Capítulo 6: Hacerte el amor con tu permiso
Se frotó las cejas con dolor de cabeza.
Después de mucho tiempo, finalmente suspiró suavemente y dijo en voz baja:
—Suéltame, te llevaré a descansar.
—No.
Ella apretó su cuello con fuerza y enterró su rostro en su pecho, como un hombre que se ahogaba en el río y sostenía el último tronco flotante que podía salvar su vida.
Durante seis años, Bosco nunca tuvo relación sexual con ella. Antes pensaba que le estaba respetando y protegiendo.
Ahora sabía que solo le desagrada su rigidez y aburrimiento. A sus ojos, era indistinguible de un hombre excepto por su aspecto físico.
Con solo pensar en el tema, sentía que le dolía la autoestima.
Como para verificar algo, lo abrazó y volvió a besar sus suaves labios.
Esa vez, ya no fue un piquito. En cambio, acarició sus labios para rozarlos y lamerlos suavemente. Sus espesas pestañas temblaban, rozando la tez del hombre y creándole un hormigueo leve.
Todo el cuerpo de Aurelio se puso rígido.
La parte racional que detenía sus impulsos fue desapareciendo poco a poco.
Después de pensarlo muchas veces, quedó derrotada por su deseo, extendió la mano para sujetar su barbilla. Tenía una respiración más fuerte que normalmente.
—¡Cordelia! ¿Sabes lo que estás haciendo?
Cordelia aflojó los labios, gimió de dolor en la mandíbula y lo miró acusadoramente con los ojos humedecidos, toda una pinta de lastimera.
—Lo sé, ¡me estoy acostando contigo! —dijo ella con franqueza.
Aurelio rio con enfado.
Tenía unos ojos negros y su voz era terriblemente baja.
—¿Estás segura?
Ella estuvo embobada por un segundo, luego asintió con la cabeza.
—¡Está bien! Entonces te voy a satisfacer.
En el segundo piso de Villa Clemente.
La puerta del dormitorio se abrió de golpe, y la puso en la cama. Los besos caían sobre ella, uno tras otro, bajaban cada vez más. La ropa estaba desparramada por el suelo.
Gimió suavemente, le ardía todo el cuerpo, aún seguía mareada y no podía identificar si era un sueño o una realidad.
La voz psicodélica de un hombre se escuchó cerca de su oído:
—Te doy una última oportunidad, ¿quieres acostarte conmigo aún?
Ella asintió borrosamente.
Aurelio abrió el cajón junto a la cama y sacó un documento.
—Está bien, firma esto primero.
Cordelia miró borracha.
—¿Qué?
—Hacerte el amor con tu permiso es el respeto más básico de un hombre hacia la mujer que le gusta.
Ella lo miró sin comprender, no entendió a qué se refería, pero aun así firmó aturdida bajo la influencia del alcohol.
Al mirar las dos delicadas palabritas escritas en el papel, Aurelio frunció los labios con satisfacción, volvió a guardar el archivo en el cajón y volvió a besarla.
El ambiente fue encantador en la habitación.
***
Al día siguiente Cordelia se despertó por el dolor.
Le dolía todas las partes del cuerpo. Estaba tan adolorida que se sentía como si hubiera corrido una maratón de diez horas seguidos el día anterior.
Se incorporó de la cama con dificultad y se sintió sedienta.
Al ver un vaso de agua junto a la cama, lo cogió y se lo bebió sin siquiera pensarlo.
Después tomar un vaso de agua tibia, se sintió mejor y el vago recuerdo de la noche anterior regresó gradualmente.
Se frotó la cabeza, recordando vagamente que se subió al auto con un hombre. Luego bajo el estímulo de las dos llamadas telefónicas de Bosco y Briana, ¿parecía haber hecho algo increíble?
Cordelia se sobresaltó y de repente levantó la colcha.
Aunque estaba mentalmente preparada, no pudo evitar estar un poco furiosa cuando vio las densas marcas de chupetón en su cuerpo.
«¡Dios! ¿Cómo pasó eso?».
Se rascó el cabello deprimida, y en ese momento, alguien abrió la puerta de repente.
Se sorprendió y rápidamente tiró de la colcha para cubrirse.
—¿Quién es?
La puerta del dormitorio se abrió desde el exterior y el hombre esbelto entró con pasos firmes.
Las pupilas de Cordelia se encogieron bruscamente de estupefacción.
Aunque recordaba vagamente la escena de anoche, aún medio recordaba el tipo de hombre con el que se había acostado.
Hoy, Aurelio vestía un traje negro y una camisa blanca impecable con los botones meticulosamente abrochados hasta el último. Sus cejas eran muy bonitas y su temperamento muy frío. Todo su ser exteriorizaba un aura que hacía que la gente no se atreviera a acercarse.
Sostenía un conjunto de ropa de mujer en la mano. Al verla despierta, tampoco hubo mucha expresión en su rostro.
Colocó la ropa en la cabecera de la cama y susurró:
—Después de cambiarte, baja a comer.
Cordelia dijo “oye” y lo detuvo.
—Esto… Anoche…
Aurelio le dio la espalda, frunciendo los labios imperceptiblemente, pero su voz seguía siendo indiferente.
—Hablaremos cuando bajes.
Dicho eso, salió y muy caballerosamente le cerró la puerta.
Cordelia se quedó atónita un rato, luego de repente se dejó caer sobre la cama, agarró la almohada para taparse la cabeza y gritó en silencio.
Aunque su recuerdo de anoche fue un poco impreciso, no se había olvidado del todo completamente. Y reconstruyendo los recuerdos fragmentados probablemente supiera lo que le hizo a él.
«¡Dios! ¡Qué vergüenza!».
Lamentablemente no podía echar el tiempo para atrás, aunque estaba muy arrepentida. Estuvo un rato enojada pero finalmente se levantó de la cama, tomó su ropa y se fue al baño abatida.
Cuando estaba tomando la ducha, vio los chupones por todas las partes de su cuerpo y ruborizó de nuevo.
Después de que por fin se tomó una ducha, se cambió de ropa y bajó las escaleras para ver el hombre sentado en el sofá de la sala de estar.
La sala de estar era muy grande. Al igual que el dormitorio de arriba, tenía un estilo moderno y sencillo en blanco y negro, dando la sensación de lujoso y sobrio. Las ventanas francesas del costado estaban abiertas en grande, dejando que la brisa soplara y trajera algo de frescura.
Quizás escuchó los pasos, de modo que giró la cabeza. Cuando vio la mujer parada en la parte superior de las escaleras, un destello de sorpresa brilló en sus pupilas.
Cordelia llevaba puesta el vestido de camisa hasta las rodillas que él le había llevado antes, con un escote ligeramente abierto, una cinta negra en el cuello, y junto con su figura alta y bien proporcionada, era simple y sexy.
Algo abstruso apareció en su mirada, se levantó y caminó hacia el comedor.
Cordelia solo pudo seguirle el paso. Cuando entró en el comedor por fin alcanzó sus pasos.
—Señor, lo que pasó anoche… Lo siento, estaba borracha.
Aurelio sacó una silla para que se sentara, luego él se sentó en el otro extremo y dijo en voz baja:
—No pasa nada.
Después de una pausa, llegó otra frase.
—De todos modos, solo cumplí con mi deber.
—¿Eh?
Cordelia estaba un poco confundida. Aún no había entendido lo que quería decir y un hombre entró desde el exterior.
Se acercó a Aurelio y respetuosamente le entregó dos libretas pequeñas de color rojo.
—Señor Aurelio, las cosas están hechas.
Aurelio asintió, extendió la mano para tomarlo, lo abrió y luego le entregó uno de ellos a Cordelia que estaba a su frente.
—Mira a ver.
Cordelia se sorprendió e inconscientemente sintió que esa libreta roja le sonaba de algo, ¿por qué se parecía a…?
Se le aceleró las pulsaciones y lo tomó rápidamente. Cuando vio los dos nombres claros y llamativos y la foto de una pulgada en la libreta, abrió los ojos en grande.
—Esto… ¿qué está pasando?
Aurelio la echó un vistazo.
Comparado con su sorpresa, él pareció más tranquilo, dejó a un lado el certificado de matrimonio que tenía en la mano y dijo solemnemente:
—¿Ya has olvidado lo que has firmado?
Los ojos de Cordelia se agrandaron.
—¿Qué he firmado?
—¡Ja!
Como sabiendo que iba a reaccionar de esa forma, Aurelio dio unos golpecitos en la mesa con un dedo y Sergio le entregó inmediatamente un documento.
Cordelia echó un vistazo y claramente leyó algunas palabras en mayúsculas: solicitud de matrimonio.