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Fueron exactamente cinco segundos en los que Victoria no pudo moverse. La impresión de ver a su amor fallido llegar en compañía de otra, a la vez de que su amiga declaraba con firmeza aquellas palabras: “¿Dónde está? Voy a partirle la cara en este instante.” Todo había ocurrido en fracciones de segundos, y su cerebro no lo estaba procesando con la velocidad necesaria.

Sin embargo, a pesar del dolor lacerante que sentía en su corazón al ser consciente de aquella decepción, se obligó a reaccionar e impedir que su impulsiva amiga hiciese alguna locura. Lo menos que necesitaba, era que un montón de comensales la miraran con lástima al enterarse de su fracasada vida amorosa y como aquel hombre la había embarazado para luego presentarse con otra.

—Por favor, Samantha, vámonos—en su rostro podía verse reflejada toda la congoja que estaba sintiendo.

—No, ¿dime quién es?—insistió su amiga renuente a obedecerle.

Como un impulso inconsciente su mirada se posó en la mesa que ocupaba la recién llegada pareja, momento que aprovechó la morena para seguir el camino que sus ojos trazaban.

—¡Con que es ese infeliz!

—¡Samantha, no lo hagas!—suplicó la castaña, pero sin poder obtener un resultado favorable.

En cuestión de segundos su amiga estaba al frente de aquella mesa. La pareja de amantes se besaban como si fuesen los reyes del lugar, no les importaban las miradas, ni parecían tener algún tipo de vergüenza.

—¡Qué pocos huevos tienes!—fue la primera frase dicha por ella.

—¿Disculpa?

Los ojos grises del hombre la observaron como si fuese alguna enferma mental.

—Embarazaste a mi amiga, y luego vienes aquí a presentarte con esa—dijo la morena señalando despectivamente a la susodicha.

Al principio el hombre frunció el ceño sin comprender, pero luego lo entendió todo.

—Ah, con que se trata de ti—dijo Massimo con desprecio al ver a Victoria llegar al lado de la desconocida que lo acusaba de semejante manera.

—¡Vámonos!—se dirigió Victoria a su amiga.

—No, Victoria, mira cómo te está hablando ese imbécil—Samantha estaba verdaderamente molesta por el poco interés que le estaba demostrando aquel sujeto.

Victoria miró al hombre en cuestión y en sus ojos grises solo encontró rechazo. «¿Cómo pudo ser tan tonta para no darse cuenta de que siempre la estuvo usando?» se preguntó. Tan poco valía para él que ya le había conseguido inclusive un reemplazo.

«O tal vez siempre lo tuvo» susurró una vocecita maliciosa en su oído.

—Deja de estar levantando falsas acusaciones en mi contra, sino no dudaré en demandarte—amenazó el hombre con frialdad.

—¡¿Cómo te atreves?!—la morena se había abalanzado sobre él para golpearlo.

—¡Basta, Samantha!—la voz de Victoria se alzó dolorosa—. ¿Acaso no ves que no vale la pena?—le preguntó con la decepción bullendo en cada palabra.

Samantha miró a su amiga, y comprendió que solamente la estaba lastimando al exponerla así a un montón de miradas.

—Esto no se quedará así—amenazó en dirección al hombre, el cual no pareció interesarse en su amenaza.

Las dos mujeres se marcharon del lugar con un centenar de ojos curiosos siguiendo cada paso que daban. Una vez afuera del establecimiento, Victoria se permitió soltar las lágrimas que estaba conteniendo. Se sentía muy humillada.

—Perdón, Victoria, no quise…

—No importa, vámonos.

Se subieron al auto y Samantha presenció con dolor como su amiga se hacía un ovillo en el asiento del copiloto, mientras no paraba de sollozar. Para ella, las cosas estaban bastante claras, no debería tener a ese bebé, o, al menos, esa sería la decisión que ella tomaría en su lugar.

Pero la morena se guardó su comentario y espero a que su amiga luego entrara en razón por sí sola. De todas formas, sin importar su decisión la apoyaría siempre.

[…]

Victoria únicamente tenía una cosa clara: esa criatura también era su hijo. Sin importar el repudio que pudiese sentir hacia el padre de su hijo, aquello no quitaba el hecho de que ese pequeño ser que se estaba formando en su vientre, también fuese una parte de sí misma.

Odiaba con todo su ser a Massimo, era un ser vil y despreciable, del que sin darse cuenta se había enamorado. ¿Pero de qué había servido todo su amor? De nada, solamente había sido utilizada para satisfacer las necesidades carnales de aquel individuo que no había dudado en abandonarla.

Pero Victoria no pensaba quedarse siempre hundida en la desdicha, saldría adelante por aquella criatura que era únicamente suya. No necesitaba un hombre a su lado.

Por su parte, Massimo, seguía el ritmo de su vida sin ningún tipo de imprevisto.

Aquella mañana ingresó a su piso, siendo recibido por un “buenos días” de su nueva secretaria, aunque se había esforzado por conseguir una chica de buen ver, había terminado eligiendo a una sonsa que le recordaba bastante a su antigua secretaria.

Sí, a aquella arribista que había creído que con un par de mentiras podría quitarle dinero. Jamás se imaginó que debajo de esas ropas holgadas se ocultara una mentalidad tan maquiavélica, mira que querer hacerle creer que el bastardo que esperaba era suyo.

«¡Insolente!» pensó el hombre.

¿En qué momento se había conseguido a un amante si era virgen la primera vez que se acostaron? Massimo no lo sabía, pero se sentía muy disgustado al respecto.

—Señor, con permiso.

—Adelante.

—Estos son los resultados de los análisis que mandó a realizar el otro día—informó la chica colocando un sobre manila sobre el escritorio.

Los ojos grises le dedicaron una mirada rápida a aquello. Había mandado a repetir la prueba de fertilidad, únicamente para confirmar que Victoria Esquivel no era más que una oportunista.

Una vez la molesta secretaria se retiró, el hombre abrió el sobre. Sacó aquel papel y se llevó una abrumadora sorpresa al leer un “positivo". «¿Positivo?» se preguntó. No sabía lo que significaba, pero había otros valores adicionales al examen y todos parecían estar en el volumen correcto.

Desencajado completamente ante aquello, decidió llamar a su médico:

—Pues parece que no tiene usted ningún problema—dijo aquel individuo al teléfono—. Como puede ver, su producción de esperma es bastante buena.

—¿Cómo dice?—realmente Massimo no podía procesar lo que estaba escuchando.

«¡Absurdo!» era la única palabra que podía llegar a su mente.

—Que se encuentra usted en perfectas condiciones para tener todos los hijos que quiera.

Massimo dejó caer el teléfono, mientras trataba de procesar aquellas palabras. «¿Entonces sí podía tener hijos?» se preguntó. La respuesta fue un sí, pero no solo eso, sino que había embarazado a su secretaria. La misma que debería estarlo odiando en ese preciso momento…

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