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Capítulo 4

Los guerreros no reales estaban reunidos en el campo de entrenamiento, esta vez, serían entrenados por algunos líderes de la realeza junto a sus maestros.

—¡Atención! —gritó un hombre de unos cuarenta y tantos, con piel morena y como casi todos los guerreros, cuerpo musculoso y firme—. Hoy nos acompañan al entrenamiento el príncipe y sus guerreros de confianza. Cómo ya saben, el reino del Norte nos ha declarado guerra. El reino del Oeste nos apoya y luchará de nuestro lado, mientras que el reino del Este decidió mantenerse al margen, pero saben que es muy probable que ellos se les unan tarde o temprano, por temor a ser atacados por los traidores. Somos conscientes de que muchos rebeldes y tribus se les han unido en nuestra contra, ya que, si nos conquistan, tendrán acceso a la fuente de energía y a nuestros recursos. ¡Guerreros, demos nuestras vidas en la batalla! —gritó con euforia contagiando a los demás. Se dividieron en grupos, cada uno dirigidos por un maestro no real y un guerrero real. El maestro Lee y el príncipe Jing entrenaban a los mejores guerreros no reales, incluida Leela. Tomaron un descanso y ella fue a buscar agua.

—No entiendo por qué entrenas con nosotros si nunca estás en batalla. —Dos mujeres musculosas se le acercaron. Una de ellas era una morena grande y gruesa con un afro corto y rostro con facciones más masculinas que femeninas. La otra era una pelirroja musculosa —al igual que la morena— solo que su rostro se veía más femenino, pero su mirada era maliciosa a diferencia de la otra, que, aunque provocaba miedo, se veía que era noble y sin malas intenciones.

—Tal vez, la tienen aquí para el deleite de los guerreros. ¿Para qué más podría servir esta perra? —La pelirroja la insultó. Ella iba a reaccionar con todo tipo de palabras vengativas, cuando el príncipe irrumpió en la conversación.

—Ella está en proceso de prueba porque tiene una misión diferente —las mujeres se pusieron pálidas al escucharlo—. Su atrevimiento merece castigo, nos ha insultado con sus palabras. No somos ningún prostíbulo ni estamos aquí para entretener a nadie —llamó a unos maestros—. ¿Que castigo recomiendan para esta mujer que insultó la corona y los guerreros del Rey? —Todos se quedaron atónitos, pues ella era una de las mejores guerreras de los no reales. Un maestro se arrodilló y pidió clemencia:

—¡Perdone la imprudencia de Danna, señor!

—No voy a permitir este tipo de ofensas entre mis guerreros —Jing respondió con frialdad—. Si pide disculpas a la guerrera que ofendió, su castigo se reducirá a tres días en el calabozo meditando sobre sus faltas. —El maestro la miró con súplicas, pues sabía lo orgullosa que era. Ella asintió y se puso ante Leela con la mirada baja.

—Guerrera, perdone mis palabras mal intencionadas. —Leela asintió y los guerreros se llevaron a la mujer para ser encerrada.

—Maestro Lee. —El príncipe se dirigió al maestro de Leela—. Necesito que la guerrera Brown me acompañe, tenemos un entrenamiento pendiente. —El maestro Lee asintió con reverencia. El príncipe empezó caminar y Leela lo siguió. Se adentraron hacia los árboles y se detuvieron cerca de un río verde y cristalino, rodeado de árboles y con una pequeña cascada. Él caminó entre la cascada seguido por ella, quien miraba a su alrededor intrigada y llena de curiosidad. El camino estrecho los condujo a una cueva, caminaron por unos cinco minutos hasta que él se detuvo. Se volteó hacia ella, quedando frente a frente, sus ojos se encontraron y Leela empezó temblar de los nervios. El frunció el cejo, notando su reacción.

—Leela, te haces débil cuando dejas que tus emociones te controlen. Esa es la razón por la que no te he oficializado como espía. Aún eres frágil y no te comportas como guerrera, más bien, como una chica regular que sabe cómo pelear.

La manera fría y molesta con que se expresaba de ella le provocaba un dolor intenso en el pecho. Él la tomó de la cintura y la pegó contra la pared, acorralándola con su cuerpo. La confusión y el temor la embargó. Él acercó su rostro al de ella, acarició sus labios con los de él, pero sin besarla. Ella temblaba con aquella cercanía. Jing clavó su mirada sobre la chica, como esperando algo, pero ella se quedó inmóvil y anonadada, entonces se acercó a su oreja y le susurró:

—Esos sentimientos te hacen débil y anulan tus reflejos; eres presa fácil. —Acarició su mejilla usando su dedo pulgar con expresión tosca e irónica. Ella continuaba petrificada.

Jing rozó sus labios con los de Leela dubitativo, como si algo lo detuviera de besarla, como si luchara consigo mismo. Ella lo besó. Sus ojos achinados se agrandaron al sentir como sus labios eran apretados por los de su subordinada. No hizo ningún movimiento, sin embargo, la osada Leela siguió degustando esos labios con los que tanto soñó. Él agarró su rostro para corresponderle el atrevimiento. No sabía en qué momento perdió el control y el hilo de su reclamo, ¿cómo es posible que él haya caído en su propia trampa? Se separaron cuando ya no podían respirar, por la tensión de aquel beso.

—¿Cómo te atreves a besar al príncipe? —le reclamó inquieto. Estaba fuera de su habitual serenidad y sus ojos emanaban confusión y asombro.

—Disculpe, príncipe, pero usted lo inició todo. —Ella se defendió cruzando los brazos.

—¿Yo lo inicié? —Negó maravillado—. Leela, fuiste tú quien me besó descaradamente. Eso es un atrevimiento y falta de ética —ella sonrió del coraje.

—Fue usted quien me acorraló y pegó sus labios sobre los míos. Solo hice por usted, lo que tanto titubeo le causaba; porque príncipe, no me diga que era otra de sus lecciones extrañas —replicó ofendida ante su descaro.

—¡Claro que lo era! —gritó con reclamo. Nunca nadie, a excepción de Lars, lo había confrontado o refutado. Esa chica era una insolente que le hacía perder los estribos—. Solo quería que entendieras que tus sentimientos por mí te hacen débil y no te dejan desarrollarte como una verdadera guerrera. Ese tipo de sentimientos no hacen nada más que destruirte.

—¡Ja! —espetó con sarcasmo—. ¿Sentimientos? Creo que está confundido, príncipe —él acercó su rostro con una sonrisa maliciosa.

—¿Crees que soy tan inexperto como para no darme cuenta de que me espías? —Ella agrandó los ojos y sus mejillas se enrojecieron. ¡Estaba muerta! Solo le quedaba luchar contra la lógica, aunque, muriera en el intento—. O... ¿Qué tal lo nerviosa que te pones en nuestros entrenamientos? Cuando no estoy presente, no, mejor dicho, cuando crees que no estoy presente tus reflejos y técnicas son increíbles. Nada te distrae; eres fuerte y sin debilidades, pero, cuando estoy presente, te vuelves otra persona. Te vuelves, Leela, una persona común y corriente. No eres una chica normal, si vas a aceptar el reto de ser una espía, debes olvidarte de ser humana y tragarte tus emociones y sentimientos. —Ella tragó saliva. Sabía que debía hacer todo eso y que debía terminar con esa obsesión que le podía traer problemas, pero eso no le daba el derecho a tratarla de esa manera, aquello hería su orgullo y la poca dignidad que le quedaba.

—Príncipe, tal vez lo he admirado más de la cuenta, pero le puedo asegurar que si mis reflejos han fallado no es por cualquier cosa que usted se haya imaginado. Es solo el saber lo mucho que espera de mí y el deseo de no defraudar su confianza, ya que nadie más me ve como una guerrera. —Suspiró—. Para mí todo esto es una oportunidad de demostrar lo que todos han querido pisotear. —Luchó con sus lágrimas—. Le prometo que me voy a enfocar y que no seré esa chica regular que he sido —aseguró con vehemencia.

—Eso espero —advirtió.

—Pero, príncipe. —Atrajo su mirada—. No veo la razón de seguir posponiendo mi oficialización como espía. Y en cuanto a lo del beso. —Tenía que decirlo o sentía que explotaría del coraje—. Los dos somos culpables. Hubiera sido un atrevimiento si no lo hubiera correspondido, saboreado y disfrutado; pero, usted no fue la santa paloma con ética. Muy bien pudo detenerlo y reclamar, pero al parecer, lo disfrutó más que yo. —Los ojos del príncipe parecían que saldrían de sus cuencas al escucharla. Lamentablemente, ella tenía razón. ¿Cómo podría refutar aquello? Aclaró su garganta antes de responder a eso, si es que tuviera alguna respuesta.

—Soy un hombre —se excusó dudoso—. Eres hermosa y atrevida, solo seguí tu juego.

—Sí, sé que ni el príncipe controla esa fase masculina de no rechazar esas cosas —respondió con decepción.

—No me mal intérpretes. No es que esté dejándome besar por todo el mundo, Leela. Pero es bueno que este asunto muera aquí y lo olvidemos —ella asintió aliviada—, de todas formas, te traje a este lugar con otro propósito. —Sacó una piedra cristalina de color marrón y ella miró el objeto con intriga—. Es una llave —le respondió entendiendo su interrogante—. Esta llave —dijo poniéndola sobre un agujero que había en la rocosa pared— abre tu nueva guarida, espía oficial. —Sonrió. Leela casi salta de la emoción.

«¡Espía oficial! ¡No lo puedo creer!», Leela celebró en sus pensamientos.

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