1
Miré por la ventana y me quedé estupefacta viendo el mar, las playas, la arena blanca ¡era increíble! Agradecía que mi tía Kristal viviera aquí en California porque al menos estaré en el mar, cerca pues. Ella me había dicho que se había vuelto a casar y que vivía con su esposo el cual tenía tres hijos, el menor quien se llamaba Charles Carson tenía 13 años, el de en medio se llamaba Bladimir Carson y tenía 16 años y el mayor se llamaba Tyler Carson, él tenía 19 años.
Íbamos pasando por la carretera en donde estaban esas enormes palmeras y casas de lujo. Todo estaba colorido. Habían tiendas caras entre otras cosas. No sabía que mi tía quizás viviera en una de estas casas tan caras. Ella me lo hubiera dicho.
Venía aquí a estudiar y trabajar porque tengo tanto por hacer, tengo metas y sueños que me dan aliento de salir adelante. Fue lo único que me dio valor para poder salir de aquel pueblo alejado de la ciudad y transferirme a una universidad de aquí: Berkeley, Universidad de California. La verdad tuve suerte de que me aceptaran. El taxi se detuvo frente a un muro enorme que estaba lleno de hierba verde, sin embargo ésta estaba perfectamente cortada.
—Señor, ¿donde estamos? —quise saber con algo de dudas.
—Señorita, más adelante está la entrada de la dirección que me dio. Lo siento pero no llego hasta allá —me responde el taxista, era un chico moreno y un poco regordete. A lo lejos vi el portón que decía el hombre, pero en la entrada habían dos tipos, tal parecían que cuidaban la entrada.
—¿Hay algún problema? Traigo tres maletas grandes —le dije, la entrada estaba a unos metros más. Acomodé mi vestido y peiné de cabello con los dedos. Me sentía mal vestida, es decir, venía de un pueblo así que no me juzguen.
—Lo lamento pero no puedo llegar hasta allá. Le sacaré sus maletas —el tipo se baja y se dirige a la cajuela del taxi. Bufé pero también me bajé. Llevaba unas botas planas en color café. Mi vestido era color café que me llegaba un poco más abajo de mis glúteos, así que hacían juego.
El taxista saca mis maletas y las pone en el pavimento. Busqué en mi cartera algo de dinero y se lo entregué.
—Gracias.
—Gracias a usted. Y disculpe una vez más. —el taxista volvió a su coche y se montó.
Tomé las tres maletas a como pude y caminé hacia la cera; las maletas estaban pesadas. Noté que el taxi dio la vuelta y se fue por donde habíamos venido. El lugar era silencioso, no se escuchaba nada. Más adelante terminaba la carretera, noté que empezaba la playa. Eso me emocionó un poco ya que tenía la playa súper más cerca.
Caminé con dificultad, recogiendo mis maletas cuando se me caían, hasta llegar donde los tipos en la entrada. Uno de ellos me detiene. Lleva un traje perfectamente arreglado, unos lentes oscuros y una especie de audífono inalámbrico en su oído.
—Un momento —me dice— ¿quién eres?
—Soy Georgia Bennet —les dije.
—¿A quién buscas?
—A mi tía, se llama Mónica Ellis... digo, Mónica Carson —olvidaba que ahora mi tía era conocida por la señora Carson.
—La señora no me dijo nada sobre una sobrina —él duda.
Puse mis labios en una sola línea sin entender ni saber qué hacer.
—Bueno, pues... pregúntale —reí nerviosa.
—Ella no está. Si quieres vuelve más tarde —demandó.
—Pero no... es decir, no puedo volver más tarde. No tengo a donde ir —me crucé de brazos. El tipo se veía exasperado ya, quizás le estaba interrumpiendo en algo o no sé qué.
—No es mi problema, sin permiso no puedes entrar.
No puedo creer que mi tía no haya avisado que vendría. Me parece un poco vergonzoso.
—La llamaré entonces —le dije al tipo. Saqué mi celular de mi bolso y marqué el número de mi tía. Repicó varias veces pero luego entró al buzón. —No contesta.
El hombre ahora se había cruzado de brazos y me observaba sin paciencia.
—Vuelve más tarde —repitió.
Suspiré profundo y asentí. Tomé mis maletas a como pude y me dispuse a ir por la carretera, al camino que llevaba a la playa; sin embargo, no había ni dado un paso cuando un coche aparece y toca el claxon. Era un jeep negro de vidrios oscuros. La puerta del copiloto se abre y de ella aparece mi tía con una enorme sonrisa en su cara.
—¡Gigi! —se lanza a abrazarme. Ella huele muy bien. —Tanto tiempo sin verte —se separa y me escanea de pies a cabeza— Estás hermosa, ¿tienes mucho tiempo de estar aquí?
—Ya me iba porque creo que olvidaste decirles que vendría —miré de reojo al tipo.
—Lo sé. Estaba almorzando con unas amigas cuando recordé que tu vuelo venía casi a estar hora. Quise llamarte pero mi celular estaba descargado. Es por eso que vine lo más rápido que pude. —me explicó— Pero al menos ya estás aquí y eso es lo que importa.
—Gracias por dejarme quedar aquí por un tiempo. Cuando empiece a trabajar y gane algo de dinero me buscaré un departamento para mí misma.
—Gigi, no es ninguna molesta. William esta de acuerdo en que estes aquí todo el tiempo que quieras. Además, la casa es muy grande así que de eso no te preocupes. —me abraza de nuevo— Pero vamos, te mostraré la casa. ¡Smith! Por favor sube las maletas de la señorita al coche y llévalas a la casa.
—Sí, señora —el chofer de mi tía se baja del coche y empieza a subir mis maletas.
—Ven, caminemos un poco.
El tipo nos abre el enorme portón así que entramos por un camino de pavimento. A los alrededores habían de las mismas palmeras grandes, el césped estaba perfectamente cortado y muy verde. Habían árboles de frutas, espacios grandes como para jugar una partida de fútbol y a lo lejos pude notar una fuente.
—Es hermoso esto aquí —alagué.
—Lo es. El jardín es lo más hermoso de este lugar. Me recuerda a la granja —me dice.
Mi tía, mi madre y sus hermanos se habían criado en la granja de Tennessee así que ellas sabían de cosas de campo y montar a caballos. Mis tíos se casaron y se fueron. Las únicas que quedamos allí fue mamá y yo. Extrañaba a mi caballo Sky.
Mientras más nos acercábamos a la casa más grande se veía. Es que esto no era una casa, era una jodida mansión. Es increíble. Incluso era más grande que la casa del alcalde en Tennessee.
La casa era blanca, en la entrada habían escaleras grandes que nos llevaban a la puerta principal. Pero lo que más me sorprendió eran el montón de coches de lujos estacionados a un costado.
—No puede ser, creo que Tyler hizo sus fiestas de nuevo —murmura mi tía.
Tyler es el hermano mayor, recordé.
—Cariño, quizás te sientas un poco incómoda con esto. Te mostraré tu habitación. ¿Tienes hambre?
—Quizás un poco —respondí. Solo tenía el desayuno en mi estómago y eso había sido hace como cinco horas.
—Tienes que comer algo entonces —subimos las escaleras y entramos a la casa. Por dentro era más lujosa. Mi tía en serio que no nos había dicho que se había casado con un millonario. Esta casa era una mansión. Y demasiado hermosa. A lo lejos escuché algo de música. —¿Cómo está tu madre? Tengo rato de no hablar con ella.
—Mi madre está bien —respondí— Me preocupa que haya quedado sola.
—Mi hermana sabe cómo cuidarse. Veré si Patricia hizo algo de comer. Siéntate —me dice cuando llegamos a su enorme cocina. Wow, qué impresión.
Me senté en