Los pasos prohibidos
Evangelina salió corriendo a su oficina; estaba agitada, su respiración estaba entrecortada y sentía unos nervios descomunales. Tuvo que agarrar su pecho para calmarse. Lo que había visto era algo demasiado fuerte para ella.
—¿Por qué quiere saber si soy virgen? —se preguntó dándose golpes en la cabeza.
—. Y tú qué fuiste y le dijiste Eva que tonta —se reprochó ella misma.
—Señorita Evangelina, ¡salga de ahí por dios! —gritaba su jefe tocando la puerta del otro lado de la oficina.
Eva estaba temblando de miedo, sentía su cuerpo estremecido y casi no podía hablar.
Después de que su jefe se fuera de la oficina, terminó de leer unos documentos. Había una reunión importante en la tarde donde ella estaría presente y no quería perder la oportunidad para empaparse más en su área.
Salió a almorzar a las doce en punto. Había contratado un servicio de delivery que le entregaría personalmente la comida a su jefe, porque después de lo de esa mañana no quería verle la cara.
Cuando llegó a la cafetería, la mayoría de las mesas estaban full. Eva caminó en silencio ante la mirada de las personas que hablaban de ella y de su físico bajito, pero que ella podía escuchar claramente.
Se sentó en la mesa, y comenzó a degustar el delicioso pastel de atún que había pedido, cuando un hombre se acercó a ella.
—Hola, Eva, ¿me puedo sentar? —preguntó Antonio con una sonrisa.
Eva lo saludo y le permitió sentarse, parecía amable, además era el gerente de la empresa, ¿por qué no?
Comenzaron a platicar. Antonio estaba sorprendido por la intelectualidad de Evangelina, era sumamente inteligente, y se podía hablar de cualquier tema con ella.
—Me encantaría invitarte a cenar esta noche —dijo Antonio con una sonrisa. Eva lo miró sin comprender, ¿cenar?, ella jamás había salido a cenar con un hombre.
—Señor, no creo que deba —intentó excusarse Evangelina.
— Por favor Eva, vamos, ¿qué puedo hacerte?…
—¡Antonio! —una voz fuerte los interrumpió, y un Demetrio con la cara roja y molesto hizo presencia.
—¿Qué haces aquí Evangelina?, ¿y por qué no me llevaste el almuerzo personalmente? —la miró fulminándola.
—Disculpé usted, señor, es que…
—Es que nada, ... ¿Y qué le estás diciendo a mi secretaria Antonio? ¿Para dónde las ha invitado? —Antonio estaba sonriendo al contrario de Demetrio, que parecía que iba a estallar de rabia…
—Disculpe, pero eso no es problema suyo lo que haga fuera de esta instalación, señor Demetrio —los ojos del italiano se abrieron de par en par—. Y si me disculpan tengo trabajo —se levantó de la silla molesta—. Y sí, sí acepto salir con usted, señor Antonio.
Demetrio miró a su amigo a punto de asesinarlo, y después vio a Eva que enseguida se levantó y salió casi que corriendo de la cafetería.
—¿Qué te traes Antonio? Aléjate de mi secretaria —le dijo furioso. Las venas de su frente se marcaban notoriamente.
—¿Qué pasa Demetrio? ¿Acaso estás celoso?, ¿no que no es tu tipo?, ¿y qué es fea y toda la cosa? —Laureti se puso pálido.
—Sí, y lo es, pero es mi secretaria, y no me gustaría que la engañarás….
—¿De cuándo acá hermano, te importan los sentimientos de una mujer? —dijo Antonio, y era cierto, Demetrio no le importaba en lo absoluto lo que sentía una mujer, él solo las llevaba a la cama y ya.
—No es eso, es solo…
—Es solo, que quieres llevar a la cama a la fea, a fin de cuentas te está interesado ella —dijo Antonio con una sonrisa de lado.
—Deja de decir bobadas, hombre, ¿cómo me puede interesar Evangelina? y es mejor que estés listo y prepares al personal que los chinos deben estar por llegar y dejes de perder el tiempo conquistando secretarias —lo fulminó molesto.
—Cómo mande jefe —respondió Antonio, burlesco y Demetrio negó con la cabeza.
«Dios mío que me pasó con la fea, no puedes querer acostarme con ella, eso no» pensó mientras agarraba su cabeza con frustración.
Evangelina llegó a la oficina. Tamara la esperaba sentada en su escritorio; tenía las piernas encima de este, mientras pintaba sus labios de rojo.
—¿Qué haces aquí? ¿Se le ofrece algo, señorita Tamara? —ella la miró con una mueca, mientras se levantaba del asiento y se ponía en frente de la joven que la miraba extrañada.
—De ti no quiero nada, solo vine a advertirte, que nadie se puede enterar de lo que ocurrió en la oficina del jefe, o te la tendrás que ver conmigo —Eva apretó los puños molesta,
¿Quién era ella para amenazarla? ¿Y a quién le podría decir ella sobre eso? ¿acaso se volvió loca!
—No entiendo de qué me habla, ¿a quién le podría decir yo que usted y el señor Demetrio son amantes? —preguntó sincera.
—No lo sé, pero no quiero que su abuelo y su padre lo sepan, ¿me oyes? Conozco a las de tu clase, son todas unas mosquitas muertas y al final son unas zorras —Eva la miró con odio, se acercó a ella molesta y le dió una cachetada que hizo que la rubia cayera al escritorio.
Ella estaba acostumbrada a que le dijeran fea, ¡pero zorra!, ella no era una zorra y, esa tenía que saberlo.
—Mira, he tratado de mantener mi compostura antes todos ustedes —hablaba mientras caminaba de un lado a otro. Tamara tocaba su mejilla que ardía—. Sin embargo, todos murmuran y los ignoro, pero es el colmo que tú —la señaló con su dedo—. Que te acuestas con tu jefe en su oficina, me llames zorra —Tamara la miraba sorprendida, jamás pensó que Evangelina pudiera ser de carácter fuerte, pensó que por vestir de aquella manera, ella era una mujer que se dejaba doblegar fácilmente, pero se equivocó, la mujer tenía un carácter tan fuerte, que ponía a cualquiera en su lugar.
—Ahora sí me disculpas, tengo mucho trabajo —la fulminó con la mirada. Tamara no dejaba de verla con rabia.
—Esto me la vas a pagar, cosa insignificante —dijo antes de irse.
Evangelina respiró con tranquilidad, tratando de contener la rabia tan abrupta que le había hecho pasar aquella mujer.
—¿Es que acaso sus días dentro de esa empresa iban a ser de aquella manera? —se preguntaba.
No obstante, unas horas después, estaban frentes a los nuevos inversionistas; por suerte Evangelina hablaba un poco el chino, así que tomaba nota de todo lo que hablaban ellos, sin dejar que se le escapara un detalle; era la oportunidad de aprender más sobre su rama. Su sueño era ser una de esas ejecutivas, para eso había estudiado.
El salón estaba lleno de personas, habían muchos empleados que habían comenzado a dar sus propuestas de App para dispositivos móviles, eran veintidós personas contándose ella, que estaba al lado de su jefe tomando nota de todo lo que hablaban.
—Eva, por favor, reparte el folleto sobre la aplicación de lectura que quiero crear —dijo Demetrio.
Eva sacó las carpetas y comenzó a entregar el proyecto, era fácil, una aplicación de lectura dónde las personas podían leer libros de forma online pagando una cantidad por capítulo.
Todos comenzaron a leer la propuesta del joven CEO. En la sala, también se encontraba el padre y abuelo de Demetrio, que estaba expectante a que los chinos aceptarán implementar ese sistema en sus móviles.
—¿Qué le parece la propuesta? —preguntó Laurenti al ver las caras de los ingenieros chinos, que tenía bastante duda en sus ojos.
—Verá, ya hay muchas Aplicaciones de lecturas, sería mucha competencia tener que implementar otra, además, formar un mundo nuevo, otra aplicación, los usuarios y los escritores que contratemos no estarán seguros de firmar contrato con nosotros, lo siento, pero no me gusta la idea —dijo uno de los chinos.
La cara de Demetrio se desencajó. Ese era el proyecto que él había querido implementar; unas de las Apps que quería promover a los móviles, pero los chinos simplemente no accedieron.
—Señor, disculpe, ¿puedo dar una idea? —dijo Evangelina al oído de Demetrio, que hervía de coraje por no poder cerrar aquel contrato que para él era millonario.
Demetrio la miró como si estuviera loca, sí, era ingeniera, pero no tenía la capacidad, ni muchos menos la experiencia para hablar sobre el tema. Pero lo que no sabía el italiano era que Evangelina era una mujer con una inteligencia que traspasaba las mentes de muchos de los que estaban ahí.
—No Evangelina, mantente al margen —dijo Demetrio cortante. Eva lo miró con pena, ella solo quería ayudar, pero se le había negado la oportunidad.
—Señorita Anderson hablé —dijo Andrea, el abuelo de Demetrio, que había estado observando a Evangelina desde que llegó.
Ella sonrió y pidió la palabra.
—Si me disculpa, señor Seung-gi —lo saludó en chino, y todos se miraron sorprendidos, inclusive Seung-gi que la vio con duda, pero, apenas ella lo saludó en su idioma, sonrió satisfecho.
Eva se levantó, sacó un pequeño folleto que ella había organizado a mano. Era de las que decía, si un proyecto no funciona, muéstrale la segunda opción, pero hazle que firme.
—Sí, hay muchas empresas con aplicaciones de lecturas, pero ¿piensan en los lectores? No, las mayorías de estas plataformas cobran una remuneración, para los escritores que obviamente muchos viven de eso, pero, hay muchos libros que desconocen la manera de pagar, o no tiene la posibilidad de hacerlo —todos la miraban expectante, la manera como se desenvolvió, era increíble—, lo que nosotros le ofrecemos —entregó el folleto ante la mirada de Demetrio que se abrió en para en par —; Es una aplicación de ciber lectura totalmente gratis.
—¿Gratis? —todos comenzaron a hablar, murmuraban entre ellos, ¿qué beneficio puede tener eso? —pensaban.
—¿Y qué remuneración tendría su empresa y la de nosotros con eso?—preguntó uno de los chinos que había permanecido callado hasta ahora.
—Ahí voy, —dijo Eva con tranquilidad—. Se fomentará un sistema de anuncios que el usuario tendrá que ver, para completar las misiones, y de ahí será la remuneración.
—Pero sería muy poco, para la inversión que implementamos —respondió un poco más interesado ahora.
—Pero, ¿qué le hace pensar que no tendremos cantidad de usuarios que lo vean? Seremos los únicos con ese sistema, y, por lo tanto, los más vendidos, —explicó Evangelina, y todos se quedaron estáticos, esperando la respuesta del asiático.
—¿Dónde firmo? —dijo el chino después de unos segundos.
Eva sintió que sus piernas se iban a desarmar en aquel momento, ni siquiera sabía cómo había logrado explicar ese proyecto que tan solo había creado en un par de horas.
Se volteó a ver a Demetrio que le sonrió ampliamente, mientras Andrea la miraba maravillado.
Terminaron la reunión después de un pequeño refrigerio, y enseguida Seung-gi se acercó a Eva.
—Me has sorprendido con tu oferta ingeniera —Eva sintió que su mundo daba vueltas—. Llévala para establecer la sociedad con los rusos, estaría encantado de verla por allá —dijo Seung-gi hablando directamente con Demetrio, quien se sentía contento, de cierto modo su secretaria le había salvado el culo de irse una contrata millonaria por la borda.
—Gracias señorita Anderson —dijo Demetrio mirando fijamente a los grises de Evangelina, que lo miraron emocionados.
—No hay de qué jefe —dijo sincera. El reto era más para ella que para otros.
—Ahora, debes explicarme todo de ese proyecto, necesito organizar todo antes de ese viaje —dijo sonriendo. Parece que con solo sonreír iluminaba todo el lugar.
—Está bien señor, mañana le diré a todos la idea que tengo en mente aquí en la oficina —dijo calmada.
—Mejor yo voy a tu casa Evangelina, o tú a la mía, es algo que se debe trabajar minuciosamente —Eva sintió que el aire abandonaba su cerebro, ¿ella y su jefe solos? Definitivamente eso era demasiado.
—Tengo que felicitar a tu secretaria hijo —se acercó Andrea con una sonrisa, besando las mejillas de Evangelina que se sonrojaron enseguida.
—Yo soy Andrea Laureti, el primer dueño de esta corporación, y el abuelo del caradura de tu jefe —dijo provocando que Eva sonriera ampliamente.
—Mucho gusto señor, un placer, Eva…
—Sé quién eres, eres amiga de Santino San Román. Me habló maravillas de ti, ahora veo el porqué eres un sol, un sol —dijo Andrea sonriendo.
Eva miró al otro señor que estaba justo detrás del abuelo de Demetrio, era muy parecido a su jefe pero con un poco más de edad.
—Mi nombre es Massimo Laureti el padre de Demetrio, un placer señorita Anderson, y gracias por salvar a mi hijo de hacernos perder un dineral —dijo el hombre y Demetrio hizo una mueca con los labios.
—No se preocupe, para eso soy su secretaria —respondió ella con seguridad.
Demetrio miró a Evangelina con una sonrisa. Eva lo observó con detenimiento, provocando que sus mejillas se tornaran rojas, acto que enloquecía a Laureti.
«"¡Dios mío!, me estoy volviendo loco, cómo es que verla sonrojarse me provoca estás sensaciones"» pensó Demetrio.
—Hola Evangelina, ¿qué te parece si celebramos que hayas cerrado este contrato? —preguntó Antonio, quien se acercó con una sonrisa al encuentro de Eva, que se había quedado solo en medio de la sala.
—Es que yo no tomo señor Antonio —dijo con la mirada gacha.
—No necesitas tomar, podemos conversar, qué sé yo … Cenar, ya casi son las seis de la tarde —insistió Antonio.
Eva pensó por un segundo, ¿qué de malo podía pasar? Solo era una cena con un compañero de trabajo.
—Está bien —dijo Evangelina, no muy segura.
—Pues vamos —caminaron unos cuantos pasos.
—¿A dónde van? —preguntó Demetrio un tanto irritado, ¿por qué se irritaba de aquella manera? ¿Qué de especial podía tener su secretaria para querer saber lo que hacía?
—Vamos por un trago —Antonio llevó las manos a su bolsillo relajado.
—¿Un trago? No pensé que era de las mujeres que toma tragos señorita Anderson —dijo Demetrio con una ceja alzada.
—Bueno, es solo para celebrar —respondió Evangelina bajando la mirada, ¿por qué su jefe se metía en su vida privada?.
—No seas aguafiestas Demetrio, mañana es fin de semana, no debemos trabajar —dijo Antonio mirando a su amigo molesto.
—Nosotros lo acompañamos, de hecho, le había dicho a Tamara para ir por uno, ¡Tamara! Ven aquí vamos a beber un trago —la mirada de Demetrio era de satisfacción al ver cómo Antonio hervía de coraje.
Todos salieron a un club cerca de la empresa, Evangelina se sentía incómoda, las mujeres ahí vestían muy vulgar a su parecer, y ella sencillamente no encajaba.
—Me parece que debes verte mejor Eva, no encajas en este medio —dijo Tamara que estaba a su lado, y que no perdía el tiempo para molestarla.
Eva apretó los puños molesta, ese era un acto que hacía cada vez que quería contener la rabia.
—Así estoy bien —dijo sin importancia, ante la risa burlesca de la recepcionista, sí, era hermosa, y esa noche Tamara lucía espectacular, con un vestido rojo ceñido al cuerpo, un labial del mismo color y unos tacones negros de diez centímetros; sus largas piernas se mostraban como trofeo, pero, sin embargo, su querido jefe estaba más pendiente de Evangelina.
—Querido bailamos —dijo Tamara arrastrando a la pista a Demetrio.
Eva sintió que por alguna razón su sangre hirvió; ver a Tamara con su jefe le causaba una inexplicable molestia, así que tomó la botella de whisky y se tomó un trago y lo ingirió por completo.
—Eh, no deberías beber así, si no estás acostumbrada —dijo Antonio que venía llegando con una nueva bebida.
Eva le sonrió tensamente
—¿Quieres bailar? —le preguntó, seguramente por tener un poco de licor en su organismo se atrevió por primera vez a mostrar los pasos prohibidos.
Antonio asintió no muy seguro. Eva estaba vestida extraño, a su parecer, no fea, llevaba una falda de color negra con gris, que pasaba sus rodillas, una camisa negra holgada y, unos zapatos de agujas anticuados.
Eva se levantó de la silla e hizo lo mismo que Tamara obligó a Antonio a ir hasta la pista de baile.
El cuerpo de la secretaría se movía extraño, inexperta a la música que estaba sonando; Antonio no pudo evitar reír, y con eso Demetrio que dejó a un lado a Tamara y tomó el brazo de Eva para arrastrarla de ahí.
—¿Qué haces? Estás haciendo el ridículo Evangelina —habló en el oído de Evangelina mientras la arrastraba con él afuera del club.
—Estoy bailando, así como lo hace Tamara contigo —dijo con la cara roja, por el licor que había inundado su cuerpo.
—No, no lo haces así, Evangelina, nos vamos de aquí, te llevaré a casa, —dijo Demetrio molesto, Eva lo miró a punto de llorar, ella quería quedarse, por primera vez se sentía libre, y lo único que deseaba en ese momento era beber y bailar, hacer esas cosas que no hizo jamás.
—No, quiero quedarme —hizó un puchero tierno.
—Nos vamos Eva, y te llevaré yo a casa, como tu jefe es mi deber —la tomó por el brazo y la hizo subir al auto.
Eva se quedó en silencio, los azules ojos de su jefe la miraban penetrante, como queriendo inspeccionar por dentro de ella.
Se sentó tranquila, estaba mareada, veía todo a su alrededor dando vueltas, trataba de controlar su respiración, parecía que iba a desmayarse.
—¿Se encuentra bien, señorita Anderson? —preguntó Demetrio dando pequeñas palmadas en su cara.
—Me siento mal, tengo calor y no puedo respirar —dijo tratando de controlar los estragos de su cuerpo.
—Dame la dirección Evangelina, solo estás tomada —dijo Demetrio, no muy seguro, Eva estaba pálida, y parecía sofocada.
Cómo pudo, Eva le indicó cuál era su casa, para después quedarse completamente dormida.
A los pocos minutos llegaron a una residencia. El móvil de Demetrio sonaba insistente, Tamara y Antonio lo llamaban a cada momento, se había olvidado por completo de ellos.
—Eva levántate, hemos llegado —dijo Demetrio al salir de su auto mientras la intentaba despertar.
—Te odio Demetrio, eres un idiota promiscuo, eres tan guapo —balbuceaba totalmente tomada.
Demetrio sonrió de lado, por alguna razón le encantaba que su santa secretaria también lo creyera guapo, era vanidoso, y amaba sentirse el rey de la atracción.
—¡Maldición! —resopló, por más que intentaba despertarla, Evangelina parecía una muerta.
Miró a sus espaldas; era un lugar modesto, pero parecía seguro.
Busco en el bolso de Evangelina las llaves de la propiedad.
«¿Cómo una mujer tiene tantos apuntes?» pensó, había diferentes hojas esparcidas en su bolsa, pero hubo una que llamó la atención de su jefe, una en particular de color rosa, decía "días de trabajo con Laureti" quiso colocar la pequeña libreta de nuevo ahí, pero la curiosidad termino por matarlo y la guardo en el bolsillo izquierdo de su pantalón.
Tomó las llaves de la propiedad mientras Evangelina aún dormía en sus brazos, por suerte era liviana, y pudo cargarla en sus hombros sin ningún problema.
«Pulcro» Pensó, al entrar a la casa, estaba llena de alfombras y unos cuantos libros encima de la mesa.
—Típico de una nerda, —dijo en voz alta.
La puso en el sofá y buscó marcharse, pero se detuvo en el momento que Evangelina, aún dormida, comenzó a desvestirse.
Los ojos del italiano se abrieron de par en par, Eva lanzó sus zapatos, y quitó su ropa apresurada. El cuerpo de su secretaria era exquisito, el mejor que había visto en su vida, a pesar de la oscuridad del departamento podía apreciar su esbelto cuerpo, y una ropa interior de encaje de color negro.
El cuerpo del CEO reaccionó enseguida, pero quitó todo pensamiento de su mente.
«Aunque tenga un cuerpo hermoso, ella no es mujer para ti» pensó sin ni siquiera tener lógica en sus palabras.
Salió de la propiedad y se fue a buscar a Tamara, definitivamente tenía que calmar a su amigo que había despertado como fiera al ver a Eva de esa manera.