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Prólogo

María Eduarda

Honestamente, no sé cómo me las arreglé para llegar a casa. Entro en silencio para no despertar a mi hermana, y termino gimiendo cuando accidentalmente choco contra el pasamanos y aprieto los dientes para no gritar, solo dejando escapar un pequeño gemido de dolor.

Subo las escaleras, o mejor dicho, voy gateando, y al fin logro llegar a mi habitación. Cierro la puerta y no enciendo la luz, tenía miedo de ver lo herida que estaba.

Estoy caminando muy despacio, cada paso que daba era una tortura, y siempre estaba apoyado contra la pared hasta llegar a mi mesita, donde tenía un cuaderno y también algunos libros.

No siempre necesitaba encender la luz de la habitación, ya que tenía una lámpara. Tan pronto como puedo alcanzarlo, lo enciendo y veo mis dedos magullados. Siento que las lágrimas ya fluyen. Abro el diario que recibí de mi hermana y empiezo a escribir. Hasta escribir duele. Empiezo a llorar suavemente.

“Querido diario, ¡Hoy fue mi cumpleaños número 18!”

"No merezco vivir".

“Fui violada y drogada, ¡y decidí que debía morir hoy!”.

Todo lo que puedo escribir es esto, y dejo el diario. Abro el cajón y había una pequeña navaja. Lo tomo y me dirijo al baño. Cuando llego, enciendo las luces. Las lágrimas caen cada vez más y no puedo controlarlo. Estaba avergonzado, dolorido, enojado.

Mi rostro magullado, mi cabello despeinado y mi ropa desgarrada. Ya era consciente de una cosa: no sabría vivir con esta pesadilla, y lo único que tenía que hacer era suicidarme, era la única solución.

Llevo el estilete directo a mi muñeca y empiezo a mover la hoja. Siento el escozor del corte y ya puedo ver la sangre saliendo. Hago lo mismo con el otro, y en poco tiempo estaba cayendo al suelo. Justo antes de hacerlo, escucho a mi hermana gritar:

“Perdóname…” suplico, y finalmente siento que la muerte se acerca y me entrego a ella en paz, sabiendo que nada en el mundo me hará daño.

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