Capítulo 2 Juntos.
Ahora ambos estaban en aquel lugar, mientras los mayores les sonreían, los más jóvenes los veían con curiosidad, como si fueran bichos raros, algo que incomodaba a Pedro.
— Qué bueno volver a verte Pedro, gracias por venir. — la santa, como todos conocían a Alejandra Santoro, fue la primera en darle la bienvenida, recibiendo un asentamiento de parte del moreno.
— Pedro está muy feliz de estar aquí y yo también, soy… — en ese momento Dulce se dio cuenta que no había pensado en un nombre falso para su plan.
— Selene. — la voz profunda del joven que muchos apodaban dominio, llamo la atención de sus primos, algunos llevaban años sin oírlo hablar, otros sin siquiera verlo.
— Maravilloso. —murmuro Alma Ángel uniéndose a la conversación. — Si puedes hablar por ella, se ve que te han atrapado dominio. — Alma no tenía intención de incomodar a su primo, solo era el asombro, lo que la llevo a decir aquello.
— Hay algunas personas que se ven mejor en silencio, como tú, por ejemplo. — Dulce tenía 18 años, era delgada, con tacones podía llegar a medir metro setenta y cinco, pero en ese momento, no llevaba sus tacones, solo unos cómodos tenis que la ayudaron a llevar adelante el largo viaje, por lo que, en frente de Alma, la diferencia de estatura era notable.
— Wou, veo que has cambiado de gustos Pedrito, ¿ahora te gustan valientes? — pregunto la que era conocida como el Ángel de la misericordia, ya que era una asesina, una de las mejores al igual que sus hermanos, gracias a sus cuchillos, y precisión, casi no te enterabas cuando la muerte acudía por ti, de allí su apodo, enfrentar a la joven asesina, no era la mejor manera de comenzar su estancia en Italia, pero ella era Dulce De Luca, nunca daba un paso atrás, hija de los reyes de Chicago, solo el avance era permitido.
— Será mejor que no trates de poner a prueba mi valentía. — rebatió Dulce, levantando su rostro, y dando un paso a delante, en medio de Pedro y Alma. — Porque si él es el demonio, yo soy su infierno. ¿quieres probar mis llamas?
— Es tan lindo estar en familia, Alma, cariño, ¿me ayudas con Amir? — la santa podría ser la responsable de la muerte de desenas de hombres, pero en su defensa, eran sus enemigos, pero bajo ningún motivo dejaría que sus primos se enfrentaran dos días antes de su boda, mucho menos en sus tierras.
— Sí, lo que pidas santa, nos vemos después, demonio y… pequeño infierno. — dijo con burla quien tenía los ojos celestes como el mismo cielo.
— ¿Pequeño inferno? — dijo incrédula Dulce viendo fijamente la espalda de Alma y como se alejaba. — Le voy a mostrar que tan pequeña soy.
Su intención era clara, la golpearía, definitivamente esa mujer, no se parecía a la niña que ella recordaba, pero antes de dar un paso, los grandes brazos de Pedro la tomaron de la cintura, aferrándola a él, al tiempo que dejaba su rostro a un lado de una de sus mejillas, quizás más cerca de lo necesario.
— Alma no se está burlando de mi princesa, ya sabes que me llaman demonio, incluso tus padres lo hacen, no sé porque me sigue molestando, creo que será mi apodo, no pierdas tu tiempo discutiendo por ello. — dijo sobre su oído, pero Dulce estaba aún demasiado concentrada en la figura de Alma como para percatarse de ese detalle.
— No lo haría si no te afectara. — rebatió la princesa, Pedro aspiro con demasiada fuerza cerca de su cuello, Dulce supuso que se estaba tratando de tranquilizar, como Stefano Zabet le había enseñado, para manejar sus ataques de ira, aunque el joven con descendencia latina, lo único que buscaba era guardar el aroma de su mejor amiga en su mente, y así poder evocarlo las veces que quisiera, memoria olfativa le dirían algunos, aunque para Pedro solo era el perfume que tranquilizaba a la bestia que dormía en él.
— Se supone que yo debo cuidar de ti y no viceversa. — termino admitiendo y se separó de la joven.
— Yo cuidare siempre de ti mi Pedrito más bello, tu yo. — recito la joven mostrando una sonrisa tan grande como la que su padre Rocco lucia a diario, provocando que Pedro al fin sonriera.
— Juntos princesa, siempre juntos. — estos jóvenes en algún momento de su infancia había hacho un juramento de hermandad, compañerismo, un juramento inquebrantable, claro que no sabían el alcance que ese juramento tenía.
Los jóvenes al fin ingresaron en la casona, estaban tan comprometidos en tranquilizarse el uno al otro, que no se percataron de la mirada curiosa de Horus, esa joven se le hacía conocida de alguna parte, aunque se le hacía imposible no saber a quién pertenecía tan bella figura, mientras que Geovanni que se encontraba en el otro extremo del jardín, no podía quitar sus ojos verdes con motas negras del redondo y bien formado trasero de la que parecía ser la novia de Pedro.
— Dulce. — la llamo Donato cuando los jóvenes habían llegado al segundo piso.
— Shhh tío, ¿ya hablaste con los demás? ¿nos ayudaran a jugarle una broma a mis examigos? Acabo de hablar con Ale y … Alma y no se dieron cuenta de quien soy, me presente como Selene. — su risa era burbujeante, algo que a Donato le encantaba, su sobrina había nacido con la inteligencia de su madre, Valentina Constantini, pero gracias a sus seis esposos, la joven no era tan estricta como Valentina, sabia cuando divertirse como la joven de 18 años que era, aunque llegado el caso, la frialdad y astucia de la reina de Chicago se reflejaba en ella… la princesa.
— Por supuesto que ya hablé con todos y por muy raro que me parezca están de acuerdo en ayudarlos a engañar a sus hijos, creo que se debe a que te han extrañado. — Dulce sonrió mostrando los dientes, por lo menos los adultos si la habían extrañado, quizás solo necesitaba convivir con todo una vez más, como cuando era una niña, para que todo sea como antes.
— Perfecto….
— Pero deberán compartir habitación y eso es lo que no me convence…
— ¿Por qué tío? — Donato le dio una mirada fugaz a Pedro, quien como siempre se encontraba detrás de Dulce, como si fuera una pared cubriendo a la joven de cualquier ataque sorpresa.
— Pedro, no te enojes, pero eres hombre… — Donato casi se atraganta con sus palabras, al ver como los ojos de Pedro se oscurecían.
— No temas tío, Pedro no te hará nada, solo está enojado por tu falta de confianza en él, ¿verdad? — Pedro asintió con la cabeza, decir que pocos tenían el privilegió de oír su voz, era quedarse corto, pero lo que más le sorprendió a Donato, fue ver como su sobrina conocía al moreno, con solo una mirada y sin palabras. — Tío, sé que estoy a tu cuidado, pero… él es Pedro. — dijo como si aquello explicar todo. — He dormido a su lado ciento de veces, es mi mejor amigo, créeme, así como mi madre y padres confían en él, así confió yo, con mi vida y alma. — Donato quedo en silencio, las palabras de su sobrina lo inquietaron, no por Pedro, sino por ella, no era el hecho de que pusiera su seguridad en manos de Pedro, era el saber que ella estaba dispuesta a ir al cielo o al infierno, si quien cuidara su alma fuera Pedro, ¿su mejor amigo? Se pregunto Donato, mas lo único que hizo fue asentir con su cabeza, dejando en claro de esa forma que podrían compartir habitación.
La joven no se sorprendió ante el lujo de cuarto, pero si se maravilló con la vista, estaba en Italia, en Sicilia, lugar donde habían nacido Greco Jonhson y Marco Constantini, sus bisabuelos, mismo lugar que una vez reinaron sus abuelos adoptivos, Antonella, Fiorella y Franco De Luca.
— ¿En qué piensas princesa? — giro encontrando a Pedro sin camiseta, se estaba preparando para un baño, ver su musculatura no lo sorprendía, tampoco la alteraba, ese efecto solo se lo provocaban sus tatuajes, uno en especial, sobre su corazón, rezaba la frase, PRINCESA.
— No puedo creer que aún no te cubras eso. — dijo la joven y señalo el corazón de Pedro. — ¿Cómo fue que te convencí de tatuarte mi apodo? Mejor aún ¿Por qué me hiciste caso? – indago al tiempo que negaba con la cabeza.
— Si mal no recuerdo, eras una princesa berrinchuda de 13 años, que estaba muy enojada, porque tus seis padres se habían tatuado el rostro de tu madre en sus espaldas, y tu… como eras la princesa querías que alguien se tatuara el tuyo, por suerte este humilde servidor te pudo convencer de solo tatuarme tu apodo. — Dulce rio, como foca, diría su madre, pero eran carcajadas que dejaban en claro la locura que cargaba la joven.
— Tú eras un hombre de 20 años, debiste de negarte. — Pedro solo levanto sus hombros, restando importancia, o quizás… ocultando algo.
— No trates de confundirme, ya no funciona, ¿en qué pensabas? — Dulce vio por el cristal una vez más, disfrutando de los viñedos.
— No puedo creer que estoy en Italia, aquí no solo nacieron los abuelos de mi mamá, estas tierras fueron reinadas por los De Luca. — Pedro sabía que Dulce consideraba realmente sus padres a esos seis hombres, solo ellos, ya que su padre biológico… era mejor no nombrarlo. — El norte de Sicilia era manejado por el clan Berlusconi, el centro por el Rey Franco De Luca y sus dos esposas, Antonella y Fiorella, y el sur era de la sombra de Italia. — relato como si del mejor cuento se tratara, y quizás para la joven era así, ella había crecido escuchando historias de la mafia, de todo el mundo y estaba ansiosa porque alguna vez alguien contara su historia, cuando se haga un lugar en un mundo que desde siempre fue gobernados por hombres. — El tiempo de reinado de Franco estaba llegando a su fin, fue por eso que pensó en cederle su lugar a sus seis hijos, Leonzio, Lupo, Rocco, Ángelo, Salvatore y Ezzio, pero la sombra de Italia temía lo que estos seis nuevos reyes pudieran hacer, por lo que logro derrocar a Franco antes de que cediera su lugar, gracias a la ayuda de la mano diestra de Hades, el Ángel de la muerte dio su favor, y los reyes cayeron, dicen que fueron tiempos difíciles, se debatían en continuar en su amada Italia a riesgo de perder la vida o partir a buscar un nuevo lugar donde reinar, y fue allí, donde escucharon que Chicago era manejado por un solo clan, los Constantini, vieron una oportunidad de encontrar su nuevo sitio en el mundo, creyeron que sería fácil derrotarlos. — Dulce mostraba una amplia sonrisa, sus ojos brillaban, y sus manos divagaban gesticulando, mientras pedro, estaba estático a la orilla de la cama, viendo cada movimiento de su mejor amiga. — Se decían muchas cosas en aquel entonces, pocas podían confirmar, ya que todos les eran leal a los hermanos Constantini, pero llego un día, que al fin la vieron, Ezzio fue el primero en hallarla, una reina, una mujer que no solo los uniría para siempre y dejarían de ser un grupo de primos y hermanos, una mujer que los coronaria definitivamente, LA REINA DE CHICAGO, así la llamaron, sus largas piernas y mirada triste sedujeron sin querer al menor de todos los De Luca, luego, solo basto conque los demás la vieran para enloquecer por ella, a tal punto de dejar todo lo que les quedaba en sus manos, Valentina Constantini se adueñó de su dinero, poder y corazones, y a cambio, ella no solo les dio medio Chicago, también un par de gemelos, Marco y Greco, pero mejor que eso… la que más gano fue la hija de Valentina, la princesa no solo recupero a su madre, sino que ahora tenía seis padres, una enorme familia y el mejor amigo de todo el mundo. — termino de relatar al tiempo que se dejaba caer en las piernas de Pedro y este la tomaba de la cintura para que no cayera al piso. — Y ahora, estoy en Italia con él.
Pedro dejo ver su mejor sonrisa, él era su mejor amigo, mientras Dulce se permitió por un momento bajar la guardia, solo unos segundos dejo de recordar que ese hombre era su mejor amigo, y disfruto de cómo sus grandes manos se aferraban a su pequeña cintura.