3.DESAGRADABLE ENCUENTRO
Al retirarse mi madre y luego de ver como me quedará el vestido que llegó, rebusco en mi ropero, hasta dar con un juego de sayas, que me regalara mi abuela, en mi cumpleaños. Es rosa pálido, me lo pruebo. ¡Me queda perfecto! Sobre todo, me siento cómoda con él, nada de qué avergonzarme, ni estar preocupada toda la cena con las miradas morbosas de los hombres en mis senos.
Así vestida, no salgo de mi cuarto, espero que ya estén montados en el auto y tocando el claxon al tiempo que me llaman, llego corriendo y me siento de prisa. Cómo están atrasados, no me hacen regresar a cambiarme de ropa. Mi madre, todo el viaje se la pasa diciéndome cosas. Yo pongo mis audífonos y me concentro en mi música mirando favorita como pasa el paisaje a gran velocidad por donde vamos.
Llegamos al lugar, es muy elegante, sigo torpemente a mis padres. Me siento donde me indica mi madre, con mis audífonos, y me pongo a jugar con la servilleta, mientras escucho la conversación de ellos. Después que mi padre hizo que dejara de insultarme, cosa que le agradezco en silencio con una mirada. Se ponen a conversar entre ellos y se olvidan como siempre, que yo estoy presente. Aunque en ocasiones se giran hacía mí, para preguntar algo que no escucho y solo asiento sonriendo tímidamente.
—¿Estás segura Isabella? —pregunta papá muy serio, no escuchó la pregunta que me hizo, pero al ver que mamá me dice que diga que sí, lo hago.
Nunca imaginé que ese sí, que dije sin saber de qué se capturaron, me fuera a embarcar en una pesadilla de la que no podía escapar. Mi padre se llama Santiago Sardino. Tiene una empresa constructora de barcos, que heredó de mi abuelo, que posee el mismo nombre. Como yo, es hijo único y heredero hasta hace poco de abuelo. Ahora lo soy yo, porque él le exigió su herencia en vida y abuelo se la dió.
Mi madre es Eva Giménez, era su secretaria cuando eran jóvenes. No conozco bien la historia, porque ninguno de los dos habla de ella, es como si fuera algo prohibido, por lo que dejó de preguntar. Según lo que dice mamá cuando me insulta furiosa, yo nací, por un descubierto un día de borrachera, no estaba en sus planes, es lo que no se ha cansado de decirme la vida entera. Es como si odiara que yo viniera a este mundo, y sé que no me quiere, ni deja que papá lo haga. Pues cuando lo ha agarrado cariño siéndolo y bueno conmigo, después siempre encontré algún motivo para castigarme de la peor manera. Creo que por eso papá evita tratarme bien delante de ella.
Por eso, me crió con nanas, y mucho tiempo, en casa de mis abuelos paternos, hasta que me envió al colegio de señoritas. Soy el objeto preciado a exhibir, cuando se reúnen con sus socios, queriendo dar la visión de una familia amorosa. Ese día sé, que no tengo que participar en las conversaciones, responde corto, cuando se me pregunta algo y ya. Nada de intervenir aunque sepa de lo que hablan.
A los diez años, me mandaron a un internado de monjas. Hasta que cumpla quince años. Por lo que, no tengo amistades, soy muy tímida. Mis pasatiempos favoritos son la lectura, la música y el baile, donde nadie me ve. Actualmente, curso el segundo año de la carrera de administración de empresas navieras, porque así lo quiso mi padre. Mi opinión, recuerda que no cuenta.
Veo, como mis padres se ponen de pie, sonrientes, los imito. Giro mi cabeza, para ver acercarse a un matrimonio, con un chico un poco mayor que yo, pero muy hermoso, me parecen conocidos. Llegan, se abrazan, yo solo los miro, esperando que llegue mi turno.
—¿Ella es tu hija Eva? —pregunta la señora haciéndose la asombrada. —¿Pero qué hermosa? ¿Cuántos años tiene?
—Sí, querida Emilia, es mi Isabella. Tiene veinte años, acabados de cumplir.
Responde mi madre mostrándome con una sonrisa de inefable amor, como si en verdad lo sintiera. ¡Jamás me ha mirado así cuando estamos a solas! Me sorprende ver lo bien que finge, pues tengo la sensación de toda la vida que jamás me ha amado. Y no hace mucho me estaba insultando y diciendo que era su vergüenza y ahora me presenta como su tesoro.
—¡Oh, parece más joven! —exclama la señora recorriéndome con su mirada, tengo la sensación de conocerla, pero nada viene a mi memoria. Le sonrío tratando de ser encantadora y que se olvide de mi ropa.
Noto como mi madre me fulmina con la mirada. ¡Te lo dije! Me parece leer en ella, ¡tenías que ponerte el otro vestido! Yo sonrío tímidamente al tiempo que me pongo de pie para saludar.
—Mucho gusto —digo, cuando me extienda su mano.
—Linda, pero no seas tímida —dice ella y al momento se gira para su hijo que permaneció detrás de ella con cara de fastidio, la cual cambió al momento de ser presentado por otra increíble felicidad. ¡Ni el mejor actor lo hubiera hecho mejor, pienso. —No sé si te acuerdas de Luisito, mi hijo.
Habla al tiempo que tira de mi mano y me da un beso en cada mejilla. Luego se gira y yo con ella, para enfrentar a su hijo que llega a mi memoria de golpe. ¡Es el niño abusivo que tanto me maltrató de pequeña! Lo veo como me observa con una sonrisa que se me hace ladina, como si fuera su presa a la que va a devorar.
—¿No recuerdas que solíamos pasar las vacaciones juntos? —pregunta su madre.
—Yo… —No sé qué decir, se me atragantan las palabras en la garganta. —Yo…, yo…— tartamudeo, ¿qué hacen ellos aquí?
—No te hagas la que no te acuerdas de Luisito, cariño—dice mi madre con su voz fingida. La miro, pero no digo nada.—No has dejado de hablar de él en todos estos años.
¿Qué? ¿Por qué mi madre dice tal mentira? ¡Nunca hasta hoy me había acordado de él, lo odio!
—Isabella —habla papá— hace un momento dijiste que te acordabas de él.
Miro a papá sin entender lo que dice. ¿Seria a eso a lo que dije que si? ¡Claro que estoy de acuerdo muy bien de Luis! ¡Era el chico odioso, que siempre me hacía llorar, obligándome a hacer cosas que no quería! Lo he odiado toda mi vida, pues me perseguía a todas partes y me golpeaba cuando nadie nos veía. Luego se las arreglaba para que siempre yo pagara la culpa de lo que él hacía. ¿Cómo no me voy a acordar? Si creo que fue el culpable de que mi madre me sacara de la casa y me enviara a aquel colegio de monjas.
—Hola Bella.
Saluda acercándose y dándome un beso en cada mejilla. Me sonrojo, ante su atrevimiento y me alejo como si tuviera la peste. ¡Lo odio! ¡Aún lo hago! Lo había olvidado por completo, pero ahora que lo tengo frente a mí, todo el rencor que le guardo salió de nuevo.
—Ho... hola.
Respondo casi en un susurro, alejándome lo más que puedo de él. Después de los saludos, nuestros padres se enfrascan en sus conversaciones de negocios. Traen la comida, mi madre ha pedido salmón, yo lo odio, por eso, jugueteo con mi tenedor, haciéndome la que como. Doy un salto, al sentir una mano en mi muslo, todos me miran.
—¿Pasó algo Isabella? —pregunta mi madre y me da la sensación de cómo mira a Luis, que sabe exactamente por qué salté.
—No, no mamá, no pasa nada, discúlpame, se me cayó algo.
Veo la sonrisa ladina de Luis, cuando bajo mi mano tratando de quitar la suya, que al fin lo logro. Trato de alejarme lo más que puedo de él, pero se acerca y vuelve a colocar su mano en mi muslo, siento como sube, casi hasta mi entrepierna. Me paro de un golpe.
—¿Qué tienes Isabella?—pregunta mamá visiblemente molesta.
—Nada mamá, creo, que no me ha caído bien la comida, necesito ir al baño un momento. Con su permiso. —Concurso al tiempo que me levanto ante la mirada y sonrisa burlona de Luis.
Me escape, prácticamente salgo corriendo de allí. Me siento en el inodoro, para hacer tiempo que terminen de comer, lavo mis manos. Escucho un montón de canciones, sé qué mamá se molestará, pero a ese tipo no lo soporto. De seguro hará algo para ponerme en ridículo delante de todos.
Cuando veo que ha pasado el tiempo suficiente en que ya deben haber terminado de comer, me pongo de pie. Suspiro profundo, y salgo del baño. Para mi sorpresa, Luis me está esperando a la salida. Me acorrala entre sus dos manos.
—¿Creíste que ibas a poder escapar de mí, Bella?
Toma mi cara con sus manos, y me besó casi hasta hacerme sangrar. Trato de zafarme de su agarre, pero es más fuerte que yo, un sollozo se me escapa, él me suelta, mirándome con su sonrisa burlona. Me escape, y me siento con la cabeza baja en la mesa. ¡Esto no puede estar pasando de nuevo!
—¡Pues todo está decidido! —Escucho decir a mi padre al sentarme a la mesa con Luis detrás. —El próximo mes, ¡celebraremos la fiesta de compromiso de nuestros hijos!
—¡¿Qué?!