Capítulo 1
El reloj, apuntaba las diez de la noche, cuando en una humilde vivienda de una de las miles de vecindades, de los barrios de la Ciudad de México, Marcela, una hermosa mujer, se esmeraba en su arreglo personal, procurando que no se le escapara ningún detalle, no tenía que esforzarse mucho ya que en realidad era muy hermosa y atractiva.
Una vez que se sintió satisfecha con lo que el espejo le reflejaba, tomó su bolsa de mano y salió de su humilde vivienda, caminando con paso firme y decidido, alcanzando con rapidez la calle, y sin detenerse avanzó hacia la esquina.
Sabía que contaba con el tiempo exacto y no quería problemas, tenía que llegar puntal o de otra manera las cosas no iban a funcionar como estaban previstas, por lo tanto, había que conseguir un taxi lo más pronto posible.
Llegó a la esquina de las calles, caminó unos metros sobre la principal y al ver que se acercaba un taxi, no dudo en hacerle, la señal clásica para que se detuviera, cuando por fin el auto se paró a unos pasos de ella, trató de abrir la puerta para abordarlo, sólo que una voz ronca y firme se escuchó desde el auto;
—¿A dónde va? —dijo el chofer sin franquearle la entrada.
—Al reclusorio… de visita — respondió ella sonriendo coqueta.
El taxista ya no dijo nada, se estiró y quitó el seguro de la puerta frontal y le permitió abordar, cuando ella lo hizo, los ojos del chofer, no perdieron detalle de aquellas hermosas y bien formadas piernas que se abrieron al abordar y al acomodarse.
Con ese movimiento, la corta falda de la mujer, se levantó un poco y el taxista pudo vislumbrar las pequeñas pantaletas que la mujer llevaba, lo cual lo entusiasmó.
Minutos después, mientras el auto avanzaba por entre las calles de la ciudad con rapidez y habilidad, el chofer le hizo la plática de manera amable y cordial y ella le correspondió.
Después de echarle un vistazo a las hermosas piernas de Marcela, y que con su minifalda lucían en verdad hermosas y seductoras; ahora el taxista se mostraba cordial y amable, tratando de infundirle confianza a su hermosa pasajera;
—¿Y a qué va al Reclusorio a estas horas? —preguntó él con cierto interés— ¿No me diga que va a trabajar en el turno de noche?
—No, no, nada de eso, yo no trabajo ahí, simplemente voy de visita —respondió Marcela.
—¿No es muy noche pa que aiga visita a los internos? —insistió él dudando de las palabras de ella y viendo de reojo sus piernas y lo atrevido de su escote.
—Sí, aunque yo voy a visita conyugal, por lo que estoy a tiempo.
—¿Es cierto que ahora la visita conyugal dura toda la noche?
—Sí, aunque yo no puedo estar tanto tiempo, mañana tengo que trabajar
—¿Y entonces qué va a hacer?
—Pues estaré unas dos horas y ya… cumpliendo nada más.
—Ah, mire…
De pronto el auto se detuvo y el taxista le dijo que ya habían llegado y le cobraba el importe de la dejada. Marcela, sacó unos billetes de su bolsa y le pago dándole una propina.
Al momento en que ella iba a bajar del carro, de manera consciente o tal vez inconsciente, abrió las piernas un poco más de lo normal y permitió que el chofer se aventara un taquito de ojo con esos sabrosos muslos que atraían a los hombres como la miel a las moscas, se mantuvo en el asiento, como si pensara en algo.
Marcela, lo observó, y sabedora de cómo manejar a los hombres, se acercó lo más que pudo al chafirete y casi le puso las chiches ante sus ojos al momento que le decía;
—Oiga, ¿Me puede hacer un favor?
El taxista motivado y lleno de audacia, colocó su mano derecha sobre uno de sus carnosos muslos, Marcela, no se sorprendió por aquella acción y lo dejó apretar sus carnes, al momento mismo que le respondía;
—Lo que tú quieras muñeca… ordena y yo obedezco
—Sólo quiero que, me espere, no creo tardarme más de dos horas y no me gustaría tener que andar buscando un carro a la hora en que salga de la visita.
El chofer subió un poco más su mano hasta casi alcanzar los pelos de la intimidad de ella, al tiempo que le decía que la iba a esperar todo el tiempo que ella se tardara.
Marcela le sonrío y terminó por bajar del carro, alejándose con su andar cadencioso dirigiéndose a la entrada del Reclusorio, seguida por la mirada morbosa del taxista.
—¡Carajo! ¡Qué buenas nalgas tiene la doña esa...! Yo creo que le guste. Me voy a aventar a ver que sale. No me gusta nadita tener que mover el atole, aunque, a una mujer como ella, no se le perdona una buena parchada, está exquisita, además, primero la baño y luego le doy su rica planchada, su desarrugada y su estirada —pensaba el cachondo conductor al ver que ella penetraba al Reclusorio.
Marcela, caminó hasta el mostrador del recibidor en donde mostró su credencial y su pase a la encargada; la que, con un gesto de visible fastidio en su rostro, tomó el documento y luego la vio fijamente para decir;
—¿A quién vienes a visitar?
—A Felipe Mendoza, está en el dormitorio cinco —dijo Marcela, acostumbrada a todos esos trámites y conociendo de sobra las preguntas y las respuestas.
La encargada no le respondió, tomó una lista y comenzó a buscar el nombre que le mencionaran; sin alterar para nada su gesto de fastidio, al final, terminó su consulta y;
—Felipe Mendoza no tiene derecho a visita, está castigado, así que puedes irte.
—¿Por qué lo castigaron? —preguntó Marcela, inquieta y ansiosa.
—Porque se peleó con otro interno, va a estar varios días en la celda de castigo y no vas a poder entrar ni a la visita general, así que ven a preguntar cuando sale.
Marcela, se despidió dando las gracias y diciendo buenas noches, aunque sólo escuchó un gruñido de asentimiento por parte de la celadora, que con eso daba por terminaba la plática de consulta. Así que Marcela dio media vuelta y regresó sobre sus pasos.
El chofer la vio caminar de regreso al carro sin ocultar su asombro, en un acto reflejo consultó su reloj y vio que ella no había tardado más de diez minutos, eso lo hizo sentirse en verdad contento y se relamió antes de tiempo. La mujer llego hasta el auto y lo abordó, en su rostro se veía la preocupación que la embargaba.
De forma mecánica, se sentó junto al chofer, él no pudo evitar preguntar sobre lo sucedido, al fin y al cabo, era chismosón y enredoso, además, sentía mucha curiosidad.
Marcela le contó lo que había sucedido en el Reclusorio, se veía preocupada y el chofer con un gesto de melancolía le dijo tratando de consolarla;
—Jijole, qué mala suerte… Aunque, pues usted como iba a saber lo que había pasado, de todos modos, ya dio su vuelta en balde ¿Y ahora qué va a hacer? —preguntó
—No lo sé aún, me da coraje porque era urgente que lo viera, me iba a dar dinero y lo necesito —respondió ella verdaderamente preocupada.
El chofer le tomó la mano entre las suyas, y se la apretó con cierta ternura, viéndola fijamente a los ojos, al tiempo que con un tono de voz sugestivo y cachondo le decía;
—Mira, la neta, sé que no eres una mujer que te dediques al talón, se te nota, y a lo mejor por eso me gustas más, aparte de que estas muy hermosa y deliciosa, aunque hablando a lo derecho, tú viniste a parchar con tu marido y a recibir una lana por parte de él.
Méndez, pues has de cuenta que estuviste con él y parcha conmigo, yo te doy una lana y nadie lo sabrá, esto quedaría entre tú y yo, seria como si hubieras realizado la visita conyugal y a todos nos convendría —le dijo.
Y mientras hablaba con ella el chofer había estado acariciando las piernas de la mujer con la mano izquierda, mientras la mano derecha al abrazarla, se había apoderado de la teta derecha de ella, la cual, al contacto de aquella caricia, endureció el pezón como respuesta de aceptación; provocando la excitación en la mujer, haciéndola sucumbir;
—Está bien… así le haremos… me parece algo justo… ah… pero no por eso, vayas a pensar que soy una prostituta, no creas que me es fácil… lo aceptó, porque...
—No necesitas explicármelo, muñequita, yo te comprendo más de lo que tú te imaginas. Ya verás que bien la vamos a pasar, te aseguro que no te vas a arrepentir… y no te preocupes, yo no pienso nada malo de nadie —le dijo, interrumpiéndola.
El hombre besó las mejillas de ella, y siguió dándole pequeños besos, hasta llegar a la boca, de ella, en donde se prendió con un apasionado beso, ella deslizó su lengua a la boca de él y abrió más sus piernas para facilitar la llegada de aquella mano callosa que había subido por sus carnosos muslos, y que ahora se encontraba al borde de sus diminutas pantaletas.
Los dedos del hombre trataban de hacer a un lado el calzón, para poder acariciar de manera directa, aquella húmeda y caliente papaya peluda, la cual anhelaba disfrutar a plenitud.
Marcela, dejó escapar un pequeño suspiro, cuando aquellos dedos llegaron a sus vellos púbicos y se deslizaron por sus labios mayores, incrementando su excitación.
Consciente de que aquel lugar estaba semi solitario y obscuro, el taxista comenzó a recostarla sobre el asiento, ella se incorporó y suavemente se separó de él para decirle;
—N‑no, aquí no… no me sentiría a gusto… busca un lugar más obscuro y solitario para sentirme tranquila y entregarme a ti por completo, sin sobresaltos y de manera libre y plena —su voz había sonado acariciadora y cachonda, por eso el hombre aceptó
—Como tú quieras mamacita.
—Para no ir tan lejos, en la parte trasera del Reclusorio, está más sólito y obscuro, ahí la pasaremos de lujo, yo sé lo que te digo… te aseguro que no te vas a arrepentir.
Impaciente y caliente, el chofer comenzó a manipular el auto, ella lo abrazó de forma cariñosa, mientras él conducía, Marcela, acarició el tórax del hombre, bajando poco a poco su mano, hasta llegar al miembro endurecido y palpitante.
Con verdadera habilidad le bajó el cierre y metiendo su mano, extrajo el excitado garrote el cual al sentirse liberado cabeceo con altivez y altanería.
Al verlo se sintió satisfecha de su tamaño y su grosor, sabiendo que disfrutaría con lujuria y plenitud de aquel rico chile que la haría gozar con intensidad suprema y delirante.
Su mano comenzó a subir y a bajar sobre aquel músculo endurecido, haciendo que su dueño se sintiera lujurioso, por lo mismo no prestaba atención al conducir.
Estaba emocionado e impaciente por penetrar a aquella mujer tan desquiciante, a la que adivinaba con un sexo ardiente y complaciente, digno del mejor amante.
Dio la vuelta al edificio del Reclusorio y comprobó que realmente estaba todo solitario y oscuro, lo que convenía a sus planes, el carro avanzo con lentitud, aunque ninguno de los dos se dio cuenta de que sus movimientos eran seguidos con verdadera atención por los vigilantes de una de las torres de la custodia del penal;
—Mira ese buey, compita... está entrando a la zona restringida —dijo el vigilante que lo descubriera a su compañero— ¿Qué se creerá ese cabrón?
—Pues no sé, aunque, márcale el alto o nos va a meter en una bronca a nosotros, si está perdido que reaccione, y si no, que se vaya a la chingada —respondió el otro.
El guardián tomo un altavoz electrónico y con mucha seguridad ordenó:
—Al conductor del taxi... ¡Deténgase de Inmediato! No siga avanzando o le dispararemos... vamos, retroceda… está ingresando a un área restringida y exclusiva… no siga o será bajo su responsabilidad.