Capítulo 5: Un Rayo de Esperanza
El tiempo pareció detenerse mientras Alejandro caía desde el balcón, el ángel, en un acto desesperado, extendió sus alas etéreas, creando una corriente de aire divino que, aunque invisible para los ojos mortales, ralentizó la caída de Alejandro lo suficiente para que los arbustos del jardín amortiguaran el impacto.
El ruido del cuerpo de Alejandro chocando contra las ramas alertó a la familia y al personal de la mansión. Elena, quien había estado fuera de la habitación de su hijo, fue la primera en llegar al jardín, su rostro se convirtió en una máscara de terror.
—¡Alejandro! ¡Dios mío, Alejandro! —gritó, corriendo hacia el cuerpo de su hijo.
Alejandro yacía entre los arbustos, aturdido pero consciente, el dolor físico era intenso, pero no se comparaba con la agonía emocional que sentía al darse cuenta de que había sobrevivido, con un grito desgarrador, comenzó a golpear el suelo con sus puños.
—¡No! ¡No! ¡Déjenme morir! ¡Por favor, déjenme morir!
Elena, destrozada por el sufrimiento de su hijo, intentó abrazarlo.
—Alejandro, por favor, cálmate, estás a salvo, estás vivo.
Pero Alejandro la apartó violentamente.
—¡No quiero estar a salvo! ¡No quiero estar vivo! ¿No lo entienden? ¡Merezco morir!
Ricardo y Sofía llegaron en ese momento, horrorizados por la escena que presenciaban. Ricardo se arrodilló junto a su hijo, intentando contenerlo.
—Hijo, por favor, escúchanos, te amamos, no podemos perderte.
Alejandro, con lágrimas de rabia y dolor corriendo por su rostro, gritó.
—¡Ya me perdieron! ¡El Alejandro que conocían murió con Clara! ¡Soy un monstruo, un asesino!
Sofía, con el corazón roto al ver a su hermano en ese estado, se acercó.
—Ale, por favor, deja que te ayudemos, no estás solo en esto.
Pero Alejandro estaba más allá de la razón, el alcohol en su sistema, combinado con su dolor emocional, lo había llevado a un estado de desesperación total.
—¡Déjenme! ¡Todos ustedes! ¡No merezco su amor, no merezco nada!
Los guardaespaldas y el personal médico de la casa llegaron en ese momento, con gran dificultad, lograron contener a Alejandro y administrarle un sedante, mientras la droga hacía efecto, Alejandro seguía murmurando.
—Clara... perdóname... déjame ir contigo...
El ángel observaba la escena con profunda tristeza, deseando poder hacer más para aliviar el sufrimiento de Alejandro, pero sabía que el camino hacia la redención sería largo y doloroso.
La noche fue larga y agotadora para la familia Montero, Alejandro fue llevado al hospital para una evaluación completa, y aunque físicamente no había sufrido lesiones graves gracias a la intervención divina, los médicos estaban profundamente preocupados por su estado mental.
A la mañana siguiente, Sofía decidió que era el momento de compartir una noticia con su hermano, con decisión, entró en la habitación de Alejandro, quien yacía en la cama del hospital, con su mirada perdida en el vacío.
—Buenos días, Ale —dijo Sofía suavemente —tengo algo que mostrarte.
Alejandro ni siquiera la miró, Sofía, sin dejarse desanimar, encendió el televisor de la habitación y conectó su teléfono.
—Mira esto, por favor —insistió, poniendo un video en la pantalla.
En el video, se podía ver claramente una imagen de ultrasonido, el sonido rítmico de un latido llenó la habitación, Alejandro, a pesar de sí mismo, se encontró girando la cabeza para mirar la pantalla.
Sofía, con lágrimas de emoción en los ojos, explicó.
—Estoy embarazada, Ale, de seis meses, el médico me ha dicho que tendré una niña.
Alejandro la miró, con un brillo en los ojos por primera vez en semanas, enseguida sus ojos se posaron en el ya abultado vientre de su hermana, y lamentó no haberlo notado antes.
—¿Una niña? —preguntó con voz débil.
Sofía asintió y tomó la mano de su hermano.
—Sí, una niña, decidí llamarla Clara.
Al escuchar el nombre, Alejandro sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago, pero los latidos del corazón del bebé, que eran fuertes y constantes, parecieron traspasar la oscuridad que lo envolvía.
—Clara —repitió, con su voz apenas era un susurro.
Una sonrisa apareció brevemente en el rostro de Alejandro.
Sofía, animada por la reacción de su hermano, continuó.
—Ale, sé que estás sufriendo, y sé que el dolor parece insoportable, pero esta pequeña, tu sobrina, te necesita, necesitara a su tío Alejandro en su vida.
Alejandro cerró los ojos y una lágrima solitaria resbaló por su mejilla.
—No sé si pueda, Sophia, no sé si soy el hombre que una niña merece tener en su vida.
—Entonces aprende a serlo —respondió Sofía con firmeza —tratate, Ale, trabaja duro para ti, no para mí, no para nuestros padres, sino para esta pequeña Clara que está a punto de llegar a nuestras vidas.
Alejandro guardó silencio por un largo momento, la habitación estaba llena con el sonido de los latidos del corazón del bebé, y finalmente habló con voz ronca.
—Trabajaré duro por ella, lo haré.
El ángel sonrió, sintiendo que Alejandro finalmente veía un rayo de esperanza.
Las siguientes semanas fueron un desafío constante y Alejandro comenzó terapia física y psicológica, pero cada sesión era una batalla.
El dolor físico de intentar mover las piernas paralizadas era intenso, pero no se podía comparar con la tortura emocional de afrontar las propias acciones y sus consecuencias.
Durante una sesión de fisioterapia particularmente difícil, Alejandro tuvo dificultades para mover las piernas en las barras paralelas. El sudor corría por su frente y sus brazos temblaban por el esfuerzo.
—Vamos, señor Montero —le animó el terapeuta —usted puede hacerlo, concéntrese.
Alejandro gruñó, apretando los dientes por el esfuerzo y el dolor.
—No puedo, mis piernas no responden.
—Sí, se puede —insistió el terapeuta —es sólo cuestión de tiempo y práctica.
—¡No lo entiendes! —gritó Alejandro con frustración —¡Nada funciona! ¡Estoy atrapado en este cuerpo inútil!
En ese momento, Alejandro levantó la cabeza y se encontró mirando el gran espejo frente a él, por un momento, creyó ver algo increíble, junto a su reflejo, había una mujer rubia, con grandes ojos azules, su rostro era lo más hermoso que Alejandro había visto jamás, pero lo más llamativo eran las alas que se extendían desde su espalda.
Alejandro parpadeó incrédulo, y cuando volvió a mirar, la imagen había desaparecido, se convenció de que su cerebro le estaba jugando una mala pasada.
—Señor Montero, ¿Se encuentra bien? —preguntó la terapeuta, preocupada por la repentina distracción de Alejandro.
—Yo… sí, estoy bien —respondió Alejandro aún sintiéndose incómodo —sólo creí ver algo, pero obviamente eso no era cierto —esto último lo dijo en voz baja, más para sí mismo.
El ángel se sorprendió, Alejandro no podía verla, eso no era posible, este repentino incidente llenó su corazón de preocupación y esperanza, ¿Estaba Alejandro más cerca de la salvación de lo que pensaban?
Esa noche en su solitaria habitación, Alejandro no podía dejar de pensar en la imagen que vio en el espejo, ¿En verdad lo había visto? ¿O era simplemente su corazón desesperado que buscaba consuelo en las ilusiones?
—Me estoy volviendo loco —se dijo —ahora creo que vi un ángel, ¿Qué sigue?
Durante la terapia psicológica, Alejandro finalmente se derrumbó.
—No sé si podré seguir así —admitió con voz ronca —cada día es una lucha, cada momento que respiro es un recordatorio de que Clara ya no está más.
El terapeuta escuchó atentamente antes de responder.
—Alejandro, el dolor que sientes es real y válido, pero tienes que entender que pasar el resto de tu vida castigándose no va a hacer que Clara vuelva.
Alejandro cerró los ojos, luchando contra las lágrimas que estaban a punto de traicionarlo.
—Entonces, ¿Qué debo hacer? ¿Olvidarla? ¿Actuar como si nada hubiera pasado?
— No —respondió suavemente la terapeuta —se trata de aprender a aceptar lo sucedido, honrando la memoria de Clara convirtiéndote en la mejor versión de ti mismo.
Alejandro guardó silencio durante un largo rato y luego susurró.
—No sé si tengo la capacidad para hacer esto.
—Eres más fuerte de lo que crees, Alejandro, y no estás solo —contestó la terapeuta.
Esa noche, Alejandro tuvo un sueño vívido, donde se encontraba en un lugar bañado por una luz suave y cálida, y ante él estaba Clara, tan hermosa como la recordaba.
—Clara —dijo Alejandro con voz ronca —lo siento, por favor perdóname.
Clara lo miró con una mezcla de tristeza y comprensión en sus ojos.
—Alejandro, no estoy aquí para castigarte, estoy aquí para decirte que debes seguir adelante.
—No puedo, respondió Alejandro —no puedo hacerlo sin ti.
—Debes hacer esto —insistió Clara —por tu familia, por la pequeña Clara que viene, y por ti mismo.
Antes de que Alejandro pudiera reaccionar, Clara comenzó a desaparecer, reemplazada por la mujer angelical que vio en el espejo, de cerca, su belleza era aún más impresionante.
–No te rindas, Alejandro –dijo el ángel con voz musical –tu historia aún no ha terminado.
Alejandro se despertó sobresaltado, con el corazón acelerado, el sueño era tan real, tan vívido, que por primera vez en mucho tiempo sintió una chispa de esperanza.
Alejandro lucía diferente cuando Sofía fue a visitarlo a la mañana siguiente.
–Creo que estoy listo para intentarlo de verdad.
Sofía tomó con entusiasmo la mano de su hermano.
—¿En serio, Al? ¿Estás dispuesto a continuar el tratamiento?
Alejandro asintió lentamente.
—Por Clara, por la pequeña Clara, y… tal vez… por mí.
El ángel vió esto y sonrió, fue un pequeño paso pero significó mucho, el camino de Alejandro hacia la redención sería largo y difícil, pero ahora había una esperanza real.