Primera noche:
Trago convulsivamente. Mi gente no teme la muerte, desde muy pequeños somos instruidos en el camino hacia el gran Oasis celestial. Pero los señores kuranies son famosos por su crueldad y sus actos de tortura, capaces de mantener a un esclavo al filo de su propia vida durante muchas lunas, sin concederle la misericordia del descanso, incluso si el esclavo clama por la muerte.
La mujercita ordena la búsqueda de un velo y varias doncellas salen a cumplir su pedido.
—Señora, perdóneme por mi ignorancia. Pero ¿ quién es nuestro Señor?
— No se nos permite pronunciar su nombre.—Responde altanera. — Haz de saber que nuestro Amado es aquel de quién habló el profeta. Aquel, que gobierna el mundo, cuyo corcel cabalga sobre el campo abonado con los cadáveres de sus enemigos. Aquel sobre cuyo rostro brillan las bendiciones de los dioses .
La voz de la mujer se llenó de tal adoración, que sentí mi estómago revolverse de las náuseas.
—Debes contarte entre las pocas benditas capaces de contemplarlo en todo su esplendor. Hubiera querido haber tenido más tiempo para entrenarte en las artes que toda mujer debe emplear para complacer a su Señor, pero estuviste enferma demasiado tiempo… y la ceremonia de presentación no puede postergarse más…
El futuro se abre ante mí como un abismo. El más largo y amplio que jamás he enfrentado. Las palabras de la dama de la corte caen en oídos sordos porque mi mente ha sido tomada por el horror. Un escalofrío recorre mi espalda, mientras mis ojos se llenan de lágrimas. Busco desesperadamente por todos los lados de la habitación un cuchillo o espada para clavarlo en mi pecho y sufrir una muerte rápida e ignominiosa. Sé que si opto por negar la gracia del Magnánime y acabar con mi miserable existencia, nunca podré alcanzar el Gran Oasis celestial, mi alma vagará por los desiertos del reino de los vivos, junto a todos los suicidas , condenada a aullar su dolor durante toda la eternidad dentro de las tormentas de arena.
¡ Pero al menos no sufriré la deshonra de ser la ramera del hombre que ordenó asesinar y destruir a mi pueblo! No puede ser, que después de tanto sufrir, a manos del esclavista, halla venido yo a parar bajo el yugo del mayor tirano que ha azotado el Continente.
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Fui traída a una habitación diferente. Donde antes las paredes eran blancas y prístinas, ahora aquí son rojizas. Tal pareciera que al tocar las piedras de la pared estás podrían escaldar mis manos. Lady Cítiê, ( si, logré recordar cómo se llama la mujercita extraña) casi sufre un desmayo cuando se percató de que las doncellas que realizaron los cánticos rituales me habían hecho caminar por los corredores interiores del Palacio Real totalmente descalza. Fue tal su frustración que amenazó con azotarlas a todas, cosa que logré prevenir explicándole que esta es otra de las costumbres de mi tribu y exigiéndole que se respetase mi decisión. Lo cual es cierto, de algún modo, la mujer que desprecia a su marido y desea su pronta muerte siempre va a su encuentro descalza. Sonrío en mi interior. Casi siempre este método de protesta es utilizado por muchachas que no están felices con el esposo que sus padres eligieron para ellas. Exhalo tristemente al pensar en mi padre, él me hubiera casado con algún pastor de ovejas antes que venderme.
Hace ya un buen tiempo que las doncellas y la dama Cítiê se han retirado. Estoy sentada justo en el medio de la enorme cama donde entre risas y conversaciones escandalosas me han dejado acomodada.
— Recuerda. Eres un botín para nuestro Señor, cuando se acerque a ti deberás mostrarte sumisa y procurar su placer antes que el tuyo.- Fueron las crípticas y últimas palabras de Lady Cítiê antes de salir y dejarme encerrada aquí.
Me duelen las piernas de todo el tiempo que llevo fija en esta posición. Las palabras de lady Cítiê me dan vueltas en la mente. ¿Procurar el placer del Terrible? ¿Del lobo Guerrero que destroza y devora a sus enemigos? Emito un gruñido y crispo los labios.
¡ Antes estrangularía al maldito con mis propias manos!
*****
La mujer dormía profundamente sobre los cojines de la cama ceremonial. El hombre que la observaba, admiraba desde un segundo piso , a través de un parabán estratégicamente colocado , el ancho de sus caderas y la forma de sus piernas. La redondez de sus senos atraía poderosamente su atención, cerraba las manos en puños del deseo de moldear y acariciar tan generosos montes. Se había apoderado de su boca una sequedad como si no hubiera bebido agua en muchos ciclos, con su lengua mojó sus gruesos labios e instantáneamente se imaginó saboreando esos oscuros pezones claramente visibles a través de la seda traslúcida.
Lujuria, ardiente e innegable se había apoderado de él. Su bestia interna se crispó ante el olor de esta nueva e inesperada hembra, su poderosa y latente erección era testigo del ciego deseo que le acuciaba. La mujer murmuró y se retorció en sueños extendiendo su magnífico cuello , como si él la hubiera tocado. Sus pechos se apretaron, contra la seda que los apresaba , amenazando con escapar.
Un gruñido brotó de los labios masculinos, haciendo eco en la lujosa y enorme habitación.
*****
Despierto sobresaltada y me incorporo en la cama ¿ Me ha despertado un ruido? Tengo el corazón acelerado y se me ha puesto la carne de gallina. Me asalta la extraña sensación de que alguien me observa, lo cual es una tontería porque la habitación continúa vacía. No hay nadie aquí además de mí. Libero un resoplido y acomodo las transparentes telas qué intentan cubrirme. Este vestido es realmente incómodo, se clava en mi piel y las joyas incrustadas en la tela me arañan.
Me reclino sobre los almohadones cercanos y miro alrededor, esplendor, todo es esplendor dondequiera que pose mis ojos. Hago una mueca ¡Estos kuranies tontos y su afán de joyas!
Mis ojos viajan hacia arriba y me levanto de la cama de un salto. Justo allí, en el rojizo techo hay miles de imágenes. Imágenes de hombre y mujeres, desnudos. Y realizando toda clase de… actos … siento que la sangre me sube a la cara y las náuseas regresan. La bilis sube a mí garganta, pongo una mano sobre mi boca y corro en dirección de la primera puerta hacia mi izquierda con la esperanza de que conduzca a un lugar en el que pueda vaciar el contenido de mi estómago.
*****
Logré salir a un jardín. Luego de vomitar dos veces y secar mi boca con el dobladillo de mi infernal vestido respiro profundo para intentar librarme de las náuseas. Mi cuerpo se estremece y mi piel está sudorosa y fría. Tiemblo.
Las imágenes que he visto hace un momento en el techo de la habitación aún están frescas en mi memoria y me provocan una repulsión inmensa… A edades muy tempranas como es costumbre , mi madre nos explicó a mis hermanas y a mí lo que se esperaría de nosotras una vez casadas, por eso siempre tuve cierto aprehensión y recelo hacia los chicos y ya de mayor los hombres siempre me han aterrado.¡ Son bestias, bestias salvajes con autoridad para dominar sobre nosotras! Mi hermana mayor siempre protestaba. Y ahora comprendo que tenía razón. Esas imágenes… Sacudo la cabeza intentando desprenderlas de mi memoria y mis ojos vagan por el jardín.
Espera…¿Esto es un jardín? Me pregunto mientras observo la tierra negra, maloliente, el enorme árbol reseco y fantasmagórico, los arbustos espinosos esparcidos por aquí y por allá, la majestuosa fuente de ébano. Frunzo el ceño. Y meneo la cabeza desaprobadoramente… ¡Kuranies ! Se esfuerzan tanto en hacer que su mundo sea monocromático no me extraña que peguen fuego a un jardín sólo porque lo desean . Resoplo. Nunca los entenderé… Todo aquí afuera es negro.
— Veo que desapruebas el jardín privada del Emperador …-una voz masculina y falsamente dulce interrumpe mis pensamientos. Me giro bruscamente y detrás de mí está el desconocido propietario de esa voz que ronronea sarcásticamente.
Doy un paso atrás, otro y uno más… manteniendo al intruso en mi campo de visión. El individuo viste unas ropas blancas, que contrastan grandemente con la negrura del paisaje. Su cabeza y rostro están cubierto con un grueso turbante y burka, respectivamente. Solo sus ojos son visibles, y por un momento me quedo paralizada… Sus ojos son hermosos, enmarcados por gruesas pestañas negras, son ojos felinos… Fríos, calculadores, ojos de cazador…
Me habla en kuraní antiguo, tal vez sea uno de los tantos nobles de la corte.
—No fue mi intención asustarte.- Ronronea el poderoso depredador, mientras me recorre un escalofrío. Porque sé que miente.
— Lamento si he cruzado algún límite y entrado en un lugar prohibido, Señor.- Susurro. Mi abuelo fue esclavo del imperio kuraní en su juventud, ganó su libertad tras salvar a su amo de una emboscada. Logró un dominio del lenguaje con fluidez, le enseñó a mi padre y éste a su vez me enseñó a mí . No lo hablo tan diestramente como un nativo, pero estoy orgullosa de mi habilidad.
—¿Qué hace una flor del desierto como tú en un lugar tan seco y agreste como este?- Murmura el hombre.
— Cuando sopla la tormenta, las flores del desierto caen y son arrastradas lejos del cactus que les dio vida. Tal vez encuentren buena tierra y logren prosperar o tal vez sean arrastradas por el viento tan lejos… que marchiten durante el viaje.
—Ah…sabías palabras. Eres instruida, después de todo. -Dice, aparentemente complacido .
—Mi padre era el Chamán de mi tribu. Muchos venían a él en busca de consejo y sabiduría. En mi tierra, mis ancestros fueron jueces…- Mi voz flaquea, entrecortada por el dolor que hacen que mi garganta se cierre en un espasmo.
— Ya veo. Se puede decir entonces que eres la princesa de tu pueblo?
Lo miro despectivamente y escupo en el suelo.
— ¿Es acaso un príncipe más valiente que un pastor de ovejas? ¿Es acaso un rey más fuerte que cien de sus soldados?- levanto el rostro altanera. —No soy princesa, mi pueblo no seguía coronas ni estandartes. Nuestras formas no las entenderá nunca un soberbio kuraní.
El hombre me observa en silencio. Por un momento temo que se acerque y levante su mano contra mí, pero me mira a los ojos, como si quisiera adivinar mis pensamientos. Luego suelta una risa irónica y prosigue.
— Al parecer nos hemos desviado de nuestro asunto original…Decidme, ¿ que os parece el Jardín Privado del Emperador?
Extiende su mano, señalando la negrura en derredor. Mis ojos aprecian el lugar nuevamente y por unos minutos puedo ver el verdor y la frescura que una vez dominaron la ruina frente a mí.
Me acuclillo sobre la carbonizada tierra, y tomando un puñado me la llevo a la nariz. Me aparto la mano inmediatamente. El olor es repugnante. Similar a huevos podridos y muerte.
— La tierra ha sido envenenada.- Respondo. Sacudiéndose las manos con cuidado para que no residuos de la tierra podrida, poniéndome en pie .
— De algún modo, han mezclado azufre y calabrón, y estos han terminado por dejar la tierra de este lugar estéril.- Mantengo la cabeza baja unos segundos, para ocultar que frunzo mi ceño.
Me vuelvo hacia mi interrogador y este se muestra sorprendido.
—¿Estás completamente segura?- Gruñe, avanzando rápidamente hacia mí. Tengo el impulso de huir, de retroceder, pero yergo mi frente y le planto cara.
—Los agoreros han profetizado que este lugar está maldito, crees pués que tienes mayor don de clarividencia que los sabios al servicio del Emperador?
—Soy Sindú. Mi pueblo es nómada y conoce la tierra. La calidad del suelo es vital para nuestra supervivencia. La buena agua, encontrada en el desierto , es motivo de fiesta entre mi gente. Si os digo que este jardín ha sido envenenado debéis creerme.
Por un momento sopesa mis palabras. Es imposible leer sus pensamientos porque su rostro está oculto a mi vista. Pero sus ardientes ojos muestran desconfianza.
—Si estás tan convencida…entonces podrás decirme qué hacer para regresarlo a su antiguo esplendor.-Masculla burlón.
Me muerdo la lengua para no responder lo que realmente quiero. Por los dioses que hombre más irritante.
—Señor, este asunto tiene solución… -empleo el tono más dulce que soy capaz de usar-…pero no será fácil. Tendréis que sacar la tierra, excavar hasta que lleguéis a las piedras que están debajo, la tierra que saquéis deberíais echarla toda al mar, de lo contrario dónde sea que la dejéis envenenará todo lo cercano a ella…
Levanta su mano y me interrumpe.
—¿Por qué no mojarla con agua de mar y dejarla aquí? -Pregunta.
Bufo exasperada.
—Porque lo que queréis es tierra dónde florezcan y crezcan las plantas ¿No es así? Necesitáis tierra nueva para eso, ésta ha quedado estéril y por lo tanto no os sirve. Recomiendo echarla toda al mar, lo más lejos de la costa posible. El salitre se encargará de diluirla.
Lo observo juntar sus manos a su espalda, y pareciera dudar un instante cuando me pregunta:
— De ser cierto tu … diagnóstico…¿ Tienes alguna idea de cómo han podido envenenar este jardín? ¿ Y quién pudo haberlo hecho?
Su tono es ahora más amable, persuasivo…sospecho que algo se trae entre manos.
— El cómo es fácil de adivinar, Señor.- Digo, señalando a la marmórea fuente con el dedo índice. - Envenenar el agua es la forma más rápida y fácil de envenenar la tierra. En cuánto a quién es responsable…me es imposible daros respuesta, pero sospecho que si investigáis de donde proviene o provenía el agua de la fuente, podréis dar con el malhechor que buscáis.