La fiesta (1)
Hay gente que llega a nuestra vida y sabemos solo de mirarlas, que serán trascendentales en nosotros. Personas épicas para nuestras historia y que nos acompañarán en los momentos más intensos, significativos y memorables que podamos vivir; pero lo que yo no podía proveer en el momento en que conocí a Samuel, es lo inmensamente necesario que se volvió para mí desde una mirada suya hasta un peligroso desdén.
Sin querer entender por qué, él controla mis emociones y ni siquiera lo sabe. Desde que me hizo suya en aquel hotel de España algo cambió en mí y ninguno de los dos tiene la suficiente consciencia como para entenderlo y menos, tan pronto en esta historia.
Una vez que doy mi aprobación para la fiesta, Samuel se yergue y su postura es de protesta yo decido largarme y que se encargue si mujer de contestarlo. No se me puede olvidar lo que he venido a hacer aquí y desde luego tengo que conseguir que las cosas sucedan lo más rápido posible porque este hombre me puede y necesito salir de su vida tan pronto como entré.
Solo esas palabras le digo a Claudio en una rápida llamada y luego recibo un mensaje suyo diciéndome dónde puedo verlo.
Encadenada a noches de locura...así siento que estaré si sigo dejando que Samuel se meta en mi sistema.
Ignoro todo y me centro en mi trabajo. Sheyla luego de hablar lo que sea que tenga que solucionar con su marido pasa por mi oficina y me entrega un montón de documentos que hay que imprimir y preparar para la fiesta.
Es extraño pero me viene bien. Saco foto de todo y me percato de algunos espeluznantes detalles.
Luego reviso las normas de la actividad y me voy a comprar un vestido de gala, provocativo y rojo, los hombres irán en blanco y negro, una peculiar combinación. Y he recibido de parte de ella una especie de placa que pone VIP. Me ha explicado que las chicas de la noche de la fiesta, suelen ser una especie de atractivo para los hombres y su estancia en la fiesta. Según ella nada más.
—Esto pinta a trata de blancas —masculla Claudio mirando las fotos que le he hecho a los archivos que me dió Sheyla —. Todas las facturas están registradas con el mismo nombre...el de una sola mujer y todas salen con diversos clientes del club.
Bebo de mi copa de vino. Estoy nerviosa y hay algo que quiero preguntar. En el restaurante no hay casi nadie. Eso me tranquiliza.
—¿No has sabido nada de Alessio? —él me mira como si fuera un resorte.
—¡No! —responde enseguida —. Y no quiero que sientas miedo de él —se me hincha el pecho de la inspiración —. Te pusimos en un piso nuevo, prácticamente vas del club a tu casa y hasta ahora no has tenido más reuniones con Straits, así que no tiene como verte pero no, no hemos sabido de él. Es como si la tierra se lo hubiera tragado.
A un tipo como ese ni la tierra se lo traga pero asiento y me acabo la copa. Quedamos en que tengo que intentar llamar la atención del ruso hasta saber todo lo que pueda porque de eso depende desmantelar lo demás.
—Cuídate —me aconseja —. La persona que tenemos para velar por tí en el club, no podrá estar en la fiesta. Ni siquiera Salma irá.
—Te llamo cuando acabe.
Con todo listo para la fiesta de mañana me voy a mi casa. Me ducho, me meto en mi albornoz y me dejo el cabello húmedo suelto mientras pongo una lasaña al horno, tengo hambre y estoy nerviosa.
Con toda la locura que vivo hace días no hablo con mi amiga. El ritmo de ese lugar es demencial y ahora vamos en aumento.
Suena el timbre de mi casa y miro asombrada a la puerta...no espero a nadie. Camino y cuando pego el ojo en la mirilla le veo...¡Samuel Straits!
—¿Qué haces aquí? —abro directamente y me siento violenta.
—Lo sabes perfectamente —entra y cierra.
Me gustaría saberlo pero la verdad no tengo ni idea. Resoplo y voy hasta la cocina para ponerle hora a mi cena, le escucho seguirme.
—No quiero que vayas mañana a esa fiesta —suelta sin preámbulos. Directo.
—Pues no puedo ayudarte en eso —refuto.
—No estoy de ánimos para putas bromas, Nikky. Dile a mi mujer que estás mala. Lo que se te ocurra pero no vayas.
Está guapísimo. Dando vueltas por mi cocina metiendo los dedos en su pelo, resoplando furioso y con los ojos verdes encendidos y rabiosos.
—Eso no va a pasar Samuel, y por favor vete de mi casa.
Camino hasta la puerta y la abro casi al mismo tiempo que él la cierra con una palma abierta. Quedamos uno frente al otro, bebiéndonos con la mirada desesperados por besarnos.
—¿Quien te crees que te puso aquí? —cuestiona.
De repente siento que hay algo más en lo que dice. Asiente entendiendo que tal vez yo también entienda a lo que se refiere y añado:
—Siempre lo supiste.
—Obviamente los detalles no; pero nadie aparece de la nada y sé que en un negocio como este la policía es estúpida. No sé por qué me investigan pero no pienso n impedirlo. Solo no vayas a esa fiesta.
—¿Por qué me dejaste entrar a tu club entonces? —ignoro la reiterada insistencia con que no vaya a la fiesta.
—Me viene bien, no confío en Sheyla y pasan cosas que quiero saber y cuando te vi dispuesta a ser tú quien las investigara me pareció perfecto, genial —le escucho con atención hasta que tira de mi cuello y me acerca a él —; pero esa noche, en España, te hice mía y cuando al siguiente día salió el sol y estabas en mis brazos supe que eras tú, que estoy loco por ti y no puedo dejar que te tenga otro.
¡Se me ha declarado!
Este hombre tan poderoso, que luce frío y distante cuando quiere y en la cama es una fiera se me ha declarado estando jodidamente casado.
Mi vida es una locura y va a más.
—Tengo que hacerlo —intento alejarlo —. No sabes nada de mí ,ni quien soy ni quien me maneja.
Finalmente camino lejos de él y me abraza por detrás deteniéndome en el medio de mi salón.
—Deja que solucione mi matrimonio, todo entre nosotros es un arreglo —explica y cierro los ojos cuando me desata el albornoz —. Ella cree que le quiero, yo tengo que creer que ella me quiere a mi y eso es todo. Entre los dos nos odiamos y nos mentimos. Esa es la verdad. No sé lo que hace a mis espaldas pero ya no quiero que seas tú quien lo averigüe. No si van a tenerte otros.
—Y yo no tengo por que creerte.
—Pero lo haces —me toma los pechos y saborea con sus dedos mis pezones. Gimo y me dejo caer contra él. Le deseo.
—Joder tío, me vas a fastidiar la vida.
—Y tu a mí —ronronea en mi oído bajando una mano hasta mis piernas.
Me pierdo en lo que me hace sentir y cuando pasa los dedos por el largo de mi sexo los dos jadeamos. Me gira la barbilla, toma mi boca y nos besamos desesperados mientras me empieza a masturbar con una rapidez abusiva. Enloquecedora. Demencial.
—Tengo que hacerlo Samuel.
Me muerde los labios y detiene sus dedos.
—Si te vas con él nunca más te tocaré. Te arranco de mi vida para siempre y seré yo quien te use para el mismo fin que quien te mando aquí.
Su amenaza me cabrea y le empujo lejos. Está dando por hecho, no sé por qué, que voy a acostarme con el ruso y por otro lado me ofrece una alternativa repugnante que estropea todo el momento y me recuerda con pesar, la verdadera naturaleza de mi presencia en su vida.
—No puedo decidir por mi..., mi vida está en otras manos y la tuya debería alejarse de mi —se lame los dedos para provocarme —. Créeme, no te convengo.
—Me voy entonces.
—Adiós.
(...)