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Capítulo 2.

Presa de un impulso que fue incapaz de dominar, Cassie había escapado de la casa, usando como vía la ventana que conectaba el exterior con su habitación con el exterior. Lo había hecho en la tarde, casi cuando la negrura había cubierto todo el cielo, había tomado un taxi y le había indicado cuál era su destino, sus energías estaban casi por completo nulas, pero pese a aquello, muy bien que había descifrado la mirada que le ofreció el taxista cuando ella le reveló la dirección a la que quería ser llevada, pues era de más sabido que aquel, era un sitio peligroso hasta un punto excesivo.

Nadie conocía lo que era la paz en aquel lugar.

Él vivía en un sitio en donde cada uno de sus habitantes parecían en guerra de manera permanente, el sol no parecía nunca salir, las estrellas parecían no tener brillo ninguno, era un lugar triste, oscuro y sobre todo, en exceso peligroso, era lamentable que casi a diario se reportaran de robos en ese sitio, y si tan solo el peligro se limitara en robos, no fuera de tanto lamentarse, por desgracia no era así. Brutales asesinatos se llevaban a cabo, algunos por venganza, otros por dinero, los demás por placer. Y él a ella había contado que, ninguna mujer se atrevía a salir sola por la noche, pues vivía con el constante miedo de ser violada, se habían reportado alrededor de quince casos de abusos sexuales en aquel sitio en menos de tres semanas, y los números, para desgracia de todos, menos del depravado que cometía aquello, creían sin freno ninguno, la policía no ayudaba, al contrario, muchos sospechaban que miembros de la policía estaban involucrados en eso.

Pese a esto, bajo todos esos crímenes y horrendas eventualidades, en una casa como todas aquellas, vivía una persona demasiado especial para Cassie, un precioso muchacho, que con todo su corazón amaba, que significaba más para ella que su propia vida, al que tendría que contarle aquello que no quería, pero que debía, aquello que le partiría el corazón a ambos.

Sí, él vivía allí, un muchacho de alma noble y ojos amables, que parecía un reluciente diamante entre un montón de piedras quemadas, Oliver, Oliver era el nombre de ese muchacho. Oliver había crecido en un ambiente hostil, y a pesar de no ser alguien cruel, era de esos hombres que no lloraban, de esos que apenas sonreían. Pero ella sabía que su corazón era noble, que los ojos reflejaban aquello que por sus labios no podía decir. Pues mientras más dura la armadura más frágil era el ser que la habitaba.

Llegó a la casa de él, le pagó al taxi el dinero correspondiente y se apeó con rapidez. L

La madre de Oliver la recibió con un dulce beso entre la mejilla, se trataba de una mujer de unos cincuenta años, de estatura pequeña y pelo largo hasta su cintura regordeta, Anna era el nombre de aquella agradable señora, y aunque no le gustara admitirlo, pues era deprimente, Cassie se sentía mejor acogida allí que en el hogar en el que había crecido. Un abrazo por parte de Anna podría sanar aquello que mis besos por parte de su madre no harían.

Al llegar y tras unos saludos y un par de dulces palabras, Cassie le contó a Anna que necesitaba de manera urgente hablar con su hijo, la expresión gris de Cassie le indicó a la mujer que nada bueno saldría de sus labios, sintió el impulso de cuestionar a la muchacha, pero no lo hizo y tan solo asintió, siendo forrada por un montón de dudas, y tras el paso de unos minutos, Oliver apareció y su madre se retiró, no sin antes dedicarle una mirada preocupada a ambos.

Lo primero que hizo Oliver al ver a su amada fue acercarse a ella y regalarle un muy dulce beso entre los labios, ella respondió al beso, un acto lento y apasionado, que ella deseaba que jamás tuviera un fin, pero aquello no era posible, debía de contarle algo a él, algo que posiblemente lo destruiría por dentro. Él no era un sujeto violento, por lo que ella no se encontraba ni tan solo un poco asustada de que él pudiese golpearla o de que pudiese tener una reacción violenta, era muy contraria la situación: él era su protección cuando los escombros de su mundo se sacudían.

Estaba asustada, no quería herirlo con aquello que le iba a decir, no quería verlo de ninguna manera llorar, él era una de las cosas más especiales en la vida de ella, una de las pocas cosas intactas que ella tenía, no quería romper esa también.

Tras un rato del beso, ella lo separó con suavidad y Oliver le regaló una mirada, confundido, ella jamás había hecho aquello de alejarlo, sus ojos se veían idos, era evidente que había estado llorando, algo malo sucedía y él se había dado cuenta en el primer instante.

—¿Sucede algo, Cass? —Escuchar que él la llamase así rompía el corazón de la muchacha, las lágrimas no consiguió contener, estas se deslizaron por su rostro, preocupando al muchacho quien con sus manos las secó, mientras una expresión de inquietud más evidente se esbozaba en su cara, tenía un muy mal presagio en su pecho. Todo había sido raro, ella había llegado sin avisarle, no le había sonreído si quiera, y ahora estaba llorando, no quería dejarse dominar por la paranoia, pero algo parecía no ir bien. Cuando ella se sentía triste, iba a refugiarse a él, pero algo en su mirada le revelaba a Oliver que no era simple tristeza lo que sentía.

—Tengo que hablar contigo, Oliver —murmuró ella, en un tono de voz tan bajo, que si no se debiese a la cercanía que ambos mantenían, para él hubiese sido imposible escuchar aquello que salía de sus labios. «Tenemos que hablar, Oliver», solo esas palabras fueron suficientes para saber que algo no iba como debería, él tragó saliva, la miró de manera fija, sus cejas se conectaron y su entrecejo se frunció.

—¿De qué, Cass? ¿Qué sucede? Dime, cariño, ¿por qué lloras? —Decir eso fue como tocar un nervio dentro de la muchacha, pues así logró que ella empezara a llorar todavía más, dejando exponer la profundidad de su dolor, si él no la estuviese sujetando, ella hubiese caído de rodillas. Él no decía mucho, pues no entendía que sucedía, pero si estaba en preocupado por ella, por lo que Cassie tenía para contarle, porque parecía ser algo realmente malo.

—Vamos a tu cuarto —propuso ella —, no puedo hablar aquí. Quiero hablar en tu cuarto.

—Vamos, vamos —le replicó Oliver con rapidez, mientras sujetó a su amada como un adorno frágil, que en cualquiera momento podría quebrarse.

Él era de esa clase de hombres que no lloraba, pero con lo que venía, con lo que ella le contaría y con lo que luego sucedería, las lágrimas y un inmenso dolor se aposaría en su alma, heridas nacerían en él con todo lo que venía, heridas que no se saturarían sino hasta muchos años después. Aquel solo era el principio de su lucha por amor.

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