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Capítulo 4: Borrar su existencia

Sintiendo un dolor ardiente en la cara, Albina se rio fríamente.

—Yolanda, lo que debe ir al diablo no es yo —Albina levantó la cabeza y las miró—. Si yo no te transfundiera sangre estos tres años, no te despertarías ahora. En algún sentido, soy tu salvadora. ¡Al villano dale el pie y te tomará la mano!

—Eso lo me debes tú. Tu papá condujo cuando estaba borracho —Yolanda retrocedió unos pasos por el susto que dio la mirada apática de Albina.

—¡Cállate! —Albina la interrumpió— ¡Mi padre no había bebido! ¡Aclararé todo!

Viendo la cara pálida de Yolanda, como la Sra. Santángel temía que se desmayara y Umberto le culpara, apresuradamente le apoyó y miró a Albina con mucho disgusto.

—¡Ya! Ahora estamos seguras de que no has robado cosas de aquí. Lárgate. No nos molestes y vístete. Sinvergüenza.

Escuchando los insultos de su ex suegra, Albina frunció la boca sin decir nada.

Sentada en el suelo, buscó y se vistió a tientas de la ropa que le habían quitado.

—Eso no es suficiente. También tienes que firmar otro acuerdo.

Yolanda se le acercó bruscamente otra vez y le tomó el brazo, cuando Albina estaba a punto de irse.

—He firmado el acuerdo de divorcio y no me llevo ninguna propiedad de la Familia Santángel. ¿Qué más tengo que firmar? —Albina frunció el ceño y le quitó la mano.

Yolanda sacó un acuerdo y la Sra. Santángel se sorprendió sin saber cuándo Yolanda lo había preparado.

—Después de firmar este acuerdo, absolutamente no puedes hablar de tu relación matrimonial con Umberto a nadie en el futuro ni puedes llamarte la ex esposa de él.

Al oír esto, Albina se quedó estupefacta. Después de un largo rato, se desilusionó y se rio.

Yolanda era tan cruel que quería borrar los tres años cuando Albina estaba al lado de Umberto.

—¿Cómo?, ¿no vas a firmarlo? Ya sabía que realmente no quieres divorciarte. ¿Todavía quieres enredar a Umberto para ganar su simpatía y volver a entrar en la Familia Santángel?

Al ver que Albina todavía no reaccionó, Yolanda se inquietó y la golpeó.

—Albina, ¿puedes dejar de ser tan descarada? Si te vas, vete completamente sin ninguna relación con Umberto.

La Sra. Santángel también le gritó porque temía que Albina enredara y deshonrara a la Familia Santángel.

Las dos gritaban sin cesar, lo cual hizo a Albina sentirse muy molesta.

—¡Basta, voy a firmarlo! —con los puños apretados, después de largo rato, finalmente Albina dijo lo que querían escuchar.

—¡Fírmalo! —dijo Yolanda muy alegremente.

De inmediato metió una pluma en la mano de Albina y la puso a donde debía firmar como si tuviera miedo de que Albina se arrepintiera.

«Parece que verdaderamente Yolanda se siente muy contenta si lo firmo.»

Puesto que estaba dispuesta a salir de aquí, Albina no quería embrollarse más con Umberto.

Albina sonrió irónicamente y lo firmó. Apenas terminaba la firma, parecía que repentinamente le dejó de latir el corazón, seguido de un dolor que la hizo temblar sin poder contener las lágrimas.

Al darse cuenta de que estaba llorando, Albina secó las lágrimas rápidamente. Jamás dejaba que estas dos mujeres la vieran llorando.

—¿Puedo irme ahora? —intentó ocultar su voz temblorosa.

—¡Lárgate!

Al escuchar la voz de Albina, Yolanda mostró mucha molestia cuando estaba mirando la firma con satisfacción.

Albina tomó la maleta y se dirigió rápidamente hacia la puerta. Durante tres años en esta casa, ya había conocido todo de aquí. Y al llegar a la puerta, de repente se detuvo y se volvió lentamente.

—Señora Santángel, usted acaba de insultarme por ser sinvergüenza, pero es su hijo quien quiere hacer amor conmigo. Si soy desvergonzada, ¿y cómo es Umberto que ha dejado esas huellas en mi cuerpo?, ¿y usted, la que le parió? —Albina se fijó hacia donde la Sra. Santángel estaba y dijo en un tono frío.

Antes de que hablara la Sra. Santángel, Albina cerró la puerta de golpe. A partir de este momento, ¡todo lo de aquí ya no tenía nada que ver con ella!

Se oyeron las maldiciones de la Sra. Santángel desde el otro lado de la puerta. Albina, con su bastón, arrastró su maleta y entró en la nevada sola.

Hacía poco tiempo Albina se había marchado. Cuando Yolanda y la Sra. Santángel estaban a punto de tirar las cosas utilizadas de la casa, Umberto regresó imprevistamente.

Él entró precipitadamente y se quedó pasmado al ver a Yolanda y la Sra. Santángel.

—¿Por qué estáis aquí?

Enseguida, miró alrededor, pero sin encontrar a Albina.

—¿Dónde está ella? —preguntó nerviosamente.

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