Capítulo 1
Aquel gran palacio se erguía majestuoso en la parte rural de Zafiro. Rodeado de un gran bosque y el campamento de guerreros no reales; estos eran los guerreros que no pertenecían a la realeza y, por lo tanto, estaban en un rango menor.
Ella estaba oculta detrás de un gran árbol, entre la entrada del campamento y el gran jardín que rodeaba la entrada al palacio. Desde allí podía admirarlo, él estaba recostado en uno de los tantos balcones del palacio; junto a él, tres guerreros conversaban entre risas.
El príncipe siempre llamó su atención, pese a que él le era inalcanzable. Le gustaba como su cabello lacio y negro caía sobre su espalda, ciertamente, era una herencia de su madre. Sin embargo, los ojos miel, los sacó de su padre: el Rey Mikel Patrick.
La reina era oriunda de la región Jeng, donde la mayoría de sus habitantes tenían los mismos rasgos físicos: ojos pequeños, cabello lacio y oscuros, y estatura media. Sin embargo, el rey había nacido en Zafiro, heredando el reinado por ser el único hijo que tuvo el Rey Daniel Patrick. El rey Mikel era considerado el más alto de Zafiro, lleno de músculos y una cabellera castaña desordenada.
¬¬ —¿Espiando al príncipe otra vez? —Saltó del susto al verse descubierta.
—¡Ulises, me asustaste! —se quejó. Ulises era todo lo contrario a los guerreros. Su cuerpo estaba definido pero un poco delgado; era esbelto y de estatura media. Su cabello hermoso tenía un tono rojizo y sus hebras rizadas y abundantes cubrían su cuello. Sus ojos verdes claros le daban una apariencia tierna y angelical. Se la pasaba entre las plantas recogiendo su brebaje para preparar medicina. Su tío era un farmacéutico y reconocido doctor, y él su aprendiz.
—Deberías dejar de hacer eso —advirtió—. Podrían acusarte de espía.
—¡Pero si soy una espía! —Rio. Ulises rodó los ojos.
—Eso no es oficial. Además, debes ser espía para los enemigos, no para tu príncipe —ella se estremeció con la última frase.
—¡Qué bien sonó! ¡Mi príncipe! —espetó dando vueltas como si estuviera bailando. Él bufó.
—Despierta, chica salvaje —se burló tronando los dedos—. Pareciera que tienes doble personalidad. Si alguien descubriera que te derrites por el príncipe, serías la burla de todos.
—Nadie tiene que enterarse a menos que un niño lindo abra su bocota. —Le desarregló el cabello y él quitó su mano bufando.
—Por cierto, necesito que me hagas un favor, chica ruda. —Se rascó la nariz—. ¿Podrías llevarle estás hojas a mi tío al palacio? Se me presentó una oportunidad que no puedo dejar pasar —pidió llevando su mirada al gran jardín.
—Ya veo, picarón. —Sonrió levantando una ceja—. ¿Vas a acosar a la mulatona?
—Yo no soy tú. Solo voy a decirle algo.
—Ummm... Me imagino. —Leela ironizó con una risita pícara.
—Me debes el favor —le reclamó—. Yo siempre te cubro.
—Está bien… —Rodó los ojos—. Pero ten cuidado, angelito pícaro; ella es un mujerón, ¿podrás con el reto?
—¡Vete ya! —ordenó entregándole la canasta de mal gusto.
—Adiós, picarón. —Guiñó un ojo—. Espero y no te atragantes. —Salió corriendo entre risas para evitar que su amigo la matase.
Dejó su escondite y atravesó el jardín hasta quedar frente a unas largas escaleras que la conducirían a la puerta del palacio. Respiró profundo, aunque era improbable que se encontrara con él —como guerrera ‘no real’ no se le permitía adentrarse más allá de la sala de reunión—, aun así, moría de los nervios. Iba a entrar después del permiso de los guardias, cuando alguien la detuvo por el brazo.
—Hola, preciosa. —Su voz era ronca y el agarre fuerte. Miró de reojo y era uno de los guerreros reales que siempre estaba en el círculo del príncipe, pero que no se llevaba muy bien con él. Su cabello era rubio intenso, su cuerpo musculoso y rígido. Su voz y su apariencia hacían temblar a cualquiera y su mirada era prepotente y descarada. Si no fuera por su descabellada personalidad, se podría decir que sería el suspiro de muchas chicas, ya que poseía un atractivo singular.
—¿Qué quiere? —preguntó frunciendo el ceño.
—¡Qué insolente eres! —reclamó en tono de burla—. ¿No sabes cómo dirigirte a tus superiores?
—¿Y usted no sabe cómo tratar a los que están por debajo de su cargo? —contraatacó desafiante.
—Vaya, vaya. Te estás portando mal, muñeca. Tendré que castigarte... —Acercó su rostro de forma seductora—. Y créeme que te encantará mi castigo.
—Pero ¡quién te crees que eres, idiota! —gritó sin importarle las consecuencias. No soportaba ese tipo de comentarios. Después de todo, ella era una guerrera con muchas habilidades que servía al Reino de Zafiro, al igual que cualquier hombre, merecía respeto.
—¡Cómo te atreves a hablarme así! —reprochó enojado—. ¿Qué no sabes quién soy?
—¡Claro que lo sé! —respondió desafiante, como si su voz temerosa no la inmutara—. Eres un guerrerito de pacotilla que se cree la gran cosa, pero que no eres más que un niño berrinchudo que desquitas tus frustraciones con personas más débiles —soltó sin reparos y sin medir consecuencias.
—¡Basura insolente! —gritó mientras le tiraba un golpe. Ella saltó evadiendo aquel puñetazo y liberándose de su agarre—. ¿Quieres jugar, muñeca? ¡Juguemos entonces! —dicho esto, arremetió contra ella, fallando todos sus ataques. Secó el sudor de su frente y mordió su labio inferior de la frustración. Volvió a atacar, pero ella era muy ágil y se movía con facilidad; era imposible atraparla. Leela se movilizaba con gran destreza y sin soltar la canasta, daba varios saltos por las paredes y las escaleras, esquivando todos sus intentos.
—¡Ya basta! —Una voz masculina los interrumpió. El Príncipe Jing se acercó con los tres guerreros—. ¿Qué sucede aquí, Lars? —El grandulón se paró frente al Príncipe.
—Sucede que esta chica me faltó el respeto. No sabe cómo dirigirse a sus superiores ni mide su vocabulario. Solo le daba una lección —se excusó.
—¿Tú le dabas una lección o ella te daba una a ti? —se burló uno de los guerreros.
—¡Qué dices imbécil! —La ira le salía por las venas. Jamás se había sentido tan humillado—. Ella es nada. Yo la aplastaría con mis propias manos si quisiera.
—Sí, eso es muy obvio —contestó el chico con sarcasmo provocando que éste arremetiera contra él, claro que fue detenido por el príncipe.
—Contrólate —dijo con calma mientras sostenía su enorme brazo—. Ya has provocado demasiados problemas, no te convendría armar un escándalo hoy. Mi padre está de mal humor, y no quieres ser su desquite —advirtió con una sonrisa maliciosa. Él se soltó de su agarre con violencia y se marchó maldiciendo.
—A ver chica ruda, explícame qué sucedió —se dirigió a Leela.
—Solo vine a traer esto al señor Harrison —respondió mostrando la canasta, evitando que sus nervios tomen el control—. Él me tomó del brazo y empezó a acosarme. —El príncipe rio.
—Creo que Lars se metió con la chica incorrecta. —Sus amigos se unieron a las carcajadas, pues Lars era un chico poderoso y temible. El ser derrotado por una jovencita que no se veía muy fuerte, era todo un espectáculo y un golpe bajo a su ego.
—Quien diría que una mujer tan tierna podría derrotar al gran Lars —comentó otro de los guerreros con una sonrisa coqueta sin quitarle los ojos de encima.
—¿Derrotar dices? —El príncipe arqueó una ceja—. Ella solo lo esquivó, para su suerte. Ni te imaginas lo que esa chica tierna puede hacer en la batalla. —Todos lo miraron sorprendidos—. Ustedes no se enteran de nada porque se la pasan entre los reales, si miraran más allá de su círculo, se encontrarían con cosas maravillosas. —Posó la mirada sobre ella, acción que provocó que ésta se sonrojase.
—¿A qué te refieres? —preguntó uno de ellos—. ¿Dices que ella es más fuerte que Lars? ¡El gran Lars!
—Bruno —se dirigió al moreno que estaba asombrado de lo que escuchaba—. Ella es más fuerte que todos ustedes juntos. —Sus amigos bufaron—. ¿No han escuchado o visto a Búho en la batalla? —todos asintieron.
—¿Qué tiene que ver Búho con esta chica? —preguntó Nico el rubio del grupo.
—Vamos a mi estudio y les explico. —El Príncipe respondió sin quitar la mirada de Leela.
—Príncipe, guerreros; me retiro. —Ella hizo reverencia y se marchó. Todos la siguieron con la mirada. Leela era buena fachada, ya que su apariencia era de una chica tierna y soñadora. No era muy alta ni con muchas curvas, pero tenía un encanto especial que llamaba la atención. Era una feromona andante, pues había algo en ella que despertaba ciertos deseos en el sexo masculino. A pesar de su apariencia dulce, su personalidad era todo lo contrario. Una chica valiente, fuerte y desafiante; la mayoría de veces, impulsiva y contestona.
—Hermosa mujer —comentó Nico—. Ahora soy yo quien la quiere entrenar, pero en otro tipo de peleas. —Ellos rieron ganándose la cara molesta del príncipe.
—No te enojes, príncipe —se le dirigió Esteban—. No nos niegues que tú también te la encuentras atractiva.
—Dejen de decir tonterías —reprendió el príncipe—. He visto mejores —dijo creyendo que ella no había escuchado, sin embargo, sus palabras atravesaron su corazón como daga.
***
El Príncipe tomó asiento en la silla detrás del escritorio de su estudio y observó a sus tres fieles compañeros, quienes esperaban expectantes lo que tenía que decirles, referente a la chica.
—Nico, Bruno y Esteban; la mujer con quien Lars acaba de enfrentarse es Búho —dijo con tono despreocupado y todos estallaron de la risa.
—¡Esa sí que te ha quedado buena, Jing! —Esteban, el chico mestizo de cabello marrón oscuro, dio palmadas sobre su hombro.
—Entonces no me creen... —expresó con mirada intrigante—. Solo les pido que no mencionen a nadie lo que acaban de escuchar. Se los digo porque comoquiera lo iban a saber, ya que son los guerreros principales del palacio. Por eso no hemos querido que Búho revele su identidad, porque es una espía. Si ustedes no lo creen, quiere decir que ella es una buena fachada, por su apariencia, digo. —Todos hicieron silencio al percatarse que hablaba en serio.
—Entonces, esa chica es una espía —Bruno reflexionó con un brillo especial en los ojos. Desde que Búho empezó a pelear con ellos meses atrás, él lo había admirado.
—¡Quién diría que Búho sería una mujer tan atractiva! —Esteban sonrió.
—Aún no es una espía oficial. Está en proceso de prueba, yo mismo la estoy entrenando —aclaró con orgullo—. Como les dije antes, su identidad no puede ser descubierta, es por eso que ella se cubre por completo para la batalla y tiene pocas misiones.
El silencio llenó el lugar, pues ellos aún no salían de su asombro.