Capítulo 5: Prohibido enamorarse
—¿E-estás loco? —titubeé, confundida.
¿Cómo se le ocurría semejante barbaridad? Si él ya sabía que yo pasé por las manos de su hermano, ¿no le daba asco pensar en que fui usada durante años? Me abracé a mí misma buscando el consuelo que me faltaba por pensar mal de mí.
—No hace falta que nos enamoremos. Míralo desde una perspectiva de negocios en donde ambos obtendremos un beneficio. ¿No insinuaste en que ya no quieres volver a enamorarte? Pues no tienes que hacerlo, y yo tampoco —explicó, viéndose coherente en ese sentido.
Me puse a pensar en que todo me resultaría más fácil si aceptaba porque tendría un increíble trabajo y a parte sería esposa de un CEO. mi vida había sido suficientemente aburrida como para desperdiciar ese brutal cambio.
Si lo rechazaba seguro me terminaría yendo terrible en la búsqueda de otros empleos. Era una oportunidad única la que me estaba ofreciendo ese castaño.
¿Vengarme de Dante? Tal vez eso haría que mi corazón se arreglara, o tal vez no. De todas formas quería averiguarlo. Me daba mucha curiosidad saber cómo se sentiría al verme con su hermano.
Le rompería el corazón como él lo hizo conmigo.
Sonreí.
—Creo que no suena tan mal si lo dices así. Pero está prohibido enamorarse —dictaminé, con muchas dudas al ver su divertida expresión.
—Por mí no te preocupes, nunca me he enamorado de alguien. Soy de esos que prefieren pasar el rato y no tener una relación seria. Ahorita estoy muy concentrado en mi trabajo para por lo menos subir en el ranking —comentó.
—Significa que no tomarás nuestro compromiso en serio... —murmuré, con afirmación.
—Eso no es lo que quise decir. Mira, si me voy a casar contigo será porque no tengo intereses románticos más allá que estar comprometido con mi trabajo ¿Entiendes? Ni siquiera pasará por mi mente engañarte como lo hizo el imbécil de mi hermano. Ser infiel no está en mi ética —argumentó, cruzándose de brazos—. Aunque si tú quieres revolcarte con otro, no te detendré.
—Oye, no haré eso. Sabes que nunca le llegué a ser infiel a tu hermano... —defendí, mirándolo con enojo por su acusación.
—Solo te comento que te dejaré ser libre en nuestro matrimonio, no como Dante quien hasta te prohibía trabajar. ¿Entiendes la diferencia? Podrás tener amigos, amigas, lo que quieras. Nuestro compromiso será falso, por así decirlo, pero eso no quita el hecho de que te respetaré —alegó.
—¿Tenemos que demostrar que nos amamos ante la sociedad? —cuestioné, incrédula por lo que decía.
—Sí.
—No creo que tenga coherencia eso de que puedo andar con quien yo quiera estando casada —aclaré, negando con la cabeza.
—Puedes hacerlo, siempre y cuando sea en secreto para que nadie te descubra —me guiñó el ojo—. Aunque no creo que vayas a llevarlo a cabo, así que todo estará bien.
Suspiré, rodando los ojos.
—¿Tendré que vivir contigo? —pregunté.
—Es lo más lógico.
—Pero a penas volví a casa de mis padres —recordé, cabizbaja por tener que dejarlos otra vez.
Aunque si le decía a mamá lo que sucedía, seguro me apoyaba. Siempre lo hacía sin importar lo delicada que fuera la situación.
—Ximena, es crucial que los recién casados vivan juntos, sino no será creíble —resopló, con una mano en la sien.
—Vale, acepto tu propuesta, Eric —proclamé, decidida en lo que haría.
La llama que ese hombre encendió en mi interior quemaba con intensidad las ganas de vengarme de su hermano, mi ex esposo. Del que me separé recientemente y dadas las circunstancias me volvería a casar.
Quién lo diría.
—Me agrada que hayas tomado la decisión correcta. Es de suma importancia decirte que cuando seas mi esposa ya no tendrás que trabajar como recepcionista —informó, mirando el reloj en su muñeca.
—¿No? ¿Por qué? —pregunté, alzando una ceja con confusión.
—Creo que lo más obvio es que gobiernes esta empresa conmigo, Ximena. Serás mi mano derecha e incluso superando a Dante —Se mordió el labio, se notaba el entusiasmo que tenía.
—¿Odias a Dante? Porque no pareciera que te agradara tu propio hermano —indagué, colocando mis manos sobre mis muslos.
—Eso es un secreto entre él y yo —Llevó su dedo índice a su boca, con picardía—. Puede que más adelante te lo cuente, si es que llegamos a tenernos confianza, claro.
—Bueno, deberíamos esperar un tiempo antes de casarnos ¿No crees? Será un poco extraño y mal visto porque recién me divorcié —expresé, con una risa nerviosa.
—Eso no es ningún problema porque todos aceptarán a la mujer que yo escoja, sin importar que en el pasado hayas sido mi cuñada. Además, siempre estuviste encerrada por lo que muy pocas personas saben que fuiste esposa de mi hermano —comentó, apoyando su barbilla en su puño.
—Eso significa que me mantuvo como si fuera un fantasma inexistente... Con suerte logré conocer a sus padres —resoplé, decaída al traer los recuerdos a mi mente.
Pensé que Dante hacía ese tipo de cosas porque quería protegerme, mantenerme a salvo del mundo exterior. Aunque solía enojarse mucho cuando tenía que visitar a mis padres, ¿quién diría que esas eran señales de su toxicidad?
Lo idolatré muchísimo, poco a poco me daba cuenta de que me equivoqué con él.
—Levanta la cabeza —ordenó, en tono serio—. Conmigo te vas a tener que comportar como una mujer empoderada y fuerte ¿Comprendes? Debes demostrar estar a mi nivel.
Se levantó de su silla. Mis ojos se quedaron fijos en la pared, sin un motivo en particular ya que Eric estaba caminando a pasos lentos hasta mi dirección. Se detuvo justo a mi lado, haciéndome tragar saliva de golpe.
—No entiendo cómo quieres que llegue a tu nivel si hasta hace poco era una simple ama de casa que anhelaba en tener una familia feliz... —murmuré, sintiendo el nudo en la garganta de nuevo.
Dios, pensar en la vida que tenía me hacía querer llorar, gritar y patalear todo lo que se me interpusiera en el camino. Eric tomó mi mentón y de un lento jalón me obligó a mirarlo a los ojos.
Unas profundas iris verdes que me hipnotizaron, dejándome con la boca entre abierta.
—Tranquila, vas a ver que teniéndome a mí lograrás muchas cosas, principalmente aprenderás a valerte por ti misma, Ximena —comentó, pude sentir su aliento chocar con mi rostro.
Olía a menta, eso me hizo sentir extraña porque no podía sacar a Dante de mi cabeza, por más que tuviera a un guapo y sexy hombre frente a mí. Algo me decía que a Eric no le resultaba atractiva...
Y jamás lo haría. Por algo dijo: nada de enamorarse.
—Sabes... Dante no solía hablarme mucho sobre ti, más allá de que eras su jefe —dictaminé, apretando los labios.
Era intimidante tenerlo tan cerca.
—Y es que lo entiendo. Nuestros padres me heredaron la empresa por ser el mayor —respondió, con aires de grandeza. En ese momento se alejó y me dio la espalda—. Él quedó como un simple secretario y eso le molestó, por eso suele hacer lo que le da la gana.
–¿Cuántos años tienes? —pregunté, recordando que Dante tenía mi edad.
—Treinta y dos.
Me quedé helada porque ese hombre ya superaba los treinta y no lo parecía. Su piel se notaba que era suave a simple vista, como si todavía fuera adolescente, sin importar los pocos vellos de su barba que adornaban su cara.
—Ah, vale... —Por alguna razón me sentí apenada y eso que no me estaba viendo.
—Bueno, creo que eso es todo por hoy. Empiezas a trabajar a partir de mañana, espero que puedas sobrellevar la situación con Dante, porque lo verás a diario —avisó, volteándose en mi dirección.
—¿Es necesario verlo a diario? —cuestioné—. Le dije que no quería volver a saber nada de él.
—¿No quieres vengarte? Porque el primer paso es superarlo —enfatizó la última palabra.
—Claro, pero todavía me duele hablar de él —murmuré, viendo mis tacones.
Pude escuchar los pasos de las suelas de Eric acercarse de nuevo a mi posición. Me tomó de la mano y me hizo señas con su rostro para que me levantara. Acaté su orden como una tonta, dándome cuenta que era bastante alto, incluso más que Dante.
Tenía que alzar el mentón para poder verlo a los ojos, aunque me doliera el cuello. El castaño tomó mi barbilla con delicadeza y se inclinó.
—Para olvidarlo, tendrás que pensar en otro hombre, Ximena —susurró, muy cerca de mi boca.
En ese punto pensé que me besaría, me resultó difícil evitar que mis ojos se cerraran con fuerza para esperar el impacto de su boca. Con mis párpados apretados, los segundos pasaron y no sentí nada.
—¿Aceptas olvidar a Dante, preciosa? —inquirió, con sus entre cerrados ojos fijos en mí.
—Y-yo... —balbuceé.
Me quedé sin habla porque nuestras respiraciones se estaban conectando como si fueran una. Los latidos de mi corazón se alarmaron, jamás en mi vida había tenido que besar o pensar en otro hombre que no fuera Dante.
En cierta parte me causaba una especie de emoción el experimentar un nuevo sabor, una nueva experiencia que podría hacerme ver las cosas desde otro punto de vista.
—Sí quiero. Deseo olvidar a Dante, ayúdame, por favor —pedí, cerrando de nuevo los ojos.
Aunque los abrí un poco para poder ver la sonrisa genuina que traía Eric plasmada en el rostro, me pareció que estaba satisfecho y feliz con mi respuesta. Creí que iba a besarme en los labios, pero en vez de eso se situó en mi frente para dar un cálido beso.
Mis párpados se abrieron con sorpresa, no me esperaba esa acción de su parte ya que fue un tanto tierno y lo consideré inesperado.
—Perfecto, entonces empiezas mañana. Y tranquila, tendremos una boda muy sencilla ya que será por el civil —argumentó, separándose de mí.
Estaba algo confundida y aturdida por lo que había hecho. Eso de besarme la frente de manera inesperada solo me dejó con un extraño hormigueo que había olvidado hace mucho tiempo.
—Por supuesto, estaré aquí a la hora... Aunque nunca he sido recepcionista —confesé.
—No te preocupes por eso, tengo a alguien que te puede enseñar —sonrió, colocando la palma de su mano sobre mi cabeza.
De alguna forma, con él me sentía diferente... Que podía ser yo misma sin ser juzgada como lo solía hacer Dante.
¿Por qué sería?