Capítulo 7: ¡Nosotros nos oponemos a esta boda!
Miguel estaba por contestar la pregunta de su futura esposa, cuando escuchó aquel nombre, su corazón se sobresaltó, giró su cabeza como rapidez para buscarla, y vio a una hermosa mujer con sus mismas características.
«¿Es ella?» se dijo en la mente, y sin pensar en nada se puso de pie, salió corriendo tras de Lu.
Luciana tembló al darse cuenta de que él estaba tan cerca, cruzó la calzada casi corriendo.
—¡Espera! —gritó Miguel, intentó ir tras de ella, pero los autos se lo impidieron, resopló.
El corazón de Luciana se aceleró, subió con rapidez al primer taxi que pudo, giró su rostro y sus ojos se encontraron con los de él, volteó para que Irma no la recociera.
—¿Qué ocurre? ¿Conoces a esta tal Lucía? —preguntó Irma con evidente molestia, alcanzándolo.
—Es la chica que me ayudó cuando me desmayé, quería darle las gracias en persona, y una gratificación —mintió.
—¿Solo eso? —averiguó Irma mirándolo con seriedad.
—Sí era eso nada más, y no vayas a empezar, quiero dormir tranquilo esta noche —rebatió.
«¿Por qué huyó?» se preguntó intranquilo.
—¡Qué carácter! —rebatió Irma, prefirió no decir más, estaba a horas de convertir después de tantos años en realidad su sueño, ser la esposa de Juan Miguel.
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Luciana llegó a casa alterada, no podía decirse con exactitud qué era lo que sentía, era una mezcla de ira, enojo, resentimiento, despecho, en esas condiciones no podía razonar, había salido huyendo como lo que era una fugitiva.
Cuando abrió la puerta de madera, se encontró con Emiliano, como siempre esperándola para calentarle la cena, preguntarle como le había ido, era un buen hombre.
«Se merece una oportunidad» pensó Lu. «Si tú, Juan Miguel Duque tienes derecho a rehacer tu vida, yo también»
—Buenas noches, ¿cómo te fue?
Emiliano no dijo más, porque de pronto los labios de Luciana, se estamparon contra los suyos, lo besó.
No era la primera vez que sucedía eso, pero siempre las ocasiones anteriores era él quién le robaba los besos, y ella respondía con frialdad, pero que ahora Lu tomara la iniciativa, avivó en él sus esperanzas.
—Creo que debo esperarte más seguido —susurró sonriente, y la observó con un brillo especial en los ojos.
Lu suspiró profundo, lo miró con ternura.
—Desde hace tiempo me has pedido una oportunidad, y hoy he decidido que es hora de pensar en mí, de dejar el pasado atrás, sabes que ocupas un lugar importante en mi corazón, espero con el tiempo llegar a corresponderte.
Para Emiliano esa fue la mejor noticia que pudo recibir, la abrazó, emocionado.
—Te prometo que no te vas a arrepentir, y justamente te esperaba para invitarte este fin de semana, los dos solos, a una hostería. ¿Aceptas? —indagó—, te he notado tensa, nerviosa estos días, espero que estando solos me cuentes lo que ocurre.
Lu necesitaba alejarse de la ciudad, porque si se quedaba era capaz de cometer una locura, y poner en peligro a todos.
—Sí, acepto, necesito alejarme de la ciudad, por mi paz emociona. —Cerró sus ojos—, ¿y los niños?
—Doña Caridad, los va a cuidar, tranquila.
Lu asintió.
«Qué sea lo que Dios disponga»
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Al día siguiente las campanas de la catedral repicaron con fuerza. Tal como lo anheló Lu, una gran llovizna caía sobre el pavimento. La novia tuvo que cambiar el carruaje que la llevaría del hotel a la iglesia por una limusina. En las calles que rodeaban el parque Calderón no había transeúntes, tan solo los familiares e invitados de los novios.
La marcha nupcial se escuchó, por más esfuerzos que hicieron para que el impecable vestido no se manchara, fue inútil, la novia maldijo en su interior; sin embargo, nada, ni nadie, iba a empañar ese momento.
Ingresó del brazo de su padre sintiéndose triunfadora, la sonrisa que esbozaban sus labios parecía que no se la iba a quitar nadie, no imaginaba lo que estaba por suceder.
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—Señora usted no puede pasar —dijo un guardia a doña Caridad y los niños, estaban a una calle de la iglesia, los pequeños no habían tenido otra alternativa que contarle a la anciana lo que habían descubierto.
—Mire a estas criaturas, eran parte del cortejo de la novia, ¿los va a dejar vestidos y alborotados? ¿Cree que vamos a hacer algo? ¿Yo una anciana que no puede ni caminar y dos niños inofensivos? —preguntó mirando al hombre que permanecía serio.
—Si no nos deja seguir tendremos que llamar al novio a su teléfono, interrumpir la boda, él nos conoce bien, somos su familia, mírenos —avisó Mike.
El guardia los miró con atención.
—Sigan.
—Corran chiquitines, impidan esa boda —solicitó la anciana—, yo los sigo a paso lento.
Los pequeños se habían colocado sus mejores galas, Mike un terno negro, y Dafne un vestido de princesa color lila, no eran vestidos de diseñador, pero los más bonitos que Luciana les pudo comprar con su sueldo, corrieron con gran rapidez para alcanzar a interrumpir aquella boda.
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Si hay alguien que conozca algún motivo para que este matrimonio no se realice, que hable ahora, o calle para siempre —indagó el sacerdote por el micrófono.
Mike y Dafne tomaron una gran bocanada de aire, se miraron a los ojos, y se agarraron de las manos, caminaron por medio de la iglesia, aproximándose al altar.
—¿Quiénes son esos niños? ¿Qué está ocurriendo?
Eran varias de las interrogantes que se hacían los invitados.
Los padres del novio miraron a los niños con atención, en especial al pequeño.
—¡No puede ser! —susurró la señora Duque.
—¡Ese niño es idéntico a mi cuando tenía esa edad! —comentó sorprendido Juan Andrés el gemelo de Miguel a su esposa.
Paula parpadeó, pasó la saliva con dificultad.
—Dime que estoy loca, esa niña… es el vivo retrato de Lu. —La voz se le fragmentó—, es igual a mi amiga. —Varias lágrimas escurrieron por sus mejillas.
Todos esos fueron los murmullos que se empezaron a escuchar en toda la iglesia, para la familia de la novia aquellos chiquitines eran unos intrusos, y por sus sencillos atuendos, pensaron que eran vendedores ambulantes que se había colado a la boda, pero para la familia Duque, estaba más que evidente que esos chiquitines estaban relacionados con ellos, pero no sabían cómo, todo era confuso.
La madre de la novia se puso de pie, decidida a agarrar a aquellos intrusos y sacarlos. La señora Duque, mamá de Juan Miguel también se puso de pie, pero ella decidida a no permitir que tocaran a los pequeños.
Los niños al darse cuenta de que ambas mujeres se iban a acercar a ellos hablaron:
—Nosotros nos oponemos, tenemos motivos para hacerlo —hablaron a dúo y con firmeza.
Irma giró, miró a aquellos chiquitines abrió sus ojos de par en par.
«¡No, no puede ser!» «¡Están muertos!» «¡Ella falleció!»
Palideció por completo al notar como los niños la miraban con profundo resentimiento, tembló de inmediato.
Miguel volteó al escuchar esas voces infantiles, sonrió sorprendido, reconociendo a sus amiguitos.
—¿Qué broma es esta? —cuestionó Irma, frunciendo el ceño, las piernas le empezaron a flaquear. —¡Saquen a esos intrusos! —ordenó gritando a viva voz, intentando evitar que su futuro esposo hablara con los chiquitines.
—¡Alto! —ordenó Miguel—, no los toquen, yo los conozco. —Bajó del altar y se aproximó a los niños. —¿Qué hacen aquí? ¿Por qué se oponen a la boda? —cuestionó, los miró con ternura, y con una sonrisa en los labios.
—Tú no puedes casarte con esa mujer. —Señalaron con su manita a Irma—, tú tienes que casarte con nuestra mamá.
Irma apretó el ramo de flores que sostenía resopló.
—Miguel, ¿les vas a poner atención a este par de mocosos insolentes? —vociferó Irma, fulminó con la mirada a los pequeños—, están jugando una broma, son unos pordioseros.
—No somos ningunos pordioseros, bruja —gritó Dafne, las mejillas se le encendieron.
—Atrevidos, van a ver. —Intentó acercarse para zarandearlos, pero Miguel se paró frente a ellos para defenderlos.
—Ni se te ocurra —habló Miguel con energía, la miró con seriedad.
—Pero…—Se quedó estática, observando a todo lado, angustiada, buscando ver a Luciana en algún lado.
«Tienes que estar muerta»
Miguel giró y se inclinó a la misma altura de los niños, los miró algo aturdido, y les preguntó con dulzura.
—¿Por qué dicen que debo casarme con su mamá? —cuestionó—, para eso debo conocerla, y ella no debe estar casada con su papá, están confundidos.
—No, no lo estamos, no nos trates como tontos, no lo somos —vociferó Mike elevó el tono de voz.
—No le grites —advirtió Dafne a su hermano, lo agarró de la mano para calmarlo, y luego miró a su papá—. Tú si conoces a nuestra mamá —intervino Dafne—, estuviste en nuestra casa, buscándola.
Miguel se tensó y empezó a sentir que el ritmo cardíaco se le aceleraba, observó con claridad el rostro de Mike, ya sin los efectos de la medicina, y de inmediato se dio cuenta de que ese niño, era idéntico a él cuando tenía esa edad.
—¿Son hijos de Lucía? —indagó con la voz temblorosa, y sintiendo que se sofocaba.
—De Luciana Gómez, ella es nuestra mamá. —Le mostró la foto de su madre—, y no te puedes casar con esta bruja —gritó Dafne—, porque tú eres nuestro papá.