Capítulo 18: La entrometida eres tú, no yo
Familia Carballal.
Yolanda se sentó en el sofá, escuchando las noticias que le contaba el sirviente David a su lado.
—Señorita, el Sr. Santángel sí fue a la habitación de Albina y salió en medio de la noche.
Tan pronto como escuchó estas palabras, el rostro de Yolanda se volvió horrible por tener tantas iras hacia ella.
De repente arrojó la taza de té en su mano:
—¡Maldita perra, me lo vas a pagar!
La costosa copa se rompió en un instante y David se quedó muy asustado.
—¿Dónde está Umberto ahora?
David se tembló al instante y respondió con sinceridad:
—Está en la empresa.
Yolanda se enteró de la ubicación de Umberto y de repente se levantó del sofá:
—¡Voy a conocer a esa perra, haré que todos sepan lo baja que es esa puta!
***
Después de que Miguel se fue, Albina se quedó en la habitación, el mesero trajo el almuerzo y le advirtió especialmente:
—Albina, ten cuidado, la sopa está caliente, no te quemes.
—¡OK gracias!
Justo cuando estaba a punto de comer, escuchó que la puerta se abrió con fuerza.
—¿Quién está ahí? —preguntó Albina con cautela.
Yolanda se enfureció en seguida al ver su encantador rostro y cuando pensó en el Umberto que fue seducido por ella, la odiaba aún más hasta que quería destruir su cara.
—Albina, creí que fuiste obediente, ¡cómo te atreves a engañarme de esa forma!
Tras oír la voz, Albina se sorprendió:
—¡Yolanda!
Yolanda miró sus dedos lesionados y se burló:
—Pensé que ya te había dado la lección ayer, no esperaba que fueras tan estúpida.
—¡Ayer fuiste tú!
Albina ahora comprendió todo de por qué esas personas fueron desgraciados con ella.
—¿Umberto sabe de lo que hiciste? ¡¿Qué diría si sepa que la mujer que ame es una bruja maligna?!
Estas palabras revelaron el punto mortal de Yolanda, se sintió tan avergonzada que arrojó el plato de sopa hacia ella.
El camarero a su lado rápidamente ayudó a Albina a esquivarlo:
—¿Qué haces, la sopa está muy caliente, estás loca o qué?
Albina fue apartada justo a tiempo, pero solo esquivó la mayor parte de la sopa, sus manos y el cuerpo fueron salpicados por la sopa.
Dio un grito por el dolor y se enojó por su perversidad:
—¡¿Yolanda, por qué me tratas así?!
Yolanda la miró con ojos maliciosos:
—Albina, ¿qué tipo de brujería le diste a Umberto? ¿Por qué este interesado en una mujer como tú? ¿Te fijaba en ti por ser ciega o ganaste su piedad fingiendo ser una pobre?
—¡De qué tonterías estás hablando! —preguntó Albina, creía que a Umberto le gustaba Yolanda.
Al ver que ella no reconoció su error, Yolanda levantó la voz y les gritó a los meseros curiosos que miraban hacia adentro:
—Miran, esta ciega que se llama Albina, sabía muy bien que soy la prometida de Umberto, pero engañó a mi prometido y le deducía en su casa, ¡realmente es una perra sin vergüenza!
Albina se quedó atónita por lo que dijo, y de repente recordó lo que pasó anoche, era por eso que vino hoy a humillarla.
—Yolanda, no intenté seducirle y no pasó nada entre nosotros.
Yolanda se burló:
—Maldita cobarde, ahora ya no te atreves a admitir tus sucios trucos.
Albina explicó:
—Le debo dinero a Umberto, anoche...
Antes de que pudiera terminar de hablar, fue interrumpida por Yolanda, sus ojos se pusieron rojos y miró fijamente a Albina:
—¿Le debes dinero, entonces lo pagaste con tu cuerpo? ¡Albina, hoy te voy a arrancarte tu disfraz para que todos pueden ver quién eres realmente!
Después de hablar, se dirigió a arrancarle la ropa agresivamente.
Albina agarró fuertemente su escote y la empujó con toda su fuerza, su cabello estaba despeinado y rugió:
—¡Ya basta!
Miró en dirección a Yolanda y dijo con voz fría:
—Yolanda, no sigues con tus distorsiones, es cierto que Umberto vino aquí anoche, pero no hicimos nada.
Albina hizo una pausa, luego se burló de repente:
—Incluso si algo pasó, Yolanda, ¡no estás calificada a insultarme!
—¿Qué dijiste? —Yolanda estaba atónita.
Albina se ajustó la ropa, la miró con ojos opacos y dijo lentamente:
—Umberto y yo solamente firmamos un acuerdo de divorcio, legalmente hablando, todavía somos marido y mujer, podemos hacer todo lo que queremos. ¿Qué derecho tienes tú para cuestionarme e insultarme, ¿quién te crees que eres?
Yolanda palideció al instante,
—¡Tú eres la entrometida, no yo!