6. PROMETIDOS
Después de ponernos de acuerdo en la historia que le diremos a papá. Caminamos juntos hasta el auto y subimos. Le indico la dirección de mi casa y mientras conducimos, Gabriel parece sorprendido al verla.
—¿Son millonarios, Evelin? —pregunta, con curiosidad en su voz.
—No, en realidad era la casa de mis abuelos —respondo, aclarando la situación. —Ellos eran los millonarios y desheredaron a papá, nosotros vivimos con el dinero de su trabajo.
—Ah, entiendo. Bueno, respira hondo y enfrentemos al lobo —dice Gabriel, tratando de tranquilizarme.
—Ja, ja, ja…, no le llames así a mi padre, es muy bueno —respondo, riendo un poco. Aunque en el fondo sé que mi padre puede ser intimidante, no quiero que Gabriel le tenga miedo.
—¿Seguro? No me dio esa impresión —comenta Gabriel, con cierta duda en su voz. —Estaba realmente rojo de la furia cuando me vio cargándote.
—Ja, ja, ja, confía en mí. No tienes nada que temer. Ven, vamos a bajar —digo, en lo que él estaciona el auto frente a mi casa.
Salimos del auto y camino hacia la puerta principal junto a Gabriel. Estoy nerviosa por cómo reaccionará mi padre ante nuestra historia inventada, pero sé que debo enfrentarlo y esperar lo mejor.
No sé por qué, me siento tan cómoda con Gabriel, debe ser porque lo vi en su peor momento. Me asombra que pueda hablar con él, por lo general me aterro, cuando me encuentro a solas con un chico. Se me corta la respiración y siempre sin excepción, salgo huyendo. Pero Gabriel no causa ese efecto en mí, me parece un cachorro abandonado.
Nos bajamos del auto y entramos a mi casa, donde mi papá nos esperaba sentado en la sala con una expresión seria en su rostro.
—Ya llegamos, papá —anuncio, tratando de romper el hielo y parecer lo más normal posible.
—¿Cuándo me lo pensabas decir, Evelin? —pregunta en voz alta en cuanto me ve.
—¡Papá, estaba esperando por Gabriel para decírtelo con él! ¡Perdóname papá! —Digo mientras voy y lo abraso. En verdad, me duele engañarlo, es el mejor padre que alguien pueda desear. No se merece, que le haga esto. Suspiro y me separo de él.
—Disculpe señor. Ni Evelin ni yo, pensamos que esto iba a pasar—. Se disculpa Gabriel con miedo.
Papá nos observa en silencio, con una mirada escrutadora. Siento el miedo y la culpa invadirme al ver su expresión. Nunca antes le había mentido a mi padre, siempre le he dicho la verdad en todo momento. Pero ahora, por un completo desconocido, me encuentro engañándolo y ocultándole cosas debido al miedo de las citas a ciegas.
Agarro la mano de Gabriel con fuerza, notando su nerviosismo mientras sus manos sudan y aprietan la mía. Nos miramos, preparados para enfrentar el interrogatorio al que papá nos someterá. Lo veo cómo se acomoda en el sillón, cruza sus manos e inicia.
—¿Dónde se conocieron? —pregunta papá con tono serio.
—En Roma, papá. Cuando fuimos el mes pasado —respondo con sinceridad.
—¿Por eso te perdías todas las tardes? ¿Era para estar con él? ¿Por qué lo ocultaste, si sabías que quería que tuvieras novio? —insiste papá, mostrando su confusión y descontento.
—Papá, lo conocí mientras estábamos de turismo en Roma. No pensé que nuestra relación fuera a pasar de ahí. Él vive en Roma y nosotros aquí. Pero luego salí embarazada, y por eso vino ahora—explico, tratando de transmitirle mi arrepentimiento.
Papá me observa con seriedad, y puedo percibir un rastro de tristeza en su mirada y en el tono de su voz. Sé que se siente culpable porque he crecido solo con él, sin el cuidado de una madre o una figura femenina que me guíe en la vida. Ha sido mi único apoyo y compañía durante todos estos años. Por eso, me siento aún más culpable por hacerlo pasar por esta situación, involucrando a un completo desconocido en nuestras vidas.
Ahora me invade un profundo sentimiento de remordimiento. Sin embargo, ya he comenzado con esta mentira y retroceder solo empeoraría las cosas. Gabriel parece darse cuenta de mis pensamientos y me reconforta pasando su brazo sobre mis hombros, brindándome apoyo silencioso mientras bajo la cabeza, sintiéndome abrumada por la situación.
—Evelin, sé que no tienes madre, pero podrías haberme preguntado cómo protegerte para evitar que esto sucediera —dice papá con un tono de decepción.
—Fue mi culpa, señor —interviene Gabriel, reconociendo su responsabilidad en la situación.
—Sí, lo sé, es culpa de los dos —responde papá con firmeza—. ¿Cómo te llamas? ¿Qué hacen tus padres?
—Me llamo Gabriel D'Alessi, señor. No tengo padres, ambos fallecieron —responde Gabriel con tristeza en su voz.
La actitud de mi padre cambia inmediatamente al escuchar esto. Lo veo mirar a Gabriel de una manera diferente, con compasión y empatía. Sé que hemos ganado su corazón. Al igual que a mí, a mi padre también le gusta ayudar a quienes más lo necesitan, y puedo percibir que ve a Gabriel como un cachorro abandonado al que hay que rescatar y unir a nuestra familia.
—Lo siento mucho, hijo —dice con compasión—. Ven, siéntate. Disculpa mi reacción, ha sido una gran sorpresa para mí. Podemos retrasar la boda hasta que termines tu período de luto.
—¡No, papá! —intervengo rápidamente, mirando el rostro sorprendido de Gabriel—. Él no puede quedarse mucho tiempo, vino a casarse conmigo y luego tiene que resolver algunos asuntos importantes.
Mi padre nos mira y entrecierra los ojos, observándonos fijamente a ambos. Sin embargo, no dice nada más, luego sonríe y dice con seriedad:
—No hay problema. ¿Entonces, lo harán mañana por lo civil?
—Sí, señor, como usted decida —Gabriel asiente, agradecido y feliz.
—¿No tienes familia a la que invitar? Podemos decirle de la boda y luego salir a celebrar con ellos— pregunta mi padre.
—No, señor, estoy solo. No tengo a nadie más —Gabriel respondió con tristeza en su voz
Observo a Gabriel disimuladamente y no puedo evitar sentir compasión por él. Es como un cachorro abandonado, luchando desesperadamente por no perder la herencia de sus padres. Comprendo que para él no se trata solo de dinero, sino de preservar el último vínculo tangible que le queda con su familia.
Es devastador perder a todos tus seres queridos y, además, ver cómo los recuerdos asociados a ellos se desvanecen. Mi determinación de ayudarlo se fortalece aún más al entender su situación. Aunque eso no me quita la culpa de que estoy engañando a mi padre y envolviéndolo en esta gran farsa de matrimonio.
Haces bien en ayudarlo Evelin, me digo luego de escuchar lo que le respondió a la pregunta de mi padre que sigue llenándolo de preguntas como si no pudiera creer que esté solo en el mundo. Para ser honesta yo tampoco lo creo.
—¿A nadie más aquí en América? —insiste papá.
—No, señor, no tengo a nadie más aquí ni en Italia. Soy solo en el mundo, mi única familia era papá y ya le dije que falleció.
Lo miro como tiene una gran expresión de tristeza reflejada en su rostro, y me convenzo aún más de que Gabriel es como un cachorro abandonado, al escuchar que no tiene a nadie en el mundo y que necesitamos acoger.
—¿Cómo es eso? —insiste mi padre en averiguar—. ¿Tíos, abuelos, primos? ¿No existe nadie más?
—Pues, mis padres ambos eran hijos únicos, mis abuelos también murieron.
—Entiendo. Bueno, hijo, ya nunca más vas a estar solo. Tienes a Evelin, a tu hijo, y a este viejo. Evelin, tampoco tiene otra familia que no sea yo.
Eso es verdad, si le llegara a pasar algo a mi padre, me quedaría así como él. Y me asusto ante tal posibilidad, nunca me había detenido a pensar que somos papá y yo solamente en esta vida. Es terrible eso que acaba de decir y de lo cual yo no había reflexionado.
Desde que mi madre nos abandonó, mi padre y yo hemos vivido solos. Si algo le sucediera a él, no tendría a nadie más en este mundo. La idea de quedarme sola, sin familia, es aterradora. No sé cómo podría enfrentar la vida sin él, sin su amor y apoyo incondicional.
Esta realización me golpea con fuerza y me llena de tristeza. Nunca antes había considerado realmente la fragilidad de nuestra situación familiar. Me preocupa no tener a nadie más en quien confiar, nadie más a quien acudir en momentos difíciles.
Pero al mismo tiempo, esta realidad me impulsa a valorar aún más a mi padre y a estar agradecida por tenerlo en mi vida. Aunque seamos solo él y yo, hemos construido un vínculo fuerte y especial. Juntos hemos superado muchas adversidades y nos hemos apoyado mutuamente. Es aterrador la situación en que se encuentra Gabriel, y ahora me convenzo aún más de que hice bien en ayudarlo.
—Vaya, señor, qué coincidencia —se asombra Gabriel.
—Así es la vida, hijo. Junta personas que tienen necesidades iguales. Bueno, Evelin, tu deseo de irte a vivir a Roma se hará realidad. Nos iremos a vivir a Roma.
—¡No es necesario que hagas eso, papá! —grito tratando de contener mi emoción, aunque lleve más de tres años rogándole para irnos a vivir a Roma. ¡Me encanta Roma!
Siento que es allá donde pertenezco, todos los que considero mis más cercanos familiares y amigos de mi padre viven allá. Todavía no sé qué hacemos en América, pero sé que él tiene proyectos aquí que no quiere dejar.
—¡Evelin, tienes que vivir donde esté tu esposo! ¡En eso no voy a ceder! Además, no puedo dejar más tiempo las cosas por allá solas —me dice mi padre, y me pongo feliz de que al fin mi sueño se va a hacer realidad. Gabriel, sin saberlo, me ha ayudado a convencer a mi padre de irnos a vivir a Roma.
—¡Está bien, papá, me gusta Roma! —digo, conteniendo mis ganas de saltar de felicidad.
Miro a Gabriel, quien se encoge de hombros y asiente. Después, los dejo hablando entre ellos felices, me voy a mi habitación a bañarme y cambiarme de ropa. Destapo mi espejo, que por mucho tiempo lo he tenido cubierto, y me miro.
Todavía no me gusto. Vuelvo y lo tapo. Suspiro y bajo al salón.
¿Qué va a pasar ahora?, pienso.