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Capítulo 4

De repente, una serie de golpes inesperados resonaron a través de la puerta de su habitación. Freya, con el corazón galopando con fuerza, sintió cómo el pasado se desvanecía de su mente en un parpadeo. Sin pensarlo dos veces, emergió rápidamente de la tina y, con el agua goteando de su piel, tomó una toalla para envolverse. Con pasos decididos, avanzó hacia el centro de la habitación y con una voz gélida preguntó con dureza.

—¿Quién es?

—Señora, mi Luna, soy Lucía —anunció con respeto—. El Alfa Crono me ha enviado para buscarla y llevarla al comedor. El mediodía se acerca, y ha notado que no ha salido de su habitación.

—Bajaré a comer en un rato —alegó, con su voz firme.

Lucía insistió con un tono de urgencia, sabiendo que el Alfa Crono esperaba su presencia.

—Señora, el Alfa Crono ha pedido que baje en la próxima media hora. Estoy a la orden para lo que desee.

Freya, recordó las conspiraciones que se habían tejido entre los empleados desde la llegada de Palas a la mansión.

—Avísele al alfa Crono que bajaré a almorzar en una hora —declaró mientras se dirigía al armario. Allí, eligió un vestido negro sencillo y unas cómodas sandalias sin tacón. Con su altura de 1,70 metros, prefería la comodidad sin necesidad de impresionar a nadie.

Pasados más de una hora, Freya salió de la habitación y descendió las escaleras, camino hacia el comedor de forma tranquila. Miro a Crono quieto sentado en la cabecera de la mesa, y a su lado estaba Eris con la mirada de molestia fija en ella. Sin embargo, ella eligió ocupar un asiento en el extremo opuesto de la mesa.

—Buenas tardes, Luna, —saludó Eris con un tono cordial—. Espero que no le moleste que esté sentada junto al alfa. Si lo prefiere, puedo tomar otro asiento. —Agregó en un tono dulce y tímido.

—Deja tus cinismo conmigo, Eris —respondió Freya con calma y con la mirada fija en la loba—. Sabes que lo que dices es porque Crono está presente. Pero te comprendo, por ser la amante del alfa, me imagino que te crees con derecho a hacer lo que quieras en esta mansión. Solo te advierto, no quiero que te acerques a mí o invadas mi espacio, porque sabrás quién es tu Luna. —Declaró mientras se llevaba una cuchara de sopa a la boca.

El asombro se dibujó en el rostro de Eris al escuchar las palabras de Freya, pero se sobresaltó cuando un estruendo resonó en la mesa. La atención de todos se dirigió al Alfa, cuya irá era palpable.

Crono estaba furioso. La mujer frente a él no se parecía en nada a la joven caprichosa e ingenua de 15 años que había conocido. En su fiesta de 18 años, no se apartaba de él y alardeaba que era su mate. La actitud de la loba que tenía al frente lo enfureció.

—Ya me estás cansando con tus ofensas —espetó Crono con severidad—. Respeta a Eris, que trata de ser amable contigo. Si no cambias tu actitud, tendré que castigarte. No me tientes, Freya —advirtió con firmeza entrecerrando los ojos.

Freya mantuvo su calma, llevándose otra cuchara de sopa a la boca sin inmutarse. Luego, se limpió la boca con la servilleta y dirigió una mirada helada a su esposo. No mostraba señales de miedo ni de inseguridad.

—El alfa no tiene derecho a castigarme —afirmó con seguridad—. Y si se atreve a hacerme algo, los alfas de otras manadas se enteraran de lo cruel que es el gran alfa con la Luna de la región.

Las palabras de Freya provocaron una tormenta de emociones en Crono. Tenía un impulso de levantarse y llevarla a su habitación para darle unas nalgadas, pero en su lugar, optó por un profundo suspiro para controlar su rabia. Rodó su silla y se levantó, le dio la espalda y encaminó con pasos acelerados hacia su despacho.

Freya prosiguió con su comida con aparente indiferencia, como si nada hubiera ocurrido. Por otro lado, Eris manifestaba claramente su incomodidad y le costaba asimilar la arrogancia de Freya. Siendo prima del gran amor del alfa, Eris había albergado sentimientos por Crono desde el momento en que lo conoció. Ahora, su propósito era humillarla, haciendo que se sintiera inferior a los lobos y, además, buscaba que Crono despreciara a su mate.

Eris, incapaz de contener su disgusto, se dirigió a Freya con palabras afiladas y una voz ronca.

—Freya, deberías comportarte como una señora casada. Tú eres una recién llegada a esta mansión y debes acatar órdenes. Te crees la gran cosa, pero no eres nadie en esta manada. Crono se casó contigo por conveniencia, él nunca conecto contigo como mate; tu padre se lo impuso como requisito para convencer a los otros alfas de que él era el indicado para ser el líder de esta región. Además, yo soy la prima del gran amor del alfa, de la loba que él sí amó, no a una loba altanera y sin respeto a los demás como tú.

Eris se levantó de la mesa y avanzó hacia Freya. En el pasado, Eris la agarró por el cabello y le dio varias cachetadas, Freya los había soportado en silencio debido al amor que sentía por Crono.

Al ver las intenciones de Eris, Freya giró la cabeza y con un movimiento rápido y feroz, le propinó una cachetada tan fuerte que la hizo caer de espaldas al suelo. Los empleados que estaban presentes quedaron atónitos, con la boca abierta, asombrados por la inesperada muestra de fuerza y agilidad de su Luna.

Freya, con una mirada gélida y segura de sí misma, dirigió su atención a todos los presentes y con voz firme pronunció.

—Esto es para todos. Yo soy la señora de esta mansión y a quien deben obedecer. Así que piensen bien a quién le deben dar su lealtad. No se metan conmigo, porque no tendré paciencia ni piedad. Ahora, retírense a hacer sus labores.

Los empleados retomaron sus quehaceres, susurros y miradas nerviosas se encontraban en los pasillos de la mansión.

Freya, se giró y tomó una jarra de agua fría de la mesa y la arrojó de manera brusca sobre Eris, quien todavía yacía en el suelo, sobándose la cara. Sin apartar la mirada de su rival, articuló con una voz cortante y llena de desprecio.

—La próxima vez que me hables de esa manera, me encargaré de castigarte. Para mí, solo eres la amante de mi esposo, que evitará que el idiota de Crono quiera tocarme. —Ella se dio la vuelta y salió del comedor furioso por la desfachatez de esa loba de querer humillarla delante de los empleados.

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