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Capítulo 2

— Fabiola, si tengo que ir a buscarte, te arranco el pelo — gritó mi padre desde abajo. Me miré al espejo, el vestido muy abierto. Cogí mi máscara y bajé las escaleras.

—Por fin, Cenicienta— bromeó Emma mientras me veía bajar las escaleras.

—Perdón, estaba buscando mi máscara.

— Ponte esto en la cara y no te lo quites, o cuando lleguemos a casa, ya sabes.

Esta máscara ni siquiera cubría mi cara adecuadamente y nadie me conocía. ¿Cual sería el problema?

Simplemente estuve de acuerdo con mi padre y lo até detrás de mi cabeza. Fuimos a la limusina que nos esperaba frente a nuestra casa.

— No arruines mi oportunidad, Fabiolazinha — dijo Emma, y me pareció extraño. ¿Posibilidad de qué?

— ¿De qué estás hablando, Emma?

— A ti no te importa, no arruines su oportunidad y quédate callado. Tu voz me irrita. —Mi padre miró seriamente desde el coche.

Cuando llegamos allí, el conductor nos abrió la puerta. Mi padre puso una sonrisa falsa y tomó la mano de mi madre, mientras Emma y yo los seguíamos.

—Señor Garcia –saludó el hombre de la puerta a mi padre.

— Jonas —dijo papá simplemente, pasando junto a él.

Cuando entramos escuché música fuerte, diría italiana.

Busqué a Kiara y la vi al lado de Enzo, quien sostenía a Sofía en sus brazos.

— Vamos con Kiara, ponte una sonrisa en la cara, Fabiola – Papá me apretó la cara y le sonreí falsamente.

—Genial, justo como me gusta.

Caminamos hasta Kiara y nos sentimos como si fuéramos el centro de atención.

— Kiara, yerno…— saludó mi padre a ambos. Y Enzo frunció el ceño. Él odia a mi padre, pero no sabe nada de lo que nos ha hecho.

—Papá, mamá ¿cómo están? — Kiara le dio un abrazo a su mamá y Sofía se bajó del regazo de Enzo, acercándose a mí y pidiéndome que la cargara con sus manitas. Lo recogí y vi que era un poco más pesado.

— ¿Cómo estás, Sofía? ¿Mamá te cuida bien? — Le pregunté suavemente cerca del oído, para que pudiera oír, y ella sonrió y negó con la cabeza. ¡Qué pelo rubio tiene!

La quité de mi regazo y Emma vino a hablar con ella.

— Oh mi bebe, ¿quien te hizo ese peinado? — Intentó agarrar a Sofía, quien la esquivó, queriendo nuevamente el regazo de su padre.

A Sofía no le gusta mucho Emma, y menos aún su abuelo.

— Que grosera es, necesita pasar un tiempo con el abuelo para aprender. — Comentó papá y Enzo frunció el ceño.

— Puedes dejarme a mí el cuidado de mi hija, tú ya tuviste el trabajo de criar a tres hijas. —Dijo Enzo y papá lo miró con los ojos entrecerrados.

— Ah, suegro, éstos son los empresarios con los que estábamos cerrando un trato. —Dijo Enzo, mientras miraba hacia atrás. Vi a dos hombres acercándose.

— Señor Garcia, es un placer conocerle en persona. — dijo uno de ellos.

—El placer es mío. ¿Dónde está el dom y el capo?

—El don está con su mujer, y el capo ya llegó con sus hermanos. —Ahora fue el otro el que habló.

—Papá, ¿puedo ir al baño? — Le pregunté en voz baja y él asintió.

Salí a buscar el baño. No volví a casa porque alguien me apuraba para que saliera rápido.

Busqué a alguien que me ayudara y vi a dos mujeres que parecían agradables. Me acerqué a ellos todavía un poco avergonzado.

—Hola, disculpa, ¿sabes dónde está el baño? —Lo pregunté de una vez por todas. Y el que tenía el pelo más corto sonrió.

—Podemos llevarte allí —se fueron, y yo me fui con ellos.

—Lo siento pero nunca te había visto, ¿cómo te llamas? —preguntó el que tenía el pelo más rizado.

—Oh, soy Fabiola Garcia —dije y se miraron.

— Es un placer, Fabiola. Yo soy Laura Ramirez y ella es Stella Ramirez. — Enzo habló con los hombres sobre esta familia Ramirez. Parece que estamos en su territorio.

—El placer es mío.

— Entonces Fabiola, debes ser la más joven, ¿verdad? —Están Kiara y Emma —dijo Stella.

—Sí, soy la más joven. Kiara es la mayor, está casada con Enzo, y ahora tenemos a Emma.

— Ya conocemos a Kiara, su hija es tan linda, rubia de ojos azules – dijo Laura sonriendo mientras subía las escaleras.

— Sí, es un encanto, pero no se lleva muy bien con Emma – Aprovecho que está lejos de mí.

—A mí tampoco me gusta, sin ofender. Sé que es tu hermana, pero no me gusta." Stella hizo un gesto hacia su garganta y me reí.

— Un secreto, a mí tampoco me gusta – rió Laura.

— Oh Dios mío, uno más que se une a nosotros. Ahora somos yo, Stella, Kiara y Fabiola – sonrió al doblar una esquina.

— Aquí estamos esperando a que regreses – asentí y entré.

—Sabes Fabiola, te voy a contar un secreto. —Nuestro jefe quiere casarse con un Garcia — dijo Laura y Stella la pellizcó.

— Que se case con Emma y ella desaparezca de casa: eso sería motivo de celebración.

— Dios no permita que la tenga como cuñada – Stella hizo la señal de la cruz.

— ¿Está casado? — Me animé a preguntar.

—Sí, ya sé que parezco una chica joven, pero no es lo que parece —dijo Laura y yo me reí.

— Por fin te encontré – escuché una voz detrás de mí, me giré y me encontré cara a cara con Emma.

—¿Estela?

— Emma – dijo Stella, las dos se quedaron mirando, parecía que iban a pelear.

—¿Cómo es la vida de casado?

—¿Qué te interesa, Emma?

—Quería saber cómo está Marco.

— ¿Parezco como si pudiera ser el GPS de mi marido?

—De todos modos, Fabiola, fue un placer. Espero verte de nuevo — Laura se fue arrastrando a Stella.

— Espero no tener que repetirme, no me molestes – dijo Emma mirándome con una mirada mortal.

—¿Con qué? Ni siquiera sé de qué estás hablando —dijo mientras bajaba las escaleras mientras ella se quedaba arriba.

Cuando me giré para entrar a la sala, choqué con alguien que parecía una pared, tan grande que ni siquiera se movió. Casi regresé a Francia con el impacto.

— Mira por dónde caminas – dijo una voz profunda. Miré hacia arriba y vi a un hombre muy guapo mirándome intensamente con esos ojos azules.

— Lo siento, señor – frunció el ceño y bajé la cabeza.

— ¿Cómo te llamas? — preguntó con interés.

—Fabiola Garcia, señor —dije todavía mirando hacia abajo. Pude escuchar su risa nasal.

— Qué curioso, conozco a toda la familia Garcia, menos a ti. ¿Eres hija de Antonio Garcia? —Dijo y acepté.

—Es bueno saberlo.

—Fabiola ¿qué te dije? —Escuché la voz de mi padre detrás de mí.

—Lo siento señor Ramirez, Fabiola está un poco despistada —mi padre se acercó a mí y me pellizcó el brazo sin que nadie lo viera.

—¿Cómo está, señor Garcia? Ah, y cambié de opinión: mi padre lo miró de forma extraña.

—¿De qué, señor Ramirez?

—La quiero...ahora. Él me miró. Espera, esto no me gusta.

— ¿Lo siento? —No lo entiendo –preguntó mi padre un tanto incrédulo.

—Quiero a Fabiola Garcia como mi esposa, señor Garcia.

—Me voy, Enzo. Nos veremos pronto. Marco y Matteo acaban de llegar. —dije, girándome para irme. Pude ver a Garcia entrar por la puerta con su esposa a su lado y dos mujeres detrás de él. Vi a Emma sonriendo, la otra parecía tener cabello rubio, pero tenía una máscara y la cabeza girada hacia otro lado, así que no pude ver quién era.

—Hermano, espéranos. — Marco apareció frente a mí con Matteo, Laura y Stella.

— Estos dos tardan muchísimo en maquillarse.

— ¡Jaja! ¡Al menos me veo hermosa! —Laura se echó el pelo hacia un lado, sonriendo burlonamente.

—Jaja, sigue burlándote de mí y te afeitaré la cabeza. —respondí y ella me miró furiosa.

—Quiero beber algo. —dijo Stella, saliendo y tirando de Laura.

—No entiendo por qué ustedes dos no se llevan bien. Te llevas bien con Stella.

—Todavía no le he metido una bala en la cabeza porque es tu esposa, Matteo.

—Detengamos esta conversación. Quiero ver qué pasa hoy.

—Quiero beber algo. —Dijo Stella, saliendo y tirando de Laura.

—No entiendo por qué ustedes dos no se llevan bien. Te llevas bien con Stella.

—Simplemente no le he disparado en la cabeza todavía porque es tu esposa, Matteo.

—Detengamos esta conversación. Quiero ver qué pasa hoy.

Marco, Matteo y yo estábamos sentados en un sofá cuando llegaron Laura y Stella. Stella parecía que iba a explotar, estaba tan roja.

— ¿Qué pasó? — preguntó Marco mirando a Stella quien lo miró con los ojos entrecerrados.

— Nada. Estábamos ayudando a Fabiola. —Dijo Stella, pero no sonaba tranquila.

—¿Fabiola Garcia?

— Ella misma. —Los dejé allí hablando de esa chica y salí a tomar algo.

Sentí que algo chocaba con mi cuerpo, pero ni siquiera me moví. La persona que estaba frente a mí parecía que iba a caer al suelo. Miré hacia abajo y vi a una chica con cabello rubio.

— Mira por dónde vas. —Dijo groseramente, y ella levantó la mirada. Sus ojos eran muy azules, más azules que los míos.

—Lo siento, señor. —Su voz era suave. Dijo y bajó la cabeza.

— ¿Cómo te llamas?

—Fabiola Garcia, señor. — Dejé escapar una risa nasal. Entonces ella es la hija de Garcia.

— Qué curioso, conozco a toda la familia Garcia, menos a ti. ¿Eres hija de Antonio Garcia? — Ella asintió.

—Fabiola, ¿qué te dije? — Antonio Garcia se acercó a nosotros y se detuvo al lado de la mujer.

—Lo siento señor Ramirez, Fabiola está un poco despistada. — Le pellizcó el brazo. ¿Crees que no lo vi?

—Está bien, señor Garcia. Ah, y por cierto, cambié de opinión. —Me miró extrañado.

—¿De qué, señor Ramirez?

—La quiero. — Miré a Fabiola, a quien no parecía gustarle esta historia.

— ¿Lo siento? — Me preguntó, pareciendo no creer en mi palabra.

—Quiero a Fabiola Garcia como mi esposa, señor Garcia. —Dijo simplemente y parecía sorprendido.

Fabiola Garcia

—Quiero a Fabiola Garcia como mi esposa, señor Garcia. Esto seguía repitiéndose en mi cabeza. — Miré a mi padre, que tenía el ceño fruncido.

— Pero, señor Ramirez, Emma es su prometida —intentó argumentar papá, pero el hombre que estaba frente a nosotros parecía decidido en su decisión.

—No más, mi prometida ahora será Fabiola —dijo simplemente, y mi padre hervía de rabia.

—Está bien, señor Ramirez, Fabiola será suya —dijo papá, y mis ojos se abrieron de par en par. Eso no es lo que quería. Se suponía que era Emma, no yo.

—Mañana estaré en tu casa para fijar la fecha de la boda —dijo, y pensé que era demasiado pronto.

— Te estaremos esperando. Disculpa, tenemos que irnos, ¿no es así querida? — Tragué saliva secamente. Esta vez estoy jodido. Papá me va a matar.

—S—sí—tartamudeé.

—Está bien, buenas noches —dijo el hombre. Sólo si es para él, porque me voy a despertar morada.

Papá me agarró del brazo y me arrastró lejos. Llamó a Emma y a mamá para que se fueran. Cuando subimos al coche, papá no dijo nada. Él se quedó en silencio. Esa sería mi sentencia de muerte.

— ¿Sabes lo que hizo tu hermana pequeña, Emma?

— No, papi, ¿qué hizo esta vez?

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