5. ¿A tiempo?
El par de amigos, caminaron por unos pasillos y subieron un elevador que los llevó cinco pisos arriba. En cuanto llegaron, Mary hizo pasar a su amigo a su oficina personal y le indicó donde estaba el baño.
Mientras Danilo se cambiaba, Mary tocó la puerta para pasarle una colonia de hombre, y también un peine, y gel para el cabello. Danilo no pudo estar más que complacido con el gesto de ella.
Mary se sentó a esperar, mientras tecleaba su informe de ventas, pero al cabo de unos minutos, Danilo irrumpió en la oficina, ajustándose la corbata y alisándose el traje con las manos.
—¡Mary! ¡Mary! ¡Necesito tu ayuda urgente! —exclamó él, con la euforia brotando de sus poros.
Mary levantó la mirada de su computadora con una ceja alzada.
—Y tú qué… ¿Acaso estás en medio de una crisis existencial?
—¡No, no! Es algo mucho más importante que eso. Mira, necesito saber de dónde sacaste este gel de cabello y esta colonia para hombre ¡Huelo y me veo fantástico, ¿verdad? —dijo Danilo, jadeando un poco por lo presuroso que se encontraba.
Mary, frunciendo el ceño, se levantó de su asiento y comenzó a caminar hacia él, cruzada de brazos.
—¿En serio, Danilo? ¿Eso es lo que te preocupa en este momento? ¿Por eso tanto alboroto? —inquirió Mary, con tono juguetón.
—¡Sí, Mary! Es crucial. No quiero arruinar mi imagen de millonario exitoso y en cuanto pueda utilizaré todo lo que me ves puesto aquí, con a diferencia que será de mi propiedad todo ¡Seré el señor rico más importante del mundo!
Mary hizo un esfuerzo por no soltar una carcajada y suspiró.
—Dani, solo tú podrías tener una crisis de identidad por un gel de cabello y una colonia —espetó, mientras se cruzaba de brazos—. Pero déjame decirte, que por ahora no te diré de dónde lo saqué… ¡Hice magia!
Danilo abrió los ojos y movió los dedos frente a Mary.
—¡Oh, el misterio se espesa! Está bien, no me lo digas, es solo que, ¡es como si la elegancia y el estilo me hubieran elegido! ¿No crees?
Mary rodó los ojos y negó con la cabeza.
—Eres incorregible —respondió ella, mientras miraba su reloj y señalaba hacia la salida de su oficina—. De todos modos, ¿no deberías ir a esa reunión importante que mencionaste? ¿O necesitas más consejos de moda?
Danilo se llevó las manos empuñadas a la cadera, en un intento de pose estilística.
—¡Tienes razón! La vida del millonario no espera —dijo y de inmediato se acercó a su amiga para abrazarla, besándola en la mejilla—. Gracias, Mary. Eres mi salvadora en todos los sentidos.
—Estás loco, Dani ¿Lo sabias? —dijo Mary, riendo y apartándose suavemente—. Ve y arrasa en tu reunión con ese abogado ¡Vamos! Y me cuentas a la noche, esta vez espero que sí cenemos tranquilos y no te escapes.
—Te doy mi palabra de millonario —comentó él, con un guiño en el ojo que hizo a Mary estremecer.
Danilo se alejó a toda prisa, haciendo un gesto de victoria.
— ¡Hasta luego, Mary, la más sabia de las consejeras! —hizo una reverencia exagerada y salió del lugar.
Mary se quedó estática, deseando que a su amigo lo persiguiera la buena suerte. Suspiró y se quedó pensativa.
«Si supiera que la mitad de las cosas que hago por él, es por este amor que no puedo arrancarme del corazón... —se dijo y la vergüenza de sus pensamientos la hicieron que se golpeara mentalmente—. Vamos, Mary, concéntrate. Necesitas trabajar».
Ni bien Mary se sentó frente a su computadora, apareció de repente a su lado el señor Duncan McGwire, su jefe, quien tenía la costumbre de aparecerse de improviso a cada uno de los puntos de sucursales de su cadena de restaurantes.
—¿Interrumpo? ¿Estás hablando contigo misma otra vez? —inquirió con voz ronca.
Mary se sobresaltó y se enderezó en su silla.
—Oh, no, señor Duncan. Estaba simplemente... pensando en algunas ideas para mejorar la eficiencia en el trabajo.
El señor Duncan la vió escéptico mientras su mirada se paseaba por toda la oficina.
—Hmm, está bien, te creeré solo porque eres una de las mejores gerentes que tengo. Solo asegúrate de que tus ideas sean más productivas, que las conversaciones contigo misma. Si no, podríamos tener un problema.
Mary asintió rápidamente, con una mirada neutra.
—Claro, señor. Me aseguraré de que sean ideas excelentes, usted no se preocupe, pronto tendré todo listo para la junta, solo necesitaba más tiempo, por eso la pospuse.
El señor Duncan se marchó con una mirada crítica.
—Espero que así sea.
Mary esperó a que su puerta hiciera click a cerrarse y frunció el ceño.
—Solo por su forma de ser, le robé por un momento su traje, colonia, peine y gel de cabello — Ella susurró con sarcasmo mientras escuchaba como sus pasos se alejaban.
(…)
La mañana se alzaba con un sol radiante, que parecía conspirar con el positivismo desbordante de Danilo, quien caminaba a paso ligero, ataviado en ese elegante traje de ejecutivo, peinado y perfumado.
Así se encaminó hacia la salida de las oficinas donde Mary trabajaba. Su excentricidad habitual se mezclaba con un deje de sarcasmo cuando se despidió de la malhumorada secretaria que lo había tratado tan mal, solo por su atuendo.
—Hasta luego, querida. Espero que tu día esté lleno de risas y alegría —dijo Danilo, con una sonrisa forzada.
—Gracias, señor. Vuelva pronto por aquí, será un gusto atenderlo de nuevo —respondió la mujer, con un evidente tono dulce y fingido.
—Claro, como si eso fuera a pasar, ojalá nunca más la vuelva a ver —dijo Danilo, murmurando entre dientes mientras se alejaba.
Salió al aire libre y su mirada se dirigió instintivamente hacia el lugar donde había estacionado su bicicleta. Sin embargo, solo encontró un espacio vacío, una desolada señal de que algún rufián había decidido llevarse su preciada bicicleta, quizás para venderla como chatarra.
Danilo frunció el ceño y pateó el suelo.
—¡Maldición! ¿Quién podría hacer algo así? Mi querida bicicleta… —se lamentó, tratando de guardar la compostura, porque recordó que ahora era un “ejecutivo”.
Resoplando de frustración, comenzó a caminar unas cuadras en busca de un taxi. Con su exasperación aún palpable, detuvo uno de color amarillo y subió rápidamente.
—A la zona de bufetes, por favor —dijo, agravando más su voz para sonar importante.
Con el motor arrancando, Danilo se relajó momentáneamente, sintiéndose aliviado de escapar del caos que había sido la mañana y observando su reloj de pulsera barato, pero que le decía que faltaban quince minutos para las once ¡Vaya alivio! Pero pronto esa sensación lo abandonó, cuando metió la mano en el bolsillo interior de su traje para pagar el viaje, su expresión pasó de tranquila a preocupada en un instante. El dinero no estaba allí.
—No puede ser... ¿dónde está el dinero? —dijo palideciendo y revisando sus bolsillos frenéticamente.
Con una mezcla de ansiedad y desesperación, su mente comenzó a correr a toda velocidad.
«Oh, no, no, no. ¿Cómo puede ser que haya olvidado el dinero en mis otros pantalones? ¿Y por qué los dejé en el baño de Mary? Típico de mí, siempre tan despistado. Pero ¿qué hago ahora? El taxista espera el pago, no puedo simplemente salir corriendo. Y en la oficina, Mary va a querer ahorcarme por dejar mi ropa allí ¡Maldición! ¿Cómo voy a resolver esto?».
Danilo se sobresaltó al encontrarse al taxista mirando por el espejo retrovisor.
—Y… ¿Todo está bien? Ya llegamos, son tres euros —inquirió el hombre barbudo, que mascaba chicle con un dejo de exasperación.
—Sí, sí, solo necesito… —se rascó la cabeza, pensando rápidamente, pero una voz lo sacó de sí.
—Oiga, ¿acepta tarjetas de crédito? —dijo el hombre de traje oscuro y sombrero.
¡Era el señor Avery Pendragon! ¿Cómo era posible que lo hubiera visto? Había muchos taxis por la zona, parecía inaudito.
—Por supuesto, señor. Puede pagar con tarjeta —respondió el taxista, con una sonrisa .
—Muchas, gracias, señor Avery, se lo pagaré en cuanto tenga efectivo —se excusó Danilo con una sonrisa tímida, a lo que su acompañante le respondió con un ademán que le restó importancia.
Danilo respiró aliviado y salió del vehículo en cuanto Avery pagó.
«Perfecto, perfecto. Gracias a Dios por la tecnología».
De pronto una vez más fue sacado de sus cavilaciones.
—Y bien, Danilo Hernández ¿Listo para la firma del documento que lo llevará al éxito financiero? —inquirió Avery, con una sonrisa que a Danilo le pareció… ¿siniestra?
—Más que listo —reafirmó él.
El señor Avery rió por lo bajo y aunque Danilo tuviera aquella sensación que le cosquilleaba la piel, sin chistar comenzó a caminar al lado de aquel hombre, rumbo a la firma que definiría el cambio que tanto anhelaba y que ya casi saboreaba.