercarse a él.
Es una actitud recelosa.
—Tere... —No comprendo nada—. Hermana, ¿qué ocurrió? ¿Qué viste?
—¿Yo ver? —Sus ojos se entristecen—. No vi, sentí.
—Teresa… —Lucian se levanta del suelo y camina hacia ella.
Con rapidez y por instinto, me incorporo y me interpongo en el camino de Lucian para cubrir a mi hermana con mi cuerpo.
—No te atrevas a acercártele.
—No fue nada. Solo está exagerando.
El hombre que hacía unos segundos estaba roto, hecho pedazos mientras sollozaba por mi perdón, arrepentido por algo que no sabía, ahora me observa como si nada hubiese pasado.
—Me tocaste —suelta mi hermana con un hilo de voz—. Te aprovechaste de mí; me tocaste y te largaste diciendo que yo te había provocado.
—Tere… —susurro al mirarla.
Dejo caer las lágrimas pesadas. Mi hermanita me ve con sufrimiento.
—¿Hace cuánto? —le pregunto sin voz.
—Un mes.
Un mes que mi hermana fue abusada por mi novio y no caí cuenta. Ella sufrió hace un mes en silencio y de estúpida creí que iba a casarme algún día con el mejor hombre del mundo, uno que mi familia amaba y con quien me sentía bien.
—¡Te aprovechaste de mi hermana! —bramo y le pego un puño entre los ojos.
Mi mano comienza a arder. Me siento airada y deseosa por propinarle más golpes.
Mi hermana me abraza y me pide que pare cuando intuye que tengo la intención de volver a pegarle.
—¡Lárgate! ¡Lárgate antes de que te mate aquí mismo!
Lucian me mira entre confundido y enfadado. Sé que él no se esperaba tal acción de mi parte.
He sido más que la novia perfecta, siempre calmada y tranquila. Nunca levanté la voz ni molesté a los demás.
—¡No pasó nada! ¡No la violé, por el amor de Dios! — se defiende y posa la mano en su rostro, el cual se enrojece poco a poco.
Me agarro la mano, que me arde, y la aprieto con fuerza.
—No me importa. No me importa lo que tengas que decir. Te largas ahora mismo de mi casa. —Me sacudo de los brazos de mi hermanita, quien solloza en silencia—. ¡Lárgate! —Lo empujo fuerte una y otra vez—. ¡No te atrevas a volver! No le pondrás otro dedo encima a mi hermana. —Mi voz se torna gruesa por el llanto que aún no suelto. La furia es aún más fuerte que mi deseo por llorar y desahogarme.
—Tati… —comenta él desde la puerta—, nada pasó. Yo me detuve. Nada pasó.
—Vete. Vete y jamás vuelvas a buscarme. No te acerques a mi hermana o me encargaré de matarte yo misma, aunque luego me pudra en la cárcel.
Lo veo irse, cabizbajo.
Mi hermana suelta el llanto. Voy a abrazarla y darle el consuelo que debí ofrecerle desde hace un mes.
—Perdóname. Perdóname por no cuidarte, por no darme cuenta del cerdo con el que estaba. —También derramo lágrimas.
«Es oficial: estoy soltera y lista para casarme mañana». El pensamiento llega de repente y casi me amonesto por la inconsciencia de esa idea tan absurda.
Pero es cierto.
Media hora antes, estuve nerviosa, pues no sabía cómo decirle a Lucian que tenía que dejarlo. Ahora solo me queda el peso de no haberme percatado antes de que dejarlo siempre fue la mejor opción.