Sinopsis
¿Prefiere morir antes que casarse con el príncipe lisiado? Prefiero morir mil veces… Desde niño, Tuva Eke fue despreciado por su padre y sus hermanos mayores. Siendo un niño, no comprendió la razón por la que su madre fue ejecutada a traición, mucho menos entendió por qué su padre lo exilió en una torre inhóspita durante dieciséis años. Cojo, ciego y además loco, prometió buscar justicia. Los débiles despiertan, y los genios se postran ante él. En tiempos convulsos y de cambios, el más audaz es el vencedor… Nadie podrá interponerse en sus planes, ni siquiera esa señorita malévola y prejuiciosa con la que su padre le obligó a casarse. Sin embargo, entre ellos emergerá de la profundidad, una alianza sin igual que dejará a más de uno sin aliento. Una nueva era está por comenzar: las estepas se preparan para escoger a su nuevo líder.
1
Introducción.
Las confederaciones formadas por tribus de las estepas se han desintegrado tras la caída del extenso kaganato Uigur. Las facciones no tardaron en surgir y el control de las tierras uigur pronto es discutido por 3 tribus: los Bulaq, los Karluks y los Sekiz Oghuz.
La guerra parecía inevitable, pero gracias a un acuerdo matrimonial y a un convenio de paz, las confrontaciones entre las tribus han cesado. Aunque… no por mucho tiempo.
Capítulo 1.
«Si pudiera olvidar que soy su hijo, le aseguro que lo lograría»
Si empezamos desde los inicios de la vida del joven tegim, entenderíamos la magnitud de los problemas que lo rodearon desde que nació. El parto fue extenso y doloroso para la madre, pero gracias a un milagro se salvó y pudo cuidar del niño de cabellos negros como el carbón extraído por los esclavos en las montañas.
Tal vez desde un principio, Tuva Eke estuvo perseguido por la mala suerte, los problemas y los malos entendidos. No solo lo pensaba él, sino todas las personas que en algún momento de su vida lo rodearon, y que de una u otra manera terminaron mal gracias a él, por el simple hecho de estar relacionados con él.
Después de tantos años escondiéndose de los demás y de estar aislado del mundo exterior, decidió darse una oportunidad, solo una, y aclarar lo que ocurrió aquella noche del primer mes del año decimo.
La torre de exilio lo albergó durante más de dieciséis años, aquellas paredes grises y de ladrillo desgastado por los fenómenos naturales, sabían de sus sufrimientos, sus miedos y odios.
En toda su vida no conoció el afecto de un padre, ni el de una madre. Su corazón era frío, helado como la nieve, atormentado por un pasado que lo condenó durante toda su vida, que acabó con aquel niño tierno de diez años que fue obligado a ver morir a su madre mientras todos la aborrecían y trataban como una paria.
Los ventanales empañados por el fresco rocío de la mañana eran testigos de sus noches de desvelo frente a ellas, buscando una forma de lograr que su padre se acordara de él, de que tenía un hijo encerrado a miles de kilómetros del castillo real. Le tomó tiempo lograr su cometido, más cuando no quería levantar sospechas respecto a sí mismo.
Finalmente, pudo descifrar entre la espesa neblina de vicisitudes, la contraseña para conseguir la salida del exilio. La luna se la susurró al oído, el búho se lo expresó con su mirada penetrante y el viento se lo anunció a gritos en medio de las ráfagas cambiantes de aire.
Era el primer mes del año; el aniversario número 16 de la muerte de su madre… 16 años perdidos de manera injustificada a causa de una estrategia para allanar los llamados de las tribus nómadas de las estepas, para apagar la voz de los portadores de una vieja tribu que poco a poco desaparecía del territorio.
Desvió la mirada del ventanal y se centró en la entrada a la torre de la única persona que había estado con él desde que era un niño de diez años. La única persona que había accedido a quedarse con él, a pesar de los rumores y peligros que circulaban y rodeaban.
—Señor Yul, la temporada está cambiando —avisó—, hace una semana que desperté, pero padre no ha venido… Me pregunto me recuerda o si piensa en mi madre.
El hombre miró el ventanal y sonrió con tristeza.
—Es el aniversario de la muerte de su madre, joven señor.
—Así es —aceptó débilmente—. Hoy, hace dieciséis años mi madre murió ejecutada por mi padre. En una mañana nublada como esta, mi madre murió atravesada por una decena de lanzas afiladas.
—Señor, es un milagro que usted esté vivo. Después de la muerte de la concubina Anuska, su padre le condenó al exilio, también a beber veneno progresivo…
—Tengo mucha curiosidad en saber qué fue lo que persuadió a mi padre, para que desistiera de darme mucho más veneno.
—Señor, el veneno pudo haberlo matado en cuestión de pocos años, no tiene sentido que piense en ello. Sin embargo, si usted lo desea, lo averiguaré.
Tuva Eke negó levemente mientras se rascaba suavemente una de las ronchas moradas presentes en su cuello.
—¿Sabes cuando se quitará esto? —interrogó sin angustia mientras daba por terminado el tema que tanto inquietaba a su acompañante.
—Mientras el veneno blanco no salga de su cuerpo, tendrá esas ronchas en la piel.
—Deberías darme una dosis más generosa —sugirió en un susurro temeroso.
El joven Tegim suspiró con cansancio al ver la expresión de reproche. Nadie podía entenderlo, pues ninguno era capaz de sentir en carne propia los dolores agudos y los padecimientos vergonzosos de su cuerpo cada noche debido al frío.
Se sentía inconforme e impotente, pues el haber llegado a esas instancias no había sido culpa de él, ni tampoco de la naturaleza, sino que fue su padre quien le había impuesto aquella penosa condición. Fue el gran Khan quien lo llevó hasta un callejón sin salida, una encrucijada de frente a las maldades, que le había dejado malherido y vulnerable frente a los ojos de todos.
La única alternativa para aliviar el dolor que tenía el príncipe y contrarrestar el primer veneno era con otro veneno que se podía conseguir en cualquier lado del kanato. Ese se había convertido en su medicina a falta de cualquier otro servicio básico. Sin embargo, los excesos del líquido lo habían llevado hasta el punto de intoxicarse con una sobredosis. Desde ese día, las porciones del medicamento estuvieron controladas por el señor Yul, con el fin de evitar que el joven maestro muriera en cualquier momento producto de la imprudencia y el desespero.
—No debe abusar de su salud, recuerde que puede ser peligroso mezclar los dos venenos —Avisó nervioso, pero al ver que no obtenía una reacción, decidió cambiar de tema—¿Ha pensado en algo? El tiempo se agota, el rey pronto ha de elegir un candidato para la sucesión.
Tuva Eke sonrió con ganas.
—Lo sé, aun así, no me apresuraré a buscar más excusas para lograr salir de aquí, porque ya he encontrado una. Envíale a mi padre esta misiva, estoy seguro que no necesitaré palabras para que se acuerde de mí. De seguro él también ha de estar pensando en esto, tal vez ha estado pensando en mí.
[…]
Mientras algunos pensaban que ser relacionados con el príncipe exiliado y loco era una deshonra y un sinónimo de debilidad, otros como el gran Khan, sabían del peligro que podía correr el kanato, si el hijo de la concubina rusa muerta hace dieciséis años despertaba de su letargo tras casi morir envenenado con cinabrio.
Con el transcurrir de los años, se vio demostrado que la vida se oponía al Khan, pues contra todo pronóstico, recibió la noticia de que su hijo había despertado.
Quedó en silencio, sintiéndose culpable por haber intentado matarlo cuando todavía era un niño. Tal vez, nunca se iba a poder deshacer de las sombras de aquel fatídico día, un día en el que no solo había perdido a una de sus mujeres, sino también al hijo más capaz entre el resto de sus vástagos.
Decidió salir de sus desgastantes pensamientos y enfrentar al visir:
—¿Cuándo ha ocurrido esto?
—Hace unas semanas —contestó de inmediato.
—¿Por qué no me había enterado de esto?
—Respondiendo al Khanliq, las visitas a la torre septentrional fueron restringidas por usted el día en que su hijo entró allí.
El hombre quedó en silencio por unos breves instantes.
—¿Cómo ha quedado? ¿El veneno salió de su cuerpo?
—Khanliq, el veneno estuvo en su organismo por muchos años. El veneno no logró matarlo, pero le ha dañado la vista, su piel está manchada con rosetas moradas y tampoco habla; no dice ni una sola palabra... Además, eso no es todo, pues su cojera ha empeorado.
El hombre rio con pena, no era una risa alegre, sino una que se podía mezclar con el llanto. Los quejidos retumbaron en su amplio y pesado pecho, a pesar que no quería verse vulnerable. Pero cuando sintió que el nudo en la garganta se le hubo desecho, volvió la atención a su subordinado:
—Soy un gobernante con un hijo lisiado, un minusválido que no es capaz ni de soportar el peso de su propio apellido, dime… ¿Me queda algo de orgullo?
—Khanliq, el respeto que se han ganado sus otros hijos dentro y fuera de nuestro territorio compensa la vergüenza de tener a ese hijo suyo.
El rey dirigió su mirada al visir. Sus ojos negros y profundos miraron con intensidad al hombre, le advirtieron que sus palabras fueron imprudentes. El hombre, al entenderlo, corrió a disculparse y pedir la absolución de la muerte.
—Tuva Eke es mi hijo, no tienes ningún derecho a hablar mal de él, porque después de todo es tu amo.
—Lo sé, Khanliq, pido perdón.
El hombre bufó:
—¿Tienes otro mensaje?
El hombre de inmediato puso en el escritorio cada uno de los documentos que su rey debía revisar aquel día. El Khan se dispuso a cumplir con los deberes diarios, firmar decretos, emitir sentencias y leer los informes enviados desde las fronteras. Entre todos aquellos rollos de pieles, encontró uno amarillento y de poca calidad. Lo abrió con parsimonia, esperando ver uno más de los tantos informes de guerra, pero no fue así, y se sorprendió al ver escrita una fecha sobre el lienzo. Recordó la fecha memorada allí y se llevó otra gran sorpresa; era el aniversario de la muerte de la concubina Anuska, la madre de Tuva Eke.
El hombre soltó el pergamino como si de la peste se tratara.
—Anuska… —susurró contrariado.
El visir llegó junto a él, y afanado trató de ver lo que le ocurría. Pero por más que le preguntara, el Khan no le decía nada en concreto.
—Tuva, Tuva… —balbuceó atragantado—, busca a Tuva Eke.
—Gran Khanliq, su hijo está condenado al exilio.
El Khan perdió la paciencia y gritó:
—¡Ordena mi decreto! —exigió acalorado—: Quiero a Tuva Eke presentarse ante mí.
…
Tanto el señor Yul, como Tuva Eke miraron por el ventanal, cuando percibieron actividad fuera de la torre. Había pasado quizá dos días desde que se había enviado el mensaje al kan y todo ese movimiento le aseguraba que se trataba de los hombres de este.
—¡Joven señor, son los hombres de su padre! —exclamó Yul asustado.
Tuva Eke reaccionó de inmediato, extendió el bastón hacia el suelo y una vez lo hubo apoyado contra la piedra grisácea, se levantó y caminó lo más rápido que su pierna enferma le permitió. Al final se tiró sobre la cama mientras dejaba al señor Yul arroparlo con las mantas.
—Es bueno en esto, señor. No deje que el Khan sospeche de usted —apremió antes de que el personal del padre de él entrara a la habitación de la torre.
[...]
Capítulo 2
En una tierra tan inhóspita como las mismas montañas heladas que delimitaban el territorio, la vida nunca había sido fácil para la señorita Alimceceg Batun, una niña de padres aristócratas pertenecientes a las tribus de las estepas eurásicas. Creció en el seno de una familia noble, a la sombra de sus hermanas y primas; las hijas del Kan Sekiz Oghuz.
Siendo una de las ultimas hijas de Khubilai, el segundo hermano del Kan, nunca tuvo la atención de su padre y de su madre menos, pues nunca la conoció, porque se había separado de la gente común, ya no era digna de ser una Batun; muchos le dijeron que se había vuelto loca.
Como era la hija menos favorecida de la residencia menor de la ciudad, fue acogida por la señora anciana, su abuela, una mujer curtida por la experiencia de una vida llena de privaciones en el desierto, y abandonada por la mayoría de sus nietos, pues todos tenían sus respectivas madres.
De su niñez no se podía rescatar nada, pues muy pocas cosas buenas habían pasado en ese lapso de tiempo. A decir verdad, Alimceceg prefería no recordar ninguno de esos años, los cuales consideraba como los más terribles y humillantes de su vida.
Todos la describían como una pobre niña que podía subsistir en la residencia del Khubilai Ilk, gracias a la caridad de su abuela.
La señorita Alimceceg Batun era tímida y callada, pero gozaba de una agudeza intelectual y malicia, que era envidiada por sus hermanas mayores.
Desde pequeña fue hostigada por ellas, quienes eran apoyadas por sus madres, las esposas secundarias de Khubilai. A pesar de los constantes ataques, Alimceceg aprendió a defenderse con una magnifica técnica depurada y enseñada personalmente por la abuela, así que con el paso de los años ya no le temblaban las piernas cuando sus hermanastras la acusaban de desobedecer las reglas impuestas por el jefe de la mansión, al contrario, disfrutaba de ver sus caras enfurecidas cuando ella le devolvía con creces los señalamientos.
Las puertas de la habitación se abrieron, dejando entrar la luz tenue del sol al pabellón descubierto, que estaba ubicado en el primer patio de la casa Batun, una familia de primera categoría perteneciente a las tribus Sekiz Oghuz, el linaje principal entre el resto de clanes, ya que a ese pertenecía el kan.
Por las grandes puertas de madera pasó todo el arsenal de joyas, telas, perfumes y esencias costosas, que eran comercializadas en la ruta de la seda.
Un evento como ese no se veía con tanta frecuencia en el pabellón del primer patio, donde residía la madre del Khubilai Ilk, pues a pesar del estatus que ella poseía, no era fanática de los lujos y las excentricidades… Una anciana como ella solo podía esperar la muerte, pero lo demás era una vanidad. Por lo tanto, todas esas pretensiones las dejaba para sus nietas.
Aunque, la única que vivía con ella en el pabellón era Alimceceg, su nieta más apegada, las más tímida, e incluso la más desfavorecida entre el resto de las niñas de la mansión. No era vanidosa, por lo menos no con cosas que al resto deslumbraba, las aspiraciones de su nieta eran diferentes, más bien ambicionaba control y autoridad; siendo la hija abandonada de la casa Batun, también su sed de libertad era avasallante, imposible de aplacar.
La abuela, viendo toda la cantidad de regalos enumerados y etiquetados a nombre de la señorita Alimceceg, solo pudo sospechar una cosa. Algo que su nieta de seguro no aprobaría de inmediato, aunque se empeñara en fingir frente a ella que todo estaba bien, que no le afectaba y que lo aceptaría.
—¿Todo esto es para la señorita Alimceceg? —preguntó al hombre que parecía ser el encargado de realizar la tarea.
El hombre la saludó con respeto mientras aceptaba con una inclinación de su tronco y cabeza.
—¿Qué negocio es este? El primer patio no acostumbra recibir este tipo de regalos —debatió realmente confundida.
—¡Señora Ogul, felicidades! —exclamó—. La señorita Alimceceg ha sido escogida por nuestro Kan para comprometerse en matrimonio con el segundo hijo del Kan Karkuks: Tuva Eke Tegim.
La mujer vio al hombre desplazarse por todo el patio mientras ordenaba el ingreso de los regalos, más bien, la dote de la novia.
—¿Tuva Eke Tegim? —preguntó confundida—. El príncipe ha estado durante 16 años recluido en exilio, ¿Cómo es que mi nieta será comprometida a él?
—Recientemente el Kan Karluks liberó a su hijo del exilio y le ha devuelto el estatus de príncipe y heredero, así que sí es posible este matrimonio.
—¿Cuándo ha ocurrido esto? ¿Khubilai Ilk lo sabe?
—Sí, ocurrió hace poco, quizá dos días… Khubilai Ilk mismo ha ordenado cumplir el decreto.
La anciana dejó que los hombres siguieran realizando la tarea impuesta por el jefe de la casa Batun, y esperó con paciencia a que su nieta regresara al primer patio.
La señorita Alimceceg solía caminar en el jardín de la mansión junto con su medio hermana Khojin, que era dos años menor que ella. Ambas recogían el rocío de la mañana que se acumulaba en las flores, recolectaban algunas frutas y se las ofrecían luego a la anciana cada mañana.
Sin embargo, la jornada monótona de Alimceceg y su hermana no tuvo un buen final, pues la noticia del compromiso incluso llegó hasta ellas, quienes se encontraban en la parte trasera de los muros.
La señorita Erzhene, la sexta hermana, corrió a verlas cuando las vio pasar al frente del pabellón de su madre. Aquella era otra de las hijas del Khubilai Ilk, una niña malcriada que acababa de cumplir los quince años, pero muy a su pesar era un poco tonta y además fastidiosa. Aunque, no llegaba a ser venenosa como su madre.
—¡Hermana! —gritó enojada mientras bajaba los escalones—. ¿Cómo es esto que te estás comprometiendo con un príncipe? ¿Cómo puedes tú casarte con la nobleza, cuando no eres la favorita de padre? Yo debería casarme, no tú.
La señorita Alimceceg escuchó a su hermana menor sin entender con certeza lo que ella le estaba diciendo. ¿Matrimonio? No había escuchado algo referente a ello.
—¿Qué dices?
—No te hagas la tonta, Alimceceg, porque al patio de la anciana están entrando una infinidad de regalos… Una dote costosa que ha sido entregada por el Kan de la tribu Karluks, ¡hablo de la casa real Tsagaandorj!
Khojin agarró a Alimceceg por uno de sus brazos, la arrastró en dirección del primer patio mientras Erzhene las seguía de cerca, cuando llegaron, la anciana esperaba sentada en el recibidor al mismo tiempo que tomaba un poco de té con miel. A cada lado del lugar, una infinidad de cofres estaban apilados.
—Abuela, ¿qué ocurre? —interrogó. Pasó la mirada por los baúles e hizo otra pregunta—: ¿Qué es todo esto?
—La casa real Tsagaandorj ha enviado la dote de la novia que se emparentará con uno de los hijos del kan… El kan ha pedido una novia y tu padre te ha escogido a ti.
Detrás de ella Erzhene chilló iracunda cuando escuchó a la anciana y replicó:
—¿Padre te ha escogido? ¿Qué fue lo que vio en ti?
Khojin rodó los ojos malhumorada por las palabras de su hermana menor y giró hacia ella teniendo la paciencia por el piso.
—Si no te callas, aseguro que te estrangularé —susurró en su oído, haciendo que respingara y se quedara callada en su lugar.
—Abuela, ¿Cómo padre me ha escogido? No lo entiendo —habló Alimceceg.
—Tu padre te espera dentro, así que ve a verlo —ordenó. Y mirando a sus otras dos nietas, las llamó—. El Khubilai Ilk hablará con Alimceceg, vengan a tomar té conmigo.
La señorita Alimceceg caminó acelerada hasta entrar en la sala de visitas de la casa de su abuela.
—Padre —saludó en cuanto entró.
Quedó en silencio mientras observaba a su padre. La última vez que lo había visto hacía muchos años, y la figura que tenía en frente era muy diferente a la que su memoria recordaba… Su padre había envejecido.
—Alimceceg, debes estar confundida por toda esta situación, ¿verdad? —cuestionó
—Ciertamente, padre.
—Te casarás.
—¿Por qué yo?
—El Kan Karluks ha pedido una novia con el propósito de retirar sus tropas de nuestra frontera, y como sabes tus primas, las princesas ya están casadas con los kirguices, así que mi hermano me ha pedido una novia de la casa Batun, la segunda casa más importante de la tribu Sekiz Oghuz. De tus tres hermanas mayores solo una está casada y la otras dos están comprometidas, de las menores las únicas tres que quedan son Khojin, Erzhene y tú. Pero, tanto Khojin como Erzhene son menores, por lo tanto, no pueden ser comprometidas todavía.
—¿Con quién me casaré?
—Con Tuva Eke Tegim.
Alimceceg bufó con una sonrisa burlona en el rostro, pues no podía creer que su padre la estuviera casando con un príncipe tan desamparado e inferior como ese.
—El kan Karluks lo ha exiliado desde que era un niño… Además, está enfermo, es un desvalido sin estatus.
—El kan lo ha liberado —explicó—, ahora, tú tío debe solventar la situación de la frontera y la forma de hacerlo es enviando una novia, así lo estipuló el kan Karluks.
—Padre… ¿Me casará con una persona discapacitada como él? ¿Dónde ha quedado el orgullo de la gran casa Batun?
—¡Orgullo! Te explicaré con detalles la situación para ver si así lo entiendes y dejas de lado tu estúpido orgullo, niña —gritó enfurecido—. El kanato Karluks ha enviado su ejército a las fronteras de nuestro territorio y está presionando la Transoxiana… No podemos perder ese territorio. Así que, se ha llegado a un acuerdo beneficioso para ambos kanatos. Nosotros le entregamos una novia y firmamos un acta donde se les da la posibilidad de comercializar y trasportarse por la Transoxiana.
—No me convertiré en un peón dentro del juego político de mi tío.
—Quieras o no, lo harás. ¿Cuál crees que es la utilidad de una hija en este reino? Para unir países y consolidar dinastías. Todo eso se obtiene con una novia. —dictó—. Te aseguro algo Alimceceg: no permitiré que esta casa pierda el prestigio.
—¿Debería ayudar a sostener el prestigio de la casa, padre? —preguntó con sorna—. Esta es la primera vez que ha venido en… Ya ni siquiera recuerdo el numero de años que han pasado desde la ultima vez que me visitó… ¿Sabe mi edad o sabe cuánto tiempo esperé una visita suya? Tengo veinte años, y la ultima vez que me visitó fue cuando tenía trece. No estuvo allí cuando lo necesité, ¿Debo apoyarlo cuando usted nunca lo hizo? —reclamó enfurecida y con los ojos enrojecidos por las lágrimas de rabia que amenazaban con correr por sus mejillas.
Khubilai Ilk no soportó los reclamos de Alimceceg, la abofeteó con todas las fuerzas, haciendo que ella cayera sobre el piso.
—¡Insolente! —gritó—. No tienes el derecho a hacerme reclamos. Eres mi hija y yo soy tu padre.
—¡No es mi padre! Puede ser el padre de mis hermanas, porque a ellas sí las crio en su regazo, pero aquí nunca ha venido a verme, y cada vez que ve a la gran anciana, evita verme a toda costa, ¿¡Por qué!?
—No responderé a ninguno de tus reclamos, solo te advierto una cosa: no intentes evitar este casamiento, no hagas ninguna estupidez que manche el apellido de esta familia. Te casarás, el kan ya ha enviado una cuantiosa dote, y dentro de dos semanas viajarás para casarte.
—Padre…
Aclaraciones: Kanliq o kan: lider de un kanato.
Tegim: príncipe o heredero. Palabra que proviene de las lenguas túrquicas-mongolas.