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La muerte de Piero

“Yo no soy mala, solo tomé decisiones diferentes”

Camile

—¿Qué carajos hace un sacerdote aquí? —murmura Camile a su fiel guardaespaldas.

—No lo sé patrona. Usted sabe que estos italianos creen más en el Papa que en Dios mismo —responde en voz baja.

Es el funeral de Piero, muchas de las personas que asisten, están allí para confirmar que esta vez no se haya salvas de la muerte.

Camile traga en seco para no llorar, ella no es mujer de lágrimas, además está encubierta para que ninguno pueda reconocerla. La rubia de lentes oscuros, va tomada de la mano del hombre de boina gris y atuendo europeo, se aproximan al ataúd que pronto será enterrado, ella lanza una rosa roja y se retira.

Mientras se aleja, Massimo siente curiosidad de saber quien es aquella dama. Paulina que aún está impactada con aquella loca historia, se aferra a él.

—No puedo creer que esté muerto —llora desconsoladamente Úrsula, quien a pesar de saber que Piero no soportaba a su hija Fiorella, siempre lo quiso.

—Ya mi amor. Piero fue mi hijo favorito y no quiero hablar de su muerte, para mí seguirá estando vivo. —extiende su brazo por detrás de su espalda.

En el rostro de Fiorella se deslizan lágrimas que ella misma no entiende. Pero le duele ver que su hermano está allí y no volverá nunca a su lado.

Comienzan a retirarse poco a poco, las personas del cementerio, Camile continúa dentro del auto, siguiendo cada movimiento de Paulina y Massimo. Apreta con fuerza sus puños hasta sentir que sus uñas le cortan la piel.

—Nunca podré entender que le vio Mass a esa maldita mujer.

—No se afanes con eso. El CEO nunca supo lo que deseaba, esto debe ser más de lo mismo. Es tan diferente al Jefe.

Camile cavila en las palabras de su acompañante. Nadie más que ella sabe lo diferente que pudieron ser Mass y Piero, en todos los sentidos, incluso en lo sexual.

Flash back***

Mientras la hamaca se mece, sus cuerpos desnudos disfrutan de uma experiencia maravillosa. Camile jamás pensó que Massimo pudiese lograr estremecerla tanto. Estaba tan acostumbrada al sexo apasionado y salvaje de Piero, que ahora que siente la ternura de aquellos besos, y la conexión entre sus sexos. , duda de haber amado a Piero por un momento.

Se levanta, camina pensativa hacia la mesa. Toma un vaso con agua, sedienta del placer que acaba de propinaron su cuñado, amante y ahora ¿verdadero amor?

¿Cómo podía haber sabido eso a sus quince años? En ese momento, ella era apenas una chica con problemas que se dejó arrastrar por la lujuria y la pasión. Massimo al contrario de Piero, era sumiso, callado y sobre todo tímido. ¿Qué podría brindarle? ¿Paz? Ella no necesitaba eso, quería comerse el mundo, demostrarle a su padre, que nadie lograría controlarla, excepto... Piero Rizzo.

Massimo se levanta detrás de ella, se aproxima, la toma por detrás, ella siente su cuerpo ardiendo y sudoroso. Él apenas roza sus nalgas siente una erección inmediata. Astuta e insaciable como suele serlo en el sexo, comienza a moverse provocando mayor fricción entre su cuerpo y su falo erguido.

Se voltea de frente a él, lo mira con pasión y ternura.

—Mass, no puedo creer que esto me esté pasando.

—¿Qué mi amor? —responde él con su habitual dulzura cuando se trata de su amor adolescente.

—Esto... sentir que eres el hombre con el que debí estar siempre —se aproxima a su boca, él la apreta contra su cuerpo y sus labios abrazan los suyos hambrientos de su sabor y su suavidad.

Camile necesita retomar el poder sobre sus emociones, no puede permitirse dudas, ni que la pasión que ahora siente por Mass, la aparten de su objetivo inicial, vengarse de la traición de Piero. Ella acaricia sus glúteos, abandona sus labios y desciende por su cuello. Massimo disfruta del placer de sus caricias.

El repertorio de Camile es muy sustancioso, entre besos, lametones y mordiscos suaves, toma entre sus labios las tetilla de su amante. Él deja escapar un jadeo, mientras la observa. Ella continúa descendiendo por su abdomen hasta su pelvis, desde allí lo mira fijamente, abre su boca y saborea su sexo. Aunque Massimo se siente en la gloria, el amor que lo une a Camile trasciende más allá del placer, la toma de los brazos para levantaría, pero ella como niña malcriada, se niega a dejar a medias su trabajo.

Aquello se trata de control, de ser ella quien domine la situación, de devolverse a sí misma el poder. Pronto escucha la voz de Acacia llamándola desde afuera.

—¿Patrona, está lista? —pregunta como presumiendo lo que puede estar pasando dentro.

—Dame un minuto. —responde, mientras se saborea con la lengua y Massimo camina hasta el baño.

Ella toma su vestido de algodón, se lo coloca y sale al encuentro de su empleada.

—¿Qué ocurre? —pregunta con cierta hostilidad.

—Mi abuela quiere verla.

Massimo entre tanto, deja que el agua de la regadera caiga sobre su cuerpo para calmar sus espasmos sexuales.

***

—Regresemos al aeropuerto, debemos regresar a Milán. Es hora de tomar el control de los negocios. El imperio que cree con Piero no puede ser derribado. No mientras yo esté viva. —esgrime en aquellas palabras su decisión de convertirse en la Reina de la Mafia.

—Sí patrona. —responde como siempre su fiel guardián.

Siempre han dicho que detrás de cada hombre una gran mujer, esa frase no va con ella, incluso cuando vivía con Piero, ella siempre supo manejar los negocios con astucia y precaución.

Llegan al hangar donde está la avioneta que los llevará de regreso a Italia. Ella se quita la peluca rubia, suelta su larga cabellera ondulada, desabotona el vestido negro largo y queda en franelilla verde militar y pantalón de mezclilla negro. El piloto de la avioneta A330, baja para recibirla. La toma de la mano y la ayuda a subir. El Indio sube detrás de ella, luego Hermes, el piloto.

Siguiendo las coordenadas pautadas, la aeronave se eleva. Camile observa desde la ventanilla todo el paisaje, como despidiéndose de su pasado. Ya nada parece importarle, solo lograr su objetivo y vengarse de todos los que en algún momento quisieron destruirla.

—Sírveme Coñac, necesito liberarme de esta ansiedad. —ordena.

—Sí, patrona —el hombre se levanta, se quita la boina, su cabello negro liso se deja caer sobre su espalda. Sirve la copa y se la entrega a su jefa. —Tenga.

Ella la toma y de un sorbo bebe el contenido de la copa.

—Sirve otra.

Aunque el Indio quisiera detenerla sabe que no logrará convencerla, cumple sus órdenes, él está allí para ello. Su lealtad también va más allá de la admiración por esa valiente mujer, él también desea a su patrona, pero su silencio es su mejor confidente.

Al llegar a Milán, bajan de la avioneta, ella está un poco emocionada por la bebida. Se sostiene del hombro de su guardaespaldas.

—Ayúdame a bajar, inepto.

—Sí, patrona. Sosténgase. —toma su delicada mano mientras desciende escalón por escalón hasta llegar abajo.

El piloto se despide de ella con un saludo militar. Ella apenas sonríe. Hermosa es un atractivo aviador, que se dedica a trabajar desde varios años con Piero. Ahora que él no está, deberá cumplir con las órdenes de su patrona.

Camile sube a la camioneta blindada que dejaron em el estacionamiento del aeropuerto. El Indio conduce, mirando por el retrovisor la finura de su rostro y sus provocativos labios. ¿Cómo no desearla? Piensa su guarura, mientras conduce hasta el hotel.

Bajan de la camioneta, ella trata de disimular su desequilibrio, suben al ascensor, se quita los tacones para poder caminar mejor.

El Indio la acompaña hasta la suite del hotel. Abre la puerta de la habitación. Camile está sensible, quisiera derrumbarse y llorar hasta el cansancio, pero es un lujo que no se puede dar. Mucho menos delante de su empleado.

Camina hasta el balcón, observa la noche de Milán y le pide a su escolta:

—Indio, sírveme un trago de Coñac.

—Sí, patrona. En seguida.

—Carajos, no sabes otra palabra —le recrima.

El hombre cabizbajo no responde. Le entrega la outra copa de Coñac.

—¿No cree que es suficiente, jefa?

Ella lo mira, suelta una carcajada y se aproxima a él, lo toma por la solapa del sobretodo gris y le dice mirándolo fijamente a los ojos, muy cerca a su rostro.

—Nadie, me entiendes, nadie, ningún imbécil me da órdenes.

El Indio desearía tomarla por la cintura y demostrarle lo que es un verdadero hombre, pero si lo hace hasta ese día podrá estar junto a ella. O ella lo despide o él... terminaría matándola.

Respira profundamente para controlarse.

—Disculpe mi idiotez, solo quería...

—Solo nada.

—¿Puedo retirarme jefa?

—No. Necesito que estés aquí. —responde ella, deja la copa sobre la mesa. Y camina hasta el baño, se desviste, entra a la bañera.

La puerta entreabierta deja que el guardaespaldas pueda ver tras la luz tenue, el cuerpo delicado de su jefa. Tanto tiempo deseándola, pero ella no lo mira. Él no existe para Camile. Recuerda entonces las palabras de Ringo “Esa no es mujer de ningún hombre hermano, olvídate de ella. Las mujeres como ella, no le pertenecen a nadie y todos le pertenecen a ella”.

Se voltea de espaldas para no alimentar su deseo, su compañero tenía toda la razón. Minutos después escucha la voz de ella a sus espaldas.

—Indio, dime ¿Cómo me veo?

Él se gira para enfrentar su mirada, Camile está totalmente desnuda y mojada frente a él.

—Patrona —se cubre los ojos con la mano y baja el rostro.

—Levanta el rostro y dime como me veo. Y no me refiero a mi cuerpo desnudo. Sino a mi nuevo look.

El hombre se ve obligado a sobreponer su masculinidad y mirarla de nuevo. Aunque sus ojos intentan permanecer fijos, su inconsciente desea contemplarla como tantas veces a soñado. A duras penas, logra mantener la mirada e su rostro. Su larga cabellera había desaparecido, apenas el cabello liso, rozaba sus hombros.

—Está muy diferente jefa.

—Genial, eso es lo que necesito. Verme diferente, ahora soy otra Indio, otra. La nueva Camile “La Reina de la Mafia”

Camina hasta la cama, toma la bata de seda que se adhiere a su cuerpo aún húmedo.

—Puedes retirarte, al lado está un sofá. Duerme allí, por si... te necesito —dice ella, abreviando en esa frase, todo lo que él desearía suponer.

El hombre asiente, abre la puerta de dentro del cuarto y se quita la chaqueta larga, arremanga el suéter negro de algodón, se quita los zapatos y se recuesta.

Camile también se tiende sobre la cama gigantesca para estar allí, sola. Recuerda la segunda vez que estuvo con Massimo en el baño de la cabaña. Comienza a acariciar sus senos, su abdomen y el interior de sus muslos, toma una de sus manos, separa sus labios verticales y con su índice digita en movimientos circulares su cartílago, con su otra mano acaricia sus senos, en el mismo sentido que su dedo índice realiza el mismo movimiento en ambas zonas, en su cuerpo cavernoso y en uno de sus pezones.

Sus gemidos de placer se oyen al otro lado de la habitación, el hombre escucha como ella se autosatisface. Si tan solo lo llamara, él iría a su lado. Podría demostrarle todo lo que siente por ella desde siempre y hacerla estremecer como ningún otro hombre lo ha sabido hacer.

—¡Mass, Mass! —repite ella entre gemidos.

Aquel nombre, retumba en la cabeza de su guardaespaldas. No puede creer que ella esté “enamorada de otro maldito Rizzo”, piensa.

Un odio repentino se apodera del Indio. Si no es suya, no permitirá que sea de Massimo Rizzo, eso nunca. Aquello era como si el fantasma de Piero, aún estuviese frente a él, con el agravante de que su patrona, también deseaba a su cuñado, como hombre.

Se voltea y se cubre con el antebrazo para evitar escucharla. ¿No es lo suficientemente hombre para que Camile se fije en él?

—¿Por qué ellos y yo, no? —se pregunta repetidas veces hasta que finalmente se queda dormido.

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