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Capítulo 5

Amelia lo miró con sus cejas levantadas y sus labios abiertos, soltó sus puños apretados y le miró una nueva vez como si un tercer ojo le estuviese creciendo en el rostro. Un minuto de silencio se dejó pasar, hasta que el sonido de la risa de Amelia lo quebró.

—¿Qué diablos me está diciendo? —preguntó, carcajeándose—. Maldición, no sabía que la cocaína era tan accesible en estos días.

—Señorita, no estoy bromeando. —Él intentó sujetarla del brazo, pero ella se lo impidió con recelo, jalándolo—. En realidad, necesito que acepte ser mi esposa.

—¿Ha escuchado lo que me pide? —le cuestionó, como si no fuese demasiado evidente que aquello era una completa locura—. ¿Qué diablos le sucede? ¿Sabe qué? No tengo tiempo para esto, necesito ir a buscar mis compras de vuelta.

Ella intentó irse, pero Maximiliano la sujetó por el brazo, impidiéndoselo con fuerza.

—¡Suélteme, maldición! —exclamó, sentía demasiada hambre y demasiado estrés como para tener que lidiar con un desconocido que la había perseguido por más de diez minutos, incluso en medio de la calle, solo para pedirle que se casara con él.

—¡No lo entiende, hablo en serio!

—¡Es usted el que no lo entiende! —chilló ella, removiéndose salvajemente hasta que él la soltó—. ¿Cómo demonios me va a perseguir por la calle entera solo para venir a decirme… que quiere que sea su esposa? ¡Apenas recuerdo su nombre! ¡¿Quién demonios anda proponiendo eso?! ¡No tengo tiempo para usted!

Una vez más, al ella intentarse ir, Maximiliano la sostuvo. Los ojos de Amelia se incendiaron en una violenta furia.

—Escúcheme, por favor, solo escúcheme —pidió él, casi implorante—. Soy de la familia Miller, ¿la conoce? Eso no importa, lo que importa es que necesito que usted sea mi esposa, es mi última alternativa, necesito que usted y yo nos casemos, por favor…

Amelia lo miró desde los pies hasta la cabeza, se sentía aún perpleja por la normalidad que un completo desconocido empleaba para proponerle matrimonio en una solitaria acera de aquel país, ¿qué demonios incluso sucedía? Aquello carecía de lógica alguna, ver la imploración en sus ojos la hizo vacilar, ¿por qué un hombre tan guapo y de aspecto adinerado la perseguiría por toda la calle solo para decirle que necesitaba con urgencia que ella fuera su esposa?

—Señor… ¿usted se está escuchando? ¿Acaso nos conocemos siquiera un poco como para que venga y me proponga que sea su… esposa? Hasta donde yo tenía entendido, antes de casarme con alguien, tenía que conocerlo, pero… —Ella rió con sarcasmo—. Supongo que las cosas han cambiado, ¿no? Ya suélteme —escupió, queriéndose alejar de él.

—Le daré dinero. —Amelia se detuvo en seco cuando escuchó esas palabras, poco a poco fue girando hacia donde el hombre, quien respiraba todavía agitado—. Le daré todo el dinero que pida, pero necesito que usted sea mi esposa lo antes posible.

—Yo no quiero su mugroso dinero, ¿qué le hace pensar que me casaré con usted por dinero? ¡¿Qué demonios le sucede a la gente hoy en día?! —La mujer se dio la vuelta, caminando hacia la tienda comestibles, con las intenciones de recuperar su compra, o de al menos, realizarla de nuevo, se moría de hambre, apenas podía resistir.

—Le daré quinientos mil dólares —ofreció él, y la caminata de Amelia se convirtió en nada, incluso, se tambaleó—. Doscientos cincuenta mil de adelanto, luego el siguiente pago, pero necesito… necesito que usted sea mi esposa lo antes posible.

Maximiliano se sentía profundamente avergonzado por lo que hacía, pero no tenía demasiada opción, no tenía ninguna otra opción, más que ir con otra mujer e intentar convencerla de que se casara con él, pero el proceso necesitaba ser lo más rápido posible, con alguien confiable, él no tenía idea si Amelia, aquella atractiva extraña que se encontraba frente a él, era confiable en absoluto, pero tenía que averiguarlo, tenía que arriesgarse, en los ojos de la fémina veía una chispa, una que la indicaba que a ella si podría convencerla. Había intentado con más de veinte mujeres y había fracasado, empezaba a quedarse sin opciones, y había sido en aquel instante en el que había visto a Amelia en aquella boda: una mujer, no solo atractiva, sino que estaba sola, lo que gritaba soltería, algo que él necesitaba, no le importaba si era una completa extraña, al contrario, se una completa extraña le ayudaba más a sus planes, pues así estos tendrían menos posibilidades de desmoronarse.

—¿Acaso cree que soy estúpida? ¿Quién va a dar tanto dinero por casarse con otro? —La paranoica idea de que aquel sujeto era un asesino que quería sus órganos se incrustó en la cabeza de Amelia, ocasionando que desconfiara todavía más del hombre, todo era demasiado sospechoso, por más rico que una persona fuera, no andaría regalando dinero sin algún motivo, sin alguna consecuencia.

Tal vez la única consecuencia sería enamorarse, pero más adelante, ella misma juzgaría si aquella era una consecuencia en realidad.

—Yo, señorita, yo lo daré, necesito que me escuche, por favor, solo un instante, solo déjeme hablarle de lo que quiero proponerle, por favor, por favor —imploró Maximiliano, mordiendo sus labios, era un hombre demasiado orgulloso como para rogar, pero no era solo su bienestar el que estaba en riesgo, y ella, ella había sido la única que no se había ido por completo cuando él le había propuesto ser su esposa, así que había un avance, además, si no quería ser descubierto, tenía que dejar de ir de mujer en mujer y enfocarse en una, porque las paredes tenía oídos y labios.

—Pero es que… señor, ¿por qué razón cree que me propondrá una boda y yo la aceptaré? ¡Ni siquiera lo conozco! ¿Qué parte de que no sé quien es usted es la que no termina de entender! ¿Por qué razón me casaría con usted?

—Porque todo es una farsa, ni siquiera será un matrimonio real. —Aquellas palabras atraparon la atención de la mujer, quien le dedicó un instante de atención plena.

—¿Una farsa? ¿De qué habla? ¿Acaso me quiere involucrar en un fraude?

—No, claro que no. Yo solo necesito que usted sea mi esposa falsa.

—¿Esposa falsa? —preguntó Amelia, con un toque de humor, pero él parecía hablar en serio, aquel hombre que la había perseguido por la calle, solo para proponerle matrimonio, parecía hablar demasiado en serio—. ¿Cómo que esposa falsa?

—¿Me permitiría explicarle? —preguntó él—. Por favor, solo sentémonos en un lugar apartado, nadie puede escuchar esto.

Cuando había conocido a Amelia en la boda, había escuchado que su amiga decía de ella, que era muy callada, como una tumba, que no habían secretos que se escaparan de sus labios, poco a poco, solo escuchando conversaciones ajenas, él había ido conociendo a Amelia, la misma mujer que se encontraba allí, meneándose entre la duda de si acceder a hablar con ese hombre, o simplemente ignorarlo, pues sus palabras, solo podían ser dichas por un lunático. Pero había algo en él… su seriedad, su desesperación, que hacía creer a Amelia que no se trataba de una simple broma, pero ¿de qué podría tratarse? ¿Esposa falsa? ¿Qué demonios significaba ser esposa falsa de alguien?

—Por favor… —pidió él una vez más, tenía una semana para encontrar a una mujer, de no ser así, no estaría implorándole a una completa desconocida que se casara con él.

—Lo escucharé —accedió ella, y los ojos de Maximiliano se llenaron de un maravilloso brillo—. Pero aquí mismo, no iré a ningún lugar apartado con usted.

Maximiliano asintió, aquello era más que suficiente para él.

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