Capítulo 6
—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! —Lidia estalló de la risa—. ¡¿Tanto te impresionó el bombón?! —Meneó la cabeza con diversión—. Necesitas un hombre y ya. No puedes seguir así, mírate, estás pálida.
—No fue eso lo que me impresionó. Tú y tus cosas —se quejó ofendida, pero sus manos aún temblaban.
—Amiga... debes actuar como las personas normales. El primer paso es olvidar esos sueños o más bien, no darles importancia —aconsejó—. Mientras más te aferres a ellos, más difícil será desenvolverte en la realidad. Mira como actúas solo con ver a un hombre que está bueno, creo que tus sueños son un grito de desesperación por tu falta de vivir, ya que te la pasas encerrada en el trabajo y en tu apartamento sola y sin acción; así como nuestro delicioso CEO, hay muchos hombres, por ejemplo, Marcos; es obvio que babea por ti, y tú aquí, soñando con el nunca jamás. —Dio suaves palmadas sobre su hombro—. Ahora, ve a la sala de juntas, antes de que Stone venga a regañarte.
—¡Cierto! —gritó regresando a su realidad. Si su amiga supiera que acababa de ver al hombre que protagoniza sus sueños... ¿Seguiría dándole esos consejos o pensaría que se volvió loca?
Trató de entrar sin ser notada, cosa imposible, ya que todos estaban muy atentos escuchando a su nuevo CEO cuando ella traspasó la puerta, robando la atención que estaba puesta sobre su nuevo jefe. Otro momento vergonzoso delante del prominente hombre. ¡Cómo deseaba que fuera otro de sus sueños! O en este caso, pesadilla.
Las miradas la siguieron hasta que tomó asiento, y su nuevo jefe tuvo que hacer un sonido con la garganta para recuperar la atención de los presentes. Ese era uno de esos días en que deseaba que se la tragara la tierra.
—Señorita Allen; es su turno de presentar los informes de edición. —Este la despertó de su ensoñación, mientras ella lo miraba. —Otra razón para volver a avergonzarse—. Ella se paró de repente muerta del susto y la vergüenza, todos la observaban confusos por su extraño comportamiento, ya que ella siempre se había reflejado como una mujer con mucho temple y había tenido el control de las cosas, pero ahora parecía una chica desubicada que expondría por primera vez delante de desconocidos.
—Ah... yo... —Trató de abrir las carpetas, pero como una mala jugada de la suerte, éstas cayeron al piso dejando salir los papeles que tanto había tardado en organizar; trató de recogerlos y ponerlos en el mismo orden, pero estos se mezclaron. Sus manos se movían involuntariamente y su voz se quebraba al pedir disculpas por su torpeza, estaba de rodillas en el piso recuperando las hojas que se arrugaban al tocarlas, pues, su nerviosismo no la dejaba actuar o pensar cómo debía. Su antiguo jefe estaba rojo del coraje. Él siempre elogió su capacidad y buen desenvolvimiento, pero en ese momento todo lo que había logrado se estaba destruyendo poco a poco ante sus ojos.
Algunos de sus compañeros se tapaban el rostro con vergüenza ajena, y otros más maliciosos se reían y murmuraban entretenidos por su falta de coordinación. Ella no era mujer de llorar, sin embargo, en ese momento sentía que lo haría en cualquier instante. Se quedó inmóvil al ver el rostro sonriente de su nuevo jefe, quien estaba agachado frente a ella organizando los papeles dentro de las carpetas.
—No sé cuál es el orden, pero por lo menos estarán a salvo —dijo con amabilidad—. Cuando la junta termine, la espero en mi oficina. Le daré una hora para que los organice y recupere la compostura, puesto que necesito sus informes para estar al tanto de cómo funciona todo aquí. —Guiñó un ojo—. Así que la espero lista en mi oficina. —Ella asintió atolondrada. Nunca en su vida había estado tan avergonzada y conmovida a la vez.
Mientras que sus compañeros de años; personas que ella había ayudado, aconsejado y apoyado siempre, se burlaban; un extraño que además es dueño de la empresa y debería estar lleno de dudas del puesto que ella estaba ocupando, vino a su rescate.
Se levantó en silencio sin evitar quitar la mirada de él, quien tampoco disimuló su impresión y sus ojos miel mantuvieron el escrutinio sobre ella mientras estuvieron allí, provocando un mar de pensamientos y especulaciones en la mente de los presentes. Era obvio que esa junta desataría los más jugosos chismes e historias inventadas.
***
—Nora. —La voz de su antiguo jefe la espantó. Creyó que había cerrado su oficina con llave, pero al parecer, lo había olvidado—. ¿Qué rayos fue eso? —cuestionó molesto.
—Siento mucho lo de hoy... —Lo miró avergonzada—. No sé qué me sucedió, usted me conoce...
—¡Porque te conozco te pregunto! —profirió enojado—. No te reconocí hoy, Nora. ¡¿Qué rayos pasó?! ¿Acaso quieres que te echen de aquí? ¿O quieres hacerme quedar mal? ¡¿Qué te he hecho yo?!
—¡Claro que no! Yo nunca haría eso. Últimamente, he estado fuera de lugar... yo... no sé —suspiró—, no estoy bien. —Las lágrimas amenazaron con salir—. Le prometo que me disculparé con el sr. Anderson, debo verlo en unos minutos para darle mi informe.
—¡Por supuesto que te disculparás! —Negó con resignación—. Por lo menos, él no dijo nada y pareció no darle importancia al asunto —dijo más relajado—. Pero... ¿Ustedes se conocían desde antes? Él no te quitaba los ojos de encima y tú te lo comías con la mirada.
Nora negó sonrojada. Por lo menos su jefe ya no estaba enojado y la paz volvió a ella.
—Nunca lo había visto. «Solo en mis sueños». Es que se me pareció a alguien, eso es todo.
—Bueno —dejó salir un suspiro—, te dejo para que termines y por favor, vuelve a ser tú y muéstrale de que estás hecha —sonrió y salió de la oficina.
Nora miró el reloj y solo faltaban cinco minutos para el encuentro con su nuevo jefe, los nervios la invadieron otra vez.
—Está vez, no —se recriminaba a sí misma—. Contrólate Nora, debes calmarte —dio un último suspiro, tomó los papeles y salió.
Subió al próximo piso y se dirigió a la oficina del CEO, avisó a la asistente de su jefe y ésta le comunicó a él por el teléfono que ella estaba allí. Con una sonrisa cortés le dijo a Nora que podía entrar, pero ella se quedó petrificada frente a la puerta, tratando de recuperar el ritmo normal de su respiración.
—Puedes abrir la puerta. —La joven le indicó con una sonrisa al ver que ella no movía ni un músculo. Nora asintió y abrió la puerta lentamente. Al entrar, se encontró con esa mirada miel e intensa que la hizo temblar, otra vez.
—Tome asiento. —Edward extendió su mano al aire indicándole la silla que estaba frente a su escritorio. Nora se sentó con timidez, algo que no era propio de ella. Miró de reojo la oficina. Muchas veces había entrado allí, pero nunca se imaginó que estaría frente al hombre de sus sueños (literalmente). Había algunos cambios, ahora lucía más moderna, aunque sin perder esa elegancia y lujo que la identificaba como la mejor oficina del edificio. El sr. Stone siempre tuvo buen gusto y, al parecer, su sucesor no se quedaba atrás.
—Quiero... —Su voz se quebró al ver que él le fijó la mirada cuando ella empezó a hablar. Tomó aire para ganar compostura y prosiguió—. Quiero disculparme por lo sucedido hoy en la junta. No suelo actuar así, lamento mucho lo ocurrido...
—Tuvo un mal día, no se preocupe. —Él la interrumpió—. Se lo dejaré pasar por hoy, pero no suelo ser tan generoso. —Su mirada era intimidante—. Me gusta que las personas con las que trabajo sean competitivas y tengan la cabeza bien puesta; espero que ese comportamiento poco profesional no se repita. No solo es el hecho de que no pudo sostener la exposición de su informe, sino que también, llegó tarde, interrumpiendo la reunión. —Ella asintió avergonzada—. Bien —él sonrió—, ya que todo está claro, empecemos.
Fue una hora incómoda para Nora. Su nuevo jefe no le quitaba los ojos de encima y ella tuvo que fijar la mirada en los alrededores para no descomponerse. Pese a su incomodidad, dio su informe con nitidez y profesionalismo y esa habilidad que la caracterizaba.
—Vaya, muy bien, Srta. Allen. Ahora veo a la persona de la que el Sr. Stone habló con tanto orgullo —Edward la elogió. Sonrió con esa sonrisa perfecta que le estaba causando estragos a su corazón, que no dejaba de latir con brusquedad.
—Gracias. —Ella sonrió de vuelta. Él se estremeció al ver su sonrisa, era la primera vez que la veía sonreír y quedó prendido por esos hermosos labios.
—Una pregunta... —la abordó tratando de ocultar su nerviosismo—. ¿Nos hemos visto antes? —Ella se estremeció por completo y casi ríe ante la ironía. ¿Como decirle que soñaba con él?
—No creo —negó con inseguridad.
—Lo siento. —Volvió a sonreír—. Creo que se me hizo familiar, creí que le di la misma impresión, como no dejaba de mirarme —ella tosió al escucharlo.
—Me disculpo por eso. —Cerró los ojos de la vergüenza—. No fue mi intención incomodarlo... también, se me hizo familiar —respondió mirándolo a los ojos. Mala idea. Sus miradas se encontraron y era como si estuvieran atrapados el uno con el otro.
¿Qué sensación era aquella? ¿Cómo podía sentir nostalgia de alguien que apenas acababa de conocer?