Mi jefe
—Espere—pidió la chica con voz suave.
Su jefe la observó atentamente, era bonita, la mejor adquisición que había podido hacer en meses.
—¿No le parece que vamos muy rápido?—preguntó tímida.
Él negó antes de volver a apoderarse de sus nalgas, era una caricia un poco brusca, pero lo suficientemente satisfactoria para sí mismo. ¡Vaya que le gustaba hacer ese tipo de cosas!
—Es en serio, no sé qué quiere conmigo, así que…
—¡Calla!—le ordenó rudo.
Victoria quedó atónita ante aquel mandato, la mujer no sabía exactamente qué estaba haciendo en aquella oficina. Se suponía que únicamente había venido a traer unos documentos para ser firmados, pero luego su jefe le había susurrado un par de palabras bonitas.
—Te sienta bien esa falda, ¿es nueva acaso?
La verdad era que sí era nueva, la había comprado especialmente para lucirla en ese día, era su cumpleaños.
—Sí señor. Está bonita ¿cierto?—había respondido ella con inocencia y una brillante sonrisa. Lamentablemente, no pudo deducir a tiempo que el halago de su jefe no tenía nada de inocente.
—Ven acércate.
Y así fue como Victoria terminó frente al respaldo del hombre, siendo observada minuciosamente.
—He notado como me mira ¿sabe?—dijo él.
—¿Cómo lo miro? No entiendo, señor.
—Ahorrémonos los rodeos—su jefe fue claro y directo—, quiero follarla. ¿Me dejaría usted hacerlo?
Victoria se ruborizó al instante. «¿Había dicho qué?» se preguntó atónita. Sin embargo, la chica terminó asintiendo. ¿Por qué ocultarlo? La verdad era que su jefe le gustaba desde hacía tiempo.
El hombre comenzó con su caricia, hasta el punto en que se le hizo insoportable. Había aceptado aquel encuentro sí, pero no esperaba que ocurriera en ese mismo momento.
—¿Qué pasa?—preguntó el hombre disgustado ante su falta de reacción.
—Lo lamentó, señor. No creo que pueda hacerlo.
—¿Se retracta?
—Así es.
Victoria dio media vuelta y se marchó casi corriendo de aquella oficina. Su corazón latía con fuerza en su caja torácica… «¡Era una completa idiota! ¿Por qué había aceptado sí sabía que no era más que una cobarde?» se reprochó al encerrarse en el baño del piso.
A sus veinticuatro años, la mujer seguía siendo virgen. No se había permitido dar ese paso con ningún hombre, de hecho, ¿de qué hombres hablaba? Ni siquiera había tenido un novio en toda su vida.
"Sonsa" solían decirle gracias a las gafas que siempre usaba. ¿Pero qué culpa tenía ella de haber nacido con una visión escasa? Era simplemente una condición un poco problemática.
La verdad era que Victoria venía de una familia anticuada, su abuelita se había encargado de criarla con costumbres bastante recatadas. La castaña no negaba que quería experimentar, conocer un poco más del mundo, de los hombres, de su jefe, que parecía ser ese canal de escape que tanto necesitaba, aquella oportunidad de ver el mundo desde otra perspectiva. Sin embargo, se había encargado de arruinarlo todo hacía unos minutos atrás…
—¡Tonta!—se susurró entre lágrimas. Así nunca conseguiría un novio.
El solo hecho de que Massimo estuviera colocando su mirada en ella, ya era todo un logro. El hombre se había convertido en su amor platónico desde que había puesto un pie en esa oficina.
Victoria recordó el temblar de su voz antes las primeras palabras compartidas, la manera en que el hombre elevaba una ceja divertido ante su tartamudez.
—Hable más despacio, señorita Esquivel—solía decirle Massimo con una sonrisa burlona en los labios.
A veces sentía que en la soledad de su oficina, Massimo solía recordar sus torpezas y se reía a carcajadas de ella.
«¿Cómo un hombre así, podría poner su mirada en ella?» se preguntó otra vez.
La verdad era que no era más que una simple secretaria, una que no pudo aspirar a nada mejor, porque una matrícula universitaria era demasiado costosa y no se la podía permitir. En cambio, había podido hacer algunos cursos gratuitos de manejo de comunicaciones públicas y otros se los había pagado ella misma con su trabajo.
Victoria salió del baño, luego de varios minutos tratando de ocultar que había estado llorando. Aplicó un poco de maquillaje en su rostro y decidió que lo mejor era olvidar lo recién sucedido con su jefe. Era su cumpleaños, no podía permitirse estar triste.
Cuando la mujer llegó al cubículo, miró hacia la oficina de Massimo. Era una de esas típicas oficinas de paredes vidriadas, podía ver absolutamente todo cuando su jefe mantenía las persianas arriba, justo como en ese momento.
«Que extraño, cuando entre parecía no estar de humor para ver a nadie» pensó la chica recordándolo.
Sin embargo, el hombre sí parecía estar interesado en ver al exterior. Su mirada grisácea se posó en ella, profunda y reprochante. Parecía decirle con aquellas orbes tan llamativas, que estaba molesto porque lo había dejado con las ganas…
«Venga aquí, ahora, y terminemos con lo que empezamos» hasta casi podía imaginarse su voz pronunciando esas palabras.
Victoria enrojeció ante la idea. ¿Serían imaginaciones suyas? Pero aquel contacto visual no duró mucho, Massimo regresó su atención al ordenador, ignorándola como acostumbraba. La chica suspiró, así estaba mejor.
Pero la verdad era que no lo estaba. Al llegar a su casa luego de ese día tan extenuante, Victoria tomó una decisión frente al espejo. No se consideraba una mujer guapa, de hecho, se visualizaba a sí misma bastante insípida. «¿Pero por qué tendría que resignarse a serlo durante toda su vida?» se preguntó.
Ella podía dar un paso al cambio. Después de todo, no todos los días un hombre guapo y millonario se muestra interesado en su persona.
La muchacha se mordió el labio inferior, mientras detallaba su cuerpo desnudo frente al espejo. Massimo le gustaba, Massimo se había convertido en su amor platónico, quería que fuese precisamente él el que lograse hacerla mujer por primera vez.
Con esa decisión en mente, Victoria se arregló muy temprano a la mañana siguiente. Puso un poco de labial carmín en sus labios y se quitó las gafas, ese nuevo día pintaba a ser diferente. Pintaba a ser extraordinario…