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“El amor no se mira, se siente, y aún más cuando ella está junto a ti."

Pablo Neruda

Arthur no podía evitar sentir la tristeza de Anna, dentro de sí, era algo inexplicable. Quizás veía en ella aquella hija que siempre deseo tener con Emma.

—¿Quieres que te lleve a tu casa?

—No, no se preocupe. Usted debe estar ocupado.

—Sí, realmente un poco. Pero soy el dueño de la empresa, digamos que eso me permite tener ciertos privilegios, aunque rara vez los uso.

—No se preocupe en verdad. Tengo que despejarme un poco, mejor me voy caminando hasta la parada de buses. Quizás también pueda conseguir otro empleo que me ayude con mis cuentas.

—¿Tienes algún problema? ¿Sí necesitas, puedo ayudarte?

—No faltaba más. No acostumbro a recibir dinero de ningún hombre.

—No te ofendas, puede ser un préstamo. ¿Te parece?

—Aún tengo lo que me pagó, solo que la Doña de la pensión aumentó y pues, me descuadra un poco. Pero ya encontraré alguna otra cosa que hacer.

—No seas orgullosa. Es un préstamo, si consigues algo pronto, me lo devuelves y ya.

Anna hubiese querido abrazarlo y repartir besos en su boca, pero no debía, tampoco se atrevería. Ella no acostumbraba ser tan extrovertida.

—Te invito un café y no acepto un no por respuesta.

—Está bien, acepto. Creo que con todo lo que ocurrió olvidé tomar uno.

—Crucemos —la toma de la mano, ella se suelta y replica:

—¿Está loco? No puedo entrar allí.

—¿Quién dice que no? Vamos a tomarnos un café. Ahora no eres la empleada. Eres mi invitada de honor.

Con cada palabra suya, con tanta amabilidad Anna sentía que se estaba enamorando cada vez más de Arthur. Cruzaron, él abrió la puerta para que ella entrara. Fueron hasta la mesa que él acostumbra a usar.

—Ya regreso. —se pone de pie, va hasta el mostrador y pide dos capuccinos, le explica a la Virginia, la nueva empleada cómo debe prepararlo. Pide además de ello, dos croissant.

La joven entra a la cocina. Minutos después le sirve la croissant y las dos bebidas. Michelle que ya se acaba de enterar que Anna está allí sale, con intenciones de sacarla, pero se detiene en seco cuando ve que quien la acompaña es el CEO de la Meyer. ¿Cómo era posible que una chica tan insignificante pudiera tener tan buena suerte? Todas las mujeres de la zona que eran solteras, se babeaban por él; Inés la peluquera, Gabriela la camarera del hotel, Dalia la repostera y la misma Michelle. Era el hombre más apuesto y sobre todo adinerado de toda la zona.

Michelle regresa a la cocina y desde allí observa a su ex empleada sentada con Arthur Venzon.

—¿Te sientes mejor?

—Sí, un poco. Creo que si necesitaba este café.

—Me alegra —coloca su mano sobre la de ella. Anna siente que un incendio comenzaba a ardiente dentro de ella.

—Mañana estaré puntual en su casa. Felipe es muy inteligente. Creo que aprenderá muy rápido.

—Que bueno saberlo. Pensé que te daría dolor de cabeza. Es un buen chico, solo que a veces actúa muy rebelde y tengo que castigarlo. —Anna abre los ojos espantada— No te asustes, me refiero a prohibirle algunas cosas como sus video juegos, o idas al club. En cambio Frederick es mucho más maduro.

—Dicen que no es bueno comparar a los hijos unos con otros. Yo no tuve hermanos pero imagino lo mal que se siente que te comparen con alguien más.

—Sí, quizás tengas razón. Aunque no los estoy comparando. Solo te describo a cada uno de ellos.

—Bueno Anna, ahora si creo que debo irme. Aunque sea el dueño debo dar el ejemplo a mis empleados. —mete la mano en el bolsillo. Va hasta el mostrador, paga la cuenta y regresa a la mesa— Ten, resuelve y me pagas luego. Anna intenta devolverle el dinero pero él sostiene su mano y le cierra el puño.

—Gracias. Espero devolverle pronto el préstamo. —Anna también se levanta y sale junto con él de la cafetería.

Michelle sale de la cocina, se para junto al mostrador.

—Mira a la mosquita muerta. No rompe ni un plato, sino la vajilla entera.

Virginia prefiere no opinar. Ella misma sintió pena por Anna cuando salió triste de la cocina.

Arthur sube a su Mercedes y se despide de Anna. Ella camina hasta la parada de buses. Regresa a la pensión. Aquel dinero que recibió debía administrarlo muy bien, por lo que terminó de pagarle el resto del mes de alquiler a Doña Cira.

Sacó su celular, comenzó a editar su currículo para llevarlo el día siguiente a algunas tiendas, antes de ir a las clases de piano con Felipe.

Esa noche cayó rendida de sueño. La mañana siguiente despertó de mejor ánimo. Buscó en su guardarropas, escogió un vestido rosa de cuello alto y falda al vuelo que sirviera no sólo para dar su clase de piano, sino para verse presentable por sí surgía alguna entrevista esa misma tarde.

Decidió arreglarse bien, quería verse bonita. Salió a la hora del mediodía, tomó el bus. Media hora después estaba en el centro. Entregó su currículo en algunas tiendas. Después tomó el bus para llegar hasta la casa de Arthur, cuya distancia era de casi una hora.

Puntualmente llegó. Se arregla el vestido, toca la puerta. Espera unos segundos, vuelve a tocar, escucha los pasos acercarse, prepara su mejor sonrisa. La puerta se abre, frente a ella, un chico rubio, de ojos grises, mirada penetrante y fornido la observa sonriendo. Ella se pone algo nerviosa:

—Buenas tardes. Soy la profesora de piano de Felipe. Vine por su clase de hoy.

—¡Wow! No pensé que hubiese una profesora de piano tan hermosa —cruza sus brazos en su pecho dejando que sus musculosos bíceps se vean mucho más atractivos y grandes.

Anna no responde al comentario, al contrario está un poco intimidada con la actitud del joven apuesto.

—Soy Frederick —apreta su mano— el hermano mayor de Felipe. Pero me puedes llamar Fred muñeca.

—Disculpe pero no me parece amable ni caballeroso su trato hacia mí. Le agradezco un poco más de respeto.

—¡Uyyy! Cuanta seriedad. Como gustes preciosa. Pasa adelante, ya le aviso a mi hermano que estás aquí.

El trato confianzudo de Frederick irrita a Anna. Siendo su padre tan caballeroso, ¿Cómo era posible que su hijo, fuese todo un patán?

Anna entra y siente la mirada livinidosa del apuesto joven, escaneándola de pie a cabeza. A lo lejos ve a Felipe, quien al verla se aproxima hacia ella.

—Hola Anna —la saluda emocionado.

—Hola Felipe. ¿Cómo estás?

—Bien, ven para enseñarte, ya me aprendí el ejercicio que me mandaste.

Anna lo sigue, entra con él a la biblioteca. Mientras Felipe le muestra en el piano sus habilidades, Frederick se recuesta de la puerta y la observa fijamente.

—Estuviste muy bien, creo que en poco tiempo serás un buen pianista.

—¿De verdad lo crees? —pregunta algo desconfiado.

—Por supuesto que sí, todo es poner en práctica lo que vayas aprendiendo.

Felipe realmente se sentía algo desconfortable e inseguro de sí mismo. Lo que Arthur le había comentado la mañana anterior distaba mucho de lo que ella percibía. Aunque no conocía del todo la historia, imaginaba que al no estar su madre presente en su adolescencia debía ser más complicado para él enfrentarse a aquella etapa algo difícil para muchos.

Ella misma había perdido a sus padres a los quince y aunque estuvo con ellos durante su infancia, su muerte la afectó durante varios años. Anna se sentía culpable de su muerte. “Si ellos no hubiesen ido esa tarde al Conservatorio Hoch, estarían vivos” se repetía constantemente esa frase.

Anna se siente algo incómoda, Frederick no dejaba de observarla. Trató de mantenerse firme y evitar que su presencia le afectara. Minutos después, ella volteó a verlo, pero él ya no estaba ¿A dónde se habría ido?

Durante el tiempo que estuvo allí, él no volvió a aparecer. Anna terminó con su clase. Se despide de Felipe, este la acompaña hasta la puerta. Su gesto caballeroso le robó una sonrisa. Felipe se parecía más a Arthur, a pesar de ser introvertido y reservado.

Anna salió de la mansión, atravesó el jardín, tomó la acera y caminó rumbo a la parada. De pronto sintió un carro venir en su misma dirección lentamente como para no pasarla. Ella no quería voltear, estaba asustada. El auto aceleró un poco y se colocó a su lado.

—¿Puedo llevarte?

Ella reconoció esa voz, se detuvo y sonrió, su corazón latía rápidamente, Arthur estaba hipnotizado con la belleza de Anna. Ella asintió, subió al auto. Aunque él pudo preguntarle muchas cosas, se dedicó a conducir y mirarla de reojos.

Era como si su corazón lo condujera a un abismo de emociones y su conciencia le repitiera constantemente ¡Stop!

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