Capítulo 5: Su héroe
*Narrado por Jean*
Iba de camino a la empresa de los Hidalgo, me habían solicitado porque necesitaban hablar sobre la nueva incorporación de una empleada en mi empresa...
Me preguntaba con qué fin mis padres hacían esto, si en el fondo sabían que los Hidalgo eran personas con ansias de poder y se preocupaban por ellos mismos.
Detuve el coche en el estacionamiento y me bajé, con una mano en el bolsillo. Aurora no salía de mi cabeza, ojalá pudiera encontrarla de camino, me sacaría una sonrisa su simple presencia.
No tardé en llegar a la oficina de Eduard Hidalgo, después de aclararle a la recepcionista que tenía una cita previa. El hombre me estaba esperando con una sonrisa, sentado en su escritorio de madera y con una pierna sobre la otra.
—Un placer verlo, Jean Zelaznog —habló, levantándose para estrechar mi mano.
—El placer es mío. Es un gusto estar aquí —respondí, siendo un poco hipócrita para no decepcionar a mis padres.
Tenía que conservar mi cargo y volverme un CEO oficial a como diera lugar, al menos hasta que tuviera un plan B.
—Acompáñeme, tengo que presentarle a mi hija mayor porque de ahora en adelante se verán seguido para tratar los temas de ambas compañías. Ella es mi sucesora, por lo que debe aprender —explicó, saliendo.
Estuve caminando a su lado, prestando atención a cada cosa que me decía, pero me preocupaba un poco el futuro que tendría Aurora si su hermana era la elegida.
—¿Y qué hay de Aurora? —pregunté.
—Oh, mi segunda hija. Ella será tu próxima secretaria. No dudes en avisarme cualquier inconveniente que suceda, me encargaré personalmente de darle una reprimenda —comentó, con un aire natural.
Parpadeé varias veces, asimilando la situación. ¿Aurora sería mi secretaria? Una sonrisa se formó en mis labios, tenía la esperanza de llevarme bien con ella y conocerla más a fondo.
Era una mujer interesante...
—Comprendo —dije.
El señor se detuvo en frente de una puerta, giró la perilla pero no abrió, por lo que frunció el ceño.
—Que extraño, no suele ponerle seguro a la puerta —murmuró, haciendo un segundo intento.
—¡Suéltame! ¡Auxilio! —dijeron desde adentro.
El señor Hidalgo y yo intercambiamos miradas. Algo no estaba bien, esa era la voz de Aurora y parecía estar en peligro.
—¡Salomé, abre la puerta! —exclamó Eduard, tocando la puerta de manera repetida.
Nadie respondió, estaban concentrados en lo que sea que pasaba del otro lado.
¿Y si Aurora estaba en peligro?
—Señor, permítame derribar esta puerta —pedí, con sumo respeto.
—¿Estás loco? —cuestionó, extrañado—. Voy a buscar las llaves.
Él iba a marcharse, pero yo tenía un mal presentimiento y buscar las llaves solo nos quitaría tiempo. Lo detuve, poniendo mi mano en su hombro.
Negué con la cabeza.
—¡¿Qué te he hecho?! —Se volvió a escuchar desde el otro lado.
—Prometo que me haré cargo de todos los daños, le pido disculpas —dictaminé.
Inhalé hondo. Eduard me miró confundido, pero se quedó boquiabierto en el momento en que levanté mi pierna para dar mi mejor patada. No por nada había entrenado mi cuerpo durante tantos años.
Derribé la puerta. La madera cayó al suelo, dejándome a la vista. Metí ambas manos en mis bolsillos y lo primero que vi fue a un hombre con traje, tratando de hacerle daño a Aurora.
—Disculpen la intromisión, pero estuve tocando y no recibí ninguna respuesta —informé, sintiéndome victorioso.
La rubia estaba asustada y tenía los ojos cristalizados. Se notaba el alivio en su expresión. ¿Qué hubiera pasado si no llegábamos a tiempo?
Lo peor es que había otra mujer presenciando la escena, sin hacer nada. Estaba claro que se trataba de su hermana. El abusador se separó de su víctima, tenía una cara de horror al ver que Eduard Hidalgo venía detrás de mí, con seriedad.
—¿P-papá? ¿L-la reunión no es en una hora? —cuestionó la castaña, con la voz temblorosa.
—Salomé, esto es el colmo —reprochó el señor, con ambas manos en la cintura—. ¿En verdad ibas a dejar que le hicieran daño a tu hermana?
Apreté los labios, en definitiva, esa familia tenía algunos problemas, como me dijo Aurora. Y yo pensé que eran una familia ejemplar, comparada con la mía que me exigían hasta más no poder.
Me acerqué a la rubia, quien todavía seguía en shock por lo sucedido. Sus manos estaban temblorosas y la sostuve con delicadeza para que me mirara.
—¿Estás bien? —pregunté, en un tono bajo para que solo ella me escuchara.
—¿Qué haces aquí? —inquirió, asustada.
—Tengo asuntos pendientes con tu padre y hermana —Le guiñé un ojo—. Pero ese tipo no se merece trabajar aquí —susurré, mirando al castaño con desagrado.
—S-señor Hidalgo, no es lo que parece —defendió, sacudiendo ambas manos con nerviosismo—. Esto es un malentendido.
—Eliott, no puedo creer que seas un director y tengas este tipo de conductas —refutó el señor, molesto—. ¡Estás despedido!
—¡¿Qué?! —exclamó el susodicho, estupefacto—. N-no puede... —balbuceó.
—Padre, no es para tanto. ¿Vas a defender a Aurora por un malentendido? —masculló Salomé, con el ceño fruncido—. Hermanita, dile que es un malentendido.
La castaña miró a su hermana menor con unos ojos furiosos y manipuladores. A simple vista, pensé que Aurora iba a hacerle caso, eso sería muy tonto de su parte.
¿Dejarse pisotear por su hermana?
No sabía que tenía ese tipo de problemas familiares. Con razón se escapaba a la biblioteca para despejar su mente.
Que inocente eres, Aurora.
—Aurora, tienes la última palabra —aclaró su padre, sin quitarle los ojos de encima.
La rubia estaba temblorosa a mi lado, dudando en lo que iba a decir. ¿Por qué le costaba tanto? Me tenía preocupado. Algo en mi interior me obligaba a protegerla a toda costa. Se veía como una pequeña flor que todavía no había florecido.
Ella jugó con sus dedos, no dejaba de parpadear y ver a todos. Estaba nerviosa, pero apoyé mi mano en su hombro para que se calmara y le regalé una sincera sonrisa.
—Aurora. Habla —dijo Salomé, cruzada de brazos.
La estaba amenazando con la mirada, de eso me pude dar cuenta.
—No... —murmuró Aurora, en un hilo que a penas se escuchó—. ¡No es ningún malentendido! ¡Ese imbécil estuvo a punto de abusar de mí y no hiciste nada para ayudarme! —gritó, señalándolos.
—¿Qué mentiras dices? ¡Estás loca! —Salomé tenía la mandíbula tensa y cerró sus puños.
—Eliott, estás despedido. Recoge tus cosas y pasa por mi oficina a firmar —ordenó Eduard—. Y tú, Salomé, te quiero en media hora en mi oficina. Hablaremos un buen rato.
—¡¿En serio le vas a creer a ella?! ¡Pero papi! —chilló, su voz me irritaba un poco.
El castaño hizo una reverencia, asustado y nervioso, pero se marchó como su jefe le pidió.
Suspiré.
—Acordamos una reunión contigo, Jean, pero en vista de los inconvenientes, tendremos que posponerla —comentó el señor.
—No se preocupe —Negué.
—¡Pero papá! —exclamó su hija mayor, agarrándolo del brazo—. ¡La culpa es de Aurora! ¿No le dirás nada? —cuestionó, frustrada por no ser escuchada.
Vaya, y pensar que esa mujer sería la próxima CEO de H&G. Se veía muy inmadura para llevar ese cargo. Le quedaba grande. Estaba claro que la habían malcriado.
—Vi con mis propios ojos lo que casi le hacen a tu hermana, Salomé. No me lleves la contraria o te irá peor —sentenció, mirándola con unos ojos amenazantes.
Salomé abrió los párpados y soltó el agarre que le imponía a su padre. Al fin entendió que ella tenía las de perder, porque juntó ambas manos sobre su falda y bajó la cabeza.
—Sí, padre... —acató, entre dientes.
El drama que cargaba esa familia era interesante.
—Aurora, puedes irte a casa, no te descontaré el día —le dijo su padre.
Ella se sorprendió, pero asintió en acuerdo. La miré con curiosidad.
—Gracias, padre —respondió la rubia, pasando por mi lado—. Gracias a ti también —me susurró y salió de la oficina.
Me mordí el labio.
—Ah, supongo que puedo irme, ¿no? —reí con nervios.
—Por supuesto. Te contactaré luego —informó el señor.
Me despedí con un estrechón de manos y salí a toda velocidad. No conocía mucho ese lugar, pero sabía cómo salir. Troté por los pasillos hasta llegar al ascensor, en donde estaba ella esperando.
Mi respiración estaba agitada, pero valió la pena. No la perdí de vista. Sus ojos estaban fijos en las puertas de hierro frente a ella. No había notado mi presencia.
Me acerqué a pasos lentos.
—Aurora —La llamé.
Enseguida volteó, dejándome apreciar esos hermosos ojos azules que brillaban con intensidad. Su cabello estaba lleno de rulos que se movieron por un momento.
Verla me llenaba un vacío que no sabía que existía.
Era preciosa, como una gema reluciente en medio de un cálido entorno. Apreciar su belleza lograba calmar mi corazón y darme la paz inmensa que necesitaba.
—¿Jean? ¿Me seguiste? —cuestionó, echando un mechón de cabello detrás de su oreja.
—También me iba, casualmente estabas aquí —mentí, acercándome—. Lo de tu hermana... No sabía que podía ser así contigo.
—No le des importancia, yo soy la estúpida que no sabe defenderse —resopló.
Las puertas del ascensor se abrieron y entramos. Era un espacio pequeño, pero no me importó.
—¿Quieres que te lleve a tu casa? Estoy seguro de que la mansión Hidalgo me queda de camino —sugerí, tratando de no sonar muy simpático.
—No te preocupes. Llamaré al chófer familiar —Negó con ambas manos—. Necesito aclarar mis pensamientos, pero agradezco tu ofrecimiento.
No sabes invitar a una chica, Jean. Mal por ahí.
—Entiendo.
Un incómodo silencio nos inundó, hasta que la puerta se abrió y ambos salimos. Caminamos juntos porque íbamos a salir del edificio, pero no hablamos durante ese breve trayecto.
Ella se detuvo, ya estando afuera. El viento movía su cabello con salvajismo.
—Gracias por lo de hoy. Fuiste mi héroe sin capa —sonrió, envolviendo mi corazón.
—Llámame y estaré cuando me necesites —dictaminé, haciendo una reverencia como caballero.
Aurora... Cada vez me interesas más.